Los más ardientes entusiastas del presidente Daniel Noboa deben admitir que su líder no es un hombre hábil con las palabras. Es fugaz y lacónico: rara vez aparece y cuando lo hace, dice lo mínimo necesario, de manera casi automatizada. En realidad, a Noboa se lo siente incómodo en ese rol contenido y asertivo que exige la política.
Este político inhábil con las palabras (un reverso de Velasco Ibarra) está en un laberinto discursivo. En su candidatura durante la primera vuelta del 2023 él postuló que el “anti” tenía un techo y que el “pro” era infinito, y que él estaba por el “pro”. Con ese postulado, él ganó en octubre de 2023. Pero durante el ejercicio del poder, mutó del “pro” al “anti”.
Se puede fechar el día que oficializó la mutación el 5 de abril de 2024, cuando el gobierno de Noboa decidió invadir una embajada, capturar a una persona y conducirla a la prisión de máxima seguridad del Estado. Ese día, cuando asaltó la embajada de México para capturar a Jorge Glas, el presidente Noboa compró todos los boletos de la rifa para el membrete de “primer anti-correísta”. Dejó atrás el “pro” y saltó de llenó al “anti”.
Y se llenó del “anti”, porque ha llegado a implicar que los opositores a su proyecto político (cualquier que éste sea) son parte del Viejo Ecuador y vinculados a la corrupción y a los GDO. En particular, esto último lo predica de la Revolución Ciudadana.
El problema de Noboa es que él tenía razón: el “anti” tiene un techo. Le metió con todo, y ahora lo encontró. Y es grave, porque la división del electorado es por condición económica: las clases alta, media y media baja lo favorecen a Noboa, pero la mayoría de los sectores populares favorecen al proyecto opositor al gobierno de Noboa (este artículo es esclarecedor a este respecto: “Noboa no llegó a los pobres”). Y esos sectores, en un país misérrimo y desigual como el Ecuador, son los que ponen al presidente.
La situación de Noboa, entonces, es muy difícil. Su discurso parte de dividir al electorado en buenos y malos, en el Nuevo Ecuador y el Viejo Ecuador. Su discurso está enfocado, desde hace casi un año, en el ataque a sus adversarios políticos, en su descalificación para que él brille como la opción que podrá resolver los problemas de los ecuatorianos. Pero, si quiere ganar en la segunda vuelta, Noboa debería tener un discurso distinto, menos de agresión a otros y más de unidad y esperanza para todos, y en particular, dirigirse a los sectores populares y ofrecerles más que gestionar su odio a un gobierno que concluyó el 2017.
Llegamos entonces al núcleo duro del problema y es uno de preescolares: Noboa es inhábil con las palabras. Véase este fragmento de su intercambio con dos periodistas/cómplices el martes 11 de febrero, cuando lo invitaron a hablar de los “acuerdos mínimos” para la gestión de la política. Le preguntaron: “¿Cuáles serían esos acuerdos mínimos?”. Él respondió:
“Acuerdos mínimos, leyes… que puedan darle… mayor… flexibilidad … al… al joven para estudiar, para poder tener ocupación y… pues trabajar para eliminar el subempleo”. (Le tomó diecisiete segundos balbucear este adefesio).
Verbalmente, Noboa no proyecta confianza, proyecta lástima.
Y resultará muy difícil que en el tiempo que resta hasta el 13 de abril el presidente Noboa cambie su discurso, y logre conjugar en su oratoria los ideales de eficacia, unidad y esperanza que espera la población de un país cansado de los fracasos de su clase política.
Porque él es demasiado acartonado para lograrlo. Por eso está en su laberinto.
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