El militar venezolano León
de Febres-Cordero y Oberto (Puertos de Altagracia, 28 de junio de 1797-Mérida, 7
de julio de 1872) fue el “alma y el brazo principal de la Revolución de Octubre”
(1). Tras arrebatar el puerto de
Santiago de Guayaquil del dominio del Reino de España en la jornada del 9 de
octubre de 1820, Febres-Cordero (o “Cordero”, como se lo conocía en los relatos
de la época) emprendió el avance rumbo el norte, en su calidad de Segundo
Comandante de la “División Protectora de Quito”, con el propósito de liberar a Quito
del dominio español.
En la arenosa llanura de
Huachi (cerca de Ambato) se enfrentaron el 22 de noviembre de 1820 las fuerzas independentistas
al mando del Comandante en Jefe Luis de Urdaneta y del Segundo Comandante León
de Febres-Cordero contra las fuerzas realistas, en un combate que la historia
recuerda como el “Primer Huachi”.
Este “Primer Huachi” fue un
desastre para las huestes independentistas: “Los patriotas dejaron en el campo
de combate 500 hombres entre muertos y heridos, gran número de prisioneros, 3
cañones reforzados, una buena cantidad de fusiles y el ganado casi todo muerto”
(2). A raíz de esta derrota, la
Junta de Guerra convocada por el nuevo Comandante General de la Provincia y
Presidente de la Junta de Guerra, el peruano Juan de Dios Araujo (3) ordenó el enjuiciamiento y la
prisión preventiva de los coroneles venezolanos Luis de Urdaneta y León de Febres-Cordero.
El historiador Camilo
Destruge cuenta en un capítulo de su “Historia de la revolución de octubre y
campaña libertadora 1820-22” titulado “Injusticia contra Febres-Cordero” que la
Junta de Guerra consideró a Febres-Cordero “responsable de aquello en que no le
alcanzara responsabilidad alguna” y que esta “extraña” e “insólita” decisión de
la Junta de Guerra “obedeció a intrigas de aquellas que nunca, en ninguna época
ni circunstancia, ayer como hoy, dejaron de poner en juego la nulidad o la envidia,
o ambas a la vez, contra el verdadero mérito” (4).
La reacción de León de
Febres-Cordero frente a estas afrentas recibidas tras haber sido “el alma y el
brazo principal” de la independencia política de esta república fue adoptar
“una resolución acomodada a su carácter franco, noble y resuelto”, y acomodada
también, a las condiciones de Guayaquil, porque a fines de 1820, en esta novel
república independiente, no había imprenta. Febres-Cordero no se arredró y mandó
a fijar “en lugares públicos varias hojas manuscritas” con el texto siguiente:
“De todas
las ventajas que proporciona un Gobierno liberal, una de las más apreciables es
la facultad de expresar el ciudadano sus sentimientos por medio de la imprenta.
La falta
de este recurso en la ciudad, me obliga
a hacer presente al público, por medio de este papel, que, hallándome arrestado
de orden del Gobierno y habiendo exigido que se me diga la causa, se me ha
contestado que por ser el segundo jefe de la División dispersa, contra cuyas
operaciones eran generales las reclamaciones al Gobierno.
En esta
virtud, espero de cualquier ciudadano, que todas las quejas que tenga que
producir contra mí, bien sea durante el tiempo que he permanecido en esta
ciudad o de resultas de la desgraciada jornada del 22 del pasado, lo haga por medio de papeles públicos,
fijándolos en las esquinas; en la inteligencia de que los cargos que se me
hagan, serán contestados del mismo modo; dejando
por juez al público imparcial.- Guayaquil, diciembre 2 de 1820. León de
Febres-Cordero” (5).
Apunta Camilo Destruge en
su libro que “no hay noticia, no hay el menor indicio de que se correspondiera
a la invitación de Febres-Cordero con algún cargo, con alguna acusación…”. La
consecuencia de estas hojas manuscritas en defensa de su honor fue el cese de la
prisión preventiva y el archivo del juicio que pesaba en su contra. Esto le dio
a Febres-Cordero la libertad para marcharse de “aquel ingrato pueblo”, como lo denominó
a Guayaquil un historiador venezolano en su relato de este episodio (6).
(1) Destruge,
Camilo, ‘Historia de la revolución de
octubre y campaña libertadora 1820-22’, Banco Central del Ecuador,
Guayaquil, Segunda Edición, 1982 [Primera edición, 1920], p. 246.
(2) Reyes
Quintanilla, Jesús, ‘Biografía del
General León de Febres-Cordero’, Ediciones de la Academia Nacional de
Historia, Caracas, 1984 [Reimpresión por la M. I. Municipalidad de Guayaquil,
2009], p. 65.
(3)
El peruano Juan de Dios Araujo fue nombrado Comandante General de la Provincia
y Presidente de la Junta de Guerra el 10 de noviembre de 1820 por disposición
de la Junta de Gobierno de Guayaquil presidida por José Joaquín de Olmedo. Se
supone que las “bajas intrigas” del coronel argentino Tomás Guido y del militar
peruano Juan de Dios Araujo consiguieron “dividir la opinión de los
guayaquileños, haciendo peligrar la Independencia proclamada. Y lo más triste
fue que aquellos manejos del General San Martín encontraran colaboradores, se
formó un partido para cuyos propósitos Febres Cordero y Urdaneta eran poderosos
obstáculos” por lo que “acechados por la envidia de unos, y la ingratitud de
otros que en la sombra conspiraban contra el verdadero mérito, Febres Cordero y
Urdaneta resolvieron abandonar el país, y se alejaron de la ciudad a cuya
independencia habían contribuido decisivamente prodigándose en toda forma:
mental y marcialmente”: Reyes Quintanilla, Jesús, ‘Biografía del General León de Febres-Cordero’, Ediciones de la
Academia Nacional de Historia, Caracas, 1984 [Reimpresión por la M. I.
Municipalidad de Guayaquil, 2009], p. 73.
(4) Destruge,
Camilo, ‘Historia de la revolución de
octubre y campaña libertadora 1820-22’, Banco Central del Ecuador,
Guayaquil, Segunda Edición, 1982 [Primera edición, 1920], pp. 244-245.
(5)
Ibíd., p. 245.
(6) José
Félix Blanco, citado por: Reyes Quintanilla, Jesús, ‘Biografía del General León de Febres-Cordero’, Ediciones de la
Academia Nacional de Historia, Caracas, 1984 [Reimpresión por la M. I.
Municipalidad de Guayaquil, 2009], p. 74. El relato de este historiador,
inserto bajo el título “Memoria de los coroneles Luis Urdaneta y León Febres
Cordero”, cuenta descarnadamente que “[a la vuelta de la derrota de Huachi] se
encuentran en aquel ingrato pueblo
ya con el triunvirato formado por doctores [Olmedo, Roca y Ximena, N. del A.] que no sólo no quisieron prestarles
auxilios, sino que les quitaron el mando de la División, dándosela a
Luzuriaga, los vejaron; los persiguieron, hasta
hacerles concebir el proyecto de abandonar el país que habían liberado y en
el que deseaban trabajar y sostener el edificio que con tanta gloria de la
Patria habían levantado, porque se
hallaba Guayaquil en una completa anarquía: no había subalterno que
obedeciese al superior, ni el ciudadano gozaba de reposo, viendo últimamente
con el mayor escándalo colocar un Cura que traía la aprobación de Aymerich”
(pp. 74-75).
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