La Junta Soberana de Quito,
organizada a raíz de la llamada “Revolución de Quito” del 10 de agosto de 1809,
idolatraba a Fernando VII. Basta el recuerdo de las palabras de Manuel Rodríguez de Quiroga, recogidas
en la “Proclama a los Pueblos de América” del 16 de agosto de 1809:
“La
sacrosanta Ley de Jesucristo y el imperio de Fernando VII perseguido y
desterrado de la península han fijado su augusta mansión en Quito. Bajo el
ecuador han erigido un baluarte inexpugnable contra las infernales empresas de
la opresión y la herejía… ¡Viva nuestro rey legítimo y señor natural don
Fernando VII!”.
La explicación de sostener
el viejo orden ante el temor infundido por la invasión francesa a España en
1808 se debía a que los criollos “tenían miedo a perder su posición dominante
en la sociedad colonial” (por el ideal igualitario de la Revolución Francesa). El
temor estaba en la base de su idolatría del Rey español: “Temían que los
indios, los negros y los mestizos se aprovecharan de la crisis de autoridad
abierta por la invasión napoleónica para rebelarse”. Por ello, como reacción
defensiva, se debió “tomar localmente el poder para garantizar el orden social”
sin que nunca estos poderes locales, se hayan concebido “independientes de
España”* (esta concepción se empezó
a tener recién a partir de 1810). En definitiva, no se trató de “revoluciones
libertadoras”: se trató, más bien, de reacciones conservadoras.
Y eso fue precisamente la
Junta Suprema de Quito, creada a raíz del golpe del 10 de agosto de 1809: una
reacción conservadora frente los hechos en Europa (la invasión napoleónica de
España, que persiguió y desterró a Fernando VII) puesta en marcha por la
oligarquía de la ciudad.
Así, el 10 de agosto de
1809 fue una reacción para conservar privilegios y prebendas (o de aprovechar para ampliarlos) y para protestar por su amado Rey Fernando VII, a quien no en
vano la historia recuerda en este período como El Deseado. Y los quiteños lo deseaban como el que más: eran sus fans.
* Citado de: Pérez, Joseph, 'Historia de España', Editorial Crítica, Barcelona, 2014 [Primera edición: 2000], p. 425.
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