Crónica navideña

28 de diciembre de 2008

Mejor aclararles de volea el exceso que supone este título: la primera aclaración necesaria es su distinta orientación. Yo pensaba, en realidad, escribirles una crónica que critique la navidad, una crónica anti-navideña en toda la regla. Una que refiera las razones por las cuales me resulta tan indiferente la navidad (porque, valga decirlo también, tampoco me sucede oponerme a ella: que cada quien busque su camino a la felicidad como guste –hay tanta soledad en el mundo que supongo que la navidad es un mal necesario-). Pero considero que estas razones son en realidad tan de orden público y tan evidentes por sí mismas que estimo innecesario insistir en ellas: me refiero en particular al ímpetu comercial de esta época, su espíritu consumista, su impuesta fraternidad. Desde una perspectiva estrictamente personal, además, la navidad es un rito de una religión en la que no creo, como no creo tampoco en ninguna otra.

Contra lo que critico de la navidad (a pesar de lo mucho que se lo machaca al público para provocarlo y cuyas provocaciones pretenden resolverse usualmente en monetario) me gusta pensar que lo importante es la cercanía con la familia y los amigos (esa patria para el individuo), la sonrisa, los abrazos, el tiempo compartido y que todas, todas esas cosas son independientes de una fecha cualquiera… Y es que parece también tan evidente si se lo piensa un poco, pero como dijo Lennon: “la vida es lo que te sucede mientras piensas en otras cosas”. Y más simple, por supuesto, es dejarse llevar.

La segunda aclaración necesaria es que ésta no es una crónica. No solo no es una crónica por contenido: tampoco lo es por actitud. Para contar una crónica es necesario (lo resalté en una entrada anterior) ponerse en los zapatos de otros, o mejor, para decirlo en palabras del maestro Ryszard Kapuscinski: “la mayoría de la gente en el mundo vive en muy duras condiciones y si no las compartimos no tenemos derecho a escribir”. Yo no he honrado ese compromiso. No me he puesto en los zapatos de los otros para sentir su soledad (un abrebocas de sensaciones para quienes viven en las antípodas de lo que se provoca en esta época), para sentir ese otro significado de estas fechas para quienes poco o nada tienen, para los olvidados (que suelen ser los de siempre) o para quienes se lavan dando lo que les sobra. Esa es precisamente la tensión que suele aprovecharse en esta época. Tensión que suele resolverse (y eso es lo triste) enflaqueciendo el bolsillo y no agrandando el corazón.

En todo caso es evidente que este título, aclaraciones mediante, se revela como una farsa. Farsa: sustantivo que no pocas veces caracteriza al espíritu que he sentido que impera en estas fiestas. Sostengo que se trata solamente de reivindicar el dar los abrazos cuando se tengan ganas, sin sujeción a fechas ni villancicos (y mientras más, mejor).















P.S.- Santa intenta reivindicarse. Pero nel.

¡Cali Pa-chan-guero!

23 de diciembre de 2008

Este podría ser (tengo algunas cosas en reserva y acaso no lo sea, pero cúrome en salud: abandoné la bitácora los 3 países y 21 días que duró mi último trip) el último post del 2008, un año de excelente factura (no entraré al detalle: no es momento de inventarios). Hoy, después de odiar a Nathalie Celi (uno de nosotros se reúne con ella esta tarde y retrasa nuestra salida) partimos rumbo a Cali. Cuatro amigos, un coche alquilado, un camino a recorrer, un solo propósito: pachanga a toda madre. Otro amigo nos espera allá, otro se nos une después de navidades (que a él si le importan). Confieso que saberme pronto en Locombia es felicidad. Saberme en Cali (no la conozco, he estado en Medellín, en Bogotá, en Cartagena: soy coquito en Cali) donde mi abuelo Antuco solía ir para la Feria (¡porque nosotros vámonos para la Feria laputaquenosremilparió!) y siempre decir que eran fantásticas fiestas, es felicidad salsa. Solo añadiré, para precisar el tamaño de mi emoción locombiana, que si Nietzsche hubiera conocido Colombia, habría postulado su fuckin’ eterno retorno en un rumbiadero, me lo sé. Saluz con tos’ ustedes y como dicen los tanos: ¡coman bien, beban fuerte y no le tengan miedo a la muerte! Esa triste golfa no lo merece.

P.S.- Aprovecho este medio de difusión masiva para que si alguien tiene algún consejo, dirección o amiga en Cali o Pereira, me lo haga saber al xaflag@yahoo.com o en la cajita de comentarios. Salute.










P.S.- Añádasele a orden una "e".
Sírvase al gusto.

Escena en matrimonio

22 de diciembre de 2008

Nos atizamos unas botellas de vino con JC, ese fenómeno de tía abuela que es Macuchín y las estelares participaciones de Isabel y Gabi, el sábado en casa de mi abuela, en el centro de esta urbe tropical. En plan random terminamos por aterrizar (todos, menos Macuchín que se quedó happy at home) en el matrimonio de un compañero de colegio de JC que se realizó en un “salón de eventos” (o sea, un "espacio físico de lo improbable”) en la ciudadela LG (“La Garzota”) vecindad con la porteña L.A. (“La Alborada”).

Para no hacerle swicht a mis sesos no crucé calle rumbo al Viejo Parr sino que me entregué a los champucitos, copa tras copa. En un momento de la noche, estaba yo en la barra para pedirme uno más y hete aquí que se me acercan dos mujeres y un sujeto portador de un antifaz morado, seguro remanente de la hora loca de hace una hora atrás. Las mujeres estaban bien, sin aspavientos. Una de ellas me preguntó mi nombre. Se lo di. Aseguró que me conocía de alguna parte. Me excusé: yo no la registraba de ninguna. Me habló de un conocido en común, le respondí que no lo conocía. Sostuvimos un intercambio de corteses trivialidades, que mi memoria no conserva y que merecieron los matices simples de sonrisas compartidas. Las mujeres se despidieron sin énfasis y se alejaron rumbo al otro extremo del salón. Me quedé con el tipo del antifaz morado, frente a frente.

¿Cuál te gustó? Sorbí mi champú. Ninguna. Me sonrió. No, no. De las dos, ¿cuál te gusto más? Las miré alejarse, caderas bamboleantes. La de negro le dije, para cortar rollo. Ok. Déjalo por mi cuenta. Se lo agradecí, en plan meramente cortés. No me lo agradezcas, me atajó, para apostillar de inmediato: Esto es un negocio. El tipo del antifaz empezó a caminar tras ellas y yo no tenía certeza de si lo habían extraído de la radionovela de Kaliman o de alguna comedia tropical. Todavía no alcanzo a configurar si me encontré con un extraño cafishio o con un llano sujeto banana falto de afecto que pretendía hacerle creer a su prójimo algo que evidentemente no era. Su antifaz, valga decirlo, no aportaba demasiado para la primera hipótesis.

La noche siguió, champú tras champú y rica música tropical mediante. El tipo del antifaz seguía allí, con las mujeres de simpatía sin aspavientos alrededor. Nunca más me se acercó. Salimos del matrimonio y nos fuimos a un bar, donde se suponía que miraríamos el partido del Manchester United vs. Liga de Queto. No lo hicimos. El amanecer nos pilló en otro borde.

En la tarde, cuando desperté, averigüé de inmediato y experimenté la satisfacción de saber que habían perdido. Lo único que lamenté es que no haya sido por paliza.

Periodismo y crónica

21 de diciembre de 2008

Agradezco al amigo poeta Fabián Darío Mosquera por invitarme a participar de un foro sobre periodismo y crónica, en la grata compañía de María Paulina Briones, el propio FDM (en calidad de moderador, con tendencia a la tinosa intervención) y Francisco El Negro Santana. El acto se desarrolló el 3 de los corrientes en el MAAC y su auditorio fueron los estudiantes de sexto curso del Liceo Panamericano, donde FDM enseña literatura.

El lugar estaba lleno; la mesa que ocupamos tenía sendas copas de vino (siempre se agradece). Empezó María Paulina (su bitácora, acá) con la lectura de un texto que sirvió de propicia entrada a la discusión; tomé la posta y empecé por advertirle al público que me sentía (como tantas otras veces) un meteco en ese panel y que mi (de)formación era de otra índole, que yo venía desde el periodismo de opinión (sin embargo de interesarme mucho como lector la crónica y en alguna hobby medida como escritor); eso sí, precisé, el escribir periodismo de opinión no implica disminuirse a las posibilidades de la letanía y los lugares comunes (los “hay que” tan propios de tantos mediocres) sino abrirse a distintos conceptos y distintas posibilidades de estilo (donde puede aparecer la grata visita de la crónica –por ejemplo-, u otros especímenes). Yo enfaticé algunas evidencias particulares: mi interés en el derecho y la política, en la defensa de los conceptos de autonomía individual y de autogobierno colectivo, los que me interesan como puntos de partida para caminos cuyo recorrido depara la visita de otros temas, cómplices y amigos, o cosas de mi estilo, como el evitar los gerundios y las preposiciones. La idea que quise transmitir es acercarse sin prejuicios a una idea, divertirse en el proceso de escribirla, matizarla sin énfasis y sin privarla de gracia. Ummmm, no sé si logré mi cometido.

Luego, el plato fuerte a cargo de El Negro Santana, capo de crónicas locales, de una ciudad tan peculiar y tan propicia para la crónica. Hoy, El Negro publica sus crónicas en El Telégrafo; no tienen pérdida. El Negro desgranó sus historias en pleno dominio de la palabra y del auditorio, con solvencia y gracias totales, un capo di tutti capi. Contó sus experiencias en El País de España y en El Uni(co)verso, contó historias de cómo redacta sus crónicas y nos encandiló a todos.

Se abrió una ronda de preguntas: nos llovieron, no porque les hallamos sembrado a estas almas en formación jardines de dudas sino porque la nota del examen de literatura les iba en ello. En todo caso, preguntaron bien: nos obligaron (en particular a El Negro, en su rol de figura estelar) a reformular y precisar nuestras observaciones de hacía unos minutos. Mientras El Negro explicaba, yo recordé una frase de Ryszard Kapuściński que se aplica, creo yo, a la responsabilidad de escribir crónicas tal como él la entiende y la practica, el que “la mayoría de la gente en el mundo vive en muy duras condiciones y si no las compartimos no tenemos derecho a escribir”. El cuore de la crónica (de toda actividad periodística, si me apuran) late allí, en ese compromiso. Muchos corazones han dejado de latir al amparo del cinismo y hoy nos sonríen, impasibles, desde su cara de dólar. Abundé sobre este punto en otra respuesta y con otra cita del gran Kapuściński, “los cínicos no sirven para este oficio”, la que complementé con esa clásica frase del pícaro tío Óscar, “cínico es aquel que conoce el precio de todo y el valor de nada”. Postulé entonces lo contrario de esa definición de Wilde: que quien se involucra en la actividad periodística, desde cualquiera que sea su trinchera, debe defender ciertos valores: la más amplia libertad para expresarse, el compromiso de ponerse en los zapatos de los otros, el reconocimiento de ciertos mínimos que no se pueden y no se deben negociar.

La noche vino bien, me encontré con varios amigos, presenciamos una obra de Molière, abrevamos varias copas de tinto, nos cruzamos a Nicotina a seguirla (nos acompañaron varios estudiantes: cuando me contaron que pensaban apenas salidos del colegio empezar a trabajar, les reconvine que no cometieran ese error, que se dediquen a viajar y a vivir de noche, que se pierdan un poco: esa es siempre la mejor manera de encontrarse.) Como detalle de agradecimiento de mi participación, Mencha (la rectora del Liceo) me hizo entrega de la foto que abajoubico (que la tomó, con su natural talento, el amigo Ricky Bohórquez). En la carta que acompañó este detalle, Mencha escribió: “la foto fue seleccionada especialmente para ti”. Mencha sabe de mis pesares de hincha.

P.S.- En la foto arribaubicada, el ilustre panel. Fabián, desternillado de risa sin causa aparente, comme il faut.











P.S.- Nótese la seductora uña que sostiene la foto, ja.


Solo una cosa no hay...

20 de diciembre de 2008

Yo le deseé larga vida a León Febres-Cordero: mis razones para tal deseo eran razones de justicia. De esa justicia que en razón de los crímenes de lesa humanidad que se cometieron en su período de Gobierno tenía cuentas pendientes con él y a la que su muerte burla y lo consolida en la impunidad.

Suele impresionarme el que entre los méritos que Febres-Cordero acuñó (como el rescate de Guayaquil de la pocilga roldosista) se cuente el que haya liberado al país del terrorismo. Sostener esa opinión es suponer que el Estado frente al terrorismo debe también actuar de manera terrorista: suposición estúpida porque equipara al Estado (cuya razón de ser es garantizar los derechos de todos quienes vivimos bajo su jurisdicción) con un grupo irregular cuya razón de ser es la violación de esos derechos que el Estado tiene la obligación de garantizarnos. Más todavía, sostener esa opinión es olvidarse (sea por ignorancia o mala fe) que en una sociedad democrática el único propósito válido para el combate al terrorismo es proteger las instituciones democráticas, los derechos humanos y el imperio de la ley, no menoscabarlos (a lo que se tiende cuando se actúa fuera de la ley, sin respeto a mínimos derechos –vida, integridad persona, debido proceso-. Recuérdese esa terrible frase de Febres-Cordero, tras el fallido desenlace del secuestro a Nahím Isaías: “Los derechos humanos son absolutamente respetables en este país, para quienes viven dentro de la Constitución y la ley”: esta frase, si se la piensa bien, fractura la sociedad y contraviene el auténtico propósito de toda democracia).

Michael Ignatieff afirma que la función de los historiadores honestos es purificar los argumentos y reducir al mínimo el número de mentiras en el debate. Reduzcamos, entonces, una: el ingeniero Febres-Cordero solía afirmar que la muerte de los hermanos Restrepo se juzgó oportunamente. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos lo desmiente: en su Informe No 99/00 sobre el Caso Carlos Santiago y Pedro Andrés Restrepo Arismendy el Estado, al tiempo de aceptar su responsabilidad por la desaparición de los hermanos Restrepo, reconoció que hubo “resultados incoherentes e ilegales” de la Policía Nacional y que “el proceso judicial interno estuvo caracterizado por demoras injustificadas, tecnicismo a ultranza, ineficiencia y denegación de justicia”. No se juzgaron a todos los involucrados ni se encuentran todavía los cuerpos de los desaparecidos. No hay justicia.

La justicia que yo deseé para Febres-Cordero consistía en investigar los crímenes de lesa humanidad perpetrados en su período de Gobierno: una investigación, en sede nacional o internacional, pero siempre con las debidas garantías (esas mismas garantías que se le negaron a las víctimas de su combate al terrorismo) y que en caso de responsabilizarlo se lo sancione con la prisión domiciliaria que correspondía. Su muerte nos arrebató esta posibilidad de cesar la impunidad y de hacer justicia. Nos queda, eso sí, la tarea pendiente de discutir de manera objetiva y crítica nuestra historia reciente. Porque, dicho sea al amparo de Borges: “Solo una cosa no hay. Es el olvido”.

Villoro, fútbol y cuento del bisnes

18 de diciembre de 2008

Conocí a Villoro vía este artículo en la revista Soho en que cada frase es un ejemplo de dominio pleno de la palabra y de divertido ingenio: ambos atributos merecieron mi inmediata y rendida admiración. (Mucho Villoro, acá.) El artículo en cuestión tiene, además, la enorme virtud de referirse a uno de los temas literarios que yo más disfruto (¡Galeano, Marías, Fontanarrosa!): el fútbol (el que disfruto cada vez más, excepción sea hecha de la Champions, en su faceta literaria, en la que su épica y lírica dependen del hecho que de su generoso acervo se escoja y de la habilidad del narrador para contarlo, que lo que lo disfruto en mi condición de hincha, precisamente, en razón de la falta de épica y lírica y el notorio declive del Borrachines Sporting Club). Esa puerta de entrada no me defraudó: Dios es redondo es ese espléndido libro de fútbol de Villoro en el que éste hace graciosa cita de Heidegger, Canetti y Agamben al tiempo que su epígrafe escogido para abrirlo es el siguiente: “En el principio Dios iba a la escuela y se ponía a jugar fútbol con sus amigos hasta que llegaba la hora de irse con sus amigos a sus salones. Aunque Dios sabe muchas cosas, quiere aprender más y hacer cosas nuevas. Un día Dios dijo: ‘hoy trabajé mucho y es hora de ir a recreo’. Dios y sus amigos se pusieron a jugar fútbol y Dios chutó tan duro la pelota que cayó en un rosal y se ponchó. Al explotar la pelota, se creó el universo y todas las cosas que conocemos”. Su autor se llama Rodrigo Navarro Morales, tiene siete años, estudia en el Instituto Alexander Bain y su imaginación convierte al Génesis es un vulgar relato de mórbidos pastores (cosa a la que, de todas maneras y sin necesidad de compararlo, el Génesis se acerca bastante.)

Ahora cambiemos de tema, no de autor. Villoro es un literato a carta cabal y fue a principios de este año que disfruté en una isla Caribe (febrero, República Dominicana) de su novela El Testigo, ganadora del Premio Herralde de Novela y sobre la cual, sin asomo de innovación, me atengo a copiarles un fragmento de su contratapa: “Julio Valdivieso, intelectual mexicano emigrado a Europa, profesor en la Universidad de Nanterre, vuelve a su país después de una larga ausencia. El PRI ha perdido al fin las elecciones y se inicia un peculiar período de transición. […] Julio, como todos los exiliados, vuelve a ese tiempo extraño de los regresos, un pasado siempre presente donde uno se reencuentra con el fantasma de lo que puedo ser, con la seductora imposibilidad de retomar la vida donde se la dejó”. El libro no tiene pérdida, como tampoco la tiene este fragmento del mismo que recuerdo que comentamos con el bro X. Andrade, en razón de que ambos en ese tiempo escribimos sendos artículos sobre la legalización de las drogas. El relato ilustra, por sí mismo, el punto:

"Acabo de estar en la Secretaría de la Defensa. Tienen un piso que no está abierto al público, con un museo del narco. Vi la pistola con cachas de oro del Chapo Guzmán, una Biblia con un receptáculo para guardar cocaína, unas puertas talladas con las efigies de unos guardianes que sostienen ametralladoras AK-47. Hay algo raro en que el ejército guarde esas reliquias.
- El enemigo les parece más poderoso que ellos. Es natural que lo admiren." (Pág. 341)

Dos páginas después:

"- El problema está arriba –levantó el índice, como si el gobierno de México ocupara el piso superior de la casa (su sonrisa irónica descartaba a Dios).
- Estados Unidos es el responsable. Tienen a más negros en la cárcel por tema de drogas que en las universidades. Aquí conocemos a los narcos por nombre, apodo y vicios favoritos. Ahí están tan protegidos que operan en la sombra."

Es el cuento del bisnes, ni más ni menos. Y los que pierden, los que pierden, siempre son los otros.








BSC: nuevas contrataciones

16 de diciembre de 2008

Jorge Luis Pérez me hizo reír mucho esta mañana con su artículo autobiográfico “He sido contratado por BSC”. Tocó mis fibras de hincha: me sentí en capacidad de intentarlo, de probarme en filas canarias. Mi experiencia me avala: mi ranquin cervecero, mi afición al ron y al bourbon, mi picardía fernecera y mi toque de magia eslava cortesía de competentes white russians son todos mis atildados pergaminos para ofrecerme al club de mis amores en condición de rendidor stopper, de cinco peleón y marrullero, digamos, tipo un Toninho Vieira en permanente curda: seré un estajanovista de la rúbrica, uno que no dará una (noche) por perdida y que la distribuirá, siempre tinosa y a profundidad. Mi principal defecto, ay de mí, es que yo no conduzco sino una modesta bicicleta y mis compañeros de equipo, en cambio, potentes vehículos de motor al servicio de descalabros varios: derrumbar postes, estrellar coches, arrollar incautos. Como en el caso de Pérez, no me será nada fácil enfrentar a estos gladiadores de la madrugada, pero como encamó el célebre filósofo mexicano* Alfonso Sayas, empuñando un mezcalito, la lucha se hace.

* No mencioné mis habilidades adquiridas (tequila y mezcal) en mis largas temporadas en México, por las razones que aquí se exponen, hechos éstos que no impiden en absoluto que esta madrugada yo le hinche a los Tuzos. Hasta entonces atizaré, a manera de entrenamiento recreativo, unos white russians en un bar de la localidad. ¡Salud!

(Tragi)comedia editorial en El Comercio

15 de diciembre de 2008

En la busca de información para redactar la entrada “Buitres y papel picado” encontré este adefesio. El amigo Héctor Chiriboga me había advertido de su publicación y mucho nos habíamos reído de su torpe comparación. En su parte tragicómica (o mejor dicho, en la más tragicómica, porque el resto tampoco vale mucho) el editorial de El Comercio del 11 de diciembre afirma lo siguiente:

“Lo sucedido en la Universidad Católica de Guayaquil es insólito, aunque desconcierta, pues fue ese centro universitario el que tuvo la hidalguía de oponerse, hace pocas semanas, a una agresión estatal que pretendía convertir a ese campus en un centro de promoción electoral. Entonces hubo una reacción estudiantil, más que de las autoridades, que rememoró las grandes gestas de la universidad en el continente.
Se regresó a la histórica reforma universitaria de Córdova [sic] de 1918 y a los hitos de la universidad ecuatoriana a raíz de la revolución de 1944, cuando Benjamín Carrión enarboló la cultura como identificación nacional.” (Las cursivas son mías)

Me interesa, en particular, la parte en cursivas. El fulano que redactó este editorial desconoce mucho, el pobre, el significado de la reforma universitaria de Córdoba. En un apartado de su extensa y excelente obra de historia sobre América latina (América latina. De la independencia a nuestros días, Fondo de Cultura Económica, Pág. 413-414) François Chevalier describe ese proceso histórico en los siguientes términos:

“[Argentina] fue teatro, en 1918, en la vieja universidad de Córdoba (fundada por los jesuitas), de una insurrección estudiantil cuyas repercusiones continentales, a 50 años de distancia, aún ofrecían curiosas analogías con los movimientos mundiales “contestatarios” en las universidades, entre otros con el de Francia en 1968.
Recordemos brevemente las bases del “manifiesto de Córdoba” y de sus prolongaciones en junio-julio de 1918, que atrajeron la atención de ciertos periodistas europeos […]
De ahí nacen las “bases para la organización de las universidades” que proclamó en su congreso de Córdoba, del 20 al 31 de julio de 1918, la Federación Universitaria Argentina (fundada el precedente 11 de abril).
Las bases comprenden 10 puntos:
1. coparticipación de los estudiantes;
2. nexo institucional con los estudiantes alumnos o diplomados (“vinculación de los graduados”);
3. libre asistencia a los cursos;
4. profesorado libre;
5. periodicidad de la cátedra;
6. carácter público de las actas y de las sesiones;
7. extensión de la universidad fuera de su recinto (o difusión de la cultura universitaria);
8. asistencia social a los estudiantes;
9. autonomía universitaria (sistema diferencia organizativo)
10. universidad social (es decir abierta al pueblo y dependiente del pueblo)
Una vez reconocidas por el Presidente Yrigoyen (decreto de reforma del 13 de octubre de 1918), estas ideas vencen en 1918-1920 a pesar de la vigorosa oposición que suscitaron, sobre todo entre el cuerpo profesional. Se propagaron con rapidez en Montevideo, y especialmente en Perú (1918-1920); después en Chile, Colombia (Bogotá y Medellín), Caracas, México, La Habana, etc.”

Transcrito lo cual, cualquier comparación entre este complejo proceso político y educativo con la pendencia acaecida en los predios de la UCSG el 16 de agosto de 2008 es desconocer (ignoro si por estupidez o por mala fe) el inmenso, gigante hiato que distancia el proceso de Córdoba de este suceso universitario. Para mayor inri, el pobre fulano que redactó este adefesio desconoce que Córdoba se escribe con “b” de burro (un sustantivo que bien podría caracterizarlo, por cierto). Sería solamente para la risa sino fuera porque El Comercio se supone un periódico serio y este adefesio representa su opinión institucional sobre este tema: de allí su condición trágica. Aunque, en todo caso, la risa prevalece: que sirva, entonces, para el escrache y la risa esta necedad.

P.S.- El amigo Héctor Chiriboga publicó este interesante artículo, en sintonía.

El término "matrimonio"

14 de diciembre de 2008

El 27 de diciembre de 2007 el Presidente uruguayo Tabaré Vásquez promulgó una ley que regula las uniones concubinarias de distinto e igual sexo. Uruguay fue el primer país de América latina en legalizar la relación de parejas homosexuales con alcance nacional (al tiempo de la promulgación de esta ley en Uruguay, la unión de parejas homosexuales era legal en Ciudad de México y Coahuila, en México; Río Grande do Sul, en Brasil; Buenos Aires, Villa Carlos Paz y provincia de Río Negro, en Argentina; en Colombia, la Corte Constitucional les reconoció varios derechos a las parejas homosexuales). Ecuador legalizó la unión de homosexuales en el artículo 68 de la Constitución Política actual y reservó la palabra matrimonio para la unión de parejas heterosexuales*.

En una entrada de su excelente bitácora Escribir para qué (titulada "Los guardianes de las palabras") Leila Macor escribe que los conservadores derrotados “comienzan a entender que la homosexualidad no es una enfermedad y hasta aceptan que los gays necesitan ampararse en la ley. Pero aún defienden lo poco que les queda: la propiedad de la palabra. El derecho a nombrar los cimientos de su dignidad con los términos que consideran que les son propios. Aceptan las uniones legales entre homosexuales, ¡pero que no se les llame matrimonio!”. Esta acertada descripción de Leila Macor permite continuar el análisis que se postuló en una entrada anterior de esta bitácora ("Matrimonio en campo abierto"). Quiero insistir, eso sí, en que la institución del matrimonio no es lo importante (porque como decía el enorme Groucho Marx: “El matrimonio es una gran institución. Por supuesto, si te gusta vivir en una institución” –siempre he sido, valga decirlo, marxista de la tendencia grouchiana): lo mismo puede una pareja homosexual o heterosexual, si lo desea, vivir dentro o fuera de la institución matrimonial: eso no afecta lo esencial (que siempre es invisible a los ojos, Principito dixit). Pero lo que sí es reprochable en una sociedad democrática que postula en su Constitución Política sólidos principios de no discriminación (como lo es la ecuatoriana con todos los juguetes al menos desde la Constitución de 1998) es la sanción legal de una discriminación verbal “argumentando un supuesto título de propiedad que le confieren la religión y la tradición”, como afirma Leila Macor, quien concluye su entrada con los siguientes cabales términos: “Las palabras son peligrosas: crean realidades, no se debe despreciar su poder. Por eso esta nueva clase de "conservadores derrotados” son posesivos con los adjetivos y sustantivos con que se definieron hasta ahora: porque intuyen que cuando pierdan la batalla de la palabra, habrán perdido la guerra para siempre”. Ojalá la pierdan, porque su credo es discriminar: un credo despreciable.

* Curiosamente, como bien lo argumentó un comentarista (Fernando Abel) en la entrada "Matrimonio en campo abierto", la Constitución Política de 1998 no prohibía el matrimonio homosexual. Se podría argumentar en contra de esta hipótesis que no fue esa la intención de los redactores del texto constitucional y que el Código Civil establecía que el matrimonio era la unión de hombre y mujer, etc. (Azul formuló la primera prevención, DoctorObservador -hoy Observador a secas- la segunda). Lo del Código es insustancial (se puede desarrollar una ley posterior que derogue esos artículos o una interpretación constitucional podría declararlos inconstitucionales por considerarlos discriminatorios) y lo de la intención de los redactores no se sostiene porque los principios que sustentaban a la Constitución Política de 1998 permitían una interpretación en sentido contrario. Así, el artículo 17 garantizaba “a todos sus habitantes, sin discriminación alguna, el libre y eficaz ejercicio y goce de los derechos humanos”, el artículo 18 inciso 2 obligaba a que en materia de derechos “se est[e] a la interpretación que más favorezca su efectiva vigencia”, el artículo 23 numeral 3 garantizaba el derecho a la igualdad ante la ley en términos de “todas las personas serán consideradas iguales y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin discriminación en razón de […] orientación sexual” (artículo 23, numeral 3) y el artículo 37 in fine definía el matrimonio como fundado solamente “en el libre consentimiento de los contrayentes y en la igualdad de derechos, obligaciones y capacidad legal de los cónyuges”. Dicho lo cual, solo bastaba que atento a esas normas constitucionales el Tribunal Constitucional actúe en consecuencia. Pero los católicos y otros miembros de confesiones retardatarias podían descansar tranquilos: ese tipo de interpretación constitucional era y es rara avis en estos pagos (pobre Ecuador, tan cerca de Colombia y tan lejos de su interpretación constitucional): de veras, nuestra jurisprudencia constitucional es, en términos generales, hoy como siempre, vergonzosa.



















P.S.- Yisuscrais contraataca, en solidaridá.

Buitres y papel picado

12 de diciembre de 2008

La actitud de Ricardo Antón, Director de la Comercial de Tránsito del Guayas, en relación con la obra del artista Betto Villacís es reprochable y torpe. Reprochable, porque constituye un atentado contra la libertad de expresión artística de Betto Villacís y contra el derecho que tenemos todos los ciudadanos de recibir ideas de toda índole. Torpe, porque el efecto que provocó su reprochable actitud fue el contrario al que pretendió: lejos de impedir que se conozca la obra, contribuyó a difundirla (yo pongo mi granito de arena); lejos de impedir que se afecte la honra de la Comercial de Tránsito del Guayas, contribuye a que en legítimo uso de nuestro derecho a la libertad de expresión los ciudadanos “afectemos” la honra de la muy sensible Comercial de Tránsito del Guayas.












Por cierto, no cabe justificar la actitud de Antón como un ejercicio del derecho a la protesta como alguien sugirió en los comentarios a la entrada que posteó el amigo José María León Cabrera en su excelente bitácora. Yo he suscrito y he postulado el derecho a la protesta que tenemos los ciudadanos, por ejemplo aquí y acá: no es difícil comprender la naturaleza de este derecho a partir de estas palabras del Juez Brennan de la Corte Suprema de Estados Unidos: “Los métodos convencionales de petición pueden ser y suelen ser inaccesibles para grupos muy amplios de ciudadanos. Aquellos que no controlan la televisión y la radio, aquellos que no tienen la capacidad económica para expresar sus ideas a través de los diarios o hacer circular elaborados panfletos pueden llegar a tener un acceso muy limitado a los funcionarios públicos, y como lo que nos interesa es que tengan un acceso regular a los funcionarios públicos, sobre todo si lo que tienen consigo es una queja vinculada con un agravio constitucional muy fuerte, entonces el hecho de que éste sea un grupo con muy especiales dificultades para expresar su punto de vista nos obliga a tener una consideración muy especial frente a los medios que escogen para presentar sus reclamos”. El comentario que Roberto Gargarella formula a esta opinión del Juez Brennan precisa la idea: “Cuando más dificultad tenga un individuo o grupo para acceder al poder, más razones hay para asegurarle una protección especial”. (Gargarella, Roberto, Carta abierta sobre la intolerancia. Apuntes sobre derecho y protesta, Pág. 27-28). No cabe, entonces, amparar la reprochable y torpe actitud de Antón en el derecho a la protesta.

Pero la actitud que de verdad me preocupa, porque se supone que debería estar en sus antípodas, es la actitud de las autoridades de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil (¡ay, mi alma máter!). El Vicerrector Académico de la UCSG, Mauro Toscanini Segale, lejos de defender la autonomía universitaria y el derecho a la libertad de expresión, ofreció disculpas a Ricardo Antón; el argumento de éste es paupérrimo: “[n]o puede ser que en la misma universidad donde se educan vigilantes se haga este tipo de mofa de la institución. No lo aceptaré” (en referencia a los cursos que los aspirantes a vigilantes reciben en la UCSG y que los paga la Comercial de Tránsito del Guayas) pero mucho peor es que el vicerrector Mauro Toscanini lo acoja: “Yo pedí que sacaran la pintura porque, en realidad, se afectaba a una institución. 1 200 de estos vigilantes se capacitan en la universidad en valores para que sean mejores en su institución. Y no podemos ridiculizarlos”. Antón conversó con Toscanini; según las propias palabras de Antón, “la CTG no dio ninguna orden para que se retire este cuadro de la exposición. Fueron los propios directivos de la universidad que al darse cuenta de lo que estaba sucediendo dispusieron que se retirara”; Toscanini considera, el pobre, que esa disposición no constituye censura, al tiempo que advirtió a Betto Villacís, cuando retiraba el cuadro que estaba alojado en el vicerrectorado académico, que no podría exhibir la obra en el galería de la universidad.

Sin embargo, el Consejo Universitario emitió el 8 de diciembre una resolución en la que rechaza “todo acto que signifique violación a los espacios y práctica universitaria [sic]”y ratifica “la adscripción y respeto de nuestra Universidad a los principios universales de libertad de expresión” y de “libre expresión artística”. Si esta resolución no es un burdo acto de cinismo y se toma con mínima seriedad lo que se afirma en la misma, la obra de Villacís debería exhibirse en la galería, gústele o no al Director de la Comercial, pésele a quien le pese. Pero es sólo lírica, una verónica para la tribuna. Más pesan 1.200 cursantes, en contante y sonante. Porque es evidente que el único argumento en limpio que exhibe Mauro Toscanini es que debe respetarse a una institución (la Comercial) que educa a 1.200 de sus miembros en la universidad. Los principios que enuncia la resolución son sólo papel picado, que unos buitres picotean por allí.

La universidad en el horno y a Antón el tiro le salió por la culata. Yo quiero contribuir al escarnio y la sátira, pero mis habilidades en materia de diseño son escasas; quien diseñe algo en ese sentido, me lo envía y aquí lo colgamos. ¿Si le ponemos alitas de buitre a este ojón adefesio? Podría ser un buen inicio. Sírvanse.












¡Ay, 60 años!

11 de diciembre de 2008

Ayer. Hoy son sesenta años y un día de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de saldo ambiguo. Al amparo de Cioran y de los gnósticos tiendo a considerar sin tomármelo muy en serio (obvio porque no soy creyente; si lo fuera, sí que tendría que pensármelo) que dios es, ora omnipotente y malvado, ora bondadoso pero chapucero: sólo esas patéticas alternativas divinas podrían explicar, desde la metafísica, este desastre de mundo en el que vivimos y del que la DUDH no ha podido salvarnos. Pero la DUDH mérito sí que tiene: fue, hace sesenta años y un día, el punto de partida de la comunidad internacional para codificar el derecho internacional de los derechos humanos, para reivindicar un discurso y orientar una práctica que, a pesar de sus notorias deficiencias e insuficiencias, no poco ha contribuido para evitar y corregir muchas injusticias. La DUDH es, me gusta pensármelo con estas palabras de Nadime Gordimer, “el documento esencial, la piedra fundamental, el credo de la humanidad que recoge todos los otros credos que orientan el comportamiento humano”.

El artículo 1 de la DUDH no parece difícil de comprender y practicar. Dice: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Sin embargo uno mira alrededor… Pero bue, no cabe que dejemos de imaginarnos un posible mundo mejor: lo digo al amparo de Lennon (otro aniversario reciente, just three days ago) quien soñaba con un mundo sin codicia, ni países, ni religión, malas ideas que tanto han contribuido para que nos dañemos los unos a los otros. Libertad, igualdad, fraternidad: todavía mucho por hacer. A seguirla, para que como sugería Camus, al menos abandonemos el mundo un poco mejor de cómo lo encontramos.

Un affaire de drogas en el Caribe

9 de diciembre de 2008

Yo estaba en una playa del Caribe (donde se vive como se escribe, como dijo Luis Leonardo Aute) en una fresca noche en pie de paz con una segunda botella de tinto en el depto de mi muy querida Eileen. Y hete aquí que pasada la medianoche del 2 de ese febrero bisiesto me introduzco a Internet para revisar la publicación de mi columna Razones para la Legalización de las Drogas (si se publicó completa y sin modificaciones, etc.) y me encuentro con este pana, una idea infeliz. Era la primera vez (que no sería la última) en casi dos años de columnista estable que El Universo no publicaba mi columna de opinión. Decidí que el asunto merecía atención pa’ luego porque nada yo podía resolver esa madrugada: escancié entonces la segunda de tinto y la noche se vino fresca, risueña y caribeña.

Ya en la tarde de ese 2 le escribí a Emilio Palacio un escueto correo electrónico en el que le solicité una explicación. Él me respondió con un correo amable que yo contesté de inmediato en los siguientes términos los que ahora publico en esta bitácora en reemplazo del editorial que El Universo no publicó aquel 2 de febrero. Me parece que mi contestación al amable correo de Palacio refuerza los argumentos del debate que pretendí plantear en materia de razones para legalizar las drogas: de ahí que decida publicarla en este espacio. La columna que el 2 de febrero se censuró, terminó por publicarse (con modificaciones) el sábado 1 de marzo, primer sábado después de mi regreso del Caribe sucedido el 25 de febrero. Las modificaciones a la columna se convinieron en una conversación que, a finales de febrero, sostuvimos con Palacio en su oficina: conversación en general amable, aunque a ratos chance áspera y finalmente circular. La columna, después de discutirlo cerca de tres horas, terminó por publicarse aquel 1 de marzo en los mismos términos que planteé en la contestación que hoy publico.













P.S.- Una última cosa: la versión a la que se accede a través del enlace que consta en esta entrada los dirige al editorial que publicó El Universo, con las modificaciones que sufrió el original. El original, aquel que no se publicó, consta en esta bitácora, acá.

Cortázar (los cronopios nunca mueren)

5 de diciembre de 2008

Hace unos días (el jueves pasado, dicho sea en aras de la precisión) una amiga que es todo un personaje divertido apareció en mi depa con un documental sobre Cortázar y una botella de vino marca in vino veritas cuya procedencia delataba un promocional de navidades anteriores. El vino (aunque se le agradeció mucho la buena intención) estaba, sí, a la altura de un promocional de navidades anteriores o de simples navidades y nos salió peleón y marrullero y sólo toleramos un par de copas: bajé a comprar un inmediato reemplazo al Economarket cuya oferta lastimera ofrecía cartones, Leche de la mujer amada y Gato negro. Adiós a los cartones, dignos de esos tiempos de presupuestos muy malucos, opté por el Gato, que es peleón ma non troppo aunque me recuerda esas palabras del Juez Woolsey en aquel célebre caso sobre libertad de expresión United States vs. One book called Ulysses cuando resolvió (1933) permitir la importación del Ulysses de James Joyce al territorio estadounidense (prohibida desde 1921 por petición de los papanatas de la New York Society for the Suppression of Vice): “whilst in many places the effect of Ulysses on the reader undoubtedly is somewhat emetic, nowhere does it tends to be an aphrodisiac” (en castizo: “si bien en muchos parajes el efecto de Ulises en el lector es indudablemente algo vomitivo, en ningún momento la novela pretende convertirse en un afrodisíaco”. Ummm, ¿y, Woolsey: si se convirtiera? En fin.) El recuerdo es preciso porque el Gato Negro es un vino algo vomitivo y no constituye de ninguna manera un afrodisíaco (lo que no quiere decir que no deje de alentar noches de braguitas de quitaipón) pero tiene el mérito de dejarse beber y Cortázar siempre amerita un brindis.

Mi amiga obtuvo el documental en YouTube, donde máquina y procedimientos que desconozco mediante, amalgamó los nueve episodios del mismo (estrenado en octubre de 1994) para verlos de continuo. El documental lo dirigió Tristán Bauer con guion de autoría conjunta entre él y Carolina Scaglione; el primero de los nueve episodios que constan en YouTube nos revela ya la que será su emotiva belleza de 80 minutos a partir de los textos de y las entrevistas al cronopio Cortázar. A mí en particular (es que me parece de las más lindas cosas que yo he leído en mi vida en conjunto con Hay que ser realmente idiota para… -con la que tanto me identifico) la lectura del fragmento del post-scríptum de Los Autonautas de la Cosmopista fue la parte del documental que más me emocionó y que casi me pianta un lagrimón. Los Autonautas de la Cosmopista lo escribió Cortázar a dos manos con Carol Dunlop (“Lobo” y “Osita”, respectivamente) cuando juntos recorrieron la ruta entre París y Marsella en treinta y tres maravillosos días de 1982: ambos sabían que el otro estaba enfermo y que moriría pronto pero ninguno sabia que el otro sabía: se amaron con la ansiedad de quien sabe que perderá pronto lo amado y con la resistencia gozosa de quien se niega a aceptarlo. Carol se le adelantó a Julio en ese viaje hacia lo desconocido. Transcribo, no puedo menos, el fragmento final de este post-scriptum de diciembre de 1982 que escribió Cortázar in memoriam de su amada y que la voz de Alfredo Alcón lee al principio del episodio octavo: "La vi emprender su viaje solitario, donde yo no podía ya acompañarla, y el 2 de noviembre se me fue de entre las manos como un hilito de agua, sin aceptar que los demonios dijeran la última palabra, ella que tanto los había desafiado y combatido en estas páginas. A ella le debo, como le debo lo mejor de mis últimos años, terminar solo este relato. Bien sé, Osita, que habrías hecho lo mismo si me hubiera tocado precederte en la partida, y que tu mano escribe, junto con la mía, estas últimas palabras en las que el dolor no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñaste a vivir como acaso hemos llegado a mostrarlo en esta aventura que toca aquí a su término pero que sigue, sigue en nuestro dragón, sigue para siempre en nuestra autopista".

Julio, maestro: los cronopios nunca mueren.

Hablando de Einstein...

En un post anterior hice imprecisa referencia a una frase de Albert Einstein sobre las cosas infinitas en el mundo: escribí “el infinito y la estupidez humana” y debí escribir “el universo y la estupidez humana” (de hecho, la frase completa y precisa es más lapidaria todavía: “hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana; de la primera no estoy muy seguro”. Yo añado: de la segunda dan fe B. de Valero y la Fundación Malecón 2000). Mientras escribía esta imprecisa referencia a Einstein me acordaba de esta anécdota sobre él que publicó el español José Luis de Vilallonga en el tercero de sus tomos autobiográficos. Yo le debo al inefable brother Curro (aquel aliado del campari, de la música mediterránea, de ciertos placeres esnobistas de bajo presupuesto y de frases precisas que salvan tardes y turban damas) la lectura de J. L. Vilallonga.

Vilallonga es como escritor lo que fue como actor: un cumplidor y decente secundario. Sus libros suelen ser variaciones sobre su ego (un buen punto de partida, admitamos) y consistir en una sucesiva narración de las diversas anécdotas que le ocurrieron en su ajetreada vida de bon vivant. Su lectura no está nada mal para salvar una tarde de sábado a la que amenace el vacío (siempre que no se tenga al Curro a la mano para una de sus frases precisas, ja). Aquí un fragmento de La flor y nata. Memorias no autorizadas*** que compré en Santo Domingo, R.D., a precio de ganga (del que traje, como debía en cumplida gratitud, un ejemplar al Curro) que contiene esta simpática anécdota cinematográfica de Vilallonga que involucra al actor Fernando Lamas y al físico Albert Einstein (Pág. 240-241):

“Jason Robbards llamó a gritos al argentino. Lamas se nos acercó con su paso estudiadamente indolente.
- ¿Qué le estabas contando a Einstein? –le preguntó Dalio.
El argentino levantó una ceja finamente dibujada.
- ¿Einstein? ¿Quién es Einstein?
- ¡El profesor Einstein! El anciano caballero con el que estabas hablando.
Una gran sonrisa iluminó el rostro de Fernando.
- ¡Ah… de modo que se llama Einstein! ¡Como el dentista de mi suegra! Ya me parecía a mí que tenía pinta de judío.
Presintiendo que Jason Robbards iba a pegarle un puñetazo, intervine rápidamente.
- Fernando, ¿pero es que no has leído tu invitación?
- Yo no estaba invitado. He venido con Dean Martin.
- Fernando, por favor –le rogó Dalio-, dinos de qué estabas hablando con Einstein.
El círculo se estrechó en torno al argentino, que se sirvió un whisky antes de contestar:
- Bueno, ya sabes de lo que se habla con un anciano… De todo un poco… Me decía que tengo mucha suerte de ser un actor porque estoy siempre rodeado de mujeres hermosas a las que puedo besar y hacerles el amor… ¡Figúrate! El pobre está completamente fuera de juego. Le he explicado que no hay que fiarse de las apariencias y que toda medalla tiene su reverso. Le he contado que en mi oficio nada es nunca como uno quisiera y que en este mundo todo es relativo.
Dalio empezó a dar saltitos sin moverse de sitio mientras la sonora voz de Jason Robbards tronaba:
- ¿Tú, Fernando Lamas, le has dicho al profesor Einstein que en este mundo todo es relativo?
- Pues sí. Y estaba perfectamente de acuerdo conmigo, porque me dijo que él también tenía una teoría al respecto. Fue entonces cuando me levanté para despedirme, antes de que me largara esa dichosa teoría….”

Y Vilallonga comenta:

“Al parecer, años más tarde, en tiempos de Perón, los argentinos quisieron nombrar ministro de cultura a Fernando Lamas. En el informe que el gobierno poseía sobre el actor pesaba mucho su estrecha amistad con el profesor Albert Einstein”.

Dicho sea con humor: ¡qué país generoso!


















P.S.- El de esta foto es quien pudo ser ministro de cultura de Argentina por su alegada parcería con el man que saca la lengua.

La solución de Enrique

1 de diciembre de 2008

Tanto como “padece” problemas que participan de una notoria cuota de surrealismo, Enrique ofrece a los panas soluciones de corte similar.

Mi memoria no registra los detalles precisos de cómo llegamos aquella noche de verano de hace algunos años al depa en Salinas de los abuelos de Enrique. Recuerda, eso sí, que el edificio se llamaba Mar Bravo (como la playa donde tenemos la familia el departamento frente al mar y sin vecinos, locación propicia para misóginos aprendices de seductor como uno), que era tarde en la noche y que la propuesta primaria consistía en salir al malecón de Salinas a buscar chicas, comprar licor barato, llevarlas al depa y curtirlas, en ese orden. Le expliqué a Enrique mi postura: que el malecón de Salinas era una idea infeliz, que la pesca sería bagrera, que estaba cansado y que mañana ya veríamos cómo nos venía la mano. Enrique me dijo que salía de todas maneras al malecón a probar suerte. Le dije me quedo pana, y le pedí que me despierte sólo si venía acompañado de mimosas muchachas. Sobre la mesa del comedor estaba lo único decente que teníamos para ofrecerles, los restos de una botella de tequila que yo había traído de México unas semanas atrás.

Y aparece entonces Enrique con la solución, entra a despertarme a la habitación y ya estaba yo en trance de mandarlo a la plenipotenciaria casa de la verga, no me jodas negro, y él, ven a verlo tú mismo, y ahí estaban, recostadas en la hamaca estaban las dos mestizas ardientes de lengua tartosa, hermanas y pulposas para más señas, y oriundas, me parece recordarlo, del mismo pueblo costero que cobijó los primeros años del gran Spencer: potente carne popular al servicio de la causa de una noche que no perfilaba tener ninguna historia pero que finalmente la tuvo: liquidamos los restos del tequila, compramos licor barato y funcional (ummmm, vino de cartón, creo recordar) que nos funcionó muy bien: curtimos felicidá.

God save panas como Enrique. And fuck the Queen.