J. J. Olmedo, desde un
rincón de su olimpo, está leyendo el problema del Guayaquil actual con
precisión meridiana:
“La fuerza moral de los gobiernos representativos está toda entera en la acción del espíritu público por la libertad de imprenta, que sólo con la felicidad pública puede inspirar un verdadero patriotismo.La publicidad es siempre favorable a la verdad; y como la moral y la religión (y yo añadiré la política en su verdadera acepción) son la verdad por excelencia, mientras se permita más a los hombres discutir sobre sus derechos más se esclarecen y se ennoblecen. Esta doctrina liberal de la publicidad es la salvaguardia de la autoridad civil y de la libertad del pueblo; ella es opuesta a esa doctrina tenebrosa de los misterios del poder para mantener a los pueblos en la servidumbre.La opinión pública y la libertad de imprenta son la espada flamígera del Querubín, que vela sobre el árbol de la libertad” (1).
Como sociedad, los
guayaquileños hemos resignado tantas libertades y derechos (de expresión, de
reunión, de no discriminación, de acceso a espacios públicos y a áreas verdes,
de satisfacción de necesidades básicas) y hemos consentido vivir en una ciudad
de espacios privatizados, de notorias desigualdades, de aspiraciones
noventeras; esto sólo puede llegar a entenderse por la pérdida del “espíritu público”. Una sociedad que
durante décadas mira impávida podrirse un brazo de mar en plena ciudad por la
angurria de unos pocos (constructores) es una sociedad con un espíritu público
débil, incapaz de defender lo que le es común. El socialcristianismo no ha
hecho nada para avivar este “espíritu público”; al contrario, lo ha sometido a
su dominio (sea por la cooptación,
como en las amañados mecanismos de participación ciudadana, o sea por la represión, como en los casos de la
criminalización del derecho a la protesta). Hasta allí los derechos a la
participación y la protesta.
Olmedo se moderniza: alisó su encrespado pelo y se convirtió en emo. Hoy se llama 'Old-Emo' y está triste por Guayaquil. |
Por lo que respecta a la “libertad de imprenta”, que debería ser la causa de activar el “espíritu público” según Olmedo, los empresarios de la libertad de imprenta en la ciudad son refractarios a “discutir sobre [los] derechos” de los hombres, cuando planteen ofensa a la autoridad de la Alcaldía de Guayaquil (que es una entidad muy sensible). De resultas, esta es una ciudad que silencia muchas cosas. Alguna vez dijo Pérez Perasso, el de El Universo: “La prensa ha callado y ha sido cómplice de cosas muy graves” (2). Y esta política de mansedumbre frente al poder socialcristiano en Guayaquil solo ha recrudecido con el paso de los años.
Olmedo escribió esto antes
de que nazcamos todos nosotros (3) pero su contenido es tan actual como si lo hubiera escrito el día de hoy.
(1) Malo
González, Hernán, ‘El pensamiento ecuatoriano en el siglo XIX’, en: ‘Historia del Ecuador’, Vol. 6, Salvat
Editores Ecuatoriana, S.A., Quito, 1982, p. 212. Tomado de: ‘José Joaquín
Olmedo. Poesía-Prosa, pp. 361-363; ‘Biblioteca
Ecuatoriana Mínima’, Quito [1960].
(2) ‘La prensa, según Carlos Pérez’, Xavier Flores Aguirre, 5 de marzo de 2012
(3) Todos menos, Alfonso Espinoza de los Monteros..
(3) Todos menos, Alfonso Espinoza de los Monteros..
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