Publicado en GkillCity el 28 de mayo de 2012.
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El artículo “¿Familia
alternativa?” de Miguel Macías Carmigniani, publicado en diario El Comercio
el jueves 24 de mayo, sostiene que los homosexuales son “desadaptados sociales”
y la homosexualidad “un estado psíquico” anormal, repugnante (incluso en
manifestaciones tan inofensivas como el pasear “cogidos de la mano”) e
inconcebible “de acuerdo a la naturaleza humana y a la moral”, que es aberrante
y criticable su exaltación en los medios de comunicación colectiva (con
referencia a un reportaje de diario El Universo del domingo 13), que es inaceptable
para las parejas homosexuales la adopción y la crianza de niños, que el Caso
Satya es ilegal, inconstitucional y “contra natura” y, finalmente, que debería
reformarse el artículo 68 de la Constitución (que es el que permite la unión de
hecho de parejas homosexuales). El artículo fue criticado
ampliamente en redes sociales a consecuencia de lo cual diario El
Comercio retiró el artículo de su edición digital y presentó sus disculpas
públicas por haberlo publicado.
El artículo de Macías es un furibundo alegato moral
expuesto de manera dogmática sin ningún otro fundamento o referencia que
citarlo al controvertido Paulino
Toral. Ninguna evidencia científica, ningún documento de referencia, ningún
asomo de intentar un razonamiento. Es una apelación emocional a compartir su
desprecio, proponer el silenciamiento del debate sobre lo homosexual en la
esfera pública e introducir reformas constitucionales restrictivas para las
personas homosexuales. Una muestra de poco seso y mala leche, a la que Miguel
Macías Carmigniani tiene pleno derecho. Porque la libertad de expresión
implica, en palabras que acuñó el juez Oliver
Wendell Holmes, incluso “la libertad para el pensamiento que odiamos”.
Yo no comparto el pensamiento de Macías en este
punto, sus ideas me resultan odiosas, pero defiendo su derecho a expresarlas en
la medida en que no constituyeron una incitación directa a la violencia.
Después de todo, Macías no incita a la agresión física contra los homosexuales
sino que, desde su “ideal” de moralidad y con un discurso ofensivo pero
legítimo, propone un ideal de legislación y una reforma constitucional. Es un
discurso el de Macías escaso de ideas, lleno de prejuicios y ofensivo en sus
términos, pero un discurso todavía legítimo, amparado en el derecho
constitucional a la libertad de expresión.
Hay otras ideas alrededor del artículo de Macías
sobre las que vale reflexionar.
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La reacción
social.- El artículo de Macías se habría mantenido publicado sin problema
hasta hace muy poco tiempo. La posibilidad de criticar en redes sociales y que
esas criticas resulten relevantes para otros incluidos contra quienes las
críticas se dirigen es de data reciente. Hasta donde yo tengo noticia, este 24
de mayo fue la primera vez que un diario digital retiró un artículo de opinión
por presión comunitaria y que lamentó el haberlo publicado. Eso nos habla de un
rol de creciente importancia de las redes sociales en la opinión pública que,
de manera generalizada, claramente rompe con el moralismo de rasgos
autoritarios de la “vieja
guardia”. Todo
un relevo generacional, aupado por la tecnología. Es interesante y
significativo que Macías en su texto postule el “rechazo de la sociedad” para
la difusión de ideas relacionadas con la homosexualidad y que lo que termine
siendo rechazado por la sociedad sean sus ideas homofóbicas. La brecha
generacional es gigante: ¿a quién le escribe este señor, quién lo lee y opina
“¡de acuerdo!”? Es probable que digan “de acuerdo” unas cándidas abuelitas que
afectuosamente lo llamen “Miguelito” al tiempo que sus nietos hacen mierda el
adefesio escrito por Macías en el Internet. The fifties are over,
baby!
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El ataque a la
prensa.- El artículo de Miguel Macías y el de Paulino Toral son ambos ataques
contra publicaciones de medios de comunicación escrita (Vistazo y diario El
Universo, aunque es justo admitir que el ataque de Toral fue mucho más
virulento y directo que el de Macías) que los exhorta a que no vuelvan a
difundir información relacionada con la homosexualidad e “ideología de género”
y cuyo propósito es promover el rechazo a esas publicaciones. Sin embargo,
organizaciones defensoras de la libertad de expresión y otros medios de
comunicación (que para otras cuestiones relativas a la libertad de expresión
suelen ser muy puntillosos) no hicieron mayor referencia sobre el debate en
torno al artículo de Macías, e incluso el diario digital La República redujo
absurdamente las reacciones en las redes sociales ante el artículo a que éste “despertó
la ira de la comunidad gay” (¡?) a pesar de que fue evidente que compartir
el rechazo a la homofobia (no el compartir una orientación sexual) fue lo que
motivó las críticas contra el artículo. El suponer que solo “la comunidad gay”
puede protestar contra un discurso homofóbico es, en realidad, otra estupidez
homofóbica.
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La reacción de
El Comercio.- El artículo de Macías se retiró de la edición digital de
diario El Comercio al final de la tarde. Se publicó un comunicado en el que se
lamentó su publicación, se consideró que “vulnera los principios de tolerancia
y pluralismo” que el diario mantiene y que “empaña su línea editorial de
defensa de los derechos individuales y de las minorías” al tiempo que admite
que “fallaron los filtros correspondientes”. Ante la avalancha de críticas en
las redes sociales, a diario El Comercio se lo orilló a reaccionar y optó por
una salida honesta pero fácil: “La cagamos, marcha
atrás”.
Es un dato interesante que cuando los medios de
comunicación fueron criticados por las opiniones de su reportera (en el caso de
Vistazo, por el virulento artículo de Paulino Toral) y de su articulista de
opinión (en el caso de diario El Comercio, por un amplio número de personas en
las redes sociales) nunca salieron en defensa de sus trabajadores. Más grosera
es la omisión de Vistazo, por la naturaleza de la agresión verbal de Toral y
las imputaciones que de ellas se derivan. Una salida más difícil para diario El
Comercio, pero que le habría supuesto una verdadera defensa de la libertad de
expresión habría sido que no retire el artículo de Macías y publique un
comunicado en el que diga que “las columnas firmadas en las páginas de opinión
son de exclusiva responsabilidad del autor” (que es como concluye el comunicado
que publicó) razón por la cual ellos respetan la libertad del articulista de
expresarse en los términos que prefiera para transmitir sus ideas, con la
salvedad hecha del discurso que incite directamente a la violencia (que es el
estándar en materia de libertad de expresión y que no resulta aplicable al
caso) pero que en vista de las reacciones manifestadas en redes sociales optaba
por proponer un debate sobre este asunto e invitaba a enviar contribuciones
para su publicación.
No digo que la reacción de El Comercio haya sido
mala, ni mucho menos que no sea legítima. Es mucho mejor decisión que hacerse
el sueco o pecar de soberbio, pretender hacerse el desentendido con las
consecuencias de sus actos. Pero es una opción que tiende a acallar opiniones,
no a proponer ni promover un debate sobre cómo regular las relaciones
homosexuales en una sociedad democrática del siglo XXI. Eso, creo yo, habría
evidenciado bastante mejor su supuesto compromiso con “los principios de
tolerancia y pluralismo” y “su línea editorial de defensa de los derechos
individuales y de las minorías” que reivindica mantener en su comunicado.
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La discusión de
ideas y ¡Fuck you curuchupa!.- El artículo de Macías sirve para
discutir sobre dos importantes tradiciones que debemos mantener: la tradición
liberal de defensa de la libertad de expresión y la tradición legal del
laicismo, establecido en la Constitución ecuatoriana desde hace más de un
siglo, en 1906.
La defensa liberal de la libertad de expresión y la
mejor crítica a lo problemático que resulta suprimir ideas en la opinión pública
la resumió con precisión John Stuart Mill en el segundo capítulo de su célebre
libro Sobre
la libertad, escrito en 1859, en las siguientes cuatro razones:
“Primero, aunque una
opinión sea reducida al silencio, puede muy bien ser verdadera; negarlo
equivaldría a afirmar nuestra propia infalibilidad.
En segundo lugar,
aun cuando la opinión reducida al silencio fuera un error, puede contener, lo
que sucede la mayor parte de las veces, una porción de verdad; y puesto que la
opinión general o dominante sobre cualquier asunto raramente o nunca es toda la
verdad, no hay otra oportunidad de conocerla por completo más que por medio de
la colisión de opiniones adversas.
En tercer lugar,
incluso en el caso en que la opinión recibida de otras generaciones contuviera
la verdad y toda la verdad, si no puede ser discutida vigorosa y lealmente, se
la profesará como una especie de prejuicio, sin comprender o sentir sus
fundamentos racionales.
Y no sólo esto,
sino que, en cuarto lugar, el sentido mismo de la doctrina estará en peligro de
perderse, o de debilitarse, o de ser privado de su efecto vital sobre el
carácter y la conducta; ya que el dogma llegará a ser una simple fórmula,
ineficaz para el bien, que llenará de obstáculos el terreno e impedirá el
nacimiento de toda convicción verdadera, fundada en la razón o en la
experiencia personal”.
Benefíciense ustedes de la lectura del segundo
capítulo de Sobre
la libertad para adquirir la convicción de que nunca es bueno suprimir una
opinión, salvo (como lo ha recordado la Relatoría para la Libertad de Expresión
de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en su Agenda
Hemisférica) “que las críticas constituyan, en realidad, una apología del
odio nacional, racial o religioso que incite a la violencia” (Párr.
64).
El artículo de Macías debió mantenerse en la
publicación digital: representa la forma de pensar de un sector de la población
del país (conservador y discriminador) que servía para debatir en público sobre
libertades civiles y derechos, como los derechos a la no discriminación, a la
libertad de expresión y a la libertad de religión. Un artículo como para que la
sección “¡Fuck
you, curuchupa!” de esta página lo tome en cuenta y lo critique, como en
esta edición se lo hace en este artículo y en el de Ivonne Guzmán.
Sobre esa sección: hay quienes sostienen que “¡Fuck you, curuchupa!”
es, por sí mismo, una agresión a las personas creyentes. GkillCity.com, para
titular su sección así, se ampara en el mismo derecho que lo ampara a Miguel
Macías para publicar su artículo: el derecho a la libertad de expresión. Pero
más que una agresión (cosas de religiosos hipersensibles, quienes absurdamente
piensan que creer en cosas sin evidencia les otorga inmunidad contra las
críticas –léanlo a Mill, por favor) ¡Fuck
you, curuchupa! es la reivindicación de una postura laica y liberal
sobre las ideas religiosas en la esfera pública. No es, en ningún momento, un
ataque al derecho de toda persona a profesar la religión de su elección (o
cambiarse de creencia o no profesar ninguna) que se lo ha defendido por
acá, sino una defensa de los límites que las prácticas religiosas deben
respetar en una sociedad laica y democrática, más todavía en una sociedad como
la ecuatoriana, en cuyo artículo 1 de la Constitución se inscribe como
principio fundamental del Estado ecuatoriano su más que centenaria (desde 1906)
condición de Estado “laico”. Y hay que hacerla valer, con defensa militante.
Téngalo claro: no es ¡Fuck you, creyente!
Que la gente crea, en todo caso y como decía Lupo, en “lo
que a tú mejor te convenga”. Es contra el curuchupa: contra aquel que cree que
todos los demás tenemos que ceñirnos a su estricto código de conducta moral,
que éste debe incorporarse a las leyes que regulan la convivencia civil con
personas que no compartimos su estricto código, el que además resulta derivado
de una serie de creencias para las que no existe ninguna evidencia racional
disponible y que promueve de manera abierta la discriminación contra los que no
se ajustan a sus disposiciones. Contra el curuchupa, se opone argumentada la
defensa del principio “laico” del Estado y del derecho a la libertad de
religión (que incluye el de no profesar ninguna religión también y que no
otorga privilegios a ninguna religión por encima de otra por causa ninguna, ni
siquiera por contar con la amplia mayoría de creyentes de un territorio):
contra el curuchupa, ¡Fuck you, curuchupa!
Por principios y por derechos constitucionales cuyo respeto defendemos en
GkillCity.com y cuya concreción implica garantizar la existencia de pluralidad
de opiniones y de diversidad de actitudes en la sociedad, que es lo que los
curuchupas intentan evitar con la imposición legal de sus ideas carentes de
evidencia científica y de propósito discriminador. Ese era precisamente el
intento del artículo de Miguel Macías y lo que motivó que se lo ponga en
ridículo por varias horas en las redes sociales. Los tiempos cambian.
Sépanlo, curuchupas: ustedes son nuestra diversión
garantizada.