Vuelta al mate

7 de julio de 2009


Hacia 1824 Victorino Bandín escribió:

“Es también muy común en aquel país el mate, que es una especie de té de la India oriental, aunque el modo de tomarlo es distinto, pues es con una bombilla o canuto. Usan por lo regular esta bebida por la mañana en ayunas y muchos la repiten por la tarde. Ella puede muy bien ser saludable y provechosa, pero el modo de beberla es demasiado desaliñado, porque con una bombilla sola se sirven todas las personas que hay en la compañía: los naturales son apasionados de este mate, y cuando caminan lo prefieren a otro cualquier alimento”.

La vida en aquel país, que no es otro país que el nuestro, siguió (como siguen las cosas / que no tienen mucho sentido) pero ese apasionamiento de los naturales por la yerba mate al punto de preferirla al caminar a cualquier otro alimento se nos perdió en el camino y al día de hoy su consumo local es casi siempre un gusto adquirido de quienes hemos vuelto del Sur. Muchos locales se resisten a consumir mate por su sabor amargo (lo propio dicen del fernet, psss) pero es cuestión de agarrarle el gusto a ese amargor. Para mi caso yo tengo, en adición, dos razones: la primera, que para alguien como yo, excesivo e inveterado cafeinómano, el mate se constituye como un oportuno reemplazo del café, el que Talleyrand recomendaba que sea “caliente como el infierno, negro como el diablo, puro como el ángel y dulce como el amor” y a quien yo solía hacerle demasiado caso en esa recomendación (salvo en el apartado de la dulzura) con consecuencias que no podría describir como gratas para mi estómago. Y la segunda, que el consumo del mate, como nos lo refiere Bandín, tiene esta desaliñada forma de servirse “porque con una bombilla sola se sirven todas las personas que hay en la compañía” lo que promueve la sociabilidad y el compartir entre amigos (el mate es la versión líquida y sosegada de los asados): este aspecto comunitario de su consumo me apasiona.

Hace poco me compré un termo de metal y buena pinta que se ajusta muy bien a mi bicicleta, restablecí mi mendocino recipiente, la bombilla y la yerbera, y le presté yerba al Curro, pagadera con la que me traiga el primer viandante sureño de confianza. Así, mi vuelta al mate (que no del mate en general, apasionamiento perdido) es un hecho que disfruto de manera frecuente y que lo disfruto ahora, que tengo ganas de suscribir la frase de Monterroso, “hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea…” mientras miro la bombilla.

P.S.- El termo de esta foto, obviamente, no es el termo de metal y buena pinta que tengo al día de hoy, sino uno prestado para esa ocasión en que cicleé algunas rutas europeas. El resto permanece (salvo la boina que me se la robaron en Medellín) y la foto sucede en Rotterdam.

3 comentarios:

Raul Farias dijo...

Con el calor de Guayaquil a veces se dificulta un mate. A mi también me hace falta un termo. La bombilla ya le tengo y una yerba recien adquirida durante una vuelta que me di por Misiones.

Creo que el mate con frio es mejor

Saludos

Anónimo dijo...

PFFFF... si lo mejor es matar el calor de Guayaquil tomando bebidas calientes... los árabes lo hacen... con sus calores de casi 45 grados se toman un buen café con cardamomo... viva el mate caliente sin azucar y bien caliente.. atte. David

Xavier dijo...

Yo soy del partido de David, ja. Saludos.