La prensa de Panamá resulta instructiva. El lunes, mientras en la temprana noche jamaba un sánduche en el restorán del hotel, leí en el diario La estrella este artículo del colombiano Enrique Santos Calderón. En su artículo, Santos menciona la situación del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), el que “sigue asociado a inimaginables escándalos” y cuya descomposición “no ha hecho sino agudizarse. No es gratuito que hoy tenga presos a 11 altos ex directivos por seguimientos, hostigamientos e interceptaciones ilegales de magistrados, líderes políticos y periodistas”, e incluso, a miembros de “la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y a asesores (staffers) de congresistas norteamericanos”.
Hay que recordar que el DAS es una entidad adscrita a la Presidencia de la República de Colombia, con lo cual una de las consecuencias que lamenta Santos es “la imagen internacional de un aparato de seguridad del Presidente de la República que espía ilegalmente a los líderes opositores”. Podría lamentarse en lo internacional, pero según el propio Santos no mucho en lo nacional (de Colombia) porque “[e]l escándalo no ha generado la indignación pública ni el debate político que merecería, posiblemente porque los interceptados y hostigados hacen parte de una minoría opositora del Gobierno”. Y concluye, sobre la sociedad colombiana: “Pero qué peligrosa empieza a volverse una sociedad donde los abusos se toleran porque se cometen contra los que piensan diferente”.
Esta es una conclusión grave e interesante para el caso de Colombia, la que puede complementarse con las violaciones a la libertad de expresión que en ese país suceden y con las graves violaciones a los derechos humanos de los que se ha responsabilizado en el ámbito internacional al Estado colombiano (v. acá, amplia información) y multiplicar esa gravedad a niveles críticos. Pero, al menos, podemos ahorrarle una preocupación al señor Santos: no tiene casi ninguna razón para preocuparse de la imagen internacional de Colombia en el Ecuador. Porque mientras Colombia le resulte funcional a la prensa ecuatoriana para hacerle oposición al gobierno de Rafael Correa (1) ninguno de los casos de autoritarismo, acumulación de poderes, reelección, agresiones a la libertad de expresión, espionaje, corrupción o violaciones graves a los derechos humanos que no escasean en el gobierno de Uribe y que, por supuesto, tanto les preocupan a la prensa nacional y a tantos biempensantes (o sea, aquellos que nunca se toman la molestia de pensar en nada) locales cuando pueden imputárselos al gobierno de Rafael Correa, o a ése, su fetiche favorito, el gobierno de Hugo Chávez, usualmente nunca los preocupan cuando se trata de Colombia. En el caso de Colombia esas atrocidades no merecen (sino por mínima excepción) reflexionarse, ni discutirse seriamente, ni formar parte del análisis del contexto. Porque en el caso de la prensa ecuatoriana, pedirles ese mínimo de periodismo serio es pedirles demasiado. Y no sólo porque no están acostumbrados a llegar tan lejos en su oficio, sino porque no les resulta funcional a sus intereses de oponerse de cualquier manera al gobierno de Correa. Así, mientras Colombia resulte funcional a esos propósitos de la prensa ecuatoriana, el señor Santos, para el específico caso ecuatoriano, podrá estarse muy tranquilo: la imagen internacional de su país en Ecuador será (casi) impecable.
Aquí es cuando interviene otro artículo que, de nuevo en el restorán del hotel donde me alojo, leí la mañana de ayer al desayuno, publicado en diario La Prensa, de autoría de Francisco Bustamante y titulado “Cuando la culpa es de otros o de un demonio”. Empieza con la historia de un diputado borracho al que “[l]a policía intentó detenerlo por mal manejo. El padre de la patria le entró a tiros a la patrulla, dejando mal herida a la policía que conducía el vehículo. Amparado en su impunidad legislativa, no fue a la cárcel. Días después apareció en los medios culpando al demonio que se le metió en el cuerpo, pero ya había sido sanado por un predicador. La culpa era del demonio, no de él y, además, Dios lo había perdonado. La mujer policía misteriosamente retiró toda demanda contra el honorable diputado”. Bustamante cita la historia para decir que ha leído en distintos medios “que la culpa de todo es del izquierdismo populista” (¿les suena conocido?) y enumera enseguida los casos de Bolivia, Perú, Ecuador, Nicaragua y (¿cómo no?, está servido) Honduras, en los que él afirma que se comete la simpleza de culpar en todos esos casos a Hugo Chávez. Y Bustamante es claro: “[n]o me gusta Chávez ni sus posiciones rocambolescas, su falta de respeto a los otros presidentes, su munificencia con los recursos del pueblo, su oratoria pesada, rebuscada y ofensiva” (valga precisarlo: similares razones por las que a mí Hugo Chávez me parece un bocón despreciable). Pero Bustamante la tiene clara (es que si lo miramos con un poquito de sensatez y buena fe no es difícil): “miles de Chávez no tendrían influencia […] sino existiesen condiciones de exclusión, pobreza y desigualdad”.
A diferencia de Santos, el panameño Bustamante no está preocupado por la imagen internacional de ningún país, ni siquiera por la imagen del bocón de Chávez. Simplemente es un lector de diarios que se manifiesta perplejo por la simpleza argumentativa que estos utilizan (si leyera la prensa ecuatoriana su perplejidad se ahondaría a niveles insospechados) al que le causa impresión que la necesaria complejidad en el análisis de la realidad de un país se reduzca a la influencia de un tercero. Pero es que, vistas las cosas, no es tan extraño. Hugo Chávez resulta funcional a sus intereses de oponerse de cualquier manera (que las hay buenas y las hay malas, por supuesto) al gobierno de Correa. Con ese fetiche les basta y les sobra. Salirse de esos márgenes, pensar a profundidad esa relación, pensar su propio rol en ese asunto (¡ni se diga hablar en serio de “exclusión, pobreza y desigualdad”, porque para eso está campante la crónica roja!!!) es pedirles, de nuevo, es pedirles demasiado.
La prensa de Panamá resulta instructiva para aquilatar que la prensa de Ecuador resulta tendenciosa. Mucho es el servicio que presta el restorán de este hotel, eh (y más si se le suma el lomo a las tres pimientas del almuerzo, ja).
(1) ¡Ah, qué felices tiempos aquellos para el país cuando todo lo que sucedía en la frontera norte era permisible, incluido el constante bombardeo con el sabroso glifosatico!
Cuánta razón tienes! Como en Ecuador no tienen de dónde agarrarse para atacar a Correa, aunque sí hay de dónde, eh? (hay muchas decisiones durante este gobierno con las que estoy en total desacuerdo), siempre tienen que recurrir (siempre!) al fantasma de Chávez. Como si Chávez y Correa fueran uno solo. Como si Chávez fuera el que estuviera gobernando Ecuador (Dios gracias no es así). Pero claro, es mucho más cómodo hacer eso en lugar de debatir con argumentos lo que este gobierno haga o deje de hacer.
ResponderEliminarLamentablemente este fenómeno no se da sólo en Latinoamérica. Es una tendencia mundial. Acá en Alemania también les encanta poner a Chávez, Morales, Correa y Ortega en un mismo saco.
Un abrazo
Micaela