La cultura, para el Hombre Caca, es ajustarse al “presupuesto asignado”. El resultado no
importa tanto como no gastar más de lo que sus jefes le han dispuesto que
gaste. Es una visión contable de la cultura, pero es lo que el Hombre Caca está
en capacidad de hacer por su ciudad (además de ser un “tapón, neutralizador, muro de contención de la energía cultural”).
A propósito de esto, hace
poco leí un libro sobre cómo construir guiones, en el que García Márquez se
quejaba de esta visión tan contable como mezquina de la producción cultural:
“Hace poco supe de un productor que estaba feliz porque había obligado al
director a someterse a un presupuesto rígido…, y cuando vi la película me di
cuenta de lo que había logrado con eso […] La falta de plata se notaba por
dondequiera y, de hecho, acabó con la película. Lo barato salió caro, como
siempre sucede”*.
Mutatis mutandis, esto
es lo que ha hecho el Hombre Caca con la cultura de Guayaquil: disminuirla,
abaratarla, acabar con ella. Y casi se podría decir, tras dos décadas y media
de soportarlo, que lo ha conseguido.
Porque lo que sí tiene
presupuesto, son estupideces como esta, que encandilan la bobalicona imaginación
del Hombre Caca. Y no aportan nada.
De saldo: Guayaquil es un triste páramo.
* García Márquez, Gabriel, 'Cómo se cuenta un cuento', Ollero & Ramos Editores, San Antonio de los Baños, 1996, pp. 22-23.
De saldo: Guayaquil es un triste páramo.
* García Márquez, Gabriel, 'Cómo se cuenta un cuento', Ollero & Ramos Editores, San Antonio de los Baños, 1996, pp. 22-23.
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