Dos caminos para la libertad de expresión

7 de mayo de 2016


El Secretario de Estado de los Estados Unidos de América, George Schultz, el día antes de posesionarse Rodrigo Borja como Presidente Constitucional de la República del Ecuador el 10 de agosto de 1988, solicitó hablar con el que aún era candidato electo. Borja aceptó la solicitud y el Secretario de Estado Schultz acudió a decirle que el mural de Guayasamín en el Congreso Nacional que se inauguraba oficialmente el 10 de agosto era “gravemente ofensivo” para su país puesto que en él había la presencia de un casco nazi que representaba a la CIA. 
 
El casco de la discordia en el mural de Oswaldo Guayasamín.
 
Borja le replicó a Schultz que “nada podía hacer” porque no se podía “dejar de respetar la concepción artística del autor ni regresar a la Edad Media para empañetar las obras de arte que chocaban contra nuestro sentido de la decencia” (1). Schultz dijo entonces que, en esas condiciones, no podía asistir a la ceremonia de posesión presidencial. Borja le reconvino que, al hacer eso, “hará famoso al mural en el mundo entero” (2). Al día siguiente, Borja vio “al señor Schultz sentado en primera fila del hemiciclo parlamentario” (3).  

Uno puede comparar la gallarda e inteligente actitud de Borja en defensa de la libertad de expresión con lo sucedido en la censura previa del Salón de Julio del 2011. Allí, no fue una presión externa, sino una sugerencia interna, proveniente de un asesor del alcalde, la que desencadenó la censura. Nebot, apercibido de la obra de Graciela Guerrero 'Lo violó todo el día dentro de un carro!' (cuya inspiración proviene de una noticia así titulada en el diario Extra), ordenó al director de cultura Melvin Hoyos que aplique la censura previa amparado en el Salón de Julio. El argumento real era el que esgrimió el director Hoyos ante la prensa, antes de que estalle el caso de la censura previa, con la candidez propia del subnormal que es: según él, la ciudadanía de Guayaquil que asisten al museo de la ciudad "no está en capacidad de decodificar ciertos mensajes" (4). Después cambió su discurso a un argumento inventado (“eso es pornografía”) lo que pudo hacer gracias a la complicidad de una prensa local mediocre e inútil para cualquier propósito crítico. 

Así, el argumento real de Hoyos fue que los habitantes de Guayaquil somos idiotas (pues no poder ‘decodificar’ un mensaje es precisamente eso) y que por eso la autoridad municpal debía protegernos de tales riesgos. En otras partes del mundo, tratar de idiota al electorado de la ciudad provocaría un grave escándalo que haría rodar cabezas (por supuesto, la del imbécil profundo que emitió aquella opinión). Pero en Guayaquil, ese estado de cosas es normal.  

La incodificable obra de Graciela Guerrero en el Salón de Julio.

La muy decodificable imagen de un caricaturista anónimo en diario Extra.
 
Estas son, en definitiva, las divergentes historias de un socialdemócrata que defendió la libertad de expresión y de un bobo peón de un populista autoritario de derechas que la vulneró con su estupidez y su gazmoñería.

(1) Borja, Rodrigo, 'Recovecos de la historia', Editorial Planeta del Ecuador, Quito, 2004, Segunda Edición [Primera edición, 2003], pp. 235-236.
(2) Al día de hoy, aquello se conoce como el "efecto Streisand", v. 'Correa en Vietnam', Xavier Flores Aguirre, 11 de febrero de 2015.
(3) Ibíd., p. 236.
(4) Para una recopilación de opiniones en torno a este caso, que incluyen la sandez dicha por Hoyos y el aluvión de críticas que desató (en su gran mayoría) en medios de comunicación distintos a la tan silente y cómplice prensa tradicional, v. 'El Salón de Julio y el sexo...', Río Revuelto.

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