Melancolía del Sur del Norte

15 de noviembre de 2008

Este sábado se avecindó como propicio para la melancolía, esa dicha de estar triste que dijo Hugo. Llegué a casa casi al alba y dormí hasta casi el mediodía. Me introduje en el estudio, el que todavía sigue en proceso de ordenarse, son cienes y cienes de libros y de escritos, de documentos oficiales y de recortes de prensa, de papelitos que activan la nostalgia y de fotos y apuntes dispersos. Un exquisito caos, en el que malvive mi melancolía de este 15 a la tarde con la extraña dicha de quien tiene la voluntad de rememorar.

Mi aliada en este noble oficio de la memoria es mi computadora portátil y sus miles de fotos. He pasado casi cinco horas frente a esta pantalla y no pocos minutos de esos casi trescientos viéndolas. Mi memoria, al amparo de mi melancolía, optó el camino del norte y avivó momentos de mi viaje a Estados Unidos con la familia (N.Y., con madre, hermana, cuñado, dos tías, una tía-abuela y un primo) pero, en particular, de ese viaje de Nueva York a Memphis en compañía de mi primo y de Rachel, la gran y muy querida artífice de estas alegrías. Cientos de fotos de ese road trip y de esa incursión al mundo apalache; más fotos, todavía, de cuando Rachel estuvo en Ecuador y de esas fiestas piratas en mi depa de playa.

Ese viaje empezó en Nueva York en un departamento del Upper West Side donde pasamos una tarde viendo un partido de la Champions (apostamos un six pack con Juan Carlos, mi primo: se lo gané) y una noche como espectadores de un concierto de Santana, en el Madison Square Garden. (Antes habíamos visto a los Amigos Invisibles: toda otra historia, con after party incluido.) Al día siguiente, circa el mediodía empezamos el viaje, en compañía de 30 Red Stripe, la clásica cerveza jamaiquina y la mejor. (¿Cuándo llegará Red Stripe a estos trópicos? Lo pregunto con sincera nostalgia.) Esa noche dormimos en Nashville y al día siguiente llegamos a Memphis, al blues y a Graceland, luego a Knoxville, o mejor dicho, a Corrington, en las afueras de Knoxville, donde subiendo una loma está la villa (casa de campo) de Rachel. Estuvimos unos placenteros días, hasta que Juan Carlos y yo tomamos un greyhound a Washington, D.C., sin mínimas ganas de hacerlo y con muchas ganas de quedarnos. A la memoria le ocurren muchos momentos de esos días, de blues, de caminar en la montaña, de fiestas de recepción, de road trip, de Elvis, de frío, de calor, de risas muchas risas, de grata compañía, de sentirse como en casa, de compartirnos una pipa o una cerveza, de comer costillas, de escuchar música, de pac-man, de echarse en el pasto, de caminar lugares que no conocía, de mirar sin cansancio el Mississippi el mítico río de Samuel Clemens, de dormir cansado y despertarse con ganas, de tomarnos fotos de vaqueros risueños y malevos, de tomar moonshine, de conocer simpáticos ciudadanos de Oriente, de encontrarnos con viejos amigos y hacernos nuevos, de explicarle a los niños de la escuela de Shelley sobre Ecuador, de beber sake, chelas o ron, de discutir y de reconciliarse, de drinking games, de abrazos fuertes y siempre queridos y cuyo regreso siempre se anhela, de besos que hoy son mucha nostalgia, y me se viene a la memoria el recuerdo de que ya tenemos plan para volver, sin dorarlo mucho y a cómo venga, random, la felicidad es ese asalto de okupas que te hacen brillar el corazón, un risueño sin futuro.

Me voy a jugar fútbol al caer la tarde y a afilar el colmillo para esta noche de sábado. Pero cuelgo esta foto en Memphis con el mítico (para nosotros, claro está) Fred Sanders y desternillándonos de la risa, como símbolo de esos días de abril, de cómo se vivió ese viaje y cuán caro es para la memoria.

10 comentarios:

José María León Cabrera dijo...

Motivos personalísimos pero nada trágicos me han hecho igual, hoy, pisar "una trampa de la nostalgia" que les dice García Márquez. Yo saqué con Tati (a guisa de todo esto prima de tu primo Juan Carlos, qué pequeño el mundo es) un álbum viejísimo y me emocioné viendo fotos de la infancia en la casa de Playas, de amigos inocentes, de jóvenes hoy convertidos en viejos... en fin... A la final es cierto eso que dice el hijo del telegrafista de Aracataca, de que los buenos recuerdos son los peores, porque son la semilla de la nostalgia.

Ya para rematar la nostalgia, dejemos este sábado a la suerte de Arturo Borja y su Vas Lacrimae:

La pena. . . La melancolía . . .
La tarde siniestra y sombría . . .
La lluvia implacable y sin fin. . .
La pena . . . la melancolía . . .
La vida tan gris y tan ruin.
La vida, la vida, la vida!
La negra miseria escondida
royéndonos sin compasión
y la pobre juventud perdida
que ha perdido hasta su corazón.
¿Por qué tengo, Señor, esta pena
siendo tan joven como soy?
Ya cumplí lo que tu ley ordena;
hasta lo que no tengo, lo doy . . .


Saludos, me voy, a dar hasta lo que no tengo.

JM

Anónimo dijo...

¿La camiseta de J.C. es la del América de Quito (el equipo cebollita)?

Estoy considerando hacer un cambio para el almuerzo del miércoles donde la abuela. Chao torta y bienvenido un buen vino pa' celebrar el empate del Deportivo Quito, aunque creo que la torta te cae mejor para que te endulces un rato la amargura. Ja.

Xavier dijo...

Ummmmm, dos vinos (porque yo no renuncio a llevar mi vino): pinta bien este miércoles donde la Tata. Ahora, yo seguiré celebrando el triunfo de Obama, la reparación de mi bicicleta o la alegría de estar vivo, pero no condescenderé a levantar mi copa por el empate del equipo de los taxistas paisanos. En adición, el partido ni lo vi, estaba en Bucay jugando con Miguel clásicos del astillero en futbolín: le di palizas a Miguel que no podrá negarlas porque las tengo filmadas. Esas victorias lavaron el empate que nunca vi y que no merece mi brindis. Además, quedan doce puntos en disputa y nada está perdido, Eli, nada está perdido. Perdidos están otros, ésos que no juegan ni la liguilla, ja.

Xavier dijo...

José María, gracias por compartir esa poesía de Borja. Las fotos, ¡cómo avivan la nostalgia!. Saludos a la Tati, hace tiempo que no la veo. Con sus primos, que son los míos, casi que me veo a diario. Salute.

Anónimo dijo...

"...el partido ni lo vi, estaba en Bucay..."

sí, sí, claro. así son los barceleche. 'a poco que ni lo vi'...

un abrazo azul picado (sin linguilla)

Xavier dijo...

Es neta, estaba en la tierra de las más célebre tajadora de penes de data reciente. De que jugué futbolín a la hora del partido puede dar fe un ciudadano azul, mi primo Miguel. Fue mejor así, nos divertimos mucho y saboreé una victoria (con ocho empotrados jugadores) que once amarillos no supieron conseguir.

Anónimo dijo...

Lo que no entiendo es cómo si estabas tan concentrado en tus partidos de futbolín tuviste tiempo para mensajearme cuando tu hepático (de camiseta) y apático (de actitud) equipo metió un gol (de penal que no fue. !Qué raro!).

Sé que todavía faltan 4 fechas pero por el momento parece que suman un año más sin levantar una copa. !Once años! ya son alcohólicos rehabilitados. Ja.

Xavier dijo...

La respuesta es sencilla: mensajes al móvil. Llegan y salen, tú conoces la mecánica. Por cierto, yo lo dije muchas veces cuando hacía radio, Barcelona es una contradicción ambulante: el único equipo de borrachines que no levantan ni una sola copa. En todo caso, sí que le pongo fichas al BSC de este año, cosa que tú (no sin algo de razón, no se puede confiar mucho en el Quito) no haces con el equipo al cual dices querer celebrarle los empates ahora, porque te me acobardaste con esa apuesta que tanto promete. Ahora, si no te invade el miedo y la desconfianza en los pendejeretes en azul, lo apostamos para el primer clásico del 2009, avisa.

Anónimo dijo...

A favor del Quito no puedo apostar, es menos fiable que peluquero con Parkinson. Tomo la apuesta que te planteé a través del móvil, el primer clásico del 2009 (el único y verdadero clásico ecuatoriano) sea donde sea lo gana el EMELEC versión Nassib Neme. Va el Zacapa Centenario entonces.

Xavier dijo...

Aclaración necesaria: Zacapa Centenario 23 años, eh.