La imagen que publiqué en la
entrada de este blog correspondiente al 31 de julio ('Ciudad inmóvil') y que vuelvo a publicar en esta entrada, contiene un párrafo en el que se refiere
que el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot (quien andaba como “niño con juguete
nuevo” en aquel primer recorrido oficial de la Metrovía) “sonrió algunas veces
cuando varios reporteros y camarógrafos de medios de comunicación recreaban las
típicas escenas que se vivían a diario en los buses de la transportación
regular”.
No sólo que la prensa de
Guayaquil no incomoda al alcalde jamás (¿investigar su ineficacia? ¿denunciar sus
abusos? Eso, ni pensarlo) sino que busca hacerlo reír, caerle en gracia. De lo
que puede deducirse que los periodistas de Guayaquil están mucho más cerca de
representar el rol de bufones frente al poder local que de cumplir como
corresponde con su rol de periodistas.
Porque si la prensa en
Guayaquil se decidiera a investigar a la Alcaldía de Guayaquil, la opinión
pública de la ciudad debatiría sobre los niveles de contaminación ambiental en
el río Daule y en los esteros que atraviesan a la ciudad porque el periodismo
investigaría sobre las deficiencias de la administración municipal para
controlar la contaminación industrial y de las viviendas en dichos cuerpos de
agua. La opinión pública debatiría acerca de la responsabilidad civil del
Municipio de Guayaquil por las muertes causadas por el colapso de un paso a
desnivel y por una gestión deficiente de la Metrovía porque la prensa
investigaría sobre las deficiencias en los controles a las infraestructuras
físicas (exigiría, por ejemplo, evidencia de los mantenimientos supuestamente
hechos a los pasos a desnivel) y sobre la mala gestión del sistema Metrovía,
que tiene años de retraso en la ejecución de su planificación y una gestión que
privilegia la ganancia de unos pocos frente al bienestar de sus centenares de
miles de usuarios. La opinión pública se indignaría por las deficiencias en la
prestación de los servicios públicos porque el periodismo investigaría las
consecuencias de la decisión del alcalde de que “aquí no vamos a legalizar un
terreno ni vamos a poner una volqueta de cascajo ni un metro cuadrado de
asfalto ni un metro de tubería de alcantarillado de agua potable más allá de la
Sergio Toral” (que es una de las razones por la que los esteros siguen
podridos). La opinión pública también se indignaría, y con sobrada razón, por
la existencia de la violencia sistemática y generalizada (auténtica
criminalización de la pobreza) a cargo de la Policía Metropolitana porque un
periodismo comprometido con sus lectores y no sumiso a las autoridades, indagaría
los nombres y las circunstancias de las cotidianas víctimas de esta violencia y
se preocuparía de darles un rostro y una voz, de detallar los abusos que sufren.
Pero de ese periodismo (apenas normal) no hay en Guayaquil. No sea que a nuestra prensa acomodaticia se le enoje su alcalde.
Pero de ese periodismo (apenas normal) no hay en Guayaquil. No sea que a nuestra prensa acomodaticia se le enoje su alcalde.
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