El borracho necio de América

14 de abril de 2024

El comportamiento del Estado del Ecuador en los últimos días es congruente con su condición de país del chuchaqui perpetuo

En el foro internacional, se ha comportado como un borracho (siempre ha sido un gran beodo republicano) pero la nota distintiva de estos últimos días es que se ha convertido en el borracho necio de América. Uno que rompe normas básicas del derecho internacional (es decir, la caga en grande), pero que nunca admite que la cagó y jamás pide disculpas, pues al contrario le echa la culpa a otro de haber motivado la desgracia que él cometió. 

Por supuesto, nadie en la fiesta de la democracia (ningún otro país de América) piensa que la cagada del Ecuador tiene sentido o futuro; pero eso a nuestro borracho necio le tiene muy sin cuidado.

¿Qué se puede hacer cuando vives en un país que se comporta como un borracho necio? Pedir disculpas, y mirarlo partir rumbo a las tierras del chuchaqui. 

A estas alturas, el Ecuador no es ni bueno ni malo: es un incorregible dipsómano.

Las seis presidencias de Velasco Ibarra

12 de abril de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 12 de abril de 2024.

Todas las décadas entre 1930 y 1970 lo tuvieron a José María Velasco Ibarra como la máxima autoridad del Poder Ejecutivo. Entre 1934 y 1935, entre 1944 y 1947, entre 1952 y 1956, entre 1960 y 1961, y entre 1968 y 1972. A la década de los setenta, Velasco Ibarra llegó como un dictador, pues elegido en las urnas en junio de 1968 se declaró dictador en junio de 1970. Un golpe militar lo tumbó en febrero de 1972. 

Cuando después de la dictadura militar volvimos a la democracia, Velasco Ibarra ya no estaba allí. Murió en marzo de 1979, a los 86 años.

En sus cinco décadas de presencia en la política ecuatoriana, Velasco Ibarra sumó un total de seis presidencias. Cuatro veces fue elegido presidente por la voluntad popular, siendo el ecuatoriano más veces favorecido por el voto popular para la obtención de la presidencia (la primera vez en 1934, la última vez en 1968). En el Ecuador todavía es recordada una frase a él atribuida: “Dadme un balcón en cada pueblo y seré presidente”. Se la recuerda cada vez más como un lejano testimonio de un tiempo de política de masas sin redes sociales. 

Como evidencia de nuestra inestabilidad política, Velasco Ibarra es también el ecuatoriano que más veces ha intentado declararse dictador, por tres oportunidades, lográndolo en dos de ellas. La vez que fracasó fue en 1935, cuando el ejército no secundó su golpe de Estado y lo obligó a renunciar. De esta época es otra de sus frases famosas: “Me precipité sobre las bayonetas”, tal vez también un testimonio de la obsolescencia de las armas del Ejército en esa época.  

Las otras dos presidencias de Velasco Ibarra fueron obra de votaciones en asambleas constitucionales, ambas reunidas en la década del cuarenta. Tras el triunfo de la llamada “revolución Gloriosa” que el 28 de mayo de 1944 depuso al gobierno de Carlos Arroyo del Río, una asamblea constitucional redactó una Constitución progresista y lo designó presidente de la República a Velasco Ibarra para que gobierne bajo el imperio de la nueva Constitución. Esa Constitución fue aprobada y entró en vigor el 6 de marzo de 1945. 

Pero el marzo siguiente, específicamente el día 30, Velasco Ibarra se declaró dictador y, a diferencia de 1935, esta vez sí fue exitoso. Desconoció la Constitución de 1945 y puso en vigor la Constitución de 1906. En seguida organizó una nueva asamblea constitucional, que dictó una nueva Constitución que ya no era progresista y lo eligió a él presidente.

Esta nueva Constitución entró en vigor el 31 de diciembre de 1946. Velasco Ibarra no pudo gobernar mucho tiempo bajo su imperio, porque en agosto de 1947, su Ministro de Defensa, Carlos Mancheno Cajas, ensayó un golpe de Estado y obligó a Velasco Ibarra a renunciar el día 23. Cuando este golpe de Estado (conocido como el “Manchenazo”) fracasó, la política ecuatoriana siguió su curso prescindiendo de Velasco Ibarra, pues él ya había renunciado. 

El récord de Velasco Ibarra: Seis presidencias en total, cuatro veces elegido por la voluntad popular, dos veces dictador (de las tres que lo intentó). Es muy revelador de nuestra cultura política que la figura señera de nuestra democracia de masas en el siglo XX tenga tan sostenida y acusada vocación dictatorial. 

El hazmerreír exitoso

10 de abril de 2024

En la sesión de la OEA celebrada ayer 9 de abril, la cancillería ecuatoriana defendió que se haya vulnerado la inviolabilidad de la Embajada de México en Quito con la siguiente frase: “Ningún delincuente puede ser considerado un perseguido político”. 

Esta frase es absurda (el Ecuador es absurdo). Por el lado práctico, porque es falso que las condenas penales del sistema judicial ecuatoriano (en el caso de Glas, como en muchísimos otros) no puedan ser una persecución política. Y por el lado teórico, porque es una frase irrelevante frente a la institución del asilo.

Por el lado práctico: la frase de la cancillería ecuatoriana quiere que aceptemos la siguiente premisa: “toda decisión de condena penal que ha hecho el sistema de justicia ecuatoriano es el fruto de un juicio con las debidas garantías ante un juez competente, independiente e imparcial”. Y esto, aunque se haya condenado a un enemigo político.

Esta premisa es falsa. El sistema de justicia ecuatoriano ha probado ser maleable, por intereses económicos y políticos. Y sus graves deficiencias en materia de garantías judiciales, su crasa corrupción, no son suposiciones: es el fruto del análisis de sentencias, resoluciones e informes de organismos internacionales. Una condena penal puede ser fruto de persecución política, porsupollo.

Por el lado teórico: la frase de la cancillería ecuatoriana no tiene sentido frente a la institución del asilo, porque “la calificación de la naturaleza del delito o de los motivos de la persecución” (Art. IV de la Convención de Caracas, 1954) le corresponde al Estado que otorga el asilo. Es evidente que, para el Estado que ha condenado penalmente a alguien, esa sanción jamás podrá ser considerada una persecución (sería dispararse al pie). Es por eso que no le corresponde a ese Estado decir si hay o no persecución. Si por él fuera, nunca la hay. 

Le corresponde al Estado que otorga el asilo considerar, entonces, si la persona condenada penalmente es perseguida o no. Puede que tal vez lo sea (en el Ecuador, a juzgar por el adefesio de sistema judicial nuestro, esa posibilidad existe). La institución del asilo existe para proteger esa posibilidad, por mínima que sea y aún cuando el Estado que haya condenado a esa persona la considere a ella la más perversa del mundo mundial. La frase de la cancillería resulta así irrelevante. Esta irrelevancia es una demanda de la civilidad.

¿Qué le correspondía hacer al Ecuador?

Soportar, aguantarse, respetar la institución del asilo. En estricto rigor, debió haber otorgado un salvoconducto (Art. XII de la Convención de Caracas, 1954).

No haber respetado la institución del asilo y haber vulnerado la inviolabilidad de la misión diplomática de México ni merece aplauso, ni lo ha cosechado en la escena internacional. No hay ningún representante de un país americano en la sesión de ayer de la OEA que haya insinuado siquiera que lo hecho por el Ecuador tenga un asomo de justificación.  

Somos un hazmerreír en el foro internacional, pero nunca creo que tanto.  

Dedazo y Constitución

5 de abril de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 5 de abril de 2024.

Por cuarenta años del siglo XX, entre 1906 y 1946, y bajo el imperio de tres Constituciones (las de 1906, 1929 y 1945) no existió la vicepresidencia de la República. De entre ellas, la de 1929 ensayó una forma peculiar de sucesión del presidente de la República, pues en caso de su “muerte, destitución, admisión de renuncia o incapacidad física permanente declarada por el Congreso”, la persona encargada de reemplazar a ese hombre era su “Ministro de lo Interior, y en el orden cronológico de sus nombramientos, los demás Ministros” (Arts. 79-81). Es decir, esta Constitución sin vicepresidente instituyó el “dedazo”: el poder del presidente de designar a su sucesor, en la persona que él estime conveniente. 

Esta Constitución entró en vigencia el 26 de marzo de 1929 y el primer gobernante sometido a su imperio fue el lojano Isidro Ayora. Él fue también él primero en utilizar esta cláusula de designación a placer de su sucesor. Cuando Ayora se hartó de todo y presentó su renuncia al Congreso en agosto de 1931, la persona que lo reemplazó fue su Ministro de lo Interior, Luis Larrea Alba. 

De acuerdo con la Constitución (Art. 81), el Ministro subrogante debía convocar de manera inmediata a elecciones. Larrea Alba pensó distinto y quiso disolver el Congreso. Los militares no lo apoyaron y cayó a menos de dos meses de iniciado su encargo. Antes de irse designó a su sucesor en la persona del expresidente Alfredo Baquerizo Moreno. 

Baquerizo Moreno ejerció el poder por menos de un año. Organizó unas elecciones, en las que triunfó el candidato conservador Neptalí Bonifaz. Pero el Congreso descalificó a Bonifaz en agosto de 1932 por ser peruano y Baquerizo Moreno, a sabiendas de la sangre que iba a correr en Quito, renunció a su cargo y se refugió en la legación argentina. Antes de renunciar, lo designó como su Ministro de lo Interior a Carlos Freile Larrea.

A Freile Larrea le tocó enfrentar el sangriento episodio conocido como “Guerra de los cuatro días”. Unos tres mil muertos y cuatro días después de iniciado su encargo, Freile Larrea renunció y designó como su Ministro de lo Interior a Alberto Guerrero Martínez, quien organizó unas elecciones en las que triunfó el candidato liberal Juan de Dios Martínez Mera. Guerrero Martínez cumplió su cometido y le transmitió el mando a un presidente electo en las urnas.

Martínez Mera duró poco, pues su período de cuatro años duró menos de un año: lo destituyó el Congreso. Lo reemplazó a Martínez Mera su último Ministro de lo Interior, Abelardo Montalvo, quien organizó unas elecciones en las que se eligió presidente a José María Velasco Ibarra. Montalvo le transmitió el mando a Velasco, quien gobernó por casi un año, hasta que se quiso declarar dictador, pero se lo impidieron los militares y se lo orilló a renunciar. Fue entonces que acuñó su famosa frase: “Me precipité sobre las bayonetas”.

Tres elecciones, y ninguno de los favorecidos con el voto popular pudo terminar su período de cuatro años. Velasco se quiso declarar dictador, a Martínez lo destituyó el Congreso y a Bonifaz no lo dejaron ni posesionarse.

La Constitución no rendía. Tras una breve transición con Antonio Pons Campusano, empezó una etapa de dominio militar.

Uno al exilio, dos muertos

29 de marzo de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 29 de marzo de 2024.

La tradición constitucional ecuatoriana es tener un período de gobierno presidencial de cuatro años. En la única Constitución del Estado del Ecuador en la República de Colombia y en 15 de las 18 Constituciones de la República del Ecuador, el período del presidente dura cuatro años. En las tres Constituciones restantes, la duración del período varió: en la Constitución de 1843 fue de ocho años, en la Constitución de 1869 fue de seis años, en la Constitución de 1979 fue de cinco años. En todas ellas, el presidente elegido para completar ese período más extenso, no pudo hacerlo.

La Constitución de 1843 fue fruto de un autogolpe de Estado. El presidente para el período 1839-1843, Juan José Flores, decidió en octubre de 1842, a pocos meses de concluir su período y por sus pistolas, la convocatoria a una asamblea constitucional (poblada de adictos suyos) que dictó la Constitución de 1843, conocida como “La Carta de la Esclavitud”, cuyo artículo 57 dispuso la duración de ocho años para el ejercicio de la presidencia. 

La asamblea constitucional designó a Flores como presidente para el período 1843-1851. La revolución marcista, originada en Guayaquil en marzo de 1845, terminó con este período de gobierno. De los ocho años proyectados para este período, Flores gobernó por casi dos años. Y en julio de 1845, se largó al exilio. Una nueva Constitución, en diciembre de 1845, tumbó esta duración excesiva.

La Constitución de 1869 fue fruto de un golpe de Estado. Gobernaba Javier Espinosa, elegido en enero de 1868 en elecciones abiertas, cuando el enero siguiente Gabriel García Moreno orquestó un golpe de Estado para obtener su regreso a la presidencia. Como Jefe Supremo, García Moreno convocó a una asamblea constitucional (poblada de adictos suyos) que dictó la Constitución de 1869, conocida como “La Carta Negra”, cuyo artículo 56 dispuso la duración de seis años (como en México) para el ejercicio de la presidencia. 

La asamblea constitucional designó a García Moreno como presidente para el período 1869-1875. Su magnicidio el 6 de agosto de 1875, a escasos cuatro días de concluir su período, le impidió a él terminarlo y lo debió completar su vicepresidente, Francisco Javier León. Aunque sufrió la muerte de su demiurgo, el período se completó, como no lo haría ningún otro: el presidente elegido por la voluntad popular en diciembre de 1875, Antonio Borrero, no duró ni un año en el ejercicio del poder, pues cayó por un golpe de Estado orquestado por Ignacio Veintemilla. Una nueva asamblea constitucional, en 1878, acabó con el experimento del sexenio.

Concebida para la transición tras un largo período de dictaduras, la Constitución de 1979 es la única que no fue elaborada por una asamblea, sino por una comisión de expertos. Su artículo 81 dispuso que el presidente dure cinco años en el cargo. El único presidente elegido bajo esta norma fue Jaime Roldós, en 1979, para gobernar entre 1979 y 1984, quien murió en un accidente de aviación en 1981. Su período de gobierno lo completó su vicepresidente, Oswaldo Hurtado. 

El experimento del quinquenio (como en Francia) fue muy breve, pues concluyó con las reformas a la Constitución aprobadas por el órgano legislativo en 1983.

La República de la inestabilidad

22 de marzo de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 22 de marzo de 2024.

Durante el siglo XIX, desde 1835 en que se fundó la República del Ecuador con la entrada en vigor de la Constitución de Ambato y con el guayaquileño Vicente Rocafuerte como su primer presidente, un total de quince varones ocuparon la Presidencia de la República, sea que hayan sido designados por un congreso o asamblea constitucional (en el siglo XIX hubo diez de éstas) o elegidos por la voluntad popular.

Los presidentes elegidos por un congreso o asamblea constitucional durante el siglo XIX fueron diez (dos de ellos, Flores y García Moreno, lo fueron por dos ocasiones); de estos diez, seis lograron terminar su período de gobierno: Rocafuerte (1835-1839), Roca (1845-1849), Urbina (1852-1856), García Moreno (1861-1865 y 1869-1875, en asocio con León), Caamaño (1884-1888) y Alfaro (1897-1901). Todos los que concluyeron su período fueron elegidos por una asamblea que dictó una Constitución.

El caso del guayaquileño Gabriel García Moreno es peculiar, porque es el único de esta lista con dos períodos de gobierno concluidos, aunque él no haya vivido para la conclusión del segundo. El primer período, entre 1861 y 1865, bajo la Constitución de 1861, García Moreno lo gobernó completo. El segundo, entre 1869 y 1875, bajo la Constitución de 1869, lo gobernó casi completo, pues lo asesinaron el 6 de agosto de 1875, a escasos cuatro días de concluirlo. Este período de gobierno (el único sexenio que ha existido en nuestra historia) lo concluyó el vicepresidente de la República, el quiteño Francisco Javier León, por lo dispuesto en el artículo 55 de la Constitución. 

Los restantes cinco presidentes fueron elegidos por la voluntad popular, posibilidad que se instituyó por la entrada en vigor de la Constitución de 1861. El universo de votantes siempre fue muy reducido: se calcula que durante el siglo XIX osciló alrededor del 3%. Sólo uno de estos cinco presidentes concluyó el período para el que fue elegido: Antonio Flores, hijo del venezolano Juan José Flores y nacido en 1833 en el Palacio de Carondelet, en los tiempos en que su padre ejercía la presidencia del Estado y el Ecuador se sentía todavía parte (hipotética, ilusoria) de la República de Colombia. Todos los demás no terminaron su período, sea por una renuncia (Carrión), por golpes de Estado (Espinosa y Borrero) o por la revolución liberal (Cordero).

El caso del quiteño Antonio Flores Jijón es singular, porque él se encontraba fuera del Ecuador (en Francia) cuando fue elegido presidente de la República. En aquellos tiempos, el proceso electoral era distinto: no existía un organismo autónomo para organizarlo, sino que se dependía del gobierno de turno para su realización. El previsible resultado de esta fórmula era el tenaz triunfo del candidato del gobierno de turno. Flores ni necesitó hacer campaña, pues como el candidato del gobierno de Caamaño, triunfó con casi un 97% de los votos.  

Así, de un universo de diecisiete períodos de gobierno presidencial que pudieron haberse concluido durante el siglo XIX, tan sólo ocho lo consiguieron. Y de los elegidos por la voluntad popular, uno lo pudo hacer. Es todo un testimonio de la inestabilidad de la República (o debo decir: de la República de la inestabilidad).

Rosa Borja

15 de marzo de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 15 de marzo de 2024.

En el Sur de esta ciudad, la calle que inicia en la intersección con El Oro y termina en la intersección con José Vicente Trujillo se llama Rosa Borja de Ycaza. Es el perímetro este del barrio del Centenario, es la calle que separa a ese barrio del barrio Cuba. Y recuerda, con su nombre, a una mujer notable: feminista, política, artista.

En su origen ya más que centenario, esa calle no se llamó así. El Concejo Municipal le había asignado el nombre de un extranjero, George Canning. Él fue un londinense nacido en 1770 que, entre 1822 y 1827, ocupó el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, apoyando la causa independentista en la América del Sur y procurando el reconocimiento de los nacientes Estados de la región, como ocurrió con Colombia en abril de 1825.

Claro que el Estado del Ecuador no existía a esa época. Su maltrecha andadura recién empezó en 1830, cuando Canning ya estaba muerto.

El nombre de Canning para una calle de Guayaquil también murió en 1936, cuando el Concejo Municipal decidió cambiar el nombre de la calle Ministro Canning por Rosa Borja de Ycaza, para “alentar su labor”. Porque aquel año, Borja estaba viva: nacida el 30 de julio de 1889 ella contaba 47 años y era una destacada feminista de Guayaquil (presidenta del Consejo Nacional Ecuatoriano de la Unión de Mujeres Americanas y presidenta de la Legión Femenina de Educación Popular, además de la editora de su órgano de difusión oficial, la revista “Nuevos Horizontes”). Para 1936, Rosa Borja había publicado un libro con tres conferencias titulado “Aspectos de mi sendero”, otro de poesías “Hacia la vida” y una obra de teatro “Las de Judas”.

Rosa Borja correspondió a este aliento brindado por el Concejo Municipal. Vivió largos veintiocho años desde entonces, hasta su muerte el 22 de diciembre de 1964. Durante esos casi treinta años de vida, Borja fue una mujer pionera: la primera que ocupó el cargo de Directora de la Biblioteca Municipal de Guayaquil (1953-1959) y de Directora de la Biblioteca Nacional del Ecuador.

También publicó, durante ese período, varios libros de poesía y de teatro y dos biografías: la suya propia, titulada “Mi mundo íntimo”, y la de su padre, el doctor César Borja Lavayen.

Sobre temas sociales, en este período Rosa Borja publicó sobre su ciudad “Guayaquil, ojeada histórica de la ciudad, desde los Huancavilcas hasta nuestros días” y “El Municipio y los problemas sociales de Guayaquil”. También publicó el libro “Influencia de la mujer como factor importante en el mejoramiento humano” y se destacó por ser una activa conferenciante feminista. La Unión de Mujeres Americanas, con sede en Nueva York, la designó su presidenta. 

Rosa Borja fue también Consejera Provincial del Guayas y una activa militante de la Concentración de Fuerzas Populares (CFP) con Guevara Moreno, durante los años cincuenta y principios de los sesenta. Fruto de su gestión política, el Municipio fundó el Centro Municipal de Cultura, que se cerró el año 1989 durante la administración de Elsa Bucaram.

Finalmente, Rosa Borja también fue compositora. Su “Álbum de música” fue premiado en Buenos Aires en 1942 por la Asociación Argentina de Música de Cámara.

Rosa Borja, una mujer notable.

Los años sin el presidente García

8 de marzo de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 8 de marzo de 2024.

El cariamanguense Jerónimo Carrión debió ocupar la presidencia de la República entre 1865 y 1869. Tal responsabilidad era agravada pues, tras la entrada en vigor de la séptima Constitución del Estado en 1861, se eliminó el voto censitario para la elección de las autoridades y es así que Carrión fue el primer presidente elegido por (aunque sea una ínfima porción de) la voluntad popular. Empezó su período de gobierno en septiembre de 1865. 

Pero Carrión ocupó la presidencia poco más de la mitad de su período de gobierno, pues en noviembre de 1867 fue también el primer presidente que decidió renunciar a su cargo. Tras un breve interinazgo y la celebración de elecciones en enero de 1868, a Carrión lo reemplazó para el resto de su período presidencial el quiteño Javier Espinosa. Él empezó a gobernar en enero de 1868, pero duró menos que el anterior: a Espinosa lo tumbó un golpe de Estado perpetrado en enero de 1869, antes de cumplir un año en el ejercicio del cargo.

Para entender la suerte de Carrión y Espinosa, se debe considerar la guerra civil de 1859-1860 y la emergencia en ella de la figura señera del guayaquileño Gabriel García Moreno, quien dominó la escena política desde entonces hasta su muerte en 1875. La suerte sufrida por los presidentes Carrión y Espinosa ocurrió en los años del período “garciano” en los que García no fue la máxima autoridad. Allí se perdieron. 

En mayo de 1859, García apareció como el presidente de la Junta de Notables constituida en Quito para tumbar al gobierno constitucional del guayaquileño Francisco Robles, compuesta también por Jerónimo Carrión y Pacífico Chiriboga. Robles debió gobernar entre 1856 y 1860, pero cometió el error de trasladar la capital de Quito a Guayaquil. Ardió Troya.

Tras la caída de Robles y el triunfo del bando de García en la guerra civil, se reunió en Quito una convención nacional que dictó la Constitución de 1861 y eligió a García como presidente de la República para el período 1861-1865.

García cumplió su período de gobierno, pero siempre consideró que la Constitución de 1861 y las leyes vigentes eran “insuficientes para impedir el mal y para hacer el bien”. Cuando concluyó su período en 1865, García procuró el triunfo del candidato del oficialismo, es decir, de Jerónimo Carrión, su compañero en la Junta de Notables y vicepresidente de Robles hasta que saltó a la Junta. Cuando el presidente Carrión se hartó de las presiones de García y sus conmilitones, puso su renuncia. 

Se convocó a elecciones en enero de 1868 y nuevamente una ínfima porción del electorado designó al presidente. Resultó elegido Javier Espinosa, que empezó a gobernar en enero de 1868 y duró hasta el enero siguiente, cuando García se decidió por un golpe de Estado para evitar el triunfo del liberalismo (con la candidatura de Aguirre Abad) y para conducir al Ecuador por los caminos de su delirio conservador.

García organizó una convención nacional en Quito, que dictó la Constitución de 1869 y lo eligió presidente de la República para el período 1869-1875. Entre las presidencias de García, Carrión y Espinoza gobernaron supeditados a él. Al período de gobierno “garciano” sólo lo podía, y sólo lo pudo acabar, la muerte de su demiurgo.

Sucre y la mala siembra

1 de marzo de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 1 de marzo de 2024.

Cuando se cumplieron los 100 años de la batalla de Tarqui, la Asamblea Nacional comisionó al poeta cuencano Remigio Crespo Toral (1860-1939) para que rinda un homenaje al Gran Mariscal Antonio José de Sucre con el depósito de una ofrenda y el ofrecimiento de un discurso. El acto se cumplió en Quito, ante el monumento a Sucre, sito en el corazón de la plaza de Santo Domingo.

Remigio Crespo Toral fue abogado, político y diplomático; diputado por el Azuay en varias ocasiones y rector de la Universidad de Cuenca; fundador de un periódico, una revista y un banco; miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, escritor y poeta. Desde 1917, él era el “poeta coronado” (le ciñeron una corona de laureles en una ceremonia pública a la que asistió el presidente Baquerizo Moreno, otro poeta). En su vasta obra poética consta un “Canto a Sucre”, publicado en 1897. La mirada y las formas del poeta palpitan en su discurso a Sucre.

Aquel día que Crespo Toral ofreció su discurso, él no consideró que pudiera haber una vida más trágica que la del cumanés Antonio José de Sucre, a punto tal de tornarlo a Sucre un personaje de tragedia griega: “El grande hombre era el perseguido de la fatalidad, a manera de uno de los personajes de Esquilo o de Sófocles. Como ésos sin ventura de la progenie de Edipo, había de ser infeliz más allá de la tumba”.

En su discurso, Crespo Toral recuenta el fraccionamiento de Colombia en pedazos, lamenta la muerte de Sucre en Berruecos (“El Mariscal ha muerto: rueda su cadáver en el fango del sendero… Nadie recogió el último aliento y su postrer adiós”), deplora el pronto olvido de su esposa quiteña. Deplora, también, “su entierro vergonzante, como el de un malnacido”. Y aún vincula el terremoto de Cumaná, ocurrido en enero de 1929, a la lista de desgracias de Sucre: “¡Lógica tan dura la del infortunio, que no se quiebra jamás! Todo lo que a Sucre toca parece contaminado de tragedia. En estos días, su Patria, la heroica Cumaná, acaba de romperse y trocarse en polvo, en la epilepsia del terremoto. ¡Qué de él no quede ni hasta la cuna!”.

Entonces reflexionó Crespo Toral sobre lo que significó la muerte de Sucre para la suerte del Ecuador: “De su muerte arranca el trágico destino del Ecuador. A vivir él, nuestra patria, bajo su égida y al brillo de su nombre, no habría sido entregada a la rapacidad extranjera, ni se hubieran burlado los pactos ni los caudillos del Patía habrían logrado la mutilación del Ecuador”. 

Por supuesto, Crespo Toral reconoció los enormes méritos de Antonio José de Sucre, a quien declaró tributarle “nuestro homenaje de admiración y gratitud”. Por ello, se apresuró a exculparlo: “Si no dio fruto su siembra, culpa será no del sembrador, sino de la mala tierra y de los hombres peores que ella”.

Aquella tarde del 27 de febrero de 1929 que se leyó este discurso la imagino fría y lluviosa, y a su lector, Remigio Crespo Toral, filoso y cortante. Lacerante: “Hemos vivido hasta hoy gastando todos los sentidos y las fuerzas todas en la lucha intestina, sin visión de la frontera y sin la conciencia, que deriva de la Historia…”, tal fue su conclusión.

Estas últimas palabras se dijeron una tarde de hace 95 años, pero siguen tan vigentes.

La propuesta de Montalvo

23 de febrero de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 23 de febrero.

El 9 de octubre de 1876, de paso por Guayaquil, el escritor ambateño Juan Montalvo publicó “El Boletín de la Paz”. Ese día se cumplía un mes y un día del inicio de la revolución originada en Guayaquil que tuvo por jefe supremo a Ignacio Veintemilla, enfrentado a las tropas del gobierno de Antonio Borrero. La pieza periodística de Montalvo empezaba así: “El derecho de gentes de las naciones modernas no permite la guerra, sino cuando la paz viene a ser imposible, habiéndose agotado los arbitrios de que Gobiernos justos y hombres filantrópicos se valen para llegar a fines honestos, por medios legales y humanos”.

A partir de esta premisa, Montalvo hizo la elaborada defensa de una propuesta “a nombre de la humanidad, la civilización, el amor que nos debemos unos a otros, un avenimiento pacífico, donde la muerte quede burlada, la barbarie sea vencida”. Su propuesta era que las partes en disputa “acepten la idea de transacción”, retiren a sus ejércitos a sus respectivos acantonamientos en Quito y Guayaquil y que licencien a sus tropas. Ambas partes entonces debían convocar a los pueblos “para que elijan tres personas que compongan un gobierno provisional, una el antiguo departamento de Pichincha, otra el del Guayas, otra el del Azuay”. 

Montalvo, incluso, se animó a proponer los nombres. Por Pichincha, Manuel Angulo; por Azuay, Manuel Vega; por Guayas, Pedro Carbo, “personas en cuya probidad confían los ecuatorianos, incapaces de compeler ni engañar a los electores”.

Una vez conformado este gobierno provisional, tanto el presidente Borrero y el jefe supremo Veintemilla dimiten, “y quedan en simples personas particulares”. En seguida, el gobierno provisional convoca a elecciones para elegir a los diputados a una convención nacional, en las que Borrero y Veintemilla podrán participar “como cualquier otro ecuatoriano”.

Y Montalvo concluyó, interpelando a ambos: “Vamos, señores, llegado es el caso de mostraros dignos del solio, pues nadie lo merece más que el que lo tiene ganado con el desprendimiento y la magnanimidad. La Convención lo remedia todo, lo salva todo; seamos cuerdos y merezcamos el bien de nuestros semejantes”. 

Por supuesto, esta propuesta de Montalvo tenía que pasar por los egos de los dos políticos enfrentados. Como Montalvo estaba por esos días en Guayaquil, la respuesta vino del bando de Veintemilla.

El cálculo político de Veintemilla no tenía otras miras ni otro plan que la inmediata gloria personal. Veintemilla no podía entender como positiva una idea que le restaba poder, pues de tener una gran posibilidad de triunfo inmediato por la fuerza, pasaría a tener una posición incierta frente al favor de la voluntad popular, que podría elegirlo a él o a cualquier otro. 

En cuanto a llegar al poder más pronto, el tiempo le dio la razón a Veintemilla, porque para diciembre de 1876 él ya era el nuevo huésped del Palacio de Carondelet (por esos mismos días, el expresidente Borrero estaba preso por orden de Veintemilla.) Con la propuesta de Montalvo, esto no habría pasado. 

En cuanto a Montalvo, el jefe supremo Veintemilla actuó con sujeción a su plan y eliminó un posible estorbo para su cumplimiento. Ordenó la inmediata prisión del ambateño y su exilio. 

La revolución de 1876

16 de febrero de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 16 de febrero de 2024.

Un presidente cuencano y un comandante quiteño. La revolución se origina en Guayaquil. El año es 1876.

Durante la mayor parte de 1876, gobernó el presidente cuencano Antonio Borrero. Elegido por la voluntad popular en octubre de 1875 tras el magnicidio de García Moreno, él había sido la carta liberal frente a los candidatos conservadores Julio Sáenz y Antonio Flores. Se esperaba de él que convoque a una convención nacional para reemplazar la Constitución ultramontana de 1869. 

Pero el presidente Borrero se negó a hacerlo, hecho que lo malquistó con los liberales. Así que el 8 de septiembre de 1876 empezó a gobernar con disputa: el Concejo Municipal de Guayaquil pronunció al comandante de la plaza de Guayaquil, el quiteño Ignacio Veintemilla, como Jefe Supremo de la República y Capitán de sus Ejércitos. 

Según el acta suscrita ese día en “gran comicio público”, se lo desconoció al presidente Borrero por haber sido “inconsecuente a los principios liberales que proclamó y defendió como ciudadano”. En una proclama que puso a circular Veintemilla ese mismo día, él se declaró un ungido por Guayaquil para “la difícil y delicada tarea de salvar al país, próximo a hundirse en un abismo, a consecuencia de la política indefinible, vacilante y desleal del actual gobierno”. 

Desde el 8 de septiembre, al menos en Guayaquil, no rigió más la Constitución de 1869. Se puso en vigencia la Constitución de 1861.

Cinco días después, el 13, Antonio Borrero puso a circular su proclama frente a la revolución. Empezaba así: “Una revolución inicua, sin nombre y sin principios acaba de consumarse en Guayaquil”, para atribuirle en seguida un origen impío: “Los que niegan la Divinidad de Jesucristo, los que aseguran que el pueblo es más soberano que Dios, los que piden el matrimonio civil, son los que han buscado, como instrumento torpe y ciego, a un Jefe desleal”, es decir, a Veintemilla. Al presidente Borrero la Constitución de 1869 parecía caerle muy bien.

En apoyo a la postura del presidente Borrero salió el Concejo Municipal de Quito, el que declaró a los “autores de la inicua revolución” como “enemigos de la religión, de la autoridad, de la familia, de la propiedad, del hombre y de Dios”. Las matronas quiteñas también publicaron una grave protesta “con todo el ardor de nuestros corazones contra ese rebelión amenazadora y alarmante, y para ofrecer al Supremo Gobierno los votos y fervientes oraciones que, humilladas al pie de nuestros altares, elevaremos al Dios de los Ejércitos”.

Pero ni con los superpoderes de las matronas se pudo conjurar la revolución en marcha desde el 8 de septiembre. Se sucedieron los pronunciamientos y esta revolución originada en Guayaquil se hizo fuerte en la región litoral, mientras que fue resistida en las provincias serranas. El 14 de diciembre, en Galte y en Los Molinos, ocurrieron sendas batallas, que se saldaron con el triunfo revolucionario. 

Antes de concluir el año 1876, el 24 de diciembre, Ignacio Veintemilla y parte de su ejército entraron en Quito. Borrero perdió la disputa y Veintemilla ordenó que se lo reduzca a prisión.

Con el tiempo, el quiteño Veintemilla abandonó la causa liberal y se declaró dictador. Cayó en julio de 1883.

Olmedo al exilio

9 de febrero de 2024

             Publicado en diario Expreso el viernes 9 de febrero de 2023.

“Yo no he nacido para este puesto: el retiro, la soledad y la comunicación con las musas eran convenientes a mi genio y carácter; mandar, regir, moderar un pueblo y en revolución no es para mis fuerzas intelectuales y físicas”. En una carta fechada el 18 de octubre de 1821, siendo José Joaquín Olmedo el presidente de la Junta de Gobierno de Guayaquil, él le dirigió estas palabras al general Antonio José de Sucre. Son un testimonio de que Olmedo era, ante todo, un poeta.

Pero a este poeta le tocaron los tiempos revolucionarios de octubre de 1820 y, siendo Olmedo la personalidad que era en una pequeña Guayaquil de 20.000 habitantes (persona culta y leída, de 40 años, único residente que había sido diputado en las Cortes de Cádiz -el otro guayaquileño que fue diputado en Cádiz, Vicente Rocafuerte, estaba fuera del país) a él se le impuso la obligación de conducir a la patria “en revolución”: fue el primer Jefe Político de la ciudad, nombrado por el Cabildo el 9 de octubre mismo.

Olmedo renunció a los seis días, por los abusos que cometía el peruano Gregorio Escobedo, quien había sido nombrado por el Cabildo Jefe Militar de la ciudad el mismo 9 de octubre. Pero Olmedo jugó vivo: logró que el 8 de noviembre de 1820 se organice en Guayaquil un Colegio Electoral con 57 representantes de 27 territorios de la provincia de Guayaquil. Este órgano destituyó a Escobedo por su amplio catálogo de abusos, lo volvió a nombrar a Olmedo Jefe Político de la ciudad y adoptó el 11 de noviembre de 1820 la primera Constitución (el “Reglamento Provisorio de Gobierno”) para un territorio independiente de aquellos que compondrían, en 1830, el Estado del Ecuador.   

Para la Junta de Gobierno presidida por Olmedo, e integrada también por Francisco Roca y Rafael Ximena, aquel 8 de noviembre de 1820 en que se reunió el Colegio Electoral significó el día de la libertad para los pueblos de la provincia de Guayaquil, pues allí se había reunido su representación, “que es el más precioso de los derechos sociales, y el privilegio más noble de los pueblos libres”, a fin de aprobar las normas para su convivencia y para sus relaciones con los demás Estados. 

La Junta de Gobierno había convocado para el 28 de julio de 1822 a un nuevo Colegio Electoral a fin de decidir acerca del futuro de la provincia como parte de Perú o Colombia, o mantenerse como un territorio independiente. Pero el general Simón Bolívar tenía otras ideas: llegó a Guayaquil el 11 de julio, acompañado de 1.300 “bravos colombianos”, para disolver nuestra Junta de Gobierno y decidir (por el bien de la ciudad, o al menos para no hacerle daño) que Guayaquil empezaba a ser parte de Colombia. Todos los integrantes de la Junta de Gobierno partieron al exilio en Lima. Roca y Ximena jamás volvieron. 

En carta dirigida a Bolívar, fechada el 29 de julio de 1822, Olmedo le expuso a Bolívar la razón para su exilio: “Yo me separo, pues, atravesado de pesar, de una familia honrada que amo con la mayor ternura, y que quizás queda expuesta al odio y a la persecución por mi causa. Pero así lo exige mi honor. Además, para vivir, necesito de reposo más que del aire: mi Patria no me necesita; yo no hago más que abandonarme a mi destino”.

El capitán Vallejo en 1845

2 de febrero de 2024

            Publicado en diario Expreso el 2 de febrero de 2024.

Hace unos días en el Museo Municipal de Guayaquil, en un acto que contó con la presencia de algunos de sus descendientes, se develó el retrato del capitán de navío José María Vallejo y Mendoza (1793-1865), un hombre notable a quien el año 1845 le significó la pérdida de una pierna y el voto decisivo para elegir al presidente de la República del Ecuador, voto con el que salvó a otro notable. 

Ese año 1845 fue el año de la Revolución Marcista, originada en Guayaquil con el propósito de expulsar al presidente, el venezolano Juan José Flores, del territorio del Ecuador. En marzo de ese año y bajo el mando del general Antonio Elizalde, el capitán José María Vallejo formó parte de quienes se sublevaron para la toma de la plaza de Guayaquil y, producto de los varios impactos de bala recibidos, perdió una pierna. Entonces el inventor José Rodríguez Labandera le construyó a Vallejo una pierna ortopédica de madera. 

Armado de su prótesis de madera, José María Vallejo acudió como diputado por Guayaquil a la Convención de Cuenca. En esta Convención se adoptó la cuarta Constitución del Estado y se eligió a su tercer presidente, después de un gobierno de Rocafuerte y varios gobiernos de Flores. A diciembre de 1845, los dos candidatos que se disputaban la presidencia en Cuenca eran los guayaquileños Vicente Ramón Roca y José Joaquín Olmedo.

De acuerdo con la Constitución, para convertirse en presidente el candidato debía obtener las dos terceras partes de los votos de los diputados reunidos en la Convención. Por varios días se votó una, dos, ochenta veces: al final, el comerciante Roca contaba 26 votos y el poeta Olmedo contaba 14. 

El candidato Olmedo era apoyado por la prestancia y la oratoria de Rocafuerte, pero Olmedo mismo no se mostraba convencido de su candidatura. Le parecía absurdo gobernar una patria de conceptos vacíos: “¿Qué significarán estos nombres, patria, libertad, derechos del pueblo, convención, etc.?’, se preguntaba por aquellos días en una carta a un pariente. Y abundaba: “Estos esfuerzos de Rocafuerte serán inútiles porque ya es tarde […]. Yo sentiré que haga algún escándalo, y más el que yo sea la causa ocasional”.  

La noche del 7 de diciembre, el diputado Vallejo, harto de esta situación sin solución, cambió su voto por Olmedo y destrabó la elección. Su voto por Roca sumó los 27 que él necesitaba para obtener las dos terceras partes de la votación. Roca se convirtió en el presidente para el período 1845-1849.

La justificación del diputado Vallejo fue la siguiente: “Convencido de que no podrá ser elegido el candidato por quien he sufragado más de ochenta veces, que la Nación necesita con urgencia constituirse para que no se malogre la revolución por quien he derramado mi sangre como patriota y que ningún resultado producirá una resistencia indefinida: voto para presidente por el señor Vicente Ramón Roca”. Este episodio dejó una frase para la historia, aquella pronunciada por Rocafuerte tras conocer la derrota de su candidato: “Se ha preferido la vara del mercader a la musa de Junín”.

Olmedo, por su parte, declaró en carta a un familiar hallarse “muy contento de quedar libre”. En corto, seguro el cantor de Junín se lo agradeció a Vallejo.   

Injusticia a Febres-Cordero

26 de enero de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 26 de enero de 2024.

El militar venezolano León de Febres-Cordero y Oberto (Puertos de Altagracia, 28 de junio de 1797-Mérida, 7 de julio de 1872), según la alta consideración del historiador guayaquileño Camilo Destruge Illingworth en su libro ‘Historia de la revolución de octubre y campaña libertadora 1820-22’, fue el “alma y el brazo principal de la Revolución de Octubre”. Tras arrebatar el puerto de Guayaquil del dominio del Reino de España en la jornada del 9 de octubre de 1820, Febres-Cordero (o “Cordero”, como se lo conocía en los relatos de esa época) emprendió un avance rumbo el norte, en su calidad de Segundo Comandante de la “División Protectora de Quito”, con el propósito de liberar a Quito del dominio español.

Pero el 22 de noviembre de 1820 ocurrió un combate que la historia lo recuerda como el “Primer Huachi”, que fue un total desastre para las huestes independentistas: A raíz de esta derrota, la Junta de Guerra convocada por el nuevo Comandante General de la Provincia y Presidente de la Junta de Guerra, el peruano Juan de Dios Araujo, ordenó el enjuiciamiento y la prisión preventiva de los coroneles Luis de Urdaneta y León de Febres-Cordero.

El historiador Camilo Destruge cuenta en un capítulo de su libro, titulado “Injusticia contra Febres-Cordero”, que la reacción de León de Febres-Cordero de cara a estas afrentas recibidas tras haber sido “el alma y el brazo principal” de la independencia política de esta república fue adoptar “una resolución acomodada a su carácter franco, noble y resuelto”, y acomodada también, a las condiciones de Guayaquil, porque a fines de 1820, en esta novel república independiente, no había imprenta. Febres-Cordero no se arredró y mandó a fijar el 2 de diciembre de 1820 “en lugares públicos varias hojas manuscritas” con el texto siguiente:

“De todas las ventajas que proporciona un Gobierno liberal, una de las más apreciables es la facultad de expresar el ciudadano sus sentimientos por medio de la imprenta. La falta de este recurso en la ciudad, me obliga a hacer presente al público, por medio de este papel, que, hallándome arrestado de orden del Gobierno y habiendo exigido que se me diga la causa, se me ha contestado que por ser el segundo jefe de la División dispersa, contra cuyas operaciones eran generales las reclamaciones al Gobierno. En esta virtud, espero de cualquier ciudadano, que todas las quejas que tenga que producir contra mí, bien sea durante el tiempo que he permanecido en esta ciudad o de resultas de la desgraciada jornada del 22 del pasado, lo haga por medio de papeles públicos, fijándolos en las esquinas; en la inteligencia de que los cargos que se me hagan, serán contestados del mismo modo; dejando por juez al público imparcial”.

Consignó Destruge en su libro (que, por cierto, fue un ensayo histórico publicado en 1920 y que mereció un premio de la Municipalidad) que “no hay noticia, no hay el menor indicio de que se correspondiera a la invitación de Febres-Cordero con algún cargo, con alguna acusación…”. 

La consecuencia de estas hojas manuscritas en defensa de su honor fue el cese de la prisión preventiva y el archivo del juicio que pesaba en su contra. Después de esto, Febres-Cordero se marchó de Guayaquil. 

De 1812 a 1869

19 de enero de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 19 de enero de 2024.

La Constitución que se adoptó en Quito en 1812 tiene una relación espiritual con otra Constitución que se adoptó en Quito en 1869. Rigieron (aunque este verbo resulte excesivo para la primera Constitución citada) en territorios distintos: la de 1812 en el territorio del Estado de Quito (en rigor, la provincia española de Quito), la de 1869 en el territorio de la República del Ecuador. Además, la Constitución de 1812 reconocía al territorio que ella gobernaba todavía como parte del Reino de España (y al rey Fernando VII como su “señor natural”), mientras que la Constitución de 1869 gobernó el territorio de un Estado independiente.

Pero ambas Constituciones tuvieron unos aires de familia muy conservadora. La de 1812 decía en su artículo 4 lo siguiente: “La Religión Católica como la han profesado nuestros padres, y como la profesa, y enseña la Santa Iglesia Católica, Apostólica Romana, será la única Religión del Estado de Quito, y de cada uno de sus habitantes, sin tolerarse otra ni permitirse la vecindad del que no profese la Católica Romana”. En 1812, el sueño del Estado de Quito fue ser una comunidad compuesta únicamente por vecinos católicos, con nula tolerancia a otras creencias. Un claustro en los Andes. 

Este sueño del Estado de Quito se interrumpió pronto. Su experimento ultraconservador de autogobierno concluyó de forma violenta en diciembre de 1812, con unos fusilamientos a orillas de la laguna de Yahuarcocha.

En 1869, ya siendo Quito la capital de un Estado independiente, fue un guayaquileño quien acercó a Quito a su sueño conservador. Ese guayaquileño se llamó Gabriel García Moreno. 

En enero de 1869 García Moreno organizó un golpe de Estado, apoyado por los cuarteles de Quito y por la élite quiteña. En seguida, organizó una Asamblea Constitucional de adictos a su figura que se reunieron en Quito a dibujar una Constitución a la medida de sus desvaríos.

Esta Constitución fue la primera que se sometió a referéndum para su aprobación. El pueblo ecuatoriano votó el 18 de julio de 1869 y decidió (el 96.36% de un universo de 14.154 votantes) a favor de que entre en vigor la Constitución. 

En su parte hondamente conservadora, esta Constitución de 1869 disponía en su artículo 10 que para ser ciudadano ecuatoriano se requería “ser católico” y establecía, además, en su artículo 13, que los derechos de ciudadanía se suspendían si una persona pertenecía “a las sociedades prohibidas por la Iglesia”.  

A diferencia de la Constitución 1812, esta Constitución de 1869 sí gobernó el territorio, pues estuvo en vigor durante el período presidencial de seis años (1869-1875) de Gabriel García Moreno. Sin embargo, García Moreno no logró concluir su período de gobierno, porque fue asesinado al pie del Palacio de Carondelet el 6 de agosto de 1875, a escasos veinticuatro días de concluirlo (y de continuar en el poder para un siguiente período de seis años, pues García Moreno había sido reelegido -con otra votación abrumadora a su favor- en elecciones celebradas en mayo de 1875.)

Con la muerte violenta de García Moreno en 1875 concluyó este episodio ultraconservador. Al poco tiempo, en 1878, se adoptó una nueva Constitución que reemplazó a la Constitución de sus desvaríos.

Alfaro en Quito

12 de enero de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 12 de enero de 2024.

Cuando Eloy Alfaro entró en Quito el 4 de septiembre de 1895, ello significó el triunfo de la revolución liberal. Él había dicho en una proclama a inicios de ese año que únicamente “a balazos dejarán vuestros opresores el poder que tienen únicamente por la violencia. […] Marcho, pues, en vuestro auxilio para participar en las penalidades de la campaña y tener la honra de conduciros al combate y a la victoria”. (Proclama de Managua, 5 de febrero). Alfaro triunfó a balazos, gobernó como Jefe Supremo y convocó a una Asamblea Constitucional que lo eligió primero Presidente interino (el 9 octubre de 1896) y después Presidente Constitucional (el 17 de enero de 1897). 

Cuando terminó su primera Presidencia Constitucional (1897-1901), Alfaro impuso a otro militar manabita como su sucesor, el general Leónidas Plaza. Cuando Plaza concluyó su período presidencial (1901-1905) impuso a su sucesor, el comerciante y banquero Lizardo García, quien debía gobernar entre 1905 y 1909. Pero Alfaro no estuvo de acuerdo con esta elección y le tomó los primeros diecisiete días del año 1906 para concluir un golpe de Estado y entrar nuevamente en Quito, el 17 de enero de 1906, para imitar el proceso de 1895: tras el triunfo por las armas convocó a una Asamblea Constitucional que lo eligió primero Presidente interino (el 9 de octubre de 1906) y después Presidente Constitucional (23 de diciembre de 1906).  

Fue en esta segunda Presidencia Constitucional (1906-1911) que Eloy Alfaro concluyó la emblemática obra del ferrocarril, por la que es recordado por todo ecuatoriano. Alfaro había decidido que, una vez concluido su período, lo sucedería el comerciante y banquero Emilio Estrada, pero luego se arrepintió por la frágil salud de éste. 

Estrada empezó su período de gobierno el 1 de septiembre de 1911 y 111 días después estaba muerto de un infarto. El 22 de diciembre de 1911 lo reemplazó en el ejercicio de la máxima autoridad ejecutiva Carlos Freile Zaldumbide, pues la Constitución de 1906 ordenaba que en caso de faltar el Presidente Constitucional lo subrogaría el “último Presidente de la Cámara del Senado” (Art. 71).

A inicios del año 1912, Eloy Alfaro se hallaba en Panamá, desterrado por el gobierno de Freile Zaldumbide. Pero el 4 de enero, Alfaro volvió al Ecuador para intentar un nuevo Golpe de Estado que lo conduzca a Quito para gobernar. 

Nuevamente corrió sangre en el Ecuador: tras bravos enfrentamientos en Huigra, Naranjito y Yaguachi, el número aproximado de muertos de la guerra civil de enero de 1912 ascendió a unos 3.000. Un número alto, incluso para un país acostumbrado a las imposiciones por la fuerza como el Ecuador.

Alfaro volvió a entrar en Quito, pero a encontrar la muerte. Perdedor en la guerra civil, se lo trasladó de Guayaquil a Quito en su emblemática obra. Una vez allá, fue reducido a prisión en el Panóptico y en una de sus celdas fue vilmente asesinado. El 28 de enero de 1912 sus despojos fueron arrastrados, burlados y humillados, para terminar incinerados en un parque de la capital, en un episodio conocido como “la hoguera bárbara”. 

Quito, ciudad en la que Alfaro entró victorioso en dos ocasiones, cuando su tercer intento, cobró su venganza de él y en él.

El sol del Ecuador

5 de enero de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 5 de enero de 2023.

En un territorio tan escandalosamente inestable como el Ecuador, tal vez resulte gratificante el hecho de que siempre ha estado el sol en el escudo de armas del Estado.

Pues siempre el sol ha estado allí, desde el primer escudo de armas que fue adoptado cuando se fundó el Estado del Ecuador en 1830. Este primer escudo de armas no fue obra de unas mentes creativas, pues se limitó a la copia casi sin variación alguna del escudo de armas que había adoptado el Congreso Constituyente de Cúcuta en 1821. 

La Constitución de Cúcuta rigió en el territorio que sería del Estado del Ecuador desde que dicho territorio fue incorporado a la República de Colombia en 1822 hasta su separación en 1830. Ninguno que hubiera podido reputarse ecuatoriano en 1830 participó en el Congreso Constituyente de Cúcuta. (Sin embargo, en Cúcuta los diputados de otras partes decidieron, por sí y ante sí, que los territorios de la audiencia de Quito se iban a incorporar a la naciente República de Colombia.)

Digno de la pereza, el naciente Estado del Ecuador adoptó el mismo escudo de armas que había tenido entre los años de 1822 y 1830 que formó parte de la República de Colombia como su Distrito del Sur, con apenas dos variaciones principales. La primera fue añadir el lema “El Ecuador en Colombia” en la parte baja del escudo de armas, como un tributo a la inferioridad que ostentaba el naciente Estado del Ecuador frente a una hipotética República de Colombia, pues según decía el artículo 2 de la Constitución de 1830: “El Estado del Ecuador se une y confedera con los demás Estados de Colombia, para formar una sola Nación con el nombre República de Colombia”. (El problema con este artículo 2 es que era fantasía pura.)

La segunda variación fue la incorporación del sol en la parte alta del escudo de armas (“en la equinoccial sobre las fasces”, según decía la ley del 19 de septiembre de 1830). Esta incorporación fue obra del abogado quiteño José Fernández-Salvador López, quien fuera el Presidente del “Congreso Constituyente del Estado del Ecuador en la República de Colombia”, celebrado en Riobamba entre agosto y septiembre de 1830. Fue este abogado quiteño quien, en la sesión del 17 de septiembre y con el apoyo del representante por Guayaquil, el militar venezolano León de Febres-Cordero y Oberto, añadió el sol al diseño del escudo de armas que se había tomado de la Constitución colombiana.

Desde entonces el escudo de armas del Ecuador varió mucho: en 1835 (con Rocafuerte), en 1843 (con Flores), en 1845 (con la revolución marcista), en 1860 (con García Moreno), hasta que finalmente se adoptó una versión definitiva por el Congreso Nacional el 31 de octubre de 1900, la que fue sancionada por el Presidente Alfaro siete días después y promulgada en el Registro Oficial del 5 de diciembre. 

El indigno lema “El Ecuador en Colombia” no duró mucho tiempo, pues tras la Convención Constitucional de 1835 el Ecuador empezó a ser ya una República por sí mismo. Pero suerte muy distinta corrió el sol que colocó Fernández-Salvador con apoyo de Febres-Cordero: aquel es el único rasgo distintivo que se ha conservado en todos los escudos de armas que ha tenido el Ecuador desde que se fundó como Estado en 1830.

Exilio en Daule

29 de diciembre de 2023

             Publicado en diario Expreso el 29 de diciembre de 2023.

Uno de los fundadores de la marina peruana, Martín Jorge Guise, quedó muerto en la ría de Guayaquil por la explosión de una granada. Este hecho ocurrió frente al malecón, a fines del año 1828, cuando no existía aún el Ecuador y la antigua provincia española de Guayaquil (anexada manu militari el 31 de julio de 1822) era el extremo meridional de la República de Colombia. A la época de la muerte de Guise, la República de Colombia se hallaba en guerra con su vecina del Sur, la República del Perú.

Presidido como estaba por el héroe de la independencia americana, José Domingo de Lamar (general de origen cuencano y ascendencia guayaquileña), el Perú reivindicaba los territorios del Sur de Colombia (esto es, las antiguas provincias españolas de Guayaquil y Cuenca) como propios. Para tomarlos, desde el 22 de noviembre de 1828 el Perú bloqueó la ría de Guayaquil. El 24 de noviembre se lo mató a Guise. La ciudad resistió el asedio de los peruanos, hasta que finalmente el bloqueo rindió sus frutos.

El 19 de enero de 1829, el Comandante de la Plaza de Guayaquil, el inglés John Illingworth, negoció con los atacantes peruanos y acordó que, si en exactos diez días no llegaban noticias de la guerra, entregaría Guayaquil a las fuerzas peruanas. Pasó el tiempo convenido y no se obtuvieron noticias. Cumplida la condición pactada, Guayaquil pasó a ser administrada por el Perú. Illingworth trasladó su gobierno, durante este período de exilio, a la vecina Daule.

El 27 de febrero de 1829, en el portete de Tarqui, se enfrentaron las tropas de Colombia, comandadas por el general Antonio José de Sucre (quien da nombre al aeropuerto de Quito), y las del Perú, comandadas por el general José Domingo de Lamar (quien da nombre al aeropuerto de Cuenca). Colombia venció en este enfrentamiento y el 28 de febrero se firmó el Tratado de Girón, una de cuyas cláusulas estipuló la devolución de Guayaquil a la República de Colombia.

El peruano que administraba la ciudad a nombre del Perú, José Prieto, se negó a cumplir con lo dispuesto en el Tratado de Girón. El presidente peruano, el cuencano Lamar, sostenía el incumplimiento, entre otras cosas, porque el decreto de honores que publicó Sucre con ocasión de su triunfo en Tarqui resultaba deshonroso para el Perú.

Sucre había comisionado a Guayaquil, para que se proceda con su devolución, al venezolano León de Febres-Cordero y al irlandés Arthur Sandes. El peruano Prieto les hizo a ambos un feo desplante, al encerrarlos en un pontón (digamos: una prisión flotante sobre la ría de Guayaquil; para este caso, la corbeta peruana “Libertad”). 

Se estimaba pronta una nueva acción bélica pero un golpe de Estado en el Perú, orquestado por Agustín Gamarra y Antonio Gutiérrez de la Fuente, lo cambió todo. Se desconoció la presidencia del cuencano Lamar y un nuevo representante del Perú, Francisco del Valle Riestra, negoció y firmó el 27 de junio de 1829, en conjunto con León de Febres-Cordero, el Tratado de Buijo. Allí se pactó, nuevamente, la devolución de Guayaquil.  

Esta vez sí se cumplió. El 20 de julio, Guayaquil volvió a ser colombiana. La ciudad había demorado un total de ciento setenta y tres días del año 1829 bajo la administración peruana.

Assad Bucaram y el retorno a la democracia

22 de diciembre de 2023

            Publicado en diario Expreso el viernes 22 de diciembre de 2023.

Richard J. Bloomfield (1927-2011) fue el Embajador de los Estados Unidos de América en la República del Ecuador entre 1976 y 1978. A principios de 1978, mientras Bloomfield era el representante del gobierno de Jimmy Carter, él transmitió a Washington D.C., por cable diplomático, sus impresiones acerca del proceso de retorno a la democracia en el Ecuador. 

El cable del Embajador Bloomfield reconoció la existencia de cinco actores políticos clave dentro del proceso de retorno a la democracia: el líder populista Assad Bucaram (1916-1981), el Consejo Supremo de Gobierno, los partidos políticos y los miembros de la élite económica de Quito y de la élite económica de Guayaquil. De estos, los dos actores más relevantes (además de antagónicos) eran Assad Bucaram y el Consejo Supremo de Gobierno. Bucaram, porque él era aquel a quien todos los demás actores políticos querían que se impida su acceso a la Presidencia de la República; el Consejo Supremo de Gobierno, porque ellos podían imponer los tiempos y los modos del proceso de retorno a la democracia.

El Embajador Bloomfield identificó en su cable diplomático que las razones para este cargamontón contra Bucaram eran de cuño racista (por su origen libanés) y de clase (por su extracción popular). Y según decía él, en la clase política ecuatoriana de 1978, sólo una “pequeña minoría” pensaba que a Assad Bucaram se le debería permitir su participación en las elecciones que se iban a celebrar en julio de 1978. 

En cualquier caso, las razones contra Bucaram fueron suficientes, pues el Consejo Supremo de Gobierno, siendo como era el amo de los tiempos y los modos del proceso de retorno a la democracia, finalmente decidió impedir la participación de Assad Bucaram. Lo hizo a través de una regulación de modo: el 20 de febrero de 1978, el Consejo Supremo de Gobierno decretó que iba a regir para las elecciones venideras una nueva Ley de Elecciones, en una de cuyas cláusulas dispuso (con evidente dedicatoria, dada la singular condición de hijo de libaneses de Assad Bucaram) que ningún hijo de padres extranjeros podía participar como candidato a la Presidencia de la República en las elecciones de julio de 1978. 

Si bien Bucaram no pudo participar en las elecciones, sí se las pudo ingeniar para que su partido político, la Concentración de Fuerzas Populares, coloque como candidato a la Presidencia de la República a su sobrino político, Jaime Roldós (1940-1981). Se dijo entonces de la candidatura de Roldós: “Roldós a la Presidencia, Bucaram al poder”. Y a Roldós le fue bien: alcanzó el segundo lugar y pasó a la segunda vuelta con el candidato del Partido Social Cristiano, Sixto Durán-Ballén. 

Pasaron varios meses para la segunda vuelta (amo de los tiempos, el Consejo Supremo de Gobierno dilató lo que pudo su celebración) hasta que finalmente se la hizo en mayo de 1979. Triunfó de manera arrolladora el candidato de Bucaram, pero de poco sirvió, pues el país de los desacuerdos empezó pronto y para 1981, ambos, Bucaram y Roldós, ya estaban muertos. 

En cuanto a Richard J. Bloomfield, en enero de 1978 salió a su siguiente y final destino, como Embajador de los Estados Unidos en Portugal. Se retiró del servicio diplomático en 1982.

Los corsarios de 1624

15 de diciembre de 2023

            Publicado en diario Expreso el viernes 15 de diciembre de 2023.

Esta es la historia del ataque que, el año de N. S. de 1624, hicieron unos corsarios a una ciudad tropical de la América del Sur ubicada en la culata de un río, en la cima de un cerrito, poblada por unas 2.000 ó 3.000 almas. 

Empecemos por el Condado de Flandes, compuesto por los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. Por carambolas matrimoniales, este territorio terminó en posesión de Carlos V de Alemania, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El Emperador Carlos V había nacido en Gante (ciudad del Condado de Flandes, hoy en Bélgica) y era también rey de Castilla y León con el nombre de Carlos I, aunque carraspeaba muy malamente el castellano. En el Condado de Flandes era querido, pues era uno de los suyos.  

Cuando el Emperador abdicó en 1556, ascendió al poder su hijo Felipe. Este hombre había nacido en Valladolid, hablaba castellano y en el Condado de Flandes no era querido, pues no era uno de los suyos. Entonces, a las armas: en el curso de una lucha sostenida entre 1568 y 1648, tras el fin de una tregua en 1621, en Países Bajos organizaron a unos corsarios (piratas con patente) para, en asocio con los ingleses, atacar las posesiones de España en América, en especial, las que estaban en su lado Atlántico. Pero algunos corsarios se aventuraron a atacar sus posesiones en el lado Pacífico. Y así llegó la flota del corsario Jacques L’Hermite, en 1624, a Guayaquil.  

L’Hermite nació en Amberes (su nombre original era Jacques de Clerck) y uno de sus afanes en este turbio negocio de saquear pueblos costeros auspiciado por unos insurgentes rebelados contra el dominio español era la toma del puerto del Callao. Pero advertidos como estaban en Perú, dicho puerto se hallaba bien defendido, por lo que la flota de once navíos de L’Hermite sólo pudo bloquearlo y enviar algunos navíos a saquear los puertos de los alrededores. Y así fue que se llegó a Guayaquil el 6 de junio de 1624 (también se atacó a Pisco y Puerto Viejo).

A Guayaquil llegaron los galeones Mauritius y Hoop, al mando del contraalmirante Verschoor (L’Hermite ya no podía ser el hombre al mando, pues había muerto de disentería y escorbuto el 2 de junio). Gobernaba la ciudad un corregidor, Diego de Portugal, que contaba con una fuerza de alrededor de 200 hombres armados. Pero los invasores sumaban el doble, y pudieron llegar cerca de la ciudad sin hacerse notar. En Guayaquil sólo se atinó a organizar una evacuación, y la ciudad fue saqueada. Los invasores se retiraron con el botín de su rapiña.

Todavía volvieron los corsarios en agosto de 1624, pero Guayaquil había aprendido la lección. Un nuevo corregidor, José de Castro, había organizado bien las defensas de la ciudad. Por tres ocasiones los corsarios quisieron entrar en Guayaquil, pero en todas fueron rechazados. Los corsarios, finalmente, se retiraron al Norte. 

Su flota continuó el viaje y concluyó la tercera circunnavegación del globo auspiciada por los Países Bajos, siempre hechas por corsarios (antes fueron Olivier van Noort y Joris van Spilbergen).

Con el tiempo, la lucha de los insurgentes en los Países Bajos y en las aguas americanas rindió sus frutos. Tras la Paz de Westfalia de 1648, Países Bajos obtuvo su independencia de España.