Opinión deleznable

28 de abril de 2007

Si usted busca en Google los nombres “Nelson Serrano” + “Gustavo Larrea” obtendrá decenas de páginas con las expresiones del ministro de Gobierno, Gustavo Larrea, relativas al proceso penal que se sigue en Estados Unidos en contra de Nelson Serrano que, como es de público conocimiento, puede acarrearle una condena de pena de muerte. El ministro Larrea enfatizó entonces el carácter de “ilegal” del proceso de deportación que trasladó a Nelson Serrano a Estados Unidos para someterlo a este proceso penal que el propio Larrea calificó de “nulo” y ante el cual se comprometió a buscar “todos los mecanismos jurídicos que le permitan defender su vida”.

Con absurda facilidad, sin embargo, Larrea olvidó sus convicciones. El domingo pasado diario Expreso publicó una noticia sobre la reunión que mantuvo el ministro Larrea con abogados de la Procuraduría General del Estado para analizar la situación de Nelson Serrano. Se pensó, dice la noticia, “enviar una carta, firmada por la canciller María Fernanda Espinosa y el procurador Xavier Garaycoa, reconociendo ante la Corte de Florida que la deportación había sido ilegal”; se estudió, también, que “firmara esa carta Larrea, como superior de la Intendencia de Policía de Pichincha”. Cualquiera de estas opciones reconocía la tesis de la ilegalidad que Larrea sostenía y contribuía a la defensa de Nelson Serrano en el “nulo” proceso penal en la Florida, tal cual fueron las palabras y compromiso de Larrea. Estas opciones, sin embargo, fueron desechadas porque Procuraduría argumentó que la admisión de la ilegalidad de la deportación implicaba “desbaratar la defensa de Ecuador ante la Comisión Interamericana y se hubiera puesto al Estado en riesgo de indemnizar a Serrano”. Sucede que Serrano, con fundamento precisamente en la ilegalidad de su deportación, denunció al Estado ecuatoriano ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos; la Procuraduría, en este proceso, defiende al Estado e insiste en negar lo que es, e incluso para el ministro Larrea era, evidente. Y digo que era, porque enterado de las consecuencias económicas de sus convicciones, dice la noticia, “no respaldó la tesis de apoyar a Serrano en esos términos”.

La opinión deleznable (en la doble acepción de la palabra: 1. Despreciable, de poco valor; 2. Poco durable, inconsistente, de poca resistencia) del ministro Larrea amerita reflexión. En principio, parecería que Larrea se permite la torpeza de emitir opiniones sin sustento: lo digo, porque si de verdad está convencido de que la deportación fue ilegal (conclusión a la que, por cierto, no es difícil arribar cuando se examinan los hechos) lo correcto sería que el Estado así lo reconozca en el proceso ante la Comisión Interamericana. Intuyo, sin embargo, que Larrea sí está convencido de la ilegalidad de la deportación pero que en su decisión pesaron más las “razones de Estado” de la Procuraduría, que se reducen a evitar o demorar el pago de una indemnización: esto es, en limpio, que se le niega defensa a una persona que lo merece para ahorrarse unos cuantos miles de dólares. Curioso razonamiento si se toma en cuenta que proviene de una persona que solía defender los derechos humanos. Y razonamiento, también, pobre en argumentos, sombrío e inconsecuente: de verdad, no otra es la lectura que puede hacerse del ministro Larrea y su opinión deleznable.

21 de abril de 2007

Desde 1927 la revista norteamericana Time elige a la “persona del año” [Person of the Year]. El año pasado Time no determinó en un individuo esa condición: la portada de su edición de diciembre del 2006 fue una pantalla plana de computadora donde, en enormes letras negras, se podía leer “You” [Tú]. El subtítulo lo confirmaba: “Sí, tú. Tú controlas la Era de la Información. Bienvenido a tu mundo”.

Puede parecernos exagerado y sin embargo las sobradas razones para que Time te escogiera a ti las expuso bien Lev Grossman en un artículo de esa misma edición, donde enfatizó que la historia del año 2006 trató de la “comunidad y colaboración en una escala nunca antes vista […] y de las muchas posibilidades de lucha que tienen los pocos y altruistas y de cómo todo eso no solo cambiará el mundo sino también la manera en la cual el mundo cambia”. Todo lo cual es posible gracias a la Internet que constituye “una herramienta que amalgama las pequeñas contribuciones de millones de personas y hace que estas importen. Los consultores de Silicon Valley lo llaman Web 2.0, cual si fuera una nueva versión de algún viejo software. Pero es realmente una revolución”.

Lo que Grossman destaca en su artículo es el posible empoderamiento de cada uno de nosotros mediante el uso de una tecnología que está, en buena medida, a nuestro alcance. Coincido con él en que “sería erróneo romantizar todo esto más allá de lo estrictamente necesario. La Web 2.0 sirve tanto para la estupidez de las masas como para su conocimiento”. Pero el enorme potencial de su uso es evidente y quiero, en esta columna, enfatizar su importancia en el contexto del proceso de la Asamblea Constituyente en el que, por aplastante voluntad popular, nos encontramos. Les confieso que el proceso de la Asamblea Constituyente lo considero mucho más importante que la propia Constitución que resulte del proceso. Lo afirmo, porque entiendo que el proceso de la Asamblea Constituyente (que involucra, entre otras cosas, la discusión de ideas y propuestas, la crítica, denuncia y manifestación de repudio a deslegitimados, oportunistas y mediocres, el discernimiento en la elección de los asambleístas, la exigencia de rendición de cuentas a estos) es el escenario idóneo para repensar nuestra manera de participar en política y de hacerlo con nuevos mecanismos de intervención: tengo la convicción de que se puede, en efecto, utilizar la tecnología actual, blogs, YouTube, podcasts, correos electrónicos y mensajes de móvil, entre otras crecientes posibilidades, para influenciar en la construcción de una sociedad más crítica y participativa.

En su artículo, Lev Grossman mencionó la palabra revolución; esta palabra me recordó una frase de Theodore Roszak: “si no hay cambio psicológico, una revolución no hace sino reproducir la misma situación con otras personas en el poder”. Que suceda ese fracaso dependerá, en buena medida, de si aprovechamos o no esta oportunidad que tenemos para interesarnos y participar, de manera crítica e ilustrada: para convertirnos, en definitiva, en auténticos ciudadanos. Y si tú no lo haces, no tengas la desfachatez de decir luego que no tuviste cómo hacerlo. Puedes no tener las ideas, pero sí tienes los medios: ilústrate, entonces, y actúa.

El valor de ser ilustrados

14 de abril de 2007

Ambrose Bierce mereció, entre sus contemporáneos, el título de Bitter [amargo] Bierce. En buena medida, este remoquete se debió a su exquisito Diccionario del Diablo, libro pródigo en definiciones ingeniosas e irónicas. Tengan como ejemplo, ésta, tan para mañana: “Plebiscito.-Votación popular para establecer la voluntad del amo”. Nadie puede dudar que Bierce era un pesimista: no en vano definió optimista como “[p]artidario de la doctrina de que lo negro es blanco” y política como “[c]onflicto de intereses disfrazados de lucha de principios. Manejo de los intereses públicos en provecho privado”. (Aunque esta definición también le calza a “partidos políticos ecuatorianos” los que Bierce, para su dicha, jamás conoció).

La mención a Bitter Bierce sintoniza con el estado de ánimo de la mayoría de quienes postulan el No para la consulta popular: el es el evidente preludio de la dictadura y la senda que conduce a Chávez; el No, entonces, el mero reflejo de sus temores. A este respecto siento que para esta oposición el miedo, sea dicho con palabras de un soneto de Sabina, “es su patria, alrededor no hay nada” (pero nótese la diferencia: mientras Sabina hace poesía, la oposición hace agüero del desastre). Es, en verdad, lamentable: no se escucha ninguna o casi ninguna voz que discuta una propuesta a partir del No a la consulta: su casi único deseo es mantener el statu quo, cuyo derivado lógico sería medrar de la derrota de la propuesta del Gobierno. En este sentido, la desfachatez de un redivivo Hurtado o la súbita cohesión en el No de los 57 miembros de la Escuelita Cómica del Maestro Lechuga Chávez reunidos en algún hotel de la capital, no sirven sino para acentuar esta ideológica miseria.

Por cierto que no seré yo, que hace solo dos semanas fustigué (‘Superhéroes’, 31 de marzo del 2007) los graves sesgos de autoritarismo, demagogia e improvisación de este Gobierno, quien suponga no tener noticia de los posibles peligros de una Asamblea Constituyente de plenos poderes. Pero estimo necesario, en este punto, realizar un esfuerzo adicional: la jornada cívica de mañana no se agota en votar por el No como un reflejo del miedo, como tampoco votar por el como una vaga aspiración de cambio, ambas actitudes que no implican casi ningún esfuerzo intelectual. A este respecto, un pensador tan lúcido como Cornelius Castoriadis supo hacer una valiosa distinción entre meramente “estar informado” y actuar, en consecuencia, con pasividad ante la realidad, y “ser ilustrado”, esto es, tener la intención de buscar, crear e intervenir la realidad con nuevas propuestas.

Hay que tener, entonces, y lo digo con énfasis, el valor de “ser ilustrado”; hay que tener el valor (en el doble sentido de esta palabra, de valer y de valentía) de aceptar el reto de pensar este país. Bien podría ser que el eventual referéndum, en caso de ganar el , resulte, en definición de Bitter Bierce, en una “[l]ey que se somete a voto popular para establecer el consenso de la insensatez pública”. Pero que así sea dependerá solo de nosotros, los ciudadanos. Tengo la firme convicción de que no es este el momento para pusilánimes o chacales y de que es, en contraste, la hora propicia para intervenir, con fuerza e ideas, en la creación de escenarios y la discusión de propuestas que atemperen los rasgos de arbitrariedad, demagogia e improvisación de este Gobierno y que releven a esta vergonzosa oposición que hace mucho rato que no representa sino al oprobio. Hay que tener, entonces, el valor de “ser ilustrados” y de intervenir para contribuir, desde esa lúcida plataforma, en la construcción de una mejor sociedad.

Pájaros de oposición

7 de abril de 2007

Yo no temo que el presidente Rafael Correa replique el fenómeno de Hugo Chávez en el país (como tampoco condesciendo a la simpleza de considerarlo comunista o dictador en cierne; tiene, sí, lamentables rasgos de arbitrariedad y demagogia, pero no cabe perder la precisión de los matices). Digo que no lo temo, porque además de que su especificidad cultural lo aparta en varios aspectos de Chávez, existen también notables diferencias entre el escenario social que posibilitó la emergencia de aquel en Venezuela y el de Correa: entre otras cosas, el peso político y la dimensión económica del petróleo es mucho mayor allá, mientras que la cuestión regional incide aquí de una forma que Venezuela desconoce. El único punto que traza una analogía con el caso venezolano es el vacío que produce en el escenario político la existencia de una oposición tan patética como desarticulada, tanto en organización como en ideas.

Hagamos, entonces, un breve repaso de la oposición. Sobre el Prian, vale decir que Noboa ha perfeccionado, con el paso de las elecciones y los años, el axioma de que perder es cuestión de método. El suyo incluye un partido cuya “ideología” no parece ser otra que la defensa de los intereses de sus empresas y que se conduce de la misma manera como yo dirigía los carritos de carreras en las pistas que me regalaban cuando niño: a control remoto. Por su parte, el llamado Partido Sociedad Patriótica no es, en realidad, tanto patriótica como patética: tal es la naturaleza de su (falta de) ideología. Se acomoda a cualquier coyuntura: puede ser demócrata como golpista, de izquierda o derecha, pro y anti Asamblea Constituyente. El lema no declarado de Gutiérrez es la cómica frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”.

Finalmente, el PSC, en cabeza, aunque él no quiera admitirlo, de Nebot, quien, como bien afirmó revista Vanguardia, “se limitó, por decisión propia, a ser un líder de Guayaquil” y “ya no es dueño del rol político ni de los tiempos y las consecuencias que se derivan de su acción pública”. Hay que tener la entereza de admitirlo: ni el PSC ha tenido el valor de afrontar una renovación ideológica que lo salve de su ocaso post-LFC, ni Nebot el valor de asumir el reto de ese liderazgo, preocupado como anda en surfear las olas de esa entelequia que él denomina “corrientes ciudadanas”. Y hasta aquí el repaso.

Lo descrito es una lástima, porque una inteligente oposición es fundamental como contrapeso al poder oficial en el contexto de una sana democracia. Con lo cual se concluye que tenemos la necesidad de reemplazar a esta triste oposición desorientada como pájaros en desbandada, “sin dirección, ni alpiste, ni papeles”, como cuenta en Pájaros de oposición Joaquín Sabina, y la necesidad cierta y urgente de empezar a generar las ideas y propuestas de las que estos patéticos pájaros de oposición son muy huérfanos.