Tres descripciones de Quito y una explicación ausente

14 de diciembre de 2015

A inicios del siglo XIX, el científico alemán Alexander von Humboldt describió a aquella Quito en la que vivió seis meses de su vida (que hoy lo honra con una calle que corre paralela a la González Suárez) de la siguiente manera:
 
“El pueblo respiraba una atmósfera de lujuria y voluptuosidad, y tal vez no haya otro sitio con población tan enteramente dada a la búsqueda del placer. Así puede un hombre acostumbrarse a dormir en paz al borde un precipicio” (1).
 
Humboldt vivió en Quito seis meses, hospedado por Juan Pío Montúfar. Partió de Quito en junio de 1802 para recorrer América y realizar sus investigaciones. Iba a acompañarlo el sabio payanés Francisco José de Caldas, con quien Humboldt había tratado en Ibarra. Pero Humboldt se encamotó de Carlos Montúfar (hijo de Juan Pío Montúfar y futuro partícipe de las luchas por la independencia del imperio español, razón por la que fue fusilado por sedición en 1816) y prefirió llevarlo a él que al científico Caldas. Caldas (a quien Quito honra con una calle que termina en la Basílica del Voto Nacional) escribió en unas cartas dirigidas a José Celestino Mutis la siguiente descripción de Quito:
 
“El aire de Quito está envenenado; no se respiran sino placeres; los precipicios, los escollos de la virtud se multiplican, y se puede creer que el templo de Venus se ha trasladado de Chipre a esta ciudad” (2).
 
Esta atmósfera en la que “no se respiran sino placeres” de la etapa final del período colonial se desvaneció en el curso de los años republicanos. A fines de los años cincuenta del siglo XX, Benjamín Carrión describió a la ciudad de Quito (que hoy lo homenajea con una calle al Suroeste, en el sector de Santa Martha alta) de la siguiente forma:
 
“Quito, esta villa encumbrada, luminosa y triste, quiere engañar su tedio con el chiste. Pero Quito –y creo hacer con ello su mejor elogio-, no es una ciudad pinturera ni chistosa. Su panorama agreste, montañoso, de bella catástrofe verde. Sus magníficas lluvias torrenciales. Su alejamiento de los fáciles caminos del mundo. Todo eso, y además su mestizaje humano en el que predomina lo indígena, hacen de Quito una ciudad austera, trascendente, pensativa. Una ciudad patética.” (3).
 
El tránsito de Quito desde una ciudad “enteramente dada a la búsqueda del placer” hacia una ciudad “triste” y “patética”, sucedido en el curso de 150 años, exige una explicación.

(1) Ecuador: como Alexander von Humboldt. Diario La nación (Argentina), 13 de abril del 2008.
(2) Barrios, Francisco, Una pasión no correspondida, Revista Arcadia, 23 de junio del 2011. El presidente de la Academia Nacional de Historia de Colombia ha señalado en Caldas una “tendencia homosexual latente”, v. Humboldt era homosexual, ¿pero Caldas?, albicentenario.com. Caldas le da nombre al ron viejo.
(3) Carrión, Benjamín 2012, Ensayos escogidos, Editorial Pedro Jorge Vera CCE, Quito, p. 278.

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