13 de octubre de 2018

Los quiteños, perdedores de la Guerra Civil


En rigor, los hechos derivados del cambio en la administración de Quito sucedido el 10 de agosto de 1809 fueron mucho más una guerra civil dentro de una de las Audiencias de España en América (la de Quito, una de las tantas Audiencias en las que dividía el imperio español sus posesiones americanas) que una lucha por independizarse del Reino de España en el seno de dicha Audiencia.

De hecho, esto último nunca fue: los del 10 de agosto no buscaron la independencia de la provincia de Quito del Reino de España (de hecho, si algo, quisieron sus hacedores que sea Quito el suelo donde no resuenen “más que los tiernos y sagrados nombres de Dios, el rey y la patria”, siendo el rey, su “señor natural don Fernando VII” –eran totally fans). Tampoco fueron sus esfuerzos hechos por la Audiencia de Quito como tal: se los hizo por la provincia, para que se reconozca la autoridad de Quito, antigua capital de dicha Audiencia, sobre las provincias vecinas de Popayán, Guayaquil y Cuenca, que componían la Audiencia de Quito por aquel entonces. 

Y a los quiteños les fue como el culo, pésimo. De agosto de 1809 a agosto de 1810, en menos de un año, se había devuelto el poder a los españoles, sometido a proceso a 84 personas, ejecutado extrajudicialmente a varios de sus líderes (sus ministros civiles de Relaciones Exteriores y de Justicia, Morales y Rodríguez de Quiroga, el jefe militar Salinas, entre otros) y asesinado a unas 300 o más personas en las calles de Quito, a causa del fallido rescate de la cárcel del 2 de agosto de 1810. Estos hechos, en muy buena medida, fueron causados por las tropas que enviaron las provincias vecinas a Quito, que fueron hasta allá para aplacar esta inopinada proclamación de supremacía sobre el resto del territorio de la Audiencia.

De allí que el 10 de agosto haya sido mucho más una Guerra Civil (una especie de “Quito, tése quedito” híper-violento de parte de sus vecinos) que una lucha de los quiteños por la independencia de un país del Reino de España, algo que realmente estaba muy por fuera de sus alternativas políticas, devotos a ultranza de su rey como lo eran. Ciertamente no fueron unos visionarios.

Fueron algo peor: unos perdedores.

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