Domínguez

8 de agosto de 2009

Hace unos casi cuatro años, estaba en Santiago de Chile y mi pareja de aquel entonces, la Tati Rein, me condujo a casa de su cuñado, un trovador que alcanzó cierta relevancia en los circuitos universitarios de izquierda del Santiago de finales de los sesenta y principios de los setenta. Compramos varias cervezas y un picadito de chorizos y de quesos (que siempre es buen plan) y pasamos una excelente noche los cuatro, o sea, las dos hermanas Rein, el trovador y yo. Nos reímos mucho en plan random y tengo un recuerdo de esa noche como una noche muy fresca y muy risueña.

¡Ahí está, ahí está, el fuckin' Unicornio Azul!

El trovador (le digo trovador porque la verdad no me acuerdo del nombre) sabía, obviamente, mucho de música y en su momento había interpretado la música típica de la izquierda latinoamericana. Nos detuvimos en ese tema. Le hice un comentario en el sentido de que no me gusta una canción por alguna razón ajena a la canción misma, o, para decirlo de manera más precisa: un hecho que se puede predicar de una canción (por decir algo, que sea socialmente comprometida, que sea de raigambre popular, que pertenezca a un cantautor reconocido) no me provoca, por sí sólo, el efecto de que esa canción me guste (no sé cuán curioso pueda parecer esto, pero tengo la impresión –que puede muy bien ser errónea- de que esto es mucho más común de lo que en principio podría creerse). Así, me puede gustar el que una canción se refiera a un cierto hecho con el que yo tengo una simpatía X, pero el factor que hace que me guste esa canción no es el sólo hecho de que la canción haga referencia a ese hecho, sino la canción misma, su música, su ejecución y su letra.

Entre Kunstmann y Kunstmann, y en línea con lo anterior, empezamos a conversar sobre el tema del cubano Rodríguez, al que la mayoría suele llamar Silvio. Ambos, obviamente, lo habíamos escuchado y coincidimos sin dificultad que es un tipo de una capacidad de interpretación de la guitarra impresionante y de unas letras poéticas, así como coincidimos sin dificultad en que ya este fulano nos cansaba un poco y que sus últimos discos nos aburrían un mucho. Le comenté de este artículo de Soho del 2004 (yo tengo la edición colombiana, era una edición especial y es una delicia) en el que Fernando Garavito critica a la gente “que le quita el apellido a los personajes famosos y los llama por su nombre como si fueran amigos suyos”. Suscribimos esa crítica y adoptamos una costumbre del viejo choto de Velasco Ibarra: llamar a alguien por su segundo apellido cuando esa persona ha caído en desgracia. Velasco Ibarra los expulsaba de la función pública, nosotros invitábamos a nuestra parejas a la burla colectiva, pero ellas insistían en llamar Silvio a quien ya era todo un Domínguez. El trovador y yo (el tipo tenía un excelente sentido del humor) nos reímos un chingo con las historias que esa noche inventamos del rebautizado cubano Domínguez pour épater a las muchachas. 

Por cierto que ayer anduvo por aquí Domínguez. Confirmé que es un excelente intérprete y un soberbio compositor y que su esposa, Niurka González, toca la flauta de manera espectacular (no, no es un albur, banda de desacatados). Me confirmó también que tiene canciones que me aburren mucho, aunque en líneas generales el espectáculo que ofrece (por cierto, como lo explica Princesa Quil en su bitácora, no hubo ni el caos ni la propaganda gobiernista que algunos papanatas vaticinaron) valió vérselo: Domínguez sigue en pie.

3 comentarios:

amanda dijo...

Para quienes somos categòricamente fans, nauseabuandamente fans desde todo lo desechable del gusto, por gusto! humanamente ùnico, humanamente individual y perfecto.
Y, esta siempre guardado en el cofre cajòn envuelto, hasta el repertorio popular que fuè fantastico.

Lo de Domìnguez, una clase ofensa imposible de olvidar, ja y en extremo graciosa, Què de la historia de provocar rabias se ha prarafraseado!

Buena entrada Xavier , Gracias!!

byceversa dijo...

Gracias Xavier por esta entrada, pero Amanda, ni cierto que tan buena. Rodríguez Domínguez está más que en pie, está intacto.

En su concierto se disfrutó de la misma capacidad vocal e interpretación de los años dorados, esos en que ni nacía ni andaba en plan siquiera (ya leí que también lo piensa la princesa); poesía sorprendente, no para principiantes, remembranzas a pedir de acordes, la flauta fabulosa y el ánimo del maestro mejor!

Sorprende que se le lance flores al Napo, cuando se jaló todo su performance incluida la gringa loca aburrida. La verdad es que habrá que ver cuánto sonaba “Silvio” en el Santiago que cuentas y cuál de esas canciones de los nuevos cds aburren, razones que te hicieron llamarlo Domínguez, aunque para mí, suena más a cariño que ha desgracia..

Igual un abrazo desde acá.

Erika

Xavier dijo...

jajaja, bueno, no sé cuál de las canciones domingueras me ha aburrido más de sus últimos discos porque ni siquiera los tengo muy identificados, en principio, pero el dato posta es que me aburren. Pero bueno, Domínguez sigue en pie (los pocos ratos en que se para porque el pobre se la pasa sentado -¡la próxima vez que la revolución ciudadana lo homenajee con una mecedora!!!)
Saludos.