Un país de bárbaros (III)

31 de mayo de 2019


La española fiesta de los toros, una barbaridad en sí misma, también ha dado lugar a muestras de una graciosa incivilidad, como el cartel que recordaba Díaz-Plaja que se colgó en una plaza de toros de la ciudad de Palencia:

“Palencia saluda a todos los forasteros, excepto a los de Valladolid”*.

Qué cabrones.

* Díaz-Plaza, Fernando, ‘El español y los siete pecados capitales’, citado en: Pancorbo, Luis, ‘Mapamundi de lugares insólitos, míticos y verídicos’, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2015, p. 122, voz ‘Entralgo’.

Velasco Ibarra y Assad Bucaram

29 de mayo de 2019


José María Velasco Ibarra (1893-1979) y Assad Bucaram (1916-1981) fueron dos populistas que dominaron la escena política ecuatoriana. La principal diferencia entre ambos políticos, la estableció con claridad el Embajador de los Estados Unidos de América para el Ecuador durante una parte del Gobierno del Presidente Jimmy Carter, el Sr. Richard J. Bloomfield, pues para él, el quiteño Velasco Ibarra nunca amenazó los intereses de la oligarquía, mientras que Assad Bucaram, a esos mismos oligarcas, sí que les causaba pánico porque podría cambiar las reglas del juego y con ello “la distribución de la riqueza, el poder y los privilegios”. En palabras del Embajador Bloomfield:

“Es instructiva la comparación entre Bucaram y José María Velasco Ibarra. Desde los tempranos años treinta, la solución del establishment ante la amenaza populista era cooptarla en la persona de Velasco Ibarra. Velasco era la personificación del demagogo populista, con la crucial diferencia de que él mismo era un producto de la oligarquía y cuando estaba en el gobierno no representaba amenaza alguna a sus intereses. Velasco fue así capaz de unir detrás de sus candidaturas tanto a los segundones como a los miembros de la oligarquía. Él fue depuesto en cuatro ocasiones. En las primeras tres fue sacado del poder cuando su ineptitud como administrador, en contraste con su maestría para cautivar al electorado, amenazaba con llevar al país al tipo de caos económico que el establishment no podía permitirse”.

Estos pesos pesados de la política ecuatoriana, que marcaron nuestra escena política por décadas, no sobrevivieron a la década de los ochenta. El viejo Velasco (nacido en un lejano 1893) murió en Quito el 30 marzo de 1979, a los 86 años recién cumplidos. Por su parte, el “patán de noble corazón” vivió un poco más y alcanzó a tener un fugaz aunque relevante paso en los inicios de la era democrática empezada en 1979, en su calidad de primer Presidente del parlamento (en esa época, “Cámara Nacional de Representantes”) cargo que desempeñó entre agosto de 1979 y el día de su muerte, acaecida en Guayaquil el 5 de noviembre de 1981 por un infarto fulminante y a escasos días de cumplir 65 años.

28 de mayo

28 de mayo de 2019


Las morocheras”: así se las conoce de forma cariñosa (?) a las estudiantes del colegio “28 de Mayo”. ¿Por qué “28 de mayo”? Porque ese día, de 1944, buena gente de la ciudad de Guayaquil se fajó a balazos en conjunto con los milicos en contra de la policía, que entonces se llamaba “cuerpo de carabineros”.

La noche del 28 de mayo de 1944 se inició la insurrección y el ataque al “cuartel de los carabineros”, que quedaba donde hoy queda la Comisión de Tránsito, en la manzana comprendida entre las calles Chimborazo, Cuenca, Chile y Brasil. En esa época el edificio estaba construido, en parte, con cañas. Esto facilitó las cosas cuando, a la mañana siguiente, la multitud triunfante decidió quemarlo.

Uno de los insurgentes, el Capitán Sergio Enrique Girón, describió el valor de los hombres a su mando en la noche del 28 de mayo, tras ellos haberle escamoteado un cañón a su enemigo y empezar a dispararle con él:

“¡Fuego! El enemigo se tambalea, el fuego disminuye bajo nuestro ataque. Se suceden escenas heroicas de soldados y civiles. ¡Con estos hombres no se puede perder ningún combate! ¡Con este pueblo podemos reivindicar el honor nacional! Con estos hombres se puede vencer al despotismo con el mismo valor que podríamos vencer al invasor [N. del A.: el Perú]”*.

A la mañana siguiente en el cuartel policial se izó la bandera blanca. A las 07h05 los insurgentes entraron a él con afán incendiario: “En la esquina del piso alto que daba a las calles Chimborazo y Brasil, hicieron una pira de cuanto papel hallaron; el fuego tomó cuerpo, propagándose rápidamente hacia la calle Chile, destruyendo las viejas paredes de caña propicias a una fácil combustión”.

Una asombrosa consecuencia de la rendición de la policía en 1944 fue que Guayaquil se cuidó a sí misma por varios meses, como lo recordaba el historiador Elías Muñoz Vicuña:

“Como es sabido, universitarios guayaquileños formaron parte de las guardias de choque que participaron con las armas en la mano el 28 de Mayo de 1944 y, durante largos meses, cuidaron el orden de la ciudad, noche a noche, pues no había vigilancia policial en Guayaquil, por la destrucción del cuerpo de carabineros”.§

Sin policía, pero a salvo: un escenario impensable en el Guayaquil actual.

N.B.: El colegio de “las morocheras” recuerda esta fecha de violencia, piromanía y caos, en la que al final triunfó Velasco.

* Ogaz Arce, Leonardo, ‘¡Todo el poder a Velasco! La insurrección del 28 de Mayo de 1944’, Editorial Universitaria Abya Yala, Quito, 2015 [segunda edición], p. 119. La insurgencia de 1944 se organizó para derrocar al Presidente guayaquileño Carlos Arroyo del Río (lo que finalmente aconteció el 30 de mayo, cuando renunció a la Presidencia y buscó asilo en la Embajada de Colombia en Quito) en cuyo gobierno se cedió (en enero de 1942) la mitad del territorio nacional al Perú, tras la firma del Protocolo de Río de Janeiro.
Ibíd., p. 127.
§ Ibíd., p. 130.

Pablo Better (Naipe Centralista)


En ‘Las costumbres de los ecuatorianos’, Oswaldo Hurtado recuerda que los judíos al Ecuador “en su mayor parte llegaron entre los años 1937 y 1939 y en los siguientes a la II Guerra Mundial”, en un número alrededor a los 5.000, pero “con el tiempo muchos se volvieron a Europa o viajaron a establecerse en el recientemente constituido Israel, porque sus negocios no prosperaron, el atraso del país cerró las puertas a los más preparados, no encontraron un ambiente en el que pudieron tener cabida sus creencias religiosas, pero sobre todo para buscar un provenir [sic] más seguro en la próspera economía de los Estados Unidos”. De esos 5.000, “actualmente [la comunidad judía] no cuenta con más de 500 integrantes, casi todos residentes en Quito y unos pocos en Guayaquil y Cuenca” (2009, pp. 277-8).

Hurtado recuerda también que muchos judíos pusieron prósperos negocios en el Ecuador, pero que “[n]o se interesaron por la política, con la excepción de Pablo Better, judío de segunda generación que llegó a ser Ministro de Economía y Presidente del Banco Central” (2009, p. 284).

A Pablo Better [AKA “Paul Bueno”] fue dedicado este 6 de trébol.

Derecho a la sátira: política y periodismo en el Ecuador

27 de mayo de 2019


En 1.998, la televisión ecuatoriana tuvo un programa de sátira política en el extinto canal SíTV como no se lo había tenido ni se lo volverá a tener en la TV del Ecuador: ‘Sin ánimo de ofender’. Existen varios capítulos del programa subidos a YouTube, pero este episodio en el que utilizan a ‘Los Locos Addams’ para satirizar a la política ecuatoriana es realmente fuera de serie:

 
Más de veinte años después, los personajes políticos de ‘Sin ánimo de ofender’ siguen siendo reconocibles: ‘Ciego Horrendo’ es Diego Oquendo; ‘Bembicia’ es Gloria Gallardo; ‘Tía diez Lucas’ es Elsa Bucaram; ‘Merlinafón’ es Roberto Bonafont… La escena final incluye este memorable diálogo entre Bembicia, interpretada por Carolina Ossa, y otro personaje llamado “La abuela”, interpretado por el genial Johnny Shapiro:

Bembicia: “¡Pero qué horror! ¡No! ¡Es que yo no puedo aceptarlo! ¡No puedo aceptar porque no dejan que nosotros les impongamos nuestras verdaderas tradiciones! ¿Por qué? ¿Por qué, si nosotros lo único que queremos hacer es renovar nuestra ciudad? Hacerla, hacerla más hermosa, más bella, dar verbenas, renovarla con retretas…
La abuela: [Interrumpiendo a Bembicia] “Ay, sí”.
Bembicia: [Imponiéndose] “¡Civismo! ¡Civismo! ¡Eso es lo que le vamos a dar al pueblo, civismo, y por qué no se dejan?” [Suspira]
La abuela: “Siéntate tranquila, hijita, ellos no comprenden que nosotros los políticos y los periodistas somos una familia muy normal
Bembicia: “Somos muy normales”.
La Tía 10 Lucas: “Así es, JEJEJE”.

De fondo, la música de ‘Los Locos Addams’… El episodio concluye con un pedo que dispersa al personal (incluido a “Sexto”, parodia de Sixto D-B) y un mensaje tranquilizador de la abuela pedorra. Es la más certera sátira producida en la televisión ecuatoriana sobre el hondo vínculo entre la política y el periodismo, que tanto se ha puesto en evidencia durante el Gobierno del Presidente Lenin ‘Mojón en la Marea’ Moreno.

Se trata de una sátira que, a pesar de haber sido hecha hace más de 20 años, conserva total vigencia.

25 de mayo de 1822

25 de mayo de 2019


Un día como hoy, 25 de mayo, del año 1.822 y a las 2 PM, se arrió de manera definitiva la bandera española del Panecillo, la que había ondeado en el suelo quiteño desde 1.534 (casi 288 años). En su lugar, se izó el tricolor colombiano.

La “liberación” de Quito del Reino de España no fue obra de quiteños. Como lo ha dicho claramente Luciano Andrade Marín: “[los quiteños] quedaron postrados, desangrados y sometidos al más riguroso dominio español; sin maneras ya de sacudirse de él por sí mismos, sino esperando en la ayuda de alguien que los rescatara”*.

Y llegaron de afuera a rescatarlos: los hacedores de la Batalla del Pichincha, en su grandísima mayoría, no fueron quiteños. La mayoría de las tropas no lo eran, como tampoco lo fueron los firmantes del Acta que independizó a Quito de España (ellos fueron un neogranadino –Morales- y un altoperuano –Santacruz), que tampoco lucharon para darle la “independencia” a Quito (es decir, su auto-gobierno) sino para someterla a un nuevo régimen político que ya estaba diseñado desde la Constitución de Cúcuta, en cuyo diseño Quito no tuvo ni arte ni parte.

El 25 de mayo de 1822 marcó el inicio de un Quito colombiano por casi ocho años, hasta que en mayo de 1830 se fundó un independiente y disfuncional “Estado del Ecuador”.

* Andrade Marín, Luciano, ‘El Ilustre Ayuntamiento quiteño de 1820 y la gloriosa revolución de Guayaquil’, en: Muñoz de Leoro, Mercedes (comp.), ‘Memorias históricas de la biblioteca municipal González Suárez’, Editorial Abya-Yala, Quito, 2003, p. 75.

Nebot y Bucaram


¿Cuál fue una de las primeras cosas que hizo Jaime Nebot, nada más empezar a ejercer la Alcaldía de Guayaquil? Por increíble que pueda parecer, reunirse con uno de los Bucaram. He aquí la evidencia:

Edición de diario El Universo del 31 de agosto del 2000. Bucaram a la derecha, junto a la bandera de Guayaquil.

Jaime Nebot es la viva imagen del 'Meh, I don't give a fuck'. Llevaba tres semanas en el cargo.

El entusiasta Gobernador del Guayas de la época, el quijotesco Joaquín Martínez Amador, dejó dicho entonces que “los alcaldes que tengan interés en algunos de los temas lo harán conocer a la Gobernación a fin de organizar posteriores reuniones en asuntos puntuales”. Una repetida onomatopeya resume bien lo que pasó después: “cri-cri, cri-cri”.

En todo caso, la cara de orto de este novel Nebot revela su honda incomodidad. Un error de principiantes.

Dictadura moderna

24 de mayo de 2019


El momento que distanció la letra de la “voluntad popular” de la práctica del “Consejo Transitorio” fue cuando su Pleno se inventó eso de las “facultades extraordinarias*. Allí irrumpió la dictadura, es decir, una constante actuación por fuera de la Constitución y de la Ley sin ninguna consecuencia jurídica.

Para avalar esta dictadura, la Corte Constitucional expidió por unanimidad un dictamen (el No 2-19-IC/19, del 7 de mayo de 2019) según el cual lo hecho por el Consejo Transitorio goza de un régimen especial. A diferencia de TODO otro órgano del poder público, que debe someter TODOS sus actos a la Constitución y la Ley, el Consejo Transitorio goza de trato singular: la Corte Constitucional lo ha investido del sui géneris estatus de órgano para-constitucional, con atribuciones y competencias “extraordinarias, únicas e irrepetibles, ejercibles únicamente por este órgano dentro de esta etapa limitada, en razón de los fines de la transición” (Párr. 40), al que no le resultan “aplicables las reglas constantes en el artículo 208 núm. 10, 11, 12 y artículo 209 de la Constitución” (Párr. 72) y que, además, constituye una excepción a la clásica regla de que “las administraciones públicas y entidades estatales tienen la atribución de revisar sus decisiones, bajo los criterios de control de legitimidad y de oportunidad, mérito o conveniencia” (Párr. 79). Es la sanción legal de una dictadura moderna: una auténtica locura.

Pero que, de alguna manera, no resulta sorprendente. Tiene una clara explicación en el auto-interés de la Corte Constitucional, pues por blindarlo al Consejo Transitorio de una revisión futura de sus actos, se blindan a sí mismos. Su interés de fondo es escamotear del debate público el “pecado original” de su designación espuria.

Esa es la razón potable por la que nuestra Corte Constitucional ha revestido a este órgano transitorio auto-prorrogado en sus funciones de los poderes que son característicos de una dictadura romana: la atribución consolidada de poderes extraordinarios en una persona o grupo de personas, a fin de enfrentar una crisis (en el caso ecuatoriano “crisis” equivale a “transición”, que realmente quiere decir “desplazamiento del correísmo”). Lo usual en Roma era que se ejerza su poder por un tiempo limitado, como es el caso del actual Consejo Transitorio. Y aunque típicamente los dictadores, tanto en la Roma antigua como en el Ecuador, fueron militares, también los hubo civiles§. En el caso nuestro, se dice en tiempo presente: los hay y están auto-prorrogados hasta el sol de este día.

Más de dos mil años han pasado desde los tiempos de Roma: ayer como hoy, repetimos los mismos vicios.

* Fun fact: Los abusos de unas “facultades extraordinarias” precipitaron una crisis en el primer Gobierno republicano del Ecuador, el del venezolano Juan José Flores (1830-1834), la que provocó el asesinato de los periodistas de ‘El Quiteño Libre’ en Quito y condujo a la Presidencia de la República a un caudillo de Guayaquil, Vicente Rocafuerte, a la sazón nuestro primer Presidente de origen ecuatoriano (v. Van Aken, Mark, ‘El Rey de la Noche. Juan José Flores y el Ecuador 1824-1864’ [1995], pp. 169-177). El Estado del Ecuador es una institución ideal para repetir las mismas estupideces desde su fundación en septiembre de 1830 hasta la actualidad (i.e., por casi dos siglos) casi sin introducir una variante que la rescate de sus miserias (si introduce un matiz, usualmente es una contribución humorística producto de un caso de estupidez agravada).
Para ponerlo en una viñeta: si el Pleno de nuestra Corte Constitucional se consolidara en el cuerpo de un Andrés Páez borracho en un bar de Quito (lo que Páez llama “cotidianidad”), contándole acerca de este sombrío expediente al tipo que le “socializa” los tragos en la barra, tendría después del décimo cuarto whisky que descargar su conciencia espetándole al pobre tipo, como si de la confesión de un crimen en legítima defensa se tratara: “¿Y qué quería usted que haga? Mi vida dependía de ello. Hip”. Después, obvio, guacareo y papelón.
§ Cfr. Beard, Mary, ‘SPQR. A history of ancient Rome’ [2015], p. 245. Para el caso del Ecuador, un ejemplo reciente de dictadura civil, más allá de la actual, fue la del mamarracho de J. M. Velasco Ibarra (1970-1972), constante tonto útil de la oligarquía.

La cuenta larga y dos preguntas

23 de mayo de 2019


Hay un nivel de análisis político de los acontecimientos que corresponde a la coyuntura. Por ejemplo, el análisis del Embajador Bloomfield previo a la celebración del referéndum del 15 de enero de 1.978 es un excelente ejemplo de este tipo de análisis, del trabajo de las fuerzas anti-democráticas que le impidieron a Assad Bucaram ser Presidente del Ecuador.

Un análisis de cuenta larga supone abarcar una época. Pongamos por caso, el período de la “vuelta a la democracia”, iniciado en 1.979, con la elección del joven abogado Jaime Roldós del partido Concentración de Fuerzas Populares (CFP), sobrino político del viejo Bucaram. Entre 1.979 y 2.019, esta época abarca ya 40 años. Y ha habido en ella tres grandes fuerzas políticas.

La primera, el CFP, la fuerza dominante en las elecciones de 1.979: tenía al Presidente de la República para el período 1.979-1.984 (en esa época duraban cinco años) y contaba con el bloque mayoritario en la Cámara Nacional de Representantes (tal era su nombre: luego, “Congreso Nacional”, actualmente, “Asamblea Nacional”). Su fortuna en este nuevo período duró poco: a fines de 1.981, estaban muertos el Presidente Jaime Roldós y el líder del partido, Assad Bucaram, de un supuesto accidente de aviación y de un fulminante infarto, respectivamente. Sin ellos, el CFP quedó fuera de juego. Y se creó un vacío de poder.

La segunda fuerza política dominante, el PSC, emergió en reemplazo del CFP. Tras un breve e insustancial interregno del bobo de Oswaldo Hurtado (1.981-1.984), asumió la Presidencia de la República el ingeniero León Febres-Cordero (1.984-1.988), pero su control de los negocios de Estado trascendió su estricto período de Gobierno. Quien mejor lo puede describir es uno de los amigos de la Casa de Bálsamos, el Cónsul de los Estados Unidos de América en Guayaquil, Kevin Herbert, que lo hizo en un cable a su Gobierno, del año 2005: “Él parece contento de gobernar en las sombras, usando su presión en las instituciones de gobierno (Congreso, Justicia, paraestatales) para influir en las políticas”. Febres-Cordero manejó este país de manera vertical, visceral y a las puteadas por más de dos decenios. El país llegó a un hastío: en ese período tres presidentes elegidos por voluntad popular (Bucaram, Mahuad y Gutiérrez) no concluyeron su período. La CIDH, en un informe de ese mismo año 2005 sobre la situación política del Ecuador, fue lapidaria:

“[L]a Comisión reitera que la crisis coyuntural que se vivió durante el último año en Ecuador [2005], refleja problemas estructurales de mucho mayor alcance que no logran ser resueltos por la grave inestabilidad política que afecta al país y la incapacidad de sus clases dirigentes de formar consensos amplios y perdurables que permitan identificar e implementar políticas públicas inclusivas necesarias para el respeto y goce efectivo de todos los derechos humanos…”.

La Comisión IDH no omitió su criterio sobre el efecto que tiene en la población estos “problemas estructurales” y  la “grave inestabilidad política” que impide solucionarlos:

“La Comisión no puede dejar de señalar, que la población ecuatoriana tiene un alto nivel de escepticismo con respecto a las instituciones democráticas, a la dirigencia política y a la capacidad de los órganos estatales para tutelar los derechos humanos”

Es decir, la población estaba hastiada y fue de ese hastío que surgió la tercera fuerza política dominante del período, el economista Rafael Correa (2.007-2.017) y su movimiento Alianza País. Correa pateó el tablero político (con un Febres-Cordero menguante) y tuvo la fuerza suficiente para, en un par de años, establecer una nueva Constitución y crear una nueva institucionalidad. Sin embargo, se le subió el poder a la cabeza y se quedó un período de más. Pero a pesar de sus excesos y abusos, Correa hizo bien muchas cosas que otros no habían hecho, o que habían hecho mal (en el campo de la inversión social, principalmente). Está lejos de ser un cadáver político: aún en su ausencia, la política ecuatoriana sigue girando alrededor suyo. Sus seguidores mantienen la ilusión de su regreso, sus detractores le tienen un miedo-pánico (sazonado de un odio multi-causal, que a más regionalista, más intenso).

Ahora, este período que vivimos desde la caída de Correa, al que denominaré “Período Moreno-Nebot”… ¿es el punto de partida para una nueva época de dominio socialcristiano, o son los últimos estertores de una vieja ilusión? Me explico.

La vez pasada (principios de los ochenta) cuando un serrano bobo ocupó el poder, vino el guayaco sabido, se lo quitó y se encaramó en él por más de dos decenios. Ese podría ser el caso ahora: el serrano bobo (Lenin Moreno) está en el poder, el guayaco socialcristiano y sabido (antes LFC, ahora Nebot) está a las puertas de quitarle el poder y encaramarse en él… ¿Por cuánto tiempo?

He aquí la diferencia: Febres-Cordero se trepó en el poder con 53 años, mientras que Nebot lo haría con 73 años (si lo hace este 2.019). Son los 20 años que gozó Febres-Cordero, con los que Nebot no cuenta: si llega al poder (no dudo que esa sea su personal ambición), su paso sería breve e insustancial. Breve, pues por edad no podrá gobernar mucho tiempo; e insustancial, porque sin esa perspectiva, su llegada es mucho más la coronación de una vida política bien jugada (el triunfo final de un capo), que una apuesta por el bien común. Las consecuencias del reparto de la institucionalidad en lo que he denominado el “modelo empresarial de desarrollo” de la Alcaldía socialcristiana, tendría unas consecuencias nefastas si se lo pone en práctica a nivel nacional, y sin duda, activaría de inmediato el tradicional “péndulo” en nuestra política. En este análisis de cuenta larga, el “Período Moreno-Nebot” sería apenas un episodio compuesto de Moreno (el serrano “izquierdista” bobo y traidor) y de Nebot (el guayaco derechista y sabido), en el que Moreno juega el rol de la parte desechable y Nebot es el triunfador.

Este “Período Moreno-Nebot” se podría dar por las horas bajas de la fuerza dominante del período: Rafael Correa. De llegar a darse el Gobierno de Nebot, este político guayaco habrá alcanzado su vieja ilusión, pero ya en el ocaso de su carrera y a costa de permitir un escenario político posterior en el que Correa recuperaría mucha fuerza y en el que no dudo que se adaptarían las circunstancias para su regreso. Quedan así dos preguntas, atadas una a la otra:

1) ¿Cuánto tiempo podría durarle a Nebot el dominio político del Ecuador?
2) ¿Cuándo vuelve Correa?

N.B: En cualquiera de estas tres etapas de dominación política, el juego de la política nacional es obra de guayacos: lo fueron los finados Bucaram, Roldós y Febres-Cordero; lo son Correa y Nebot.

El Ingeniero les recuerda (III)

22 de mayo de 2019


Cuando el Ingeniero abandonó la Alcaldía de Guayaquil, se suspendieron los que se conocieron como “los rugidos de los jueves”. El “último rugido”, hecho el jueves 3 de agosto del año 2000, tuvo su porción de puteadas al periodismo de Quito muy al estilo del Ingeniero.

Se marchó con unas puteadas, fiel a su estilo.

“Me ha sido muy grato trabajar con los periodistas” advirtió el Ingeniero la mañana de ese 3 de agosto, al tiempo de admitir que sus ruedas de prensa han ocasionado molestias a algunos periodistas de Quito, pues “he defendido a la región y a Guayaquil de intentos centralistas encabezados por medios de comunicación escrita de Quito”. Y como el Ingeniero iba de frente, singularizó y fustigó a sus percibidos “enemigos gratuitos”: señaló a Javier Ponce y a Burbano de Lara, los calificó de “centralistas intelectuales de cafetín de izquierda” y se distanció de ellos: “No me he sujetado a una férula como ellos, vivir bajo el dogma del marxismo tomando café en cafetines y escribiendo pendejadas”*.

En su despedida, Absolut Ingeniero.

* Pensar que ahora Simona la Terrible (Simón Espinoza) reivindica a Nebot como el “bien”, cuando en su última rueda de prensa el propio Ingeniero indicó que Nebot era “de [su] escuela” (o dicho en guayaco: criado Nebot al calor de las bolsas de LFC). Simona ya debe haberse olvidado que Simón, en los ochentas, lo combatió a Febres-Cordero.

El derecho a la protesta

21 de mayo de 2019


Los hechos son los siguientes: el 13 de mayo de 2.019 un anciano de 88 años es increpado por su accionar en los negocios del Estado. Al día siguiente, ese anciano sufre un Accidente Cerebrovascular. Cinco días después, fallece a consecuencia del ACV. ¿Son responsables las personas que lo increparon por el ACV que sufrió el anciano?

La única respuesta posible a este “caso de la vida real” es que NO, no se le puede atribuir a ninguna de esas personas que increparon a ese anciano el 13 de mayo de 2.019 ninguna responsabilidad, ni penal, ni de ningún otro tipo. A esta conclusión se puede arribar por distintas vías, pero mi argumento es el que corresponde a una sociedad democrática: NO, porque no se le puede atribuir una responsabilidad a unas personas que únicamente estaban ejerciendo su derecho a protestar. Ese derecho a la protesta tan conveniente y que tanto se lo reivindicó durante el Gobierno de Correa, que ahora resulta muy inconveniente cuando lo ejercen los “correístas”.
 
Si como es el caso, nuestro país es una sociedad democrática, las personas que han asumido un rol en esta democracia (como lo hizo el anciano Trujillo en su calidad de Presidente del Consejo Transitorio) deben saber que están expuestas al escrutinio del público. Nadie los ha orillado a estas circunstancias acaso no satisfactorias: Trujillo, por ejemplo, bien pudo privilegiar la paz de su hogar a los excesos de sus últimos días como funcionario público, pero voluntariamente renunció a lo primero para someterse a los rigores que implica lo segundo. Unos rigores que comprendían “un mayor escrutinio público por parte de la sociedad”, como lo recuerda claramente el Principio 11 de la Declaración de Principios sobre la Libertad de Expresión. Ese escrutinio comprende opiniones que pueden ser hirientes, chocantes u ofensivas, como se ha reconocido en la jurisprudencia constante de la Comisión y Corte interamericanas.

En su último Informe, publicado el 17 de marzo de este año, la Relatoría para la Libertad de Expresión de la Comisión IDH reiteró su recomendación a los Estados de que deben garantizar “el ejercicio legítimo  de la protesta social e impedir la aplicación de restricciones desproporcionadas que puedan ser utilizadas para inhibir o reprimir expresiones críticas o disidentes” (p. 285). El hecho de que el político contra el cual se protesta tenga 18 ú 88 años es irrelevante para el ejercicio legítimo de este derecho.

A pesar de padecer “diabetes, cardiopatía hipertensiva y neofratía diabética”, Julio César Trujillo decidió someterse voluntariamente a un mayor escrutinio público, es decir, lo hizo bajo su propia cuenta y riesgo. Lo que le pudo pasar, y lo que le pasó, es obra de su propia (ir)responsabilidad.

Pensar de otra manera es suponer que, porque un político es una persona anciana y puede ser afectada por el ejercicio legítimo del derecho a la protesta, no se puede ejercitar en su contra este derecho pues “no ha de ser que le vaya dando algo al ancianito” y le terminen por iniciar a uno una causa penal. Esta, por supuesto, es la conclusión más hondamente imbécil a la que podría llegarse en un sistema de justicia de una sociedad democrática, pues supondría una especie de inmunidad especial en el accionar de un político por causa de su ancianidad.

Estimo que incluso a nuestra “Fiscalía 10/20” semejante conclusión le parecerá absurda, por lo que no tendrá de otra que tirar al cubo de la basura esta investigación que acaba de iniciar. Pero en este país Carabina de Ambrosio, nunca se sabe.

Los orígenes: un Estado débil y derrotado


En su origen, el Estado ecuatoriano fue un Estado muy débil, incapaz de afirmarse a sí mismo. Así lo sancionó su primera Constitución, cuyo artículo 2 declaraba sin pena: “El Estado del Ecuador se une y confedera con los demás Estados de Colombia, para formar una sola Nación con el nombre República de Colombia” (?). Recién se afirmó como una “República del Ecuador” por sí misma en 1835, tras la Convención de Ambato.

En el reparto histórico de los Estados Sudamericanos, la historia del Ecuador es la de un actor secundario. Su momento más relevante en los tiempos de la independencia fue ser un espacio decisivo en la biografía de los dos libertadores sudamericanos, Simón Bolívar y José de San Martín, dado su fugaz encuentro y entrevista en Guayaquil. La Batalla del Pichincha es otro momento relevante, aunque no haya sido tanto para libertar a Quito como para incorporar su territorio al diseño que Simón Bolívar había dispuesto para los territorios al Sur de la República de Colombia en la Constitución de Cúcuta del año 1.821 (cuando Quito era aún una ciudad sólidamente española).

La secesión del “Estado del Ecuador” en 1.830 aprovechó un momento de debilidad de la República de Colombia. En 1.830, este enorme territorio de origen bolivariano de más de dos millones y medio de kilómetros cuadrados y con salida a los dos océanos se empezó a desintegrar: por el Atlántico, emergió de su “Distrito del Norte” y de la mano del general venezolano Páez, la que sería Venezuela, mientras que por el Pacífico apareció el nuevo “Estado del Ecuador” de la mano del general venezolano Flores, en lo que fue el “Distrito del Sur” de Colombia (efectivo entre 1822 y 1830), compuesto por las antiguas provincias de Quito, Guayaquil y Cuenca, las que durante el período colombiano de casi ocho años se empezaron a conocer como “Departamentos”, divididos en provincias (fue cuando se creó la provincia de Manabí para integrar el Departamento de Guayaquil).*

El Primer presidente del Ecuador, el general venezolano Juan José Flores, intentó que varias provincias que habían integrado la Audiencia de Quito cuando fuimos parte del Reino de España (y que después integraron el “Distrito del Centro” cuando la “Gran Colombia”) se integren al territorio de este naciente Estado del Ecuador. En 1.831, el primer Congreso del Ecuador contó con representantes nombrados por las provincias de Buenaventura, Pasto y Popayán, hoy sólidamente colombianas. Pero el intento del General Flores no pudo sostenerse en el tiempo.

Primero, al General Juan José Flores lo traicionaron los caudillos colombianos José María Obando y José Hilario López, quienes lo habían atraído a este conflicto. Después lo traicionó su propio ejército: el Batallón Quito, a cargo del Comandante ecuatoriano Ignacio Sáenz, se pasó con sus 200 soldados al bando colombiano. También otros batallones se le sublevaron, pues no habían sido debidamente pagados, como el caso del Batallón Flores en Latacunga.

En general, la situación ad portas de enfrentar una guerra era lamentable. Cuando el General Flores regresó al campo de batalla en Pasto, después de obtener en Guayaquil un empréstito de 30.000 pesos para sostener la guerra, advirtió que el éxito era imposible en condiciones tan adversas. El General tenía ya cuatro batallones perdidos, y eso que aún no empezaba a guerrear. Unas escaramuzas después, en octubre de 1.832, el General Flores se avino a un armisticio con el Gobierno colombiano.

La aventura expansionista ecuatoriana concluyó pronto y mal. El 8 de diciembre de 1.832 el Gobierno del Ecuador fue orillado a firmar con el Gobierno de Colombia el “Tratado de Paz, Amistad y Alianza entre la Nueva Granada y Ecuador” (conocido como “Tratado de Pasto”), por el que los ecuatorianos accedimos a perder para siempre todos los territorios al norte del Río Carchi, o lo que es lo mismo, perder toda el área de influencia de la antigua provincia de Quito al norte de dicho río, a cambio de que Colombia reconozca la existencia del Estado ecuatoriano como su frontera al Sur. Este “Tratado de Paz, Amistad y Alianza entre la Nueva Granada y Ecuador” fue ratificado por la Convención Nacional reunida en Ambato en 1835, la misma que aprobó nuestra segunda Constitución y que adoptó por primera vez el nombre “República del Ecuador” (a sabiendas de que Colombia –entonces “Nueva Granada”- ya no lo objetaría).

En pocas palabras, el Estado ecuatoriano nació (tímido y cuasi-colombiano) el año 1.830, se intentó expandir en ese año y el siguiente a fin de sumar a algunas provincias de su área de influencia de los tiempos de la Audiencia de Quito (de las que obtuvo incluso una representación legislativa para el primer Congreso ecuatoriano en 1.831), lo que generó los reclamos de su país vecino… Y, aunque haya intentado resistirlo, finalmente el vecino del Norte se bajó al Ecuador por la fuerza y obtuvo lo que le reclamaba: las provincias que formaron parte del “Distrito del Centro”, las que pasaron en adelante a formar parte de la nueva “República de Nueva Granada” (así llamada por su Constitución de 1.832, ya sin pertenecer a ella los antiguos Distritos del Norte y el Sur, esto es, ni Venezuela ni Ecuador).

El saldo de este trienio inicial para el Estado ecuatoriano es que el país resultó incapaz de sostener con las armas su pretensión de recomponer el área de influencia que tenía la provincia de Quito durante la época de su pertenencia a España.

Para la vecina Colombia, por su parte, fue hacer respetar sus leyes internas adoptadas durante los inicios de su período republicano. Ella se sintió afectada en su integridad territorial y se impuso por la fuerza, por lo que obligó al naciente Ecuador a renunciar a su aspiración de reconstituir su territorio de tiempos coloniales. Como destacó un historiador colombiano, por el “Tratado de Pasto” de 1.832 “no le concedió” al Ecuador “ninguno de los territorios por los cuales había movilizado importantes recursos militares y diplomáticos”**

Esta es una historia triste para el Ecuador, específicamente para su constitutiva provincia norteña de Quito: los gazapos militares que amagó en tiempos de la temprana República se saldaron con rotundos fracasos y pérdidas territoriales. 

* Los departamentos y sus subdivisiones fueron creados por la Ley de División Territorial colombiana de junio de 1824. Los Departamentos se dividían en Provincias, las que a su vez se subdividían en cantones. Del nuevo Departamento de Guayaquil se desgajó a la Provincia de Manabí por la citada Ley de 1824, provincia que sumada a la de Guayaquil fueron las dos que conformaron el Departamento. Por esa misma Ley, la Provincia de Guayaquil se subdividió en seis cantones: Guayaquil, Daule, Babahoyo, Baba, Punta de Santa Elena y Machala. Fueron esos mismos seis cantones los que estuvieron en el nacimiento del Estado ecuatoriano. La división territorial por Departamentos se mantuvo hasta nuestra séptima Constitución, adoptada el año 1.861 durante el primer período de Gobierno de Gabriel García Moreno.
** Citado en: Uribe Mosquera, Tomás, ‘Afirmación autoidentitaria y conflicto en la era republicana temprana’, p. 176.

El Embajador Bloomfield y la República del Ecuador

19 de mayo de 2019


El Gobierno del demócrata Jimmy Carter (Plains, 1.924), Presidente de los Estados Unidos de América entre 1.977 y 1.981, mantuvo como Embajador de su país en la República del Ecuador a Richard J. Bloomfield (1.927-2.011), designado durante el Gobierno del republicano Gerald Ford (1.913-2.006) el año 1.976. El 10 de enero de 1.978, el Embajador Bloomfield escribió un cable muy sabroso sobre la política de los Estados Unidos de América de cara al retorno del Ecuador a la democracia, que demuestra la pequeñez de nuestras élites políticas y económicas.

En ese cable del 10 de enero, Bloomfield informó a su país que, de cara al referéndum constitucional del 15 de enero de 1.978, los actores políticos ecuatorianos discutieron cuatro alternativas: la perpetuación del gobierno militar a través de un “auto-golpe”, la interposición de una Presidencia provisional, la convocatoria a una Asamblea Constituyente, o el uso de algún subterfugio para descalificar a Bucaram. La reacción de los Estados Unidos, decía Richard J. Bloomfield, debía motivarse según si la alternativa escogida avanzaba hacia la meta del “gobierno representativo”.

Richard J. Bloomfield, Embajador gringo entre 1.976 y 1.978

La razón de plantearse estas cuatro alternativas era por el temor compartido por todos los actores políticos (militares, élites económicas de Quito y Guayaquil, partidos políticos) frente a la posibilidad de que el retorno a la democracia conduzca a unas elecciones en las que el pueblo elija a Assad Bucaram, líder populista de Guayaquil. Como lo recuerda el Embajador Bloomfield, el golpe militar del año 1.972 se dio para evitar que se realicen unas elecciones en las que pudiera ganar Assad Bucaram. Esta posibilidad real de que, seis años después, se repita ese escenario de terror donde un rústico hijo de libaneses pueda llegar a gobernarlos por el voto popular, era algo que todos los que cortaban el bacalao en el país deseaban evitar. Los hermanaba una rotunda vocación anti-democrática contra Bucaram.

En el apartado “U.S. Policy”, Bloomfield indicó las posibles reacciones de los Estados Unidos de acuerdo con algunas alternativas descritas. En particular, los escenarios que denegaban la participación popular (como el auto-golpe y la Presidencia provisional) tendrían una posible reacción hostil y negativa de los Estados Unidos. Pero en el caso usar algún subterfugio para la descalificación de Bucaram, Bloomfield recomendaba a su país que mantenga una postura “neutral”.

Finalmente, los políticos ecuatorianos en 1.978, acaso cautelosos, optaron por la alternativa que cumplía el doble propósito de satisfacer sus intereses y de no causar problemas al Gobierno de los Estados Unidos de América: se impidió a Assad Bucaram la participación en las elecciones venideras con una cláusula legal claramente abusiva.

Luego pasó que Bucaram se murió el 5 de noviembre de 1.981 obra de un súbito yeyo al wacho, apenas unos meses después del oscuro deceso de su sobrino político Jaime Roldós, el Presidente de la República que Bucaram había apoyado en esas elecciones en las que a él se le impidió participar, muerto en un supuesto accidente de aviación en mayo de ese mismo año. Tras este par de ilustres finados cefepistas del 1.981 (annus horribilis para el CFP) se volvió a barajar el naipe político del país y en este nuevo reparto quedó un serrano bobo de la DP como Presidente para lo restante de ese período (1.981-1.984) para luego pasarle la posta al siguiente hombre fuerte de nuestra política, León Febres-Cordero (1.931-2.008), quien dominó la escena política hasta el advenimiento de Rafael Correa (1.963) en el año 2.006.

Pero esto que pasó después de las muertes de Jaime Roldós (1.940-1.981) y Assad Bucaram (1.916-1.981) en ese aciago año 1.981 ya no lo pudo prever el Embajador norteamericano Richard Bloomfield en su cable de enero de 1.978. Ni verlo tampoco, no por otra razón como por la fundamentalmente práctica de que el Gobierno del Presidente Jimmy Carter lo trasladó a ejercer como su Embajador en Portugal, ese mismo año 1978. Para marzo de aquel año, Bloomfield gozaba ya de los placeres de Lisboa.

Richard J. Bloomfield murió el 22 de noviembre de 2.011 en Belmont, Massachusetts, por complicaciones relacionadas con el Alzheimer. Contaba 84 años. A él, en el tránsito a este período “democrático” que los ecuatorianos vivimos desde el año 1.979, le cupo hacer una descripción precisa de las miserias de nuestra pequeña, miedosa y anti-democrática clase política.

El Municipio del Verano del '92: "crear conciencia"

18 de mayo de 2019


El 3 de agosto de 1992, días antes de que el expresidente León Febres-Cordero asuma la Alcaldía de Guayaquil, Expreso mostró su respaldo a esta futura autoridad en una causa que dicho diario (llamado “de la vida nacional”) juzgaba como fundamental: “crear una conciencia guayaquileña”.

Editorial del 3 de agosto de 1992.

El problema es que el ciudadano que aquella “conciencia” debía superar con un nuevo y “consciente” ciudadano sirve como una descripción del ciudadano del Guayaquil del año 2019:

“Los habitantes de Guayaquil nos singularizamos por arrojar papeles, cortezas de frutas, envases ya usados, etc., porque todo lo dejamos para que el ‘servicio de limpieza’ se encargue de recoger los desperdicios. No hay conciencia cívica, amor a nuestra urbe, cuidado elemental por la ciudad en la cual vivimos”.

La Alcaldía de Guayaquil mal podría negar que esto sigue así, pues ha sido su recurrente excusa para justificar las inundaciones en la ciudad (“la gente es sucia, por eso se taponan las alcantarillas”).

Pasaron ocho años con León Febres-Cordero, diecinueve años con Jaime Nebot, pero la conducta del guayaquileño se mantiene casi invariable después de 27 años socialcristianos.

El rapto jipi fue muy breve. “Crear conciencia” fue apenas el anuncio de un fracaso por venir (uno de tantos).