En la protohistoria de la
República del Ecuador hubo dos 9 de Octubre. Este escrito es un breve relato
sobre el primero de ellos, el que ocurrió en Quito en 1810, y que, en un twist raro de la historia, enlaza con el
clásico de 1820.
La historia va así: desde que
el Rey Felipe II la creó en 1563 hasta la independencia de España a inicios del
siglo XIX, y con la sola excepción de los años entre 1717 y 1723 en que la
suprimió y volvió a erigir el Rey Felipe V, la Audiencia de Quito administró
justicia en un amplio territorio que incluyó a Guayaquil y a Cuenca. Fue la de
Quito una Audiencia subordinada, por lo que la última palabra de sus pleitos estaba
reservada a una autoridad residente en otra Audiencia mayor.
Durante años, las
apelaciones fueron a la Audiencia de Lima, mientras Quito formó parte del
Virreinato del Perú. Con la creación del Virreinato de la Nueva Granada en
1739, Quito se convirtió en una Audiencia subordinada a la Audiencia de Santafé
(actual Bogotá), que era la capital del nuevo Virreinato.
Quito nunca se quiso
independizar del Reino de España en 1809, eso es una fábula que se inventó años
después para darle lustre a las trafasías de algunos monárquicos. Pero en 1808
había empezado una “eclosión juntera” con el ejemplo de la Junta de Asturias del
25 de mayo de 1808. La idea cundió en América: en Montevideo se creó una Junta
Gubernativa en septiembre del mismo año, y en Quito ocurrió en 1809, aunque fue
pronto aplacada (un gran resumen de lo ocurrido en: ‘Los orígenes de la Revolución de Quito en 1809”, de Jaime O. Rodríguez).
Después de la masacre del
2 de agosto de 1810 en el que tropas peruanas solicitadas por Guayaquil pasaron
por las armas al 1% de la población de la franciscana ciudad y de la llegada de
Carlos Montúfar como Comisionado Regio en septiembre de 1810, en Quito se creó
una segunda Junta de Gobierno, que es la que viene a cuento en esta historia. Dicha
Junta se reconoció sometida únicamente al Consejo de Regencia de España e
Indias, una institución afincada en Cádiz, representante para ella de la
resistencia española frente a la invasión francesa.
Mientras tanto, en Santa
Fe se había formado una Junta de Gobierno en julio de 1810 y el 2 de agosto de
ese año había invitado a Quito a que forme su propia Junta, subordinada a la de
Santa Fe. Pero Quito se negó en redondo a esta pretensión de subordinación y así fue que el 9 de octubre de 1810 su Junta de Gobierno proclamó a Quito como otra Capitanía
General del Reino de España, a la
usanza de Chile y Venezuela y Guatemala. (Un gran resumen de los hechos en: ‘Quito en 1810: la búsqueda de un nuevo proyecto político’, de Federica Morelli.)
Ese día, el 9 de Octubre
de 1810, San Francisco de Quito reclamó con esta figura una plena autonomía administrativa,
un auto-gobierno sin rendirle cuentas a nadie en América. El detalle es que
nadie estuvo de acuerdo, ni en España ni en América, con esta pretensión
autonomista de las autoridades de Quito.
Para hacer corta la
historia larga, todos resistieron su pretensión y las tropas de España se
ensañaron con los quiteños (¡de nuevo!). En los primeros días de diciembre de
1812, todo concluyó con el fusilamiento de unos últimos “insurgentes”, tenidos
como tales por quienes vinieron a pacificar estos pagos afectados por el “aquí mando yo”. Y tras esta derrota de
1812, como lo reconoció uno de los cronistas de la ciudad, Luciano Andrade
Marín, los quiteños “quedaron postrados, desangrados y sometidos al más
riguroso dominio español; sin maneras ya de sacudirse de él por sí mismos, sino
esperando en la ayuda de alguien que los rescatara.Ӥ
Pasaron casi diez años,
hasta mayo de 1822, en que unas tropas originadas en el otro 9 de Octubre, el
de 1820, aunadas a tropas colombianas, peruanas y rioplatenses, y tras derrotar
en el volcán Pichincha a las tropas españolas, rescataron a Quito de su triste
condición.
§
Andrade Marín, Luciano, ‘El Ilustre
Ayuntamiento quiteño de 1820 y la gloriosa revolución de Guayaquil’, en:
Muñoz de Leoro, Mercedes (comp.), ‘Memorias
históricas de la biblioteca municipal González Suárez’, Editorial
Abya-Yala, Quito, 2003, p. 75.
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