Guayaquil, bastión de la derecha autoritaria

8 de octubre de 2019


Es 8 de octubre de 2019, víspera de las fiestas de independencia de la ciudad, y Guayaquil es la capital de un país dividido y el bastión de un gobierno impopular.

Con el Decreto Ejecutivo No. 888 del día 8 de octubre, el Presidente Lenin Moreno decretó el traslado de la “Sede de Gobierno a la ciudad de Guayaquil”. Así, Guayaquil se ha convertido en la capital administrativa del Ecuador mientras dure el estado de excepción (o visto desde otro ángulo: Quito se convirtió transitoriamente en Machachi in the parlance of la Guadalupe). El Presidente Lenin Moreno y su Gabinete sesionan desde el Gobierno Zonal en Guayaquil, en el opulento edificio que perteneció al Banco del Progreso y que Ricardo Patiño adecuó para el servicio público. Allí se reúnen las principales autoridades de las cinco Funciones del Estado ecuatoriano.

La historia es larga pero para hacerla corta, desde que los guayaquileños empezamos a elegir por voto popular al alcalde de nuestra ciudad (es decir, desde 1947), Guayaquil ha sufrido de tres populismos: el del CFP, el del PRE y el del PSC. Este último populismo es de carácter autoritario y de derechas, y está enquistado en la Alcaldía desde 1992.

Como a Guayaquil la democracia no le ha sentado bien, a fines de los ochenta y principios de los noventa la ciudad se hallaba en la mala: llena de basura, por fuera y por dentro del Palacio Municipal. El PSC se hizo fuerte frente al notorio fracaso del populismo del PRE, pues se erigió como la facción que “recuperó” a Guayaquil de esa etapa mala, con un caudillo autoritario y carismático como León Febres-Cordero a la cabeza.

Por este relato “heroico” del PSC es que creo que la facción de la derecha autoritaria (AKA “el fascismo”) en Guayaquil pudo emerger tan victoriosa frente al descalabro de los hermanos Bucaram, elegidos para el Sillón de Olmedo en 1984 (Abdalá) y 1988 (Elsa), pero incapaces de completar sus períodos. En la siguiente elección para la Alcaldía, en 1992, le llegó su turno al PSC, cuando ocurrió lo que según el filósofo italiano Norberto Bobbio justificó la emergencia del fascismo en la Italia de los años treinta: “la conquista del poder por parte del fascismo fue el resultado de una fecunda alianza entre precisos intereses de clase y turbios ideales, favorecidos por la crisis moral, social y económica que atravesaba un [cantón] como el nuestro, por larga tradición más acostumbrado a la opresión que a la libertad”. Donde se lee cantón, se leía (en el texto original de Bobbio) “país”… pero este reemplazo no altera un ápice el sentido de la frase, tan real en un caso como en el otro. En Guayaquil, fue la crisis de la ciudad por el gobierno del PRE lo que favoreció al emergente PSC, el partido de la derecha autoritaria de Guayaquil.

Ahora, ¿por qué digo que el PSC es de derechas? Porque el negocio de la Alcaldía del PSC, en la planificación y en la ejecución de las políticas públicas, es satisfacer a los intereses de las empresas constructoras. El crecimiento de Guayaquil, horizontal y de cemento, cuesta seis veces más que un crecimiento vertical y ambientalmente sostenible: es decir, el llamado “modelo exitoso” del PSC despilfarra una fortuna en hacer las cosas mal, siendo Guayaquil una de las ciudades más vulnerable a las inundaciones que hay en el mundo.

En otras palabras, el crecimiento de Guayaquil es económicamente estúpido… salvo que seas parte del negocio de la construcción (de cuyas filas emergió el Alcalde Nebot, boca abierta). Pero lo peor no es el despilfarro de los recursos (que te embuten como éxito para todos, cuando lo es para pocos), lo peor es el riesgo real que corre Guayaquil debido a las inundaciones en un futuro no muy lejano (una o dos generaciones más), sobre lo que nada efectivo se ha hecho.

Y luego, ¿por qué el PSC es autoritario? Pues por la forma vertical de su administración, en la que se ejecuta lo que ha decidido la cúpula. La concreción legal de esta verticalidad ocurrió en la “Ordenanza que regula el sistema de participación ciudadana del cantón Guayaquil”, que es una burla a la idea de gobierno democrático pues habilita a participar en la Asamblea Cantonal de Guayaquil únicamente a los 117 “representantes de la sociedad” que están mencionados en la Ordenanza. Pero si con acotar el número era insuficiente, la Alcaldía le ha repartido dinero de forma generosa a varios (acaso la mayoría) de estos 117 privilegiados en una ciudad de casi 3 millones de habitantes.

Y por si no quedaba claro quién mandaba, la Ordenanza en cuestión le reservó al Alcalde y un concejal un voto calificado en la Asamblea Cantonal del 51%. Como que esta norma se la hizo durante la Alcaldía de Jaime Nebot, sólo podía aspirarse con ella a que se haga su voluntad. O como lo advirtió quien entonces era Secretario del Municipio, Vicente Taiano, la norma debía diseñarse “para evitar intromisiones en las gestiones del Alcalde”.

Entonces, en estos días la Guayaquil del PSC ha llegado a una cúspide: se ha erigido como la capital administrativa del Ecuador. Como Guayaquil es la casa de la derecha autoritaria desde 1992, es natural que sea la sede de un gobierno nacional que ha adoptado unas medidas tan favorables a las empresas y tan perjudiciales para el ciudadano común.

Y, por supuesto, a la derecha autoritaria de Guayaquil le sienta muy bien el racismo que se pone en evidencia en un país dividido, así que es apenas natural que se adopte su tono para la marcha de mañana (pues su telón de fondo es, no nos engañemos: “aquí no pasarán estos indios brutos” –con palabras un poco más elegantes, claro).

Es por eso, conciudadanos de Guayaquil, que la marcha de mañana 9 de octubre más que una resistencia, es una celebración. Es la celebración de la derecha autoritaria y de los áulicos del Presidente más impopular e infradotado de los últimos tiempos. Y un triste papel, siendo ya el 2019.

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