La barbarie, hoy como siempre

27 de agosto de 2017


Fiodor Dostoievski en ‘Recuerdos de la casa de los muertos’ escribió que “el grado de civilización de una sociedad puede juzgarse por el estado de sus prisiones”. Juzgado así, en el territorio que se convirtió en la malhadada República del Ecuador jamás hemos conocido otra cosa que un estado de barbarie.

El Tomo V de la ‘Historia General de la República del Ecuador’ de Federico González Suárez describe la situación de las cárceles durante el período colonial:

“En las cárceles no había sistema alguno penitenciario bien establecido; el preso estaba encerrado en calabozos inmundos, sin luz ni aire sano, cuando era pobre y pertenecía a las clases obreras de la sociedad; si pertenecía a la nobleza, se le proporcionaban cuantas comodidades deseaba durante los días de su encarcelamiento”.

Tales distinciones odiosas en la colonia siguen existiendo en la actualidad (v. ‘Cárcel 4’, donde suelen ir los pillos de alto coturno). Y continúa el padrecito González:

“Las cárceles eran lugares donde los culpables vivían atormentados, pero de donde no podían salir nunca corregidos ni enmendados; antes, podían adquirir vicios con los cuales no habían estado manchados. La pena de azotes y la de trabajos forzados no se imponían a los nobles. Ordinariamente la justicia, muy benigna con los españoles nacidos en la Península, era severa con los mestizos y los indios, y tolerante con los españoles americanos”.

Esta “pigmentocracia de la justicia” continúa vigente, en un país en el que el racismo está tan naturalizado que muy rara vez se lo discute.

Es la barbarie, hoy como siempre.

El papel de cojudo

26 de agosto de 2017


Hay varios momentos notables en la intervención del legislador socialcristiano Jaime Nebot el 1 de septiembre de 1990 (en particular, debido al nivel cosaco de su consumo de alcohol), como cuando advirtió a su audiencia que él tenía que miccionar sobre la humanidad del legislador socialista Víctor Granda (aquel célebre “no puedo pegarte, tengo que mearte”). Pero su momento cumbre es cuando el legislador socialista Enrique Ayala Mora lo acusa de no saber debatir, mientras los socialistas (según decía Ayala Mora) sí que sabían. 

Matraca lo puteó de lo lindo:

“¿Qué socialismo, mamarracho? Vestido de frac, con pipa y tabaco inglés… ¡cojudo!”.

A la voz de “¡cojudo!”, todo el Congreso Nacional se cagó de la risa. De inmediato, la basureada de Nebot surtió efecto: Ayala Mora se pintó de colores. De ahí en más, no dijo ni pío.

 
Para las elecciones de febrero de 2017, el cojudo de 1990 se lanzó de candidato a asambleísta por su provincia (Imbabura) y fungió de co-ideario de quien lo había basureado años atrás (?). Así, una vez más se confirmó la ingeniosa frase de Charles Dudley Warner, “la política hace extraños compañeros de cama”.

Por cierto que para estas elecciones de 2017 Ayala Mora cambió el frac, la pipa y el tabaco inglés por un chaleco rojo y un eslogan que afirmaba que los socialistas eran más buenos que las fritadas de Imbabura (?). Ayala perdió la elección, y es probable que con esta derrota se apee de manera definitiva de la política. De aquí en más, probablemente, ya no dirá ni pío.

Es tentador decir, dados sus antecedentes, que esto le pasó a Ayala por “cojudo” (established since 1990).

Democracia sin demócratas

24 de agosto de 2017


Formalmente, la República del Ecuador es una democracia (así dicen su Constitución, sus leyes y la periódica organización de elecciones). Pero de fondo, Ecuador carece de lo fundamental para ser una democracia, pues le faltan los demócratas. Y le faltan, creo, por dos razones fundamentales: primero, por nuestros ciudadanos; segundo, por nuestro periodismo.

En cuanto a los ciudadanos, el ecuatoriano no suele tener valores democráticos en su interacción con los demás. Somos un país donde suele imperar la desconfianza mutua, la intolerancia y la corrupción. Con gente así curtida, la democracia se torna casi imposible.

Y en cuanto al periodismo, se supone que tiene la responsabilidad de crear una ciudadanía informada, que es un pilar de la democracia. Pero su rol en Ecuador se ha reducido casi en exclusiva a la manipulación en función de sus intereses económicos, lo que implica desde la alteración de la verdad hasta la omisión de datos sustanciales para comprenderla. Nuestro periodismo es principalmente mercenario; únicamente de manera accidental, resulta informativo.

En resumidas cuentas: ciudadanía y periodismo son dos lastres que impiden que la democracia prospere en el Ecuador. Seguimos siendo, como decía Jorge Luis Borges, una sociedad dedicada a “una versión latinoamericana de la política: conspirar, mentir e imponerse”.

Un whisky para espantar al diablo

23 de agosto de 2017


Cuando el fenómeno de El Niño del año 1899/1900 (1) destruyó varios kilómetros de línea férrea, Archer Harman se dirigió con preocupación al general Eloy Alfaro:

Harman: “¿Y ahora, qué hacemos, general?”
Alfaro: “Primero, don Archer, tomemos un trago de whisky para espantar al diablo, luego veremos qué hacer” (2).

Descontando que el diablo no existe, su respuesta es la de un hombre sabio. No en vano partió en dos la historia de este país mal hecho.

(1) Desde el invierno de 1899/1900 se consideran fenómenos de El Niño “muy fuertes” a los sucedidos en esos años y en 1940/1941, 1982/1983 y 1997/1998.
(2) Karl Dieter Gartelmann, ‘Nariz del diablo y monstruo negro’, Tramaediciones, Quito, 2008, p. 107.

Una pandilla de gamberros

22 de agosto de 2017

Como dice esta veterana, con razón:


Primera parte: la ignorancia de la ley

El 11 de enero de 2017 lo entrevistaron al Alcalde de Guayaquil en radio Sucre y le preguntaron por la caída de la cruz de la Catedral. El Alcalde respondió que la competencia de patrimonio cultural consiste en…

“…cuidar, en velar, en autorizar, en incentivar al cuidado de los bienes patrimoniales. No en pagar las reparaciones y el cuidado de los bienes patrimoniales que son de terceros, de personas particulares, o en este caso, de la curia. En el caso de los bienes municipales, por supuesto que tenemos que pagar y hacer mantenimiento, edificación, traslado, etcétera…”.
  
Ya por aquí el Alcalde de Guayaquil empieza mal. La competencia de cuidado patrimonial demanda mucho más de una autoridad municipal responsable: “las facultades de rectoría local, planificación local, regulación local, control local y gestión local” (Art. 9).

Pero se pone peor.

Segunda parte: la mentira sobre sus propios actos

El 11 de agosto de 2017, la Alcaldía de Guayaquil publicó el siguiente comunicado, a raíz de su pretendida demolición de la casa patrimonial de Imbabura y Panamá:


En este comunicado se incrusta una crasa mentira en su punto 5: la Alcaldía de Guayaquil afirma que expropió la casa esquinera de las calles Imbabura y Panamá “para construir el Teatrino”. Esto es falso. La Alcaldía de Guayaquil expropió esa casa, en principio, para construir el “Museo del Cacao”. Incluso su “fan enamorada” ha advertido que la construcción del “Museo del Cacao” fue el propósito original de la expropiación.

Pero se pone todavía peor.

Tercera parte: la Alcaldía de Guayaquil contra todos

Pasaron los años y la Alcaldía de Guayaquil olvidó su proyecto original del “Museo del Cacao”. Su interés ahora es demoler la casa para trasladar unas partes de ella (“chapas y rejas”) a otro lado y construir allí un “Teatrino”. Y para demolerlo, la Alcaldía pretende actuar a lo gamberro, pues según su director de Justicia y Vigilancia, Xavier Narváez, procederían a demolerlo “lo más pronto posible, sin esperar respuesta del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural”. Es decir, la Alcaldía pretende actuar contra la ley.

Pero no solo eso: la Alcaldía pretende actuar en contra de la voluntad de la ciudadanía organizada de Guayaquil (sí, la abúlica ciudadanía guayaquileña se ha organizado en defensa de nuestro patrimonio). Por las redes, circula un vídeo en el que se exponen muchas de nuestras razones para evitar la demolición del inmueble de Panamá e Imbabura:


La Alcaldía, NS/NC.

Conclusión

El saldo es lamentable: la Alcaldía de Guayaquil ignora sus obligaciones legales, miente sobre sus verdaderas intenciones y pretende actuar contra la ley y contra la voluntad de los ciudadanos de la ciudad que administra.

Es asombroso que esta pandilla de gamberros siga en el poder en Guayaquil.

Metrovía: el tamaño de su mediocridad

20 de agosto de 2017


A fines del 2015, un usuario describió lo que se vive en la Metrovía:

Esto, cuando el pasaje costaba todavía 25 centavos. Subió el precio, pero su servicio sigue igual de malo.

El servicio de la Metrovía sigue siendo igual de mediocre a lo descrito por este usuario. Y se pone peor.

A efectos de formarnos criterio, abandonemos por un momento el conformismo (que cuenta en Jazmín con una de sus más altas exponentes) imperante en los habitantes de Guayaquil para calificar a la Metrovía (1), para entrar a compararla con los demás sistemas de Bus Rapid Transit (BRT) del mundo. El Bus Rapid Transit Standard califica en oro, plata y bronce el desempeño de los BRT a nivel mundial. Y en este contexto, la muy mediocre Metrovía de Guayaquil nunca ha dejado de ser lo más bajo en esta escala: “bronce”.

Antes de que algún acomplejado diga que el “oro” es el patrimonio de los BRT europeos, que se sepa que nada más en la vecina Colombia, el Transmilenio de Bogotá y el Metroplús de Medellín reciben “oro” por sus sistemas BRT. La diferencia entre estos BRT colombianos y el BRT de Guayaquil (alías, “la Metrovía”) está en una mejor administración de los recursos, sujeta a una inteligente planificación.  

Porque en Guayaquil, la planificación fracasó. Piénsese en el siguiente dato: el día que se inauguró la Metrovía, 29 de julio de 2006, el alcalde de Guayaquil anunció que las primeras tres troncales de este sistema BRT iban a estar listas para el año 2008. Resultó una mentira colosal: recién en febrero del 2013 entraron a funcionar las tres troncales que entonces se ofrecieron.


Y se pone incluso peor: en la que fue su planificación, la Alcaldía de Guayaquil pretendía que para el año 2020 la Metrovía iba a contar con un total de siete troncales. Con casi diez años de retraso, todavía está en la lucha por empezar la cuarta. Y de las otras tres, mejor olvídense (2).

Tal es el tamaño de su mediocridad.

(1) En mi opinión, el guayaquileño tiene anestesiado el sentido crítico sobre lo que sucede en su ciudad: ‘Guayaquil y la crítica’.
(2) En una entrevista radial, le preguntaron a Nebot por las siete troncales de la Metrovía. Dijo que las otras tres troncales “son muy chiquitas”. JAJAJA (¡cómo vende humo este pibe!).

Así, cualquiera

19 de agosto de 2017


El siguiente episodio de enero refleja muy bien la forma cómo la Alcaldía de Guayaquil sobrevive a su propia incompetencia.

*

En la que fue su segunda entrevista radial de los miércoles este año 2017, el alcalde Jaime Nebot debía ofrecer una explicación por la caída de la cruz de la Catedral, en razón de que el Municipio de Guayaquil debió haber autorizado y controlado esta intervención (tal es su obligación legal: Resolución No 0004-CNC-2015, Arts. 9-14). La restauración de la Catedral fue realizada de forma pública (hubo cierre de calles, sobrevuelo de helicópteros, notas de prensa) pero el Municipio fue incapaz de ejercer sus obligaciones legales. La consecuencia de ello fue el aparatoso fracaso de la restauración.

El alcalde Nebot escogió a una comparsa ideal para la transmisión de sus ideas: radio Sucre, de propiedad del exconcejal del PSC Vicente Arroba Ditto. Él le formuló una primera pregunta al alcalde, que concluyó con las siguientes palabras: “Los padrecitos dicen que el Municipio tenía que realizar ese trabajo”. En este punto, Nebot empieza a REÍRSE y sus dos entrevistadores lo secundan en la risotada. En medio de estas risas, es que Nebot empezó su respuesta. Fue cualquiera. Véanlo ustedes mismos:


Arroba Ditto y el otro fulano sentado a su lado no estaban allí para hacer periodismo, eso de ninguna manera. Su función era la de ser meras comparsas de cualquier cosa que el alcalde Jaime Nebot quiera decir, sin jamás incomodarlo ni cuestionarlo.

A un periodismo como aquel no se le ocurrirá jamás preguntarle al alcalde Nebot cosas como, por ejemplo: ¿Por qué si el Municipio de Guayaquil está obligado a la rectoría, planificación, regulación y control y gestión del patrimonio cultural y arquitectónico en su jurisdicción, no actúa en concordancia con sus obligaciones legales? ¿Por qué no dicta las ordenanzas a las que lo obliga la ley? ¿Por qué no crea la institución de control que debe crear para controlar la gestión de lo patrimonial en el cantón?

En vista de los últimos sucesos, estas preguntas se hacen cada vez más urgentes.

*

Porque tengámoslo claro: es este tipo de periodismo servil al poder político e irresponsable frente a los ciudadanos, como el practicado por radio Sucre en esta entrevista que reseño, el que permite que el patrimonio arquitectónico de nuestra ciudad se destruya.

Y es por este tipo de mal periodismo, generalizado en Guayaquil, que la Alcaldía de nuestra ciudad, aunque irresponsable, queda siempre impune. Así, cualquiera.

Bonil y Guayaquil

Para alguien tan crítico como el caricaturista Bonil (a quien muchas veces he celebrado por su ingenio) resulta realmente asombroso su silencio sobre lo que pasa en Guayaquil.

Es llamativo, en particular, porque Bonil dibuja para un periódico de Guayaquil. La ciudad registra numerosos problemas (tantas cosas por dibujar) pero sobre estos Bonil jamás se ha pronunciado. Ni un pinche trazo. Su sentido crítico se anula cuando de Guayaquil se trata.

My educated guess: Bonil no tiene un pelo de tonto y sabe que las cosas en Guayaquil no funcionan tan bien como lo dice la propaganda oficial, pero el diario en que él publica (diario El Universo) tiene el estatus de fan enamorada de la Alcaldía de Guayaquil. Supongo, entonces, que esto es lo que encorseta su sentido crítico, al punto de anularlo.

Lo que es una verdadera lástima, porque la Alcaldía de Guayaquil y sus torpezas son una fuente inagotable de humor.  

El laicismo de Alfonso Reece

17 de agosto de 2017


Unos días atrás, Alfonso Reece Dousdebés expuso en una columna de opinión de diario El Universo su postura liberal, de la que hice un contrapunto. Esta vez, expuso en su columna su postura sobre el laicismo.

Reece defiende en su artículo la idea de un Estado que, de manera general, debe abstenerse de intervenir en materia de libertad de religión. Es necesario apuntar que, en estricto rigor, Reece no suscribe todo tipo de abstención estatal, pues entiende que el Estado debe intervenir para impedir los casos de una “manifestación hostil contra una religión”.

*

Coincido con Reece en que el Estado tiene que intervenir, pero creo que el rol del Estado debe ser distinto a intervenir para silenciar un discurso, por muy “hostil contra una religión” que pueda parecer (1). Creo, como Owen Fiss, que la razón del Estado para intervenir “no es tanto el interés de los individuos por expresarse, sino el interés de la audiencia –la ciudadanía- por escuchar un debate pleno y abierto de los asuntos de importancia pública” (2).

Reece puede considerar que la obra del colectivo boliviano Mujeres creando “Milagroso altar blasfemo” es un bodrio. Es una apreciación irrelevante: de gustibus non est dispuntandum. Lo clave es comprender si el colectivo Mujeres creando está hablando en su obra de “asuntos de importancia pública”. 

Un análisis de esta obra se publicó en Cartón Piedra, escrito por José Miguel Cabrera. Si lo leen, verán que los temas abordados en la obra “Milagroso altar blasfemo” merecen considerarse como “de importancia pública” pues como lo explica Cabrera, el discurso de este colectivo es “a favor de la igualdad, en contra de los femicidios o del aborto clandestino y en defensa del derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos” (3).

Un Estado comprometido con la libertad de expresión debe fomentar este tipo de debates, pues su actuación debe basarse en la idea de que “la protección del discurso público –que asegure que el público escuche todo lo que debe escuchar- es un fin permisible del Estado” (4).

*

En resumidas cuentas: las ideas de Alfonso Reece sobre el liberalismo y el laicismo producen un “efecto silenciador” para la libertad de expresión. Eso es precisamente lo que Owen Fiss se propone evitar con su idea de la “protección del discurso público”, pues la expresión de ideas sobre asuntos de importancia pública debe prevalecer (salvo los casos de discursos de odio) por sobre la sensibilidad ofendida de los creyentes de una religión.

Por supuesto, se debe ser muy cuidadoso en cómo se construye este rol estatal de intervención del Estado para la “protección del discurso público”. Pero una cosa es segura: esta intervención es, sin duda, mejor alternativa que tener un Estado con un rol silenciador como el que propone Reece en estos dos artículos.

(1) Con la obvia excepción de los discursos de odio.

Washington Herrera (Naipe Centralista)

14 de agosto de 2017



La definición de “economista estatista” del Naipe Centralista, con foto. A pesar de su redacción deficiente, la frase “Cuando cayo [sic] el muro de Berlin [sic], lloro [sic] amargamente y nunca se repuso”, es joya.

Cuidado con el patrimonio

13 de agosto de 2017


La Alcaldía de Guayaquil publicó el 11 de agosto de 2017 un comunicado que tituló: “La verdad sobre el cuidado de los bienes patrimoniales en Guayaquil”. Es esto:


Vamos punto por punto.

Punto 1: ¿En serio tenían que empezar con una falacia “tu quoque”? Este es un inicio poco auspicioso, además de ruin.

Punto 2: Dicen no haber recibido ni un dólar para la preservación de bienes patrimoniales. Con esta lógica, si no le “dan” plata desde Quito, la Alcaldía de Guayaquil no va a invertir recursos propios para cuidar el patrimonio de la ciudad.

Punto 3: Empieza mal esta enumeración cuando inicia con “La Catedral de Guayaquil”, que es un vivo ejemplo de su incompetencia para el cuidado del patrimonio. Por lo demás, el resultado es una mezcla de peras con manzanas pues confunde las obligaciones de cuidado patrimonial con las obras públicas en general.

Punto 4: Pedirle a la Alcaldía de Guayaquil que “invierta” dineros públicos en el cuidado del patrimonio es insensato: como no es una tarea “jugosa” para los gremios inmobiliario y de la construcción, esto no convoca su interés (lo “jugoso” es su demolición). Pero la Alcaldía de Guayaquil es tan irresponsable que, teniendo desde el 3 de junio de 2015 la obligación de dictar “las ordenanzas o reglamentos que protejan el patrimonio cultural local para su preservación, mantenimiento y difusión” (Art. 12, núm. 2), todavía no lo hace.

Esto, a pesar de haber un concejo de alzamanos a disposición.

Punto 5: A la Alcaldía de Guayaquil parece estorbarle “La Casa del Cacao”. Su propósito es demolerla, aprovechar algunas cosas (“como chapas y rejas”) y construir algo nuevo. Se caga en nuestro patrimonio arquitectónico.

El Instituto Nacional de Patrimonio Cultural ha impedido que la Alcaldía de Guayaquil tire abajo la casa. A pesar de ser un inmueble de su propiedad y a pesar de tener una específica obligación legal (“Adoptar medidas precautelatorias para la protección del patrimonio cultural local”, Art. 13 núm. 3), la Alcaldía de Guayaquil no piensa hacer nada con este inmueble, salvo verlo caerse para responsabilizar de ello al INPC. Que se joda el patrimonio, que se joda un eventual ciudadano al que le caiga la casa o fragmentos de ella encima, que se joda el INPC.

La Alcaldía de Guayaquil pasa de todo. Este es su pueblo.

Punto 6: Su afán justiciero es notable. Ojalá empiecen por aclarar lo que parece un auto- atentado a un bien patrimonial para apurar su demolición. Porque, aún dados todos estos antecedentes, eso sería ya demasiado canalla.

Una rara ruptura. Publicado en Facebook, por Paola Martínez.

*

Después de leer este comunicado, la “verdad” se ha revelado diáfana: en Guayaquil hay que tener mucho cuidado con el patrimonio. Lo administra su Alcaldía, tamaña irresponsable.

El liberalismo de Alfonso Reece

11 de agosto de 2017

El artículo de Alfonso Reece Dousdebés publicado unos días atrás en diario El Universo titulado “Blasfemia barata” es interesante porque ilustra bien la postura liberal de su autor. Y ofrece la oportunidad de un contrapunto.

1) La postura de Reece

Reece es un liberal que defiende el derecho a la libertad de expresión con gran vehemencia. Es una persona consciente que “el derecho a la libertad implica el derecho a escuchar lo que no queremos oír”, como aseguraba el inglés George Orwell. En esto, estoy totalmente de acuerdo con él.

Sin embargo, el liberalismo de Reece se corta en el rol del Estado frente a la libertad de expresión. Su postura liberal entiende que el rol del Estado frente a la libertad de expresión es un rol de abstención. Se indigna del uso de sus impuestos para obras como la del Centro Cultural Metropolitano: “Si esto se hubiese desplegado en una galería privada, allá cada cual con su mal gusto, pero no en un edificio público”.

2) El contrapunto

El liberalismo puede tener una postura distinta frente a la libertad de expresión. A diferencia de Reece, creo en un activo rol del Estado frente al ejercicio de la libertad de expresión en su comunidad y creo que tiene la obligación de fomentarla (1).

Por ejemplo, a contramano de otros agnósticos/ateos, estoy de acuerdo con que el Estado apoye (bajo ciertas condiciones) actividades religiosas, como por ejemplo la procesión del Cristo de Consuelo. Por supuesto, el espectro de acción del Estado para fomentar la libertad de expresión es mucho más amplio que las actividades de carácter religioso, e incluye polémicas exhibiciones de arte (sí, como aquella exhibida en el Centro Cultural Metropolitano de Quito).

Por supuesto, resulta irrelevante que a Alfonso Reece no le guste la obra exhibida en el Centro Cultural Metropolitano. Llama a esta obra de “calidad ínfima, manifestaciones feas, sin gracia, con un chambón y gratuito afán de provocación”. Pero no es el arte que no le agrada a Reece el que debe prohibirse (él no ha sugerido esto, su artículo es mucho más inteligente), es el arte que cuestiona ideas en nuestra sociedad aquel que debe permitirse y fomentarse.

La obra del colectivo “Mujeres creando” en el Centro Cultural Metropolitano de Quito es polémica: hace alusiones a la iglesia católica, pues “recrea nuevas vírgenes que representan los abusos de la Iglesia Católica (pedofilia o corrupción) y de los Estados que atentan contra los cuerpos de las mujeres al penalizar el aborto”. No son alusiones gratuitas: son problemas contemporáneos abordados de manara crítica. Es decir, para lo que sirve el arte.

Así, con las debidas restricciones de tiempo, modo y espacio, una obra como ésta no viola de ninguna manera la libertad de expresión. En el marco de una sociedad democrática y abierta, con las restricciones de forma antedichas, la obra del colectivo “Mujeres creando” es parte de la libertad de expresión que las instituciones públicas pueden financiar con mis impuestos y con los del señor Reece (mal que a él le pese).

3) Conclusión: por una mejor defensa del pluralismo

En mi opinión, el liberalismo se defiende mejor cuando se lucha por la pluralidad de ideas en la esfera pública. Si eso requiere que el Estado ecuatoriano apoye ideas y obras que no gustan a una porción de su comunidad (en este caso, a la influyente porción católica), pues ese es el precio de vivir en democracia. 

(1) Una argumentación inteligente en este sentido: ‘El efecto silenciador de lalibertad de expresión’.

10 de agosto: "post hoc, ergo propter hoc".

10 de agosto de 2017

La historia de la independencia del Ecuador del Reino de España suele ser narrada como una gran falacia “post hoc, ergo propter hoc”, que asume que dado que un acontecimiento sucedió después de otro, este segundo acontecimiento es consecuencia del primero. La falacia es muy simple: como el Ecuador se independizó del Reino de España en 1822, los acontecimientos de 1809-1812 fueron su necesario antecedente. Un “primer grito de independencia”, como le suelen decir sin razón.

Ambos episodios, lo sucedido en Quito y alrededores entre 1809 y 1812 y lo sucedido a raíz de la revuelta de octubre de 1820 hasta la batalla del Pichincha en mayo de 1822, responden a lógicas distintas.

En 1820 era claro que se buscaba la independencia del Reino de España. El contexto estaba maduro para ello. El Escudo de Armas de la “Provincia Libre de Guayaquil” no dejó lugar a dudas de esta intención:


Ni tampoco las dejaba el Reglamento Provisorio de Gobierno adoptado el 11 de noviembre de 1820 por la Junta Electoral de Guayaquil presidida por el poeta José Joaquín de Olmedo:

Art. 1.- La Provincia de Guayaquil es libre e independiente…
Art. 2.- La Provincia de Guayaquil se declara en entera libertad para unirse a la grande asociación que le convenga de las que se han de formar en la América del Sur”.

En 1809, la independencia del Reino de España era el ideario de una minoría que nunca prosperó. Los documentos adoptados por la primera junta (de 1809) y por la segunda junta (de 1812) fueron explícitos en su voluntad de pertenecer a la Monarquía Española.

En el Manifiesto del Pueblo de Quito del 10 de agosto de 1809 se dice de este pueblo de Quito que:

“Juró por su Rey y Señor a Fernando VII…”.

Un pueblo que juramenta su sumisión a un Rey no puede nunca reclamar una ruptura con su reino. No hay lógica en ello.

En la Constitución del Estado de Quito del 15 de febrero de 1812 se pone peor:

Art. 5.- En prueba de su antiguo amor, y fidelidad constante a las personas de sus pasados Reyes; protesta este Estado que reconoce y reconoce por su Monarca al señor don Fernando Séptimo, siempre que libre de la dominación francesa y seguro de cualquier influjo de amistad, o parentesco con el Tirano de la Europa [N. del A.: Napoleón] pueda reinar, sin perjuicio de esta Constitución”.

El ideario “autonomista” de los criollos de Quito es evidente en este artículo.

En el caso de la independencia de Guayaquil en 1820, las condiciones eran favorables para adoptar una ruptura total con el Reino de España. En el caso de los hechos del 10 de agosto de 1809, las ideas de una independencia del Reino de España eran una excentricidad. La idea que prevaleció en los aristócratas criollos de Quito (mayoría y beneficiarios directos de esta movida agostina) fue la de hacer una junta “autonomista” de criollos, que reemplace en el gobierno a las autoridades españolas mientras retorne a reinar el Rey de España Fernando VII El Deseado, preso de los franceses.

Así, son dos acontecimientos muy distintos: una revuelta independentista iniciada en la provincia de Guayaquil en 1820 y una revuelta autonomista fracasada en la provincia de Quito entre los años 1809 y 1812. 

Por el extendido uso de la falacia “post hoc, ergo propter hoc” en la construcción romántica de nuestra historia (la prevaleciente todavía: así de pobres somos) se trata de vincular el episodio de 1809 con el episodio de 1820, cuando se parecen tanto como el culo a las témporas.

Un cuento para bobos

9 de agosto de 2017

La Alcaldía de Guayaquil adquirió el “Castillo José Martínez de Espronceda” el año 2010. Entonces, la Alcaldía tenía grandes expectativas para este inmueble patrimonial, situado en la esquina NE de la intersección de las calles Eloy Alfaro y Venezuela, barrio del Astillero. Se pensaba convertir a este edificio patrimonial en una biblioteca pública. Y era una gran idea.

Sin embargo, la Alcaldía de Guayaquil no hizo nada. En siete años, ha dejado languidecer el castillo que compró, que se convirtió en una guarida para vagabundos, en un sitio para consumir alcohol y drogas, y en un motel express de los amores furtivos de una escuela nocturna de los alrededores. Hasta que en este año 2017 la Alcaldía de Guayaquil, finalmente, intervino.

Fuente

Olvídense, en todo caso, de la biblioteca pública y el archivo que estaba anunciados para este inmueble y que todavía pregona su Departamento de Turismo en su página web. Ahora el “Castillo José Martínez de Espronceda” no será un espacio para la cultura, pues allí “funcionarán dependencias municipales”.

¿Qué pasó? Algo así:

- Jaime Nebot: “Quiero que allí hagan una biblioteca”.
- Ingeniero random: “Pero Alcalde, esa alternativa es muy costosa”.
- Jaime Nebot: “Entonces no quiero que hagan una biblioteca”.

Como el plan se había anunciado (y se lo sigue anunciado, a pesar de haber disposición en contrario) sin ninguna pinche planificación, era muy normal que después se encuentren dificultades y se lo abandone.

Así, la noticia positiva de la recuperación de este inmueble tal como la publicó El Universo (‘Municipio de Guayaquil suscribe contrato para la inauguración del castillo Espronceda’) evidencia la forma cómo se cuentan las cosas en Guayaquil: se vende como un progreso, lo que apenas es una respuesta tardía y mala a un viejo problema. Tardía, pues la Alcaldía ha tardado siete años en empezar a recuperar un edificio patrimonial; mala, porque pasó de ser una biblioteca pública (tan necesaria) a convertirse en oficinas para la burocracia municipal.

Pero es así cómo se construye la idea de renovación de Guayaquil durante las alcaldías del PSC: con los convenientes olvidos de sus previas negligencias. La idea que queda flotando es que en Guayaquil sí se ha hecho algo, aunque ese “algo” se lo haya hecho tarde y mal.

Porque lo importante, al final, es seguir viviendo en delusión, es decir, en una Guayaquil que resulta tan eficaz como irreal.

Conclusión: El relato socialcristiano de Guayaquil es un cuento para bobos.