12 de mayo de 2018

Lawrence y el frío


Vi una crítica a una foto de una destapada Jennifer Lawrence en el frío de Londres con cuatro actores varones debidamente cubiertos, que se supone que mostraba el machismo que habita en la industria del cine. Vi un titular en diario El País, pero no me tomé en serio la noticia y pasé de largo.



Horas después, la misma Jennifer Lawrence respondió al revuelo causado por la foto. Aseguró que la polémica era “ridícula” y que estaba “extremadamente ofendida” por los comentarios vertidos; que su vestido de Versace era “fabuloso” y que actúo en concordancia con esta simple premisa: “Estuve afuera por 5 minutos. Me habría parado en la nieve por ese vestido porque amo la moda y esa fue mi elección”. Y aclaró:

“Esto es sexista, esto es ridículo, esto no es feminismo. Sobreactuar acerca de todo lo que alguien dice o hace, creando controversia sobre tontas e inicuas cosas como lo que yo decido usar o no usar, no es movernos hacia delante. Es crear distracciones tontas de los temas importantes. Bájenle, gente. Todo lo que me ven usar es mi elección. Y si quiero estar en el frío, ESA TAMBIÉN ES MI ELECCIÓN”.

 
La buena intención de luchar contra la injusticia del machismo estructural ha llevado a sus celosos guardianes a cometer otra injusticia, precisamente contra la mujer a la que decían proteger del machismo estructural, quien resultó “extremadamente ofendida” por su celo. Me recordaron a la amante de los animales que viajó a Pamplona a proteger a los toros en un San Fermín y murió a consecuencia de una cornada. Es una buena intención que termina por arruinarse a sí misma y, en el camino, causar daño al objetivo que dice defender.

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