23 de octubre de 2008

RG, artículo, prólogo, etc.

El lunes 20 de octubre entró en vigor la nueva Constitución. Para discutirla, les ofrezco este artículo de Roberto Gargarella, publicado en la edición de diario El País del lunes 13 de octubre. Suscribo sus críticas. Hablando de escritos de Gargarella, él escribió el prólogo del libro Desafíos Constitucionales. La Constitución Ecuatoriana en Perspectiva, cuya edición estuvo a cargo de Ramiro Ávila, Agustín Grijalva y Rubén Martínez Dalmau y que contribuye a la discusión académica de la nueva Constitución. La presentación de dicho libro (en el que consta un artículo de mi autoría sobre relaciones internacionales) motivará mi presencia en el auditorio de la CIESPAL, hoy, a las 18h00, para participar de su presentación y para, digámoslo con ese cliché que fue título de un concierto inolvidable (también en Quito de quitar, el año pasado), matar dos pájaros de un tiro, afirmación ésta que nos conduce al post que abajoubico.

Calamaro

En marzo de 2006, en Santiago de Chile, Tati Rein colocó un disco de Calamaro en el reproductor de música de su coche. Yo la miré concara de Calamaro no existís Calamaro e iniciamos (nunca fuimos ajenos a estos incordios) una breve disputa sobre su valía musical (y terminamos poniendo, creo recordar, la Bersuit… A quienes vimos poco después con ocasión de las fiestas del centenario de la FECH). Este Calamaro tiene un aspecto juvenil, como una suerte de díscolo primo mayor, tóxico y buena onda; a pesar de esa aparente juventud tiene tres décadas y 30 discos en su oficio. De tiempos lejanos de Los Abuelos de la Nada (cuyo “hace frío y estoy lejos de casa”, fue mi soundtrack cuando anduve de mochilero en Bolivia en el 2000), de tiempos festivos de Los Rodríguez, de tiempos de solista en los que, admito, me aburre un poco porque tengo la impresión de que se repite y no se juega la boca, con el agravante de padecer una cierta tendencia al show off (como sucede en aquel libro Tirados en el Pasto que escribió a dos manos con Alejandro Rozitchner, suerte de compendio de filosofía espontánea grabada de sus conversaciones de viaje que conseguí hace años en Buenos Aires –mi ex Libris enuncia que el 14 de febrero de 2003- y que lo compré porque parecía tan prometedor y cuya lectura me reveló un bodrio). Así, a pesar de que Calamaro hace mucho, canta rock, tango y etcétera, a mí me queda la impresión de que lo suyo son, en general, variaciones sobre un mismo tema.

Y sin embargo, sin embargo… Calamaro tiene gracia, tiene mucha gracia. De cuando en vez (porque si lo repito mucho me provoca hastío) disfruto mucho de escucharlo (tengo mucha de su discografía) y no fue hace mucho, en abril de este año, que una de sus canciones fue mi soundtrack en Memphis, cuando me aprestaba a visitar Graceland (adivinan: Elvis está vivo, track 10 de Alta Suciedad). Calamaro, admito, es incapaz de maravillarme pero tiene la suficiente gracia y buena onda para provocarme un muy buen rato. Como seguramente lo hará esta noche en Quito, 20h00. Hará frío y estaré 400 kilómetros lejos de casa: Calamaro estará en el ambiente y vendrá bien.

17 de octubre de 2008

Birras y "multitumbre" de sustancias

Hoy, veintionce años (aunque veintitrés dicen que aparento). En plan random, sin mucha organización previa ni nada por el estilo (porque esas cosas empequeñecen las fiestas y las convierten en celebraciones de burócratas) convoco al personal a tomarnos unas birras y otra "multitumbre" (gracias, Peperino) de sustancias en Ojos de Perro Azul (bar situado en las céntricas calles Padre Aguirre y Panamá). A partir de las 10:30 la empezamos. Al día siguiente, todos quienes quieran seguirla tienen una cordial invitación a mi depa en la playa. Abrazo de gol para todos. Salute.

16 de octubre de 2008

Ya no se respira bien

No escribiré más en el diario en el que cada sábado desde febrero de 2006 (salvo cuatro excepciones, todas en este año y por razones ajenas a mi voluntad) publiqué mi columna de opinión. No es difícil para el observador atento reconocer el perfil que asumió ese diario: ese perfil enrareció el ambiente y contaminó el aire y, en consecuencia, ya no se respira bien allí. Mejor salirse y empezar a respirar aire fresco; mejor, dicho sea en limpio, concluir un ciclo y seguir caminando. Seguiré escribiendo: en esta bitácora o en cualquier otra parte, pero ya no en El Uni(co)verso. Que ese diario sea lo que quiere ser, lo que, paso a paso, está llegando a ser: una caricatura de diario pluralista que merece cabal el mote que le atribuyo.

8 de octubre de 2008

Diario del Sur (Uruguay)

Uruguayos: argentinos sosegados. Aeropuerto de Carrasco, 06:02, hora de la República Oriental del Uruguay. Frente a un primer tinto, en plan de decisión de la ruta de las próximas horas. De bote pronto, se supone que llegaremos al puerto para comprar los tiquetes a Buenos Aires y guardar las maletas, para recorrer con ligereza Monte, acaso en un city tour (idea de mamá que no me hace muy feliz pero que la entiendo en razón de las circunstancias).

Primeras pequeñas diferencias: pides un tinto y te lo acompañan con soda. La “sandwichería” del local incluye pebetón y bocatta. Me iré por un bocatta de salame y queso.

Compartí el bocatta con mamá, que volvió con noticias que nos conducen a tomar un ómnibus al terminal y desde allí organizar nuestras transitorias vidas montevideanas. El bocatta está exquisito y lo acompaño con agua de la caniya. El ómnibus a tomar para llegar al terminal-shopping center en Tres Cruces puede ser cualquiera de los siguientes: 700, 701, 70A, 710 (prefiero uno que no mezcle números y letras porque desconfío de cualquier asomo algebraico).

Le comento a mamá que Uruguay es un estado tapón, un disuasor de las luchas entre los gigantes Brasil y Argentina, un invento inglés. Otro café: un cortadito, como el que volvió a pedirse mamá. Le comento la idea que tenemos con Fernando de poner una pizzería-restorán-bar conceptual, que se podría llamar “La Pizza de Dante”, con un chef argentino random, que podría llamarse Matías Filippini, pero que para el caso guayaco se llamaría Dante: nuestro lugar se jugaría con los conceptos de la Divina Comedia y de la República Argentina (con sus ídolos: Borges, Cortázar, el Diego, Fangio, García, Gardel, etc.). Antes de partir, unas aproximaciones al tema político, tema tabú con mamá, pero irresistible frontera que siempre atravesamos.

En el vuelo Guayaquil-Lima y en el principio del vuelo Lima-Montevideo (porque el resto del viaje dormí como un lirón) leí Bestiario del Balón, un libro exquisito sobre, digámoslo en simple, el lado B, el lado amable del fútbol colombiano. Llevé dos libros: El Derecho Dúctil de Zagrebelsky y Bestiario del Balón, de Arango, Samper y Garavito. Elegir la lectura de este último es, por supuesto, toda una toma de postura.

Lo miro en retrospectiva desde la espera para el embarque en el Buquebús, 17:40, hora de Uruguay. Tomamos el 701 y optamos, en Tres Cruces, por un city tour que nos recomendó la oficina de turismo. Lo admito: me encantó el city tour que tomamos con mamá. No soy partidario de los city tours, les tengo las lógicas prevenciones de quienes sabemos que las ciudades se las conoce gastando todavía más las suelas de un par de botas rotas (con las que se camina mejor), perdiéndose entre su gente, amistándose, sudándola. Pero me animé a este city tour sin reservas, con el propósito de disfrutarlo mucho: sabía que no existía mucha posibilidad de acercarse a Montevideo de otra manera y que no podía obligar a mamá a un ritmo del que ella no quería participar. Pero, insisto, me encantó el city tour porque nos acercó a una ciudad no sólo desde sus características físicas (digamos, sus edificios, sus calles, sus monumentos) si no desde ciertos datos que nos acercan a su perfil auténtico: datos, por ejemplo, sobre educación, salud y cultura. Óscar, nuestro guía, los contaba con gracia y sin pérdida de humor. Los datos eran datos de almanaque (y me consta que si lo sacabas mucho del libreto, digamos, para hablar de literatura el tipo habitaba los lugares comunes) pero el tipo conocía su oficio: los distribuía de conformidad con los lugares, los aderezaba con detalles complementarios, los matizaba con humor. Con voz pausada, sin prisa pero sin pausa, para que lo entiendan hasta la pareja de brasileños que viajaron con nosotros por Monte (éramos en total ocho, sendas parejas de brasileños, argentinos, españoles y ecuatorianos) Óscar cumplió el oficio de mostrarnos una ciudad encantadora, como lo reflejan sus 1.600 ha. de áreas verdes, su árbol por cada 3 habitantes, su alto estándar de salud (un médico cada 240 habitantes, a nivel de país), su alto nivel educativo (98% de alfabetización, a nivel de país), sus 22 kilómetros de ramblas que miran hacia un río de tenue marrón (con su pequeña Copacabana –Pocitos), sus parques abiertos y propicios para la apropiación del espacio público (ni siquiera son necesarias las ciclovías porque todos respetan la cultura ciclística): todo ello enmarcado en una arquitectura hermosa y en un ambiente apacible (en todo el país suceden sólo 80 muertes por actos de violencia en el país). Esta condición apacible acaso se relacione entre otras cosas con la ausencia de enormes contrastes sociales: no existe la ostentosa riqueza (que, por ejemplo, se exhibe en Brasil o Argentina) sino “riquitos” así como tampoco una extrema pobreza: digamos, nadie se muere de hambre ni vive en condiciones indignas, porque en últimas tiene acceso a salud y educación, a situaciones que gratifican en simple la vida: el acceso a la recreación en los espacios públicos, por ejemplo. El recorrido demoró unas tres horas: el bundi nos dejó en el mercado del puerto, prestos para almorzar.

Caminamos el mercado del puerto y me encontré con un tipo de Rivera, en la frontera con Livramento (se cruza una calle y se está en Brasil), cuyo hermano era suplente en el Peñarol del ’66, ese mítico Peñarol de Spencer y Joya. El tipo tenía un apellido vasco, Echealgo y conoció a Spencer. Contó en un español abrasilerado que alguna vez Spencer le prestó sus botines: lo dijo con genuino orgullo, del que participé. Le compré un par de boinas, a buen precio: una de cuero de oveja, bicolor en variedades de café (a mamá y a mí nos cautivó a primera vista), otra de cuero de cerdo en caqui. Con mamá vimos lugares para comer, averiguamos la oferta y los precios: nos quedamos en L´amitie, nombre muy propicio. Pedimos jabalí y cordero, como entrada un plato de jamón crudo. Mamá, agua; yo, dos copas de vino de la casa. Pan caliente y justos aderezos. Recuerdo una tarde en Arequipa frente a un ají de rocoto, la sensación de feliz agonía que implicaba comerme ese plato: la contradictoria sensación de tristeza de irlo terminando, casa bocado, la felicidad de comer: como bien lo vislumbró Wilde, esa es la tragedia del placer. La volví a experimentar en Montevideo. Casi me olvidaba del postre que, Emilio Vecchi, el dueño nos predicó como el mejor del mundo en su género. No tengo parámetros para comprobarlo, pero, ¡qué lo parió! (como dice Mendieta) que estaba la reputamadre de buena esa panqueca de manzanas en caramelo. Ni siquiera me tomé el café (yo, cafeinómano irredento) para no perderme un ápice de su sabor que, aún ahora y varias horas después, siento en mi boca mientras escribo estas líneas. Lo mejor: el trato que Emilio Vecchi le dispensa a sus clientes: su interés por todos los detalles, por hacernos sentir bien, por las risas. Si algún día hacemos ese restorán (¡vamos, Fernando!) eso es lo que me interesaría de tenerlo, dispensar un trato análogo a quienes visiten nuestro negocio.

Tomamos un taxi (un tipo lo llamaba y nos abría la puerta: esa era su modesta industria y se ganaba unos pesos de propina así) y fuimos de compras deportivas en la 18 de julio. Me agencié la camiseta oficial de la celeste (¡Uruguay nomás!) y una polera casual y negra de rugby. El sábado se juega por eliminatorias al Mundial el clásico del Río de la Plata: ya saben de qué lado se alzan mis brazos al cielo, azul celeste para más señas. (La historia de este romance es larga y literaria.)

Otro taxi y a la terminal, para tomar el bus a Colonia de Sacramento, donde tomamos el Buquebús a Buenos Aires. En el bus a Colonia no tengo si no el recuerdo de haber dormido sus dos horas: he hecho ese viaje tres veces y jamás he visto un ápice de su paisaje porque siempre el cansancio me noquea al empezar la ruta. Llegamos al buquebús, trámites de rigor, embarcarse: obtenemos un par de asientos al lado de unos pequeños polimorfos bilingües (¡una calamidad!). Me vine atrás, hacia un sitio más relajado, a sentarme al piso a escribir, a mirar desde el ventanal que el Buquebús partía del puerto de Colonia de Sacramento, que también mira hacia unas aguas de tenue color marrón.

Ahora, en Buenos Aires.

4 de octubre de 2008

Proyecto Pacífico

Lo recuerdo a Banksy: “pequeña gente retorcida sale cada día y afea esta gran ciudad. Dejando sus trazos idiotas, invadiendo comunidades y haciendo que la gente se sienta sucia y utilizada. Solo toman, toman y toman, y no dejan nada a cambio. Son malvados y egoístas, y hacen del mundo un lugar horrible. Los llamamos agencias de publicidad y urbanistas”. Lo recuerdo a Darío Grandinetti, a quien en aquella célebre película de Eliseo Subiela, El Lado Oscuro del Corazón, una prostituta le pregunta cuál es su oficio y él le responde, “publicista”. La prostituta, entonces, le replica: “ah, sos una puta. Como yo”. Yo me permito reivindicarlas en compañía del filósofo rumano Emil M. Cioran, quien, asiduo de burdeles, afirmó que no existían en el mundo personas más propicias para la filosofía que las putas. Digamos entonces, que en línea de esto último (la filosofía) y en las antípodas de lo primero (la maldad y el egoísmo, como dijera Banksy) se sitúa el Proyecto Pacífico.

Tengo algunos días en Colombia (pronúnciese Locombia, por favor) y causas y azares (rectifico: exquisitas causas y azares) me condujeron a Cartagena de Indias, donde participo del XV Congreso Colombiano de Publicidad y donde participé el miércoles 1 de octubre del lanzamiento del proyecto Pacífico: Ideas Simples para Vivir en Paz. Se visita una página de Internet (http://www.proyectopacifico.com/) y quienquiera puede escribir sus ideas simples para vivir en paz: los publicistas del Proyecto Pacífico se encargan de convertirlas en publicidad: así, frases simples (pero necesarias) como “No se vaya”, “Baile más”, “Maneje sin pelear” , “Escribe un mensaje de paz y láncelo por la ventana”, “Quiera más a su familia” , “Aprenda a decir I love you en español”, “Regálele un juguete a un niño”, “No grite. Respire”, “Dé más serenatas” o “Piense por un minuto en los que mueren en la guerra”, aquel miércoles 1 se vieron reflejadas en vídeos publicitarios que tienen el propósito de incentivar a que, los colombianos (a que todos, en realidad) asumamos una cultura de paz.

Algunos me dirán: el caso de Colombia es distinto. Y sí, coincido: Colombia es distinta, Colombia es un país cuya historia nos habla de élites usualmente egoístas y de personas marginadas que se forjan a sí mismas; una historia que nos habla de dominación y de revancha; una historia que riega mucha sangre que empaña, sin mancharla, su hermosura porque es precisamente aquella historia la que produce esta gente tan echada pa’ lante, tan de pronto abrazo, tan en busca de un destino. Un destino a cuya pacífica búsqueda contribuye este Proyecto Pacífico, con modestia pero con talento, sin prisa pero sin pausa, con buena voluntad.

En el párrafo anterior reconocí (porque lo he vivido, porque lo sé) que Colombia es distinta. No son esas las únicas, por supuesto (acaso no sean ni siquiera las principales) razones que nos diferencian. Pero sé que esas diferencias no pueden ocultar el detalle de la necesidad de que en este país se replique una experiencia como la de Proyecto Pacífico. Si bien este país no sufre las circunstancias de Colombia, sí que tiene su alta y dolorosa dosis de racismo, de inequidad, de necesidad de pensar nuestra convivencia en clave solidaria. Las agencias de publicidad de este país (a quienes, en general, no es difícil endilgarles el calificativo de mediocres, ¿para qué engañarnos?) pueden contribuir a este propósito, a imagen y semejanza del proyecto que comento en esta columna. ¿Será que se le miden?

3 de octubre de 2008

Tres versiones del No a la Pachamama

Volvimos de comprar sushi y unos tintos para celebrar nuestra despedida del viaje a Bogotá y cuando estacionábamos el coche fue que vimos algunos No a la Pachamama colocados en la puerta de junto al edificio al que íbamos. No resistimos la tentación de arrancarlas, de fabular historias, de tomarnos fotografías y de reírnos hasta el borde del pis de esas pegatinas en compañía del primer tinto que descorchamos (yo quisiera suponer que la burla y la risa fueron el secreto propósito de su diseño).

He aquí tres versiones de esos momentos, tres versiones del “No a la Pachamama”:










































La nueva Constitución merece muchas críticas (como también muchos elogios que algunos obnubilados no quieren o no pueden –en su cortedad de miras, en su cerrazón mental, en su sobrada estupidez- reconocer): pero casi ninguna de las “críticas” (el solo término es excesivo) que formuló esta lágrima de oposición estuvo a la altura de un propósito de debate serio. Neta, nones a las Pachamamas mediante, se tienen muy mucho merecida la larga derrota en el referéndum. Son, en general, una vergüenza que debería atreverse a pensar(se) un poquito. Al menos, al menos, un poquito.

Fotos: The Cure Family (they will cure your wounds)