8 de agosto de 2016

León de Febres-Cordero y su defensa pública del honor


El militar venezolano León de Febres-Cordero y Oberto (Puertos de Altagracia, 28 de junio de 1797-Mérida, 7 de julio de 1872) fue el “alma y el brazo principal de la Revolución de Octubre” (1). Tras arrebatar el puerto de Santiago de Guayaquil del dominio del Reino de España en la jornada del 9 de octubre de 1820, Febres-Cordero (o “Cordero”, como se lo conocía en los relatos de la época) emprendió el avance rumbo el norte, en su calidad de Segundo Comandante de la “División Protectora de Quito”, con el propósito de liberar a Quito del dominio español.

En la arenosa llanura de Huachi (cerca de Ambato) se enfrentaron el 22 de noviembre de 1820 las fuerzas independentistas al mando del Comandante en Jefe Luis de Urdaneta y del Segundo Comandante León de Febres-Cordero contra las fuerzas realistas, en un combate que la historia recuerda como el “Primer Huachi”. 

Este “Primer Huachi” fue un desastre para las huestes independentistas: “Los patriotas dejaron en el campo de combate 500 hombres entre muertos y heridos, gran número de prisioneros, 3 cañones reforzados, una buena cantidad de fusiles y el ganado casi todo muerto” (2). A raíz de esta derrota, la Junta de Guerra convocada por el nuevo Comandante General de la Provincia y Presidente de la Junta de Guerra, el peruano Juan de Dios Araujo (3) ordenó el enjuiciamiento y la prisión preventiva de los coroneles venezolanos Luis de Urdaneta y León de Febres-Cordero.

El historiador Camilo Destruge cuenta en un capítulo de su “Historia de la revolución de octubre y campaña libertadora 1820-22” titulado “Injusticia contra Febres-Cordero” que la Junta de Guerra consideró a Febres-Cordero “responsable de aquello en que no le alcanzara responsabilidad alguna” y que esta “extraña” e “insólita” decisión de la Junta de Guerra “obedeció a intrigas de aquellas que nunca, en ninguna época ni circunstancia, ayer como hoy, dejaron de poner en juego la nulidad o la envidia, o ambas a la vez, contra el verdadero mérito” (4).

La reacción de León de Febres-Cordero frente a estas afrentas recibidas tras haber sido “el alma y el brazo principal” de la independencia política de esta república fue adoptar “una resolución acomodada a su carácter franco, noble y resuelto”, y acomodada también, a las condiciones de Guayaquil, porque a fines de 1820, en esta novel república independiente, no había imprenta. Febres-Cordero no se arredró y mandó a fijar “en lugares públicos varias hojas manuscritas” con el texto siguiente:

“De todas las ventajas que proporciona un Gobierno liberal, una de las más apreciables es la facultad de expresar el ciudadano sus sentimientos por medio de la imprenta.

La falta de este recurso en la ciudad, me obliga a hacer presente al público, por medio de este papel, que, hallándome arrestado de orden del Gobierno y habiendo exigido que se me diga la causa, se me ha contestado que por ser el segundo jefe de la División dispersa, contra cuyas operaciones eran generales las reclamaciones al Gobierno.

En esta virtud, espero de cualquier ciudadano, que todas las quejas que tenga que producir contra mí, bien sea durante el tiempo que he permanecido en esta ciudad o de resultas de la desgraciada jornada del 22 del pasado, lo haga por medio de papeles públicos, fijándolos en las esquinas; en la inteligencia de que los cargos que se me hagan, serán contestados del mismo modo; dejando por juez al público imparcial.- Guayaquil, diciembre 2 de 1820. León de Febres-Cordero” (5).

Apunta Camilo Destruge en su libro que “no hay noticia, no hay el menor indicio de que se correspondiera a la invitación de Febres-Cordero con algún cargo, con alguna acusación…”. La consecuencia de estas hojas manuscritas en defensa de su honor fue el cese de la prisión preventiva y el archivo del juicio que pesaba en su contra. Esto le dio a Febres-Cordero la libertad para marcharse de “aquel ingrato pueblo”, como lo denominó a Guayaquil un historiador venezolano en su relato de este episodio (6).

(1) Destruge, Camilo, ‘Historia de la revolución de octubre y campaña libertadora 1820-22’, Banco Central del Ecuador, Guayaquil, Segunda Edición, 1982 [Primera edición, 1920], p. 246.
(2) Reyes Quintanilla, Jesús, ‘Biografía del General León de Febres-Cordero’, Ediciones de la Academia Nacional de Historia, Caracas, 1984 [Reimpresión por la M. I. Municipalidad de Guayaquil, 2009], p. 65.
(3) El peruano Juan de Dios Araujo fue nombrado Comandante General de la Provincia y Presidente de la Junta de Guerra el 10 de noviembre de 1820 por disposición de la Junta de Gobierno de Guayaquil presidida por José Joaquín de Olmedo. Se supone que las “bajas intrigas” del coronel argentino Tomás Guido y del militar peruano Juan de Dios Araujo consiguieron “dividir la opinión de los guayaquileños, haciendo peligrar la Independencia proclamada. Y lo más triste fue que aquellos manejos del General San Martín encontraran colaboradores, se formó un partido para cuyos propósitos Febres Cordero y Urdaneta eran poderosos obstáculos” por lo que “acechados por la envidia de unos, y la ingratitud de otros que en la sombra conspiraban contra el verdadero mérito, Febres Cordero y Urdaneta resolvieron abandonar el país, y se alejaron de la ciudad a cuya independencia habían contribuido decisivamente prodigándose en toda forma: mental y marcialmente”: Reyes Quintanilla, Jesús, ‘Biografía del General León de Febres-Cordero’, Ediciones de la Academia Nacional de Historia, Caracas, 1984 [Reimpresión por la M. I. Municipalidad de Guayaquil, 2009], p. 73.
(4) Destruge, Camilo, ‘Historia de la revolución de octubre y campaña libertadora 1820-22’, Banco Central del Ecuador, Guayaquil, Segunda Edición, 1982 [Primera edición, 1920], pp. 244-245.
(5) Ibíd., p. 245.
(6) José Félix Blanco, citado por: Reyes Quintanilla, Jesús, ‘Biografía del General León de Febres-Cordero’, Ediciones de la Academia Nacional de Historia, Caracas, 1984 [Reimpresión por la M. I. Municipalidad de Guayaquil, 2009], p. 74. El relato de este historiador, inserto bajo el título “Memoria de los coroneles Luis Urdaneta y León Febres Cordero”, cuenta descarnadamente que “[a la vuelta de la derrota de Huachi] se encuentran en aquel ingrato pueblo ya con el triunvirato formado por doctores [Olmedo, Roca y Ximena, N. del A.] que no sólo no quisieron prestarles auxilios, sino que les quitaron el mando de la División, dándosela a Luzuriaga, los vejaron; los persiguieron, hasta hacerles concebir el proyecto de abandonar el país que habían liberado y en el que deseaban trabajar y sostener el edificio que con tanta gloria de la Patria habían levantado, porque se hallaba Guayaquil en una completa anarquía: no había subalterno que obedeciese al superior, ni el ciudadano gozaba de reposo, viendo últimamente con el mayor escándalo colocar un Cura que traía la aprobación de Aymerich” (pp. 74-75). 

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