El 10 de agosto no fue obra de canallas

8 de abril de 2019


Una corriente de historiadores ecuatorianos (digamos, los “patrioteros”) afirma que el 10 de agosto de 1809 fue una “máscara”, que las alabanzas al Rey de España Fernando VII, “su señor natural”, escondían un deseo de los quiteños de independizarse del Reino de España. Es decir, el patrioterismo ha orillado a estos historiadores a convertir a sus héroes en canallas, que primero le dicen a alguien que lo quieren, para luego clavarle un puñal. Tal es su teoría.

Yo disiento de esta teoría, entre otras cosas, porque creo que las personas involucradas en el 10 de agosto de 1809 fueron realmente unos idealistas que lucharon para defender a su Rey del ataque de los franceses y aprovecharon las herramientas que tenían disponibles en esa época (en ciencia política y por la historia reciente) para justificar su deseo de obtener una mayor autonomía para administrar su territorio. Si comparamos esta teoría con la de los patrioteros, en mi caso las dos ideas (la defensa del Rey y la autonomía administrativa) evolucionan paralelas, pero en la de los patrioteros una idea se contradice con la otra. La idea que propongo tiene la clara ventaja de no convertir a los gestores del 10 de agosto de 1809 en unos hipócritas de alto vuelo. En el peor de los casos, mi teoría los convierte en unos ingenuos.

Eso sí, la otra diferencia sustancial entre mi idea y la del personal patriotero, es que mi versión del 10 de agosto de 1809 prescinde totalmente del ideal de independencia del Reino de España: eso nunca estuvo en las proclamas, declaraciones y opiniones surgidas del golpe administrativo del 10 de agosto de 1809, ni las que hubo en los días que duró el nuevo orden hasta devolverle el poder a quien se lo habían usurpado, el Conde Ruiz de Castilla, el 24 de octubre. Si acaso, la independencia de España fue una aspiración marginal de alguno de ellos, pero su supuesta relevancia es una atribución posterior, obra de la corriente patriotera de nuestra historia (que comete aquí la clásica falacia post hoc, ergo propter hoc).

El 10 de agosto de 1809 fue, entonces, no un intento de independizarse del Reino de España, sino un intento de romper las sujeciones administrativas de la provincia de Quito dentro del Reino de España: un intento de reacomodo, que era a su vez un intento de reverdecer los laureles de la vieja Quito, en un contexto de continuos recortes que había sufrido su jurisdicción desde el último cuarto del siglo XVIII. Lo ha explicado de forma clara y sucinta, Federica Morelli, en un artículo titulado “Las declaraciones de independencia en Ecuador: de una Audiencia a múltiples Estados”:

“El principal objetivo de la junta quiteña de 1809 no fue, por lo tanto, la independencia de España sino la reconstitución de un territorio que había sufrido una desarticulación mucho antes de la crisis de 1808. Las reformas de los Borbones habían, en efecto, dividido a la Audiencia en numerosos gobiernos y diócesis que raramente coincidían con los distritos judiciales, mas también y sobre todo en la división de la estructura económica, con sus tendencias regionales no solo divergentes sino a menudo antagonistas y en competencia mutua. Ella sufrió numerosos recortes jurisdiccionales: en 1779 la creación de un nuevo obispado en Cuenca privó a la jurisdicción eclesiástica de Quito de su dominio sobre Guayaquil, Portoviejo, Loja, Zaruma y Alausí; el paso en 1793 de Esmeraldas, Tumaco y La Tola (en la costa septentrional) bajo la jurisdicción de Popayán por orden del virrey de Nueva Granada; la creación en 1802, mediante Cédula Real, de una nueva diócesis y de un gobierno militar en Mainas, directamente dependientes de España; y finalmente, la anexión al virreinato del Perú en 1803 del gobierno de Guayaquil, que escapaba así a las jurisdicciones de Quito y de Santa Fe, impuesta por una nueva Cédula Real.
Así pues, los recortes jurisdiccionales y la crisis económica –causada por estancamiento de la industria minera de Potosí y por las mismas reformas borbónicas que determinaron la crisis de la producción textil de la sierra- provocaron una profunda desarticulación de la Audiencia, que durante toda la época colonial se había estructurado alrededor de la capital. Es, pues, ese papel central de la ciudad lo que los miembros de la Junta de 1809 aspiraban a restablecer, a fin de evitar que la Audiencia pasara progresivamente bajo la influencia de Lima y Santa Fe. Fue ese el objetivo que la crisis de 1808, al darles la oportunidad de constituir un gobierno autónomo tanto de la madre patria como de los dos virreyes, les dio la ocasión de alcanzar.”*

El 10 de agosto no fue obra de canallas que trampearon a su Rey para independizarse del Reino. Fue obra de idealistas que buscaron reconstituir el mermado territorio de Quito, desarticulado por las reformas borbónicas, pero que fracasaron escandalosamente en el intento. 

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