7 de septiembre de 2014

Control de armas

Publicado en diario El Telégrafo el 5 de septiembre del 2014, bajo el título "Control de armas en EE.UU. y Australia".


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El 17 de abril del 2013, el Presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama, dio un discurso sobre la negativa del Congreso de su país de tratar un proyecto de ley que proponía limitar el acceso a las armas de fuego. La propuesta en sí no era radical: consistía esencialmente en una regulación más estricta del acceso a las armas de fuego para personas con antecedentes criminales o con desequilibrios mentales. Pero el Senado la negó por la aplicación de un procedimiento que el Presidente Obama calificó como una “distorsión” de sus reglas y que consiste simplemente en nunca cerrar el debate. Tan simple como eso: unos senadores se ponen de acuerdo (en este asunto de las armas fueron los del Partido Republicano, pero también lo han hecho los del Demócrata) para mantener el debate abierto de manera tal que el asunto jamás pasa a la etapa de aprobación. Esta práctica se la conoce con el nombre de “filibusterismo”. Para romper con ella, según las reglas del Senado son necesarios más votos que para la aprobación misma de la ley, pues mientras para lo primero se requieren 60 votos, para lo segundo basta con una mayoría simple de 51. Las cifras de esta votación en el Senado sobre el cierre del debate fueron de 54 senadores a favor y 46 en contra. Es decir, una mayoría suficiente para la aprobación de la ley, pero que resultó insuficiente para hacerla aprobar: eso es, precisamente, lo que Obama denominó una “distorsión”.

Este proyecto de ley se lo presentó a raíz de la masacre de Newport, sucedida en esa ciudad del Estado de Connecticut en diciembre del 2012, cuando un demente mató a 28 personas (incluidos él mismo, su madre y 20 niños) en la escuela primaria Sandy Hook. Familiares de las víctimas estaban junto al Presidente Obama mientras él daba su discurso; uno de ellos, padre de un niño de siete años muerto en esta tragedia, lo antecedió en el uso de la palabra. Obama recordó en su intervención que un abrumador 90% de estadounidenses querían que se regule de una manera más estricta el acceso a las armas (las encuestas arrojan cifras en una franja entre el 83% y el 91% de la población). Ante el fracaso en el Congreso de una propuesta que contaba con un cifra de apoyo tan amplia como ésa, el Presidente Obama se preguntó con crudeza: “¿A quiénes representamos?”. Porque resultó claro que a las aspiraciones de una gran mayoría de los estadounidenses, sus representantes en el Senado simplemente las ignoraron.

Ahora, uno puede preguntarse qué tan efectiva era la propuesta que el Senado rechazó. En general, ¿funciona limitar el acceso a las armas de fuego para reducir el número de masacres? En este sentido, el caso de Australia resulta interesante. Hubo allí en abril de 1996 un hecho similar al de Newport, como fue la masacre de Port Arthur. En este acontecimiento, sucedido en un poblado de la isla de Tasmania, un desequilibrado mató a 35 personas e hirió a 23. Esto sucedió durante el primer período de gobierno del Primer Ministro conservador John Howard, quien gobernó Australia por cuatro períodos consecutivos (desde marzo de 1996 hasta diciembre del 2007) y quien decidió tomar inmediatas medidas ante los hechos en Port Arthur: en menos de seis meses, su gobierno presentó y aprobó legislación restrictiva del acceso y del uso de armas de fuego e inició la compra forzada de rifles y pistolas, la que financió con un incremento transitorio de impuestos para recaudar los 500 millones de dólares australianos que costó el plan. En consecuencia, el gobierno australiano compró y destruyó (enfrentando una tenaz oposición del sector rural) un total de 631.000 armas. En los dieciocho años anteriores a la masacre de Port Arthur, Australia había padecido al menos 13 masacres; después de Port Arthur y de las medidas adoptadas por el gobierno del Primer Ministro Howard, nunca ha sucedido ninguna otra y ha decrecido, también, la proporción de suicidios y de homicidios en general. Con el paso del tiempo, incluso personas que para 1996 se oponían a las medidas gubernamentales, han reconsiderado su postura y aceptado que sus resultados han sido beneficiosos.

¿Por qué en un país su máxima autoridad se lamenta de la ineficacia de su sistema político para atender los deseos de sus ciudadanos mientras en otro su equivalente puede hacerlo de una manera rápida y eficaz? La respuesta corta: la NRA. En Estados Unidos, un grupo pequeño, pero bien financiado y mejor organizado, la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) tiene la capacidad de presionar a los legisladores y someterlos a sus intereses. En particular, en Estados de los Estados Unidos que son conocidos como pro-gun (favorables al acceso y uso de las armas) los legisladores son particularmente susceptibles a las presiones de la NRA. Y el Director Ejecutivo de la NRA, Chris Cox, para este caso de Newport, fue muy explícito en declarar que todo voto a favor de la propuesta de reforma “sería considerado en las futuras evaluaciones de candidatos”.

Por supuesto, hay otros razones para que el resultado en materia de regulación de armas en los Estados Unidos sea distinto al de Australia. Se puede tomar en consideración razones de tipo estructural (sistema presidencialista vs. sistema parlamentario), de tipo jurídico (el peso interpretativo de la segunda enmienda de la Constitución en Estados Unidos) o de tipo cultural. Pero en todo caso, es real la presión y el miedo que ejerce la NRA en los legisladores. El propio Presidente Barack Obama acusó a la NRA (sin mencionarla de manera específica) de mentir para alcanzar sus fines y se refirió a la forma cómo se presionó a los representantes en el Senado: “desafortunadamente, este patrón de difundir falsedades sobre la legislación cumplió sus propósitos, porque esas mentiras enojaron a una intensa minoría de propietarios de armas de fuego y ello, a su vez, intimidó a varios senadores”, cuya preocupación era que esa minoría “les pasaría factura en futuras elecciones”. 

El éxito de la NRA se debe a que es un grupo que tiene un único propósito y es capaz de movilizar a sus miembros (un total de 4 millones de personas, un 1.33% de la población de Estados Unidos) para defenderlo. Su único propósito es que se regule lo menos posible el acceso y el uso de las armas. Sus miembros son personas con capacidad de movilizarse para defender su agenda y proclives a decidir su voto por el solo hecho de que el candidato tenga o no una postura contraria a las políticas de la NRA. Obama lo dijo claramente en ese discurso de abril del 2013: “Ellos están mejor organizados. Ellos están mejor financiados. Ellos han estado en esto más tiempo. Y ellos se aseguran de mantenerse enfocados en este único tema durante el período electoral. Y esa es la razón por la cual puedes tener algo que es apoyado por el 90% de los americanos y no puedes hacerlo tramitar por el Senado o por la Cámara de Representantes”. En pocas palabras, poco más de un (organizado) 1% de los habitantes triunfó por sobre las aspiraciones de casi 9 de cada 10 estadounidenses. Como lo definió el columnista Ryan Lizza en un artículo para The New Yorker, lo sucedido en este episodio de la política norteamericana es una muestra de cuan “anti-democrática y disfuncional” es la arquitectura política estadounidense.

Contadas desde 1996, en los Estados Unidos han existido casi dos decenas de masacres con armas de fuego en las que se ha acabado con la vida de casi 200 personas. En Australia, después de Port Arthur, han habido cero masacres y cero víctimas. En resumen, en los Estados Unidos los intereses de unos pocos prevalecieron por sobre las aspiraciones de la mayoría de sus habitantes; mientras en Australia, puesto en claro y juzgado por sus resultados, triunfó el sentido común.