El amigo Juan Carlos Pérez García escribió un último comentario en una entrada de hace algunos días que se tituló El complemento perfecto y que se refería a una carta de Karina León que publicó el diario El Universo. En cinco puntos y en sintonía con lo dicho sobre liberalismo igualitario en la entrada inmediata anterior, replico lo dicho por el amigo JCPG en su comentario:
1) Lo primero que diría sobre el comentario de JCPG es que concuerdo en algunos puntos. Concuerdo, primero, en que el hombre es egoísta y busca su propio interés. Coincido en que ese egoísmo puede ser virtuoso, así como también en que ese egoísmo puede movilizar la economía. Asimismo, concuerdo en que a las empresas suelen interesarle sus clientes,empleados, acreedores y accionistas.
2) Sobre este último punto (sobre quiénes les interesan a las empresas), me permito introducir un matiz. Hay empresas a quienes sólo les interesan esas personas y hay empresas que asumen también su responsabilidad social. Porque es evidente que las empresas tienen responsabilidad social, aunque no quieran admitirla. La tienen en relación con los consumidores, con el ambiente, con la prohibición de monopolios y oligopolios, por ejemplo. O sea, las empresas no pueden engañar a los consumidores con falsa publicidad, ni pueden no hacerse responsables de las deficiencias de los productos que venden o de los servicios que prestan, ni pueden estos productos o servicios contaminar el ambiente ni tampoco pueden distorsionar el mercado en beneficio de unos pocos o de un solo (oligopolio o monopolio). Es que es evidente que si en una sociedad no existe ninguna regulación para el comportamiento de las empresas, a éstas lo más probable es que les importe un carajo engañar a los consumidores, responsabilizarse de los daños que ocasionan, contaminar el ambiente, o distorsionar el mercado para beneficiarse de una cancha marcada a su favor. Es, entonces, precisamente esta alta probabilidad (que se fundamenta en el egoísmo tan humano al que JCPG ha hecho referencia) y la necesidad de proteger el interés de todos los demás individuos de una sociedad a no ser engañados, a tener posibilidades de reclamos por daños sufridos, a no vivir en ambiente contaminado, a tener acceso a la más amplia y de mejor calidad gama de bienes y servicios que ofrezca el mercado, la que justifica (en principio) una serie de regulaciones al libre mercado.
3) Ahora, entrémosle al tema de las maquilas y vamos por partes. Primero, es erróneo mirar el asunto como una “relación contractual libre”. Ese es todo el núcleo de la crítica que formulé al artículo de Gabriela Calderón de varios meses atrás y que muy bien lo refleja El Roto en su viñeta de la entrada anterior (acá, algunas de El Roto). Es erróneo mirarlo así, por dos razones fundamentales. La primera de esas razones, por el concepto “libre” inserto en esa frase, porque ese concepto de libertad es miserable: o te sometes a estas reglas que yo impongo (que trabajen menores de edad, que trabajen por 12 ó más horas, que trabajen en condiciones laborales miserables, que trabajen por un sueldo de centavos de dólar la hora) o te mueres de hambre: no es difícil convenir que esa libertad se reduce a nada. Es evidente que solamente es libre de imponer las normas uno de los miembros de la “relación contractual libre”, que puede desechar al otro a placer, mientras que a la otra parte sólo le resta someterse a esas normas. Llamar a eso libertad es decir que un tipo encadenado a un poste que puede mover los deditos se mantiene libre, es reducir la libertad a un concepto vacío de contenido. Ahora, la segunda y más importante razón: si se plantea esta “relación contractual libre” en términos de acción racional, es evidente que la mayoría de las personas escogerían el contrato que lo somete a esas condiciones atroces a no tener ningún trabajo: es la diferencia que existe entre ganar una miseria y no ganar nada. Pero lo que yo sostengo no es analizar la relación contractual en sí misma, sino el concepto de sociedad que valida ese tipo de “relaciones contractuales libres”. Porque la relación contractual entre A (empleador) y B (empleado) no sucede en el vacío, ni está impedida de cualquier análisis que desde afuera puede hacerse de la misma. En ese sentido, yo opongo al concepto de Estado liberal de derecho (que es el que valida una “relación contractual libre” en el sentido que antes apuntado) un concepto de Estado social de derecho, que garantice ciertos mínimos a todos sus habitantes, precisamente para que esas “relaciones contractuales libres” de evidente explotación (porque ganar una miseria o morirse de hambre es una condición de atroz explotación, y no es la única opción posible si salimos del dogma libertario –el que, curiosa paradoja, de tanto defender la libertad a ultranza termina por vaciarla de contenido) no puedan tener cabida, ni permitan la “buena conciencia” de repartir migajas.
4) Estoy en profundo desacuerdo con el mecanismo que JCPG sugiere para medir el desarrollo de un país. El crecimiento económico es una variable importante, pero no es ni la única, ni la más importante. Las cifras macroeconómicas maquillan desigualdades, injusticias, distorsiones. De hecho, la medición del desarrollo de los países se la hace con relación al índice de desarrollo humano, que abarca parámetros de vida larga y saludable, educación y nivel de vida digno. Una medición que (no cabe duda) es mucho más adecuada que las solas cifras macroeconómicas.
5) Finalmente, rechazo todos esos “sustitutos del cuco” tan caros a la derecha biempensante (esto es, la que nunca piensa en nada y hace permanentes loops de lugares comunes como sustituto penoso del pensamiento). Que el Estado planificador fracasa (se tiene el caso del MITI –hoy METI- en Japón, para empezar a volear), que la redistribución de la riqueza no funciona (se tiene el caso de las socialdemocracias europeas). Se puede replicar que eso es en otro contexto cultural, que no se puede comparar, etc. A lo que puede contrarreplicarse, a su vez, que el contexto cultural es diferente porque en esos países la captura del Estado por grupos de poder es mucho menor o nula, porque existe una cultura de transparencia en las acciones, porque existe un reconocimiento del otro como parte de una idea común de país o nación. El contexto cultural es diferente pero no es insalvable: nada impide el desarrollo en las sociedades de América latina y en la ecuatoriana en particular eliminar, poco a poco, esos grupos de poder que se aprovechan del Estado en su beneficio (grupos de poder, precisamente, tan vinculados a esos empresarios egoístas a los que JCPG ha hecho referencia); nada impide desarrollar, con mecanismos institucionales e incentivos adecuados, una cultura de transparencia y de responsabilidad; nada impide, que sobre la base de una mayor participación de los ciudadanos y de una idea común de sociedad surja un concepto de país que supere esa fractura social que heredamos de tiempos coloniales y que nos impide reconocernos como iguales en cosas tan sencillas como en el trato social (donde la discriminación al diferente, sea cholo, negro, mujer, homosexual, etc. es común y afloran los complejos chupamedias e idiotas hacia personas que ostentan riqueza o aspecto extranjero –esto es una vergüenza, pero es muy real y hay un cerro de idiotas que se comportan de esta manera). No es sencillo superar esas taras, ya lo creo que no es nada sencillo. Pero me parece muy evidente que es mucho mejor intentar superarlas que perpetuarlas con la explotación laboral que tira migajas y que ampara esa discriminación, de lo que, precisamente, la carta de Karina León que motivó la entrada anterior es un ejemplo ideal. Un ejemplo ideal de lo que no debería existir en una sociedad y de lo que toda persona que se tome en serio los reclamos de un mínimo de democracia (el respeto a la libertad –pero de verdad, no de esa libertad de morondanga entre elegir ser miserable o cadáver - y de un mínimo de igualdad real) debería estar a la contra y desde su modesta trinchera, contribuir a superarlo (si es que se considera mínimamente demócrata).
P.S.: Una última cosa, que se me olvidaba en relación con esos sustitutos del cuco de cierta derecha, en el que figura de manera señera el citar a la Unión Soviética o a Cuba para criticar a los proyectos socialdemócratas (que podríamos llamar también de liberalismo igualitario). Sobra decir que esos países no son ejemplos del modelo que propone la socialdemocracia y someterlo a comparación solamente revela ignorancia o mala fe, simplemente quedarse en los márgenes haciendo el tonto sin ponerse a pensar los matices y complejidades que el pensamiento político supone.
Un poco de marxismo en un breve extracto de Atienza: ...el derecho desarrolla también ...1) una función de dominación, pues es el medio del que se sirve el Estado para asegurar el poder de determinada clase; el derecho resuelve conflictos y distribuye, de cierto sentido, el poder, pero lo hace desigualitariamente, en interés de la clase dominante, y 2) una función ideológica, pues lo anterior no lo efectúa de una manera abierta, sino encubierta; ... la superestructura jurídica -a través de la forma del contrato, del salario, etc.- recubre las relaciones sociales con un manto de aparente libertad e igualdad.
ResponderEliminarSaludos.
Qué tal Xavier.
ResponderEliminarDiscrepo contigo en el primer punto. ¿El hombre es egoísta por naturaleza? Yo no lo creo así. Eso sería equivalente a decir que desde la etapa fetal ya somos egoístas. ¿Se puede realmente hablar de una naturaleza propia del hombre? Esta afirmación se la hace abstrayendo totalmente al ser humano. Es decir, obviando la interacción del individuo con la colectividad. Desde esa lógica, creo que sería también equivalente decir que un ser humano nace con una serie de paradigmas y prejuicios por naturaleza.
Ahora, ¿no será tal vez que el ser humano va formándose conforme interactúa con la sociedad en la que está inserto? Por ejemplo, en las sociedades prepolíticas, lo que evitaba el derrumbe del edificio social era la preocupación mutua entre los miembros de la comunidad, puesto que eran conscientes de su vulnerabilidad. En este caso, todos buscaban la igualdad, el beneficio de todos. Un momento, ¿el hombre no era egoísta por naturaleza? Pues, ¿qué pasó?
Creo, además, que hay una contradicción en el mismo punto. Así la veo:
1."el hombre es egoísta y busca su propio interés"
Egoísmo:"Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás". DRAE.
2. "a las empresas suelen interesarle sus clientes,empleados, acreedores y accionistas"
En este punto (2.) me parece que se le da un carácter de benevolencia a los hombres que conforman la empresa. Entonces, los hombres desde ya no encajarían en la definición de egoísmo.
Contradicción: "Afirmación y negación que se oponen una a otra y recíprocamente se destruyen." DRAE
Hombre concebido como:
1. Egoísta.
2. Altruista.
La 1. se opone a la 2.
Bueno, en síntesis, creo que iría por ahí: "Si el hombre es egoísta, lo es por cultura, mas no por naturaleza".
Saludos
Luis, gracias por el aporte de Atienza.
ResponderEliminarAT, de acuerdo. Lo único que busqué con ese punto 1 es un terrero común con JCPG, para empezar a volear las ideas. Creo que todos los seres humanos tenemos un sustrato de "amor propio" (término que prefiero al de egoísmo) y que ese egoísmo al que hago referencia en el punto 1 de la entrada es un producto cultural de una sociedad capitalista y como producto concreto de unas circunstancias sociales específicas, no es de ninguna manera definitivo para entender las interacciones humanas (tampoco lo entiendo como un modelo ideal para hacerlo, por supuesto).
Una anotación adicional: no hay contradicción porque los egoístas no se interesan en todas esas otras personas por benevolencia sino por auto-interés. De ahí que lo de la responsabilidad social les pueda parecer extraño, porque ya escapa a esa lógica.
Saludos.
Bravo Xavier!,buen analicis,me refiero,al auto interes contrapuesto a la benevolencia.
ResponderEliminar"no brown nose"
Xavier gracias por las gracias, aunque sea redundante. Siempre es un gusto leer tu blog, un abrazo.
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