1 de mayo de 2018

El sainete


En Amador’s, planta baja, el noticiero pasó un video de un Alcalde de Guayaquil enojado, en plan “El pueblo soy yo”. 

- “Es cosa de asombro”, dijo un tipo que llevaba una sopa marinera a medio talle, “que se diga que la voluntad de uno encarna la voluntad de toda una ciudad”.
- “Lo realmente asombroso es que esa persona no viva siquiera en la ciudad que dice representar”, terció un morocho que se empujaba una guata.
- “Eso no es nada”, aclaró una mancita que esperaba que Periquito le despache un chupe, pues era viernes. “Asombroso es que viva fuera de la ciudad que dice representar, en una isla privada, en ciudadela cerrada, rodeado de guardias privados y de robaburros”.
- “Esos son los arrabales del asombro” espetó un abogado que tenía la corbata sumergida en una cazuela de camarones y aún no se daba cuenta. “Lo realmente asombroso es que a pesar de vivir fuera de la ciudad, en una isla privada y segregada, ese millonario sea el ídolo de los pobres de la ciudad”.
- “Eso es verdak”, dijo un señor con pinta de Ñaño Lelo, que se sacaba un moco después de comerse el último de los patacones de un ceviche mixto y a quien la gente confundía con León Roldós, “pero no es la historia en su totalidak. La curiosidak es que el Alcalde haya surgido del sector de la construcción y que durante su gestión haya usado a la Alcaldía para beneficiar a ese sector empresarial en un claro ejemplo de capitalismo de amigos, a pesar de lo cual este millonario que vive fuera de la ciudak en una isla privada y segregada es el ídolo de los pobres y encarna la voluntak de toda la ciudak. Allí la figura está redonda y lo asombroso se muestra en toda su complejidak”.

Se hizo un grave silencio. El señor con pinta de Ñaño Lelo se levantó para pagarle a doña Yoconda y mostró su cédula. Sí era León Roldós. Pagó justo, tomó unos caramelos y se fue.

La gente se quedó pensativa (incluido el fiel Periquito) después de este último comentario. A pesar de la exquisitez desmesurada de sus platos, se posó en el ambiente la impresión triste de estar viviendo menos en una ciudad, que en un sainete.

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