El fin de semana fugué a la playa, a Esmeraldas, a una casa de amplios ventanales que miraban mansas olas. Los buenos anfitriones, la buena compañía, los buenos vinos y la buena comida produjeron epicúreas jornadas. Llevé cuatro libros: uno de ensayos sobre fútbol (interesantes pero sin gracia –porque, dicho sea de paso, los libros de ensayos que yo más he disfrutado son todos sobre fútbol: El fútbol a sol y sombra, de Eduardo Galeano, Salvajes y Sentimentales, de Javier Marías y Dios es redondo, de Juan Villoro-: porque en este libro –que se llama ¿la pelota no dobla?, e imagino que conocen la anécdota- César R. Torres o Scott Krechtmar carecen de toda la gracia que a Galeano, Marías y Villoro tanto les sobra), un libro de Huilo Ruales (que prometía humor y provocó sopor, solo un cuento pude terminar y me supo a sopa de clavos), un excelente libro de Poemas griegos de vino y burla, tomo XI de la Antología Palatina (con epigramas como éste, de autoría de Páladas "Han de morir, todos los hombres, y no hay mortal que conozca si vivirá mañana. Ahora que lo sabes bien, hombre, regocíjate, y haz de Bromio olvido de la muerte. Disfruta con la Pafia, dilatando esta vida fugaz; todo lo demás, deja decidirlo al Destino", y que dada su composición, lo disfruté a retazos) y un libro, el mejor de todos, La senda del perdedor (original en inglés: Ham on Rye) del gran Charles Bukowski.
Este libro de Bukowski me lo regaló mi carnal Andrey, en Río de Janeiro y con sentida dedicatoria incluida, el día de mi cumpleaños número 30. Yo pensaba que lo había leído y se lo presté a Rafa Avilés, que juró devolverlo pronto y no lo hizo, pero bue, lo devolvió: la noche del jueves, la víspera de mi viaje, de improviso y mientras escuchábamos a Coco Legrand y volteábamos una botella de vino chileno, me agradeció el préstamo y volvió a mis manos. Solo en ese momento comprendí que La senda del perdedor era la única novela de Bukowski que me faltaba por leer. Me propuse reparar esa grave omisión en la playa y, para mi intenso disfrute, actúe en consecuencia.
Soy fanático de Bukowski desde hace muchos años, desde una tarde de los primeros días de un viaje mochilero al sur de la América andina, en Vilcabamba, cuando el entrañable amigo argentino Dieguito Vásquez Suazábal (de quien no tengo noticias hace tiempo y que bendito sea donde quiera que esté) me dijo, me insistió: “tenés que leerlo, pibe, tenés, tenés que leerlo”. Para persuadirme, recuerdo, elaboró una metáfora sobre la escritura de un fontanero o un plomero, con la que pretendíó ejemplificar la crudeza de la prosa bukowskiana. Mi mamá me trajo de Chile los primeros Bukowski, editados por Anagrama, Factótum y La máquina de follar: fueron el inicio de una adicción.
Sobre Bukowski se puede encontrar en Internet mucho, mucho; por ejemplo, una página en inglés bastante completa o varios de sus poemas traducidos al español. Con paciencia, San Google los convertirá en feligreses de la iglesia bukowskiana (bastante mejor, mucho mejor, que otras que yo me sé). Yo rescato para este post, un breve texto escrito hace años y publicado en esa caja de olvidos que se llama hi5, que titulé “Shakespeare nunca lo hizo”, por obvias razones que de inmediato se explicitan, y que aquí está:
“Acabo de leer ‘Shakespeare nunca lo hizo’ de Charles Bukowski. En medio del tráfago de un largo lunes que se ha extendido hasta la madrugada del martes 3:30 en compañía de Creedence Clearwater Revival me he dado modos para finalizar justo ahora la lectura de sus últimos poemas. Y solo quería consignar cuan genial es Bukowski: parece sencillo escribir como él, tan prosaico y rudo, con frases cortas como jabs al mentón, con un cierto hastío por todos, incluso por sí mismo. Pero no lo es. Bukowski es un maldito, que en su condición de tal ofrece los asomos de una lucidez y de un humor brutal, difíciles de sentir con cualquier otro autor: la risa trágica (y solidaria) de quien ha perdido el sueldo en las carreras, un domingo cualquiera.
En Shakespeare... que trata sobre su gira a Francia y Alemania para realizar recitales de sus poemas consigna esta párrafo, crudamente hermoso: "creo que es un error mirarlo todo, es agotador: deberíamos escoger las cosas, digerirlas un poco y dejarlas en paz. La gente se altera porque no comprenden la matemática central y no aguantan durante demasiado tiempo la misma rutina, y más tarde rechazan follar con sus amantes o pegan a sus hijos o tienen indigestión o insomnio, gases, úlceras sangrantes, odian la economía y a los dirigentes, al gobierno, las carreteras -todos los odios lógicos e inútiles-, tienen calambres en los dedos de los pies, espasmos en la espalda, y el insomnio acaba en pesadilla. Porque han mantenido los ojos abiertos durante todo el maldito día del Señor y han visto demasiado".
Seguía la nota un poquito más, pero no le hace. Solo me resta copiarles un enlace al poema Air and light and time and space, para mí, uno de los mejores de Bukowski: acaso les sirva de abrebocas para su próxima feligresía.
Este libro de Bukowski me lo regaló mi carnal Andrey, en Río de Janeiro y con sentida dedicatoria incluida, el día de mi cumpleaños número 30. Yo pensaba que lo había leído y se lo presté a Rafa Avilés, que juró devolverlo pronto y no lo hizo, pero bue, lo devolvió: la noche del jueves, la víspera de mi viaje, de improviso y mientras escuchábamos a Coco Legrand y volteábamos una botella de vino chileno, me agradeció el préstamo y volvió a mis manos. Solo en ese momento comprendí que La senda del perdedor era la única novela de Bukowski que me faltaba por leer. Me propuse reparar esa grave omisión en la playa y, para mi intenso disfrute, actúe en consecuencia.
Soy fanático de Bukowski desde hace muchos años, desde una tarde de los primeros días de un viaje mochilero al sur de la América andina, en Vilcabamba, cuando el entrañable amigo argentino Dieguito Vásquez Suazábal (de quien no tengo noticias hace tiempo y que bendito sea donde quiera que esté) me dijo, me insistió: “tenés que leerlo, pibe, tenés, tenés que leerlo”. Para persuadirme, recuerdo, elaboró una metáfora sobre la escritura de un fontanero o un plomero, con la que pretendíó ejemplificar la crudeza de la prosa bukowskiana. Mi mamá me trajo de Chile los primeros Bukowski, editados por Anagrama, Factótum y La máquina de follar: fueron el inicio de una adicción.
Sobre Bukowski se puede encontrar en Internet mucho, mucho; por ejemplo, una página en inglés bastante completa o varios de sus poemas traducidos al español. Con paciencia, San Google los convertirá en feligreses de la iglesia bukowskiana (bastante mejor, mucho mejor, que otras que yo me sé). Yo rescato para este post, un breve texto escrito hace años y publicado en esa caja de olvidos que se llama hi5, que titulé “Shakespeare nunca lo hizo”, por obvias razones que de inmediato se explicitan, y que aquí está:
“Acabo de leer ‘Shakespeare nunca lo hizo’ de Charles Bukowski. En medio del tráfago de un largo lunes que se ha extendido hasta la madrugada del martes 3:30 en compañía de Creedence Clearwater Revival me he dado modos para finalizar justo ahora la lectura de sus últimos poemas. Y solo quería consignar cuan genial es Bukowski: parece sencillo escribir como él, tan prosaico y rudo, con frases cortas como jabs al mentón, con un cierto hastío por todos, incluso por sí mismo. Pero no lo es. Bukowski es un maldito, que en su condición de tal ofrece los asomos de una lucidez y de un humor brutal, difíciles de sentir con cualquier otro autor: la risa trágica (y solidaria) de quien ha perdido el sueldo en las carreras, un domingo cualquiera.
En Shakespeare... que trata sobre su gira a Francia y Alemania para realizar recitales de sus poemas consigna esta párrafo, crudamente hermoso: "creo que es un error mirarlo todo, es agotador: deberíamos escoger las cosas, digerirlas un poco y dejarlas en paz. La gente se altera porque no comprenden la matemática central y no aguantan durante demasiado tiempo la misma rutina, y más tarde rechazan follar con sus amantes o pegan a sus hijos o tienen indigestión o insomnio, gases, úlceras sangrantes, odian la economía y a los dirigentes, al gobierno, las carreteras -todos los odios lógicos e inútiles-, tienen calambres en los dedos de los pies, espasmos en la espalda, y el insomnio acaba en pesadilla. Porque han mantenido los ojos abiertos durante todo el maldito día del Señor y han visto demasiado".
Seguía la nota un poquito más, pero no le hace. Solo me resta copiarles un enlace al poema Air and light and time and space, para mí, uno de los mejores de Bukowski: acaso les sirva de abrebocas para su próxima feligresía.
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