27 de febrero de 2017

Esto es un elogio


 “Recuerdos de Marx”, de Paul Lafargue [Die Neue Zeit, Vol. 1, 1890-1891]:

“El cerebro de Marx estaba armado de un acervo increíble de datos de la historia y las ciencias naturales, así como de las teorías filosóficas. Tenía una capacidad notable para utilizar el conocimiento y las observaciones acumuladas durante años de trabajo intelectual. Podía interrogársele en cualquier momento, sobre cualquier tema, y obtenerse la respuesta más detallada que podría desearse, acompañada siempre de reflexiones filosóficas de aplicación general. Su cerebro era como un guerrero acampado, listo para lanzarse a cualquier esfera de pensamiento.
[…]
Yo trabajé con Marx; sólo era el escribano al que dictaba, pero esto me dio la oportunidad de observar su manera de pensar y de escribir. El trabajo era fácil para él y al mismo tiempo difícil. Fácil porque su mente no encontraba dificultades para abarcar los hechos y las consideraciones importantes en su totalidad. Pero esa misma totalidad hacía de la exposición de sus ideas una cuestión de largo y arduo trabajo.
[…]
No solo veía la superficie, sino lo que estaba por debajo de ésta. Examinaba todas las partes integrantes en su acción y reacción mutuas; aislaba cada una de estas partes y rastreaba la historia de su desarrollo. Luego pasaba del objeto a su ambiente y observaba la reacción del uno sobre el otro. Buscaba el origen del objeto, los cambios, evoluciones y revoluciones que había atravesado y procedía finalmente a sus efectos más remotos. No veía una cosa singularmente, en sí y para sí, aislada de su entorno: veía un mundo muy complejo en continuo movimiento”. 

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