El país racial

23 de septiembre de 2018


Ecuador comparte con los otros países de América latina el conformar una región muy desigual. En parte, porque en América latina sus élites económicas pagan unos impuestos bajísimos.

¿Cómo llegamos a esta situación? Respuesta corta: Así empezamos, así nació el Estado impuesto por la conquista. Por esa conquista fue que unos inmigrantes de allende el Océano sometieron a los aborígenes americanos. (Es decir, los nuevos europeos contra los viejos asiáticos que llevaban miles de años por acá.) Por su superioridad tecnológica, los europeos vencieron. Arrasaron con las instituciones y las ciudades de sus conquistados, les impusieron su religión de Cristoloco y sus leyes, los explotaron. En esta porción lejana de los dominios americanos de un reino europeo, a inicios del siglo XVI se creó una administración racial, con unas pocas familias en la cúspide (los nacidos en España, o sus descendientes directos) y con miles de ellas que, por cuestión de su raza, estaban sometidas a tratamientos injustos y humillantes. Los perdedores de la conquista, los explotados.

Así, la administración española en América se dividió en dos repúblicas: la “República de los Blancos” y la “República de los Indios”.

Cuando se hizo la independencia, no se la hizo por una idea de Patria, se la hizo por una idea de grupo: en beneficio de la porción de blancos americanos con derecho a la participación política (los de la “República de los Blancos”). Si ellos habían gobernado siempre, ¿a cuenta de qué iban a dejar de hacerlo? La independencia, en todo caso, representó una oportunidad para acumular poder, por la exclusión de los españoles del gobierno, pero dentro de una estructura política racial heredada del gobierno español. Cero innovación.

En rigor, la “revolución” de la independencia fue un triunfo conservador. Los que siempre habían participado en el poder, lucharon para tenerlo todo para sí. Y lo obtuvieron, pero su lucha no benefició a casi nadie como no sea a ellos mismos. Y el resto que se joda, que los folle un pez.

La República del Ecuador fue un ejemplo de ese conservadurismo. Cuando la dejaron a la élite política ecuatoriana organizarse de una manera independiente tras la desmembración de la República de Colombia, el Ecuador adoptó una Constitución que entró en vigor un día como hoy hace 188 años, el 23 de septiembre de 1830. En esta primera Constitución, la élite política ecuatoriana impuso un sistema electoral censitario, por el que una minoría tenía derecho a participar de las elecciones y un grupúsculo podía legítimamente aspirar a las altas esferas del poder. En todo caso, los nombres de los actores principales de la política fueron casi los mismos cuando fuimos parte de una Monarquía y cuando pasamos a ser una República (o parte de otra, como cuando colombianos), con la salvedad de los funcionarios españoles que se volvieron a la Península. En ese sentido, la República independiente sancionada con la Constitución del 23 de septiembre de 1830, en cuanto a sistema electoral y composición de la administración pública se refiere, fue un triunfo racial. Más torta para los blancos americanos. 

Así, la independencia del Reino de España no fue un movimiento de liberación colectiva, fue un movimiento para asegurar los privilegios de las élites locales. Y esa ha sido su política desde entonces, en un Estado casi siempre capturado por ellas: como son los herederos de una situación de desigualdad y explotación, la han perpetuado con el diseño de una carga impositiva que demuestra que la situación ha cambiado de forma, pero no de sustancia. Ya la Constitución de 1830 sancionó la condición de República desigual con unas elecciones censitarias, donde era la posesión de riqueza la que permitía la participación política: el saldo fue que en elecciones participaba entre el 3% y 4% de la población.

En todo esto hay una constante: desde que se organizó la administración pública en los tiempos de la conquista, los que menos tienen son los que más pagan, usualmente por padecer un Estado ineficiente y obeso, que más los maltrata que los favorece. La misma queja puede escucharse hoy, que se la escuchaba ya cuando éramos parte de la Monarquía Católica.

El origen de nuestra desigualdad está en ese país racial heredado de una lejana conquista de un reino europeo, que apenas ha moderado sus formas. Y cuya independencia de ese reino europeo, lejos de desafiarla, la confirmó con creces.

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