Proyecto Pacífico

4 de octubre de 2008

Lo recuerdo a Banksy: “pequeña gente retorcida sale cada día y afea esta gran ciudad. Dejando sus trazos idiotas, invadiendo comunidades y haciendo que la gente se sienta sucia y utilizada. Solo toman, toman y toman, y no dejan nada a cambio. Son malvados y egoístas, y hacen del mundo un lugar horrible. Los llamamos agencias de publicidad y urbanistas”. Lo recuerdo a Darío Grandinetti, a quien en aquella célebre película de Eliseo Subiela, El Lado Oscuro del Corazón, una prostituta le pregunta cuál es su oficio y él le responde, “publicista”. La prostituta, entonces, le replica: “ah, sos una puta. Como yo”. Yo me permito reivindicarlas en compañía del filósofo rumano Emil M. Cioran, quien, asiduo de burdeles, afirmó que no existían en el mundo personas más propicias para la filosofía que las putas. Digamos entonces, que en línea de esto último (la filosofía) y en las antípodas de lo primero (la maldad y el egoísmo, como dijera Banksy) se sitúa el Proyecto Pacífico.

Tengo algunos días en Colombia (pronúnciese Locombia, por favor) y causas y azares (rectifico: exquisitas causas y azares) me condujeron a Cartagena de Indias, donde participo del XV Congreso Colombiano de Publicidad y donde participé el miércoles 1 de octubre del lanzamiento del proyecto Pacífico: Ideas Simples para Vivir en Paz. Se visita una página de Internet (http://www.proyectopacifico.com/) y quienquiera puede escribir sus ideas simples para vivir en paz: los publicistas del Proyecto Pacífico se encargan de convertirlas en publicidad: así, frases simples (pero necesarias) como “No se vaya”, “Baile más”, “Maneje sin pelear” , “Escribe un mensaje de paz y láncelo por la ventana”, “Quiera más a su familia” , “Aprenda a decir I love you en español”, “Regálele un juguete a un niño”, “No grite. Respire”, “Dé más serenatas” o “Piense por un minuto en los que mueren en la guerra”, aquel miércoles 1 se vieron reflejadas en vídeos publicitarios que tienen el propósito de incentivar a que, los colombianos (a que todos, en realidad) asumamos una cultura de paz.

Algunos me dirán: el caso de Colombia es distinto. Y sí, coincido: Colombia es distinta, Colombia es un país cuya historia nos habla de élites usualmente egoístas y de personas marginadas que se forjan a sí mismas; una historia que nos habla de dominación y de revancha; una historia que riega mucha sangre que empaña, sin mancharla, su hermosura porque es precisamente aquella historia la que produce esta gente tan echada pa’ lante, tan de pronto abrazo, tan en busca de un destino. Un destino a cuya pacífica búsqueda contribuye este Proyecto Pacífico, con modestia pero con talento, sin prisa pero sin pausa, con buena voluntad.

En el párrafo anterior reconocí (porque lo he vivido, porque lo sé) que Colombia es distinta. No son esas las únicas, por supuesto (acaso no sean ni siquiera las principales) razones que nos diferencian. Pero sé que esas diferencias no pueden ocultar el detalle de la necesidad de que en este país se replique una experiencia como la de Proyecto Pacífico. Si bien este país no sufre las circunstancias de Colombia, sí que tiene su alta y dolorosa dosis de racismo, de inequidad, de necesidad de pensar nuestra convivencia en clave solidaria. Las agencias de publicidad de este país (a quienes, en general, no es difícil endilgarles el calificativo de mediocres, ¿para qué engañarnos?) pueden contribuir a este propósito, a imagen y semejanza del proyecto que comento en esta columna. ¿Será que se le miden?

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