Ambrose Bierce mereció, entre sus contemporáneos, el título de Bitter [amargo] Bierce. En buena medida, este remoquete se debió a su exquisito Diccionario del Diablo, libro pródigo en definiciones ingeniosas e irónicas. Tengan como ejemplo, ésta, tan para mañana: “Plebiscito.-Votación popular para establecer la voluntad del amo”. Nadie puede dudar que Bierce era un pesimista: no en vano definió optimista como “[p]artidario de la doctrina de que lo negro es blanco” y política como “[c]onflicto de intereses disfrazados de lucha de principios. Manejo de los intereses públicos en provecho privado”. (Aunque esta definición también le calza a “partidos políticos ecuatorianos” los que Bierce, para su dicha, jamás conoció).
La mención a Bitter Bierce sintoniza con el estado de ánimo de la mayoría de quienes postulan el No para la consulta popular: el Sí es el evidente preludio de la dictadura y la senda que conduce a Chávez; el No, entonces, el mero reflejo de sus temores. A este respecto siento que para esta oposición el miedo, sea dicho con palabras de un soneto de Sabina, “es su patria, alrededor no hay nada” (pero nótese la diferencia: mientras Sabina hace poesía, la oposición hace agüero del desastre). Es, en verdad, lamentable: no se escucha ninguna o casi ninguna voz que discuta una propuesta a partir del No a la consulta: su casi único deseo es mantener el statu quo, cuyo derivado lógico sería medrar de la derrota de la propuesta del Gobierno. En este sentido, la desfachatez de un redivivo Hurtado o la súbita cohesión en el No de los 57 miembros de la Escuelita Cómica del Maestro Lechuga Chávez reunidos en algún hotel de la capital, no sirven sino para acentuar esta ideológica miseria.
Por cierto que no seré yo, que hace solo dos semanas fustigué (‘Superhéroes’, 31 de marzo del 2007) los graves sesgos de autoritarismo, demagogia e improvisación de este Gobierno, quien suponga no tener noticia de los posibles peligros de una Asamblea Constituyente de plenos poderes. Pero estimo necesario, en este punto, realizar un esfuerzo adicional: la jornada cívica de mañana no se agota en votar por el No como un reflejo del miedo, como tampoco votar por el Sí como una vaga aspiración de cambio, ambas actitudes que no implican casi ningún esfuerzo intelectual. A este respecto, un pensador tan lúcido como Cornelius Castoriadis supo hacer una valiosa distinción entre meramente “estar informado” y actuar, en consecuencia, con pasividad ante la realidad, y “ser ilustrado”, esto es, tener la intención de buscar, crear e intervenir la realidad con nuevas propuestas.
Hay que tener, entonces, y lo digo con énfasis, el valor de “ser ilustrado”; hay que tener el valor (en el doble sentido de esta palabra, de valer y de valentía) de aceptar el reto de pensar este país. Bien podría ser que el eventual referéndum, en caso de ganar el Sí, resulte, en definición de Bitter Bierce, en una “[l]ey que se somete a voto popular para establecer el consenso de la insensatez pública”. Pero que así sea dependerá solo de nosotros, los ciudadanos. Tengo la firme convicción de que no es este el momento para pusilánimes o chacales y de que es, en contraste, la hora propicia para intervenir, con fuerza e ideas, en la creación de escenarios y la discusión de propuestas que atemperen los rasgos de arbitrariedad, demagogia e improvisación de este Gobierno y que releven a esta vergonzosa oposición que hace mucho rato que no representa sino al oprobio. Hay que tener, entonces, el valor de “ser ilustrados” y de intervenir para contribuir, desde esa lúcida plataforma, en la construcción de una mejor sociedad.
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