8 de agosto de 2016

Esta prensa bufona de Guayaquil


La imagen que publiqué en la entrada de este blog correspondiente al 31 de julio ('Ciudad inmóvil') y que vuelvo a publicar en esta entrada, contiene un párrafo en el que se refiere que el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot (quien andaba como “niño con juguete nuevo” en aquel primer recorrido oficial de la Metrovía) “sonrió algunas veces cuando varios reporteros y camarógrafos de medios de comunicación recreaban las típicas escenas que se vivían a diario en los buses de la transportación regular”.


No sólo que la prensa de Guayaquil no incomoda al alcalde jamás (¿investigar su ineficacia? ¿denunciar sus abusos? Eso, ni pensarlo) sino que busca hacerlo reír, caerle en gracia. De lo que puede deducirse que los periodistas de Guayaquil están mucho más cerca de representar el rol de bufones frente al poder local que de cumplir como corresponde con su rol de periodistas.

Porque si la prensa en Guayaquil se decidiera a investigar a la Alcaldía de Guayaquil, la opinión pública de la ciudad debatiría sobre los niveles de contaminación ambiental en el río Daule y en los esteros que atraviesan a la ciudad porque el periodismo investigaría sobre las deficiencias de la administración municipal para controlar la contaminación industrial y de las viviendas en dichos cuerpos de agua. La opinión pública debatiría acerca de la responsabilidad civil del Municipio de Guayaquil por las muertes causadas por el colapso de un paso a desnivel y por una gestión deficiente de la Metrovía porque la prensa investigaría sobre las deficiencias en los controles a las infraestructuras físicas (exigiría, por ejemplo, evidencia de los mantenimientos supuestamente hechos a los pasos a desnivel) y sobre la mala gestión del sistema Metrovía, que tiene años de retraso en la ejecución de su planificación y una gestión que privilegia la ganancia de unos pocos frente al bienestar de sus centenares de miles de usuarios. La opinión pública se indignaría por las deficiencias en la prestación de los servicios públicos porque el periodismo investigaría las consecuencias de la decisión del alcalde de que “aquí no vamos a legalizar un terreno ni vamos a poner una volqueta de cascajo ni un metro cuadrado de asfalto ni un metro de tubería de alcantarillado de agua potable más allá de la Sergio Toral” (que es una de las razones por la que los esteros siguen podridos). La opinión pública también se indignaría, y con sobrada razón, por la existencia de la violencia sistemática y generalizada (auténtica criminalización de la pobreza) a cargo de la Policía Metropolitana porque un periodismo comprometido con sus lectores y no sumiso a las autoridades, indagaría los nombres y las circunstancias de las cotidianas víctimas de esta violencia y se preocuparía de darles un rostro y una voz, de detallar los abusos que sufren.  

Pero de ese periodismo (apenas normal) no hay en Guayaquil. No sea que a nuestra prensa acomodaticia se le enoje su alcalde.

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