Hubo una época, en la
temprana conquista española de Sudamérica, en la que un único obispo católico
gobernó todo el territorio. Este fue el caso del sacerdote castellano Vicente
de Valverde y Álvarez de Toledo, el que le dio la Biblia a Atahualpa*. Desde que lo nombraron Obispo del Cuzco en 1537 se convirtió en
el único obispo para millones de kilómetros que él no conocía y para millones
de personas que a él no lo conocían.
En 1541, el padre Valverde
fue a la isla Puná a predicar el evangelio de Yisus y sus amiguetes para que los vayan conociendo. Los aborígenes
punáes no le aguantaron paro a su verso cristiano, y muy paganamente, se lo
comieron. Hasta ahí llegó la carrera del primer Obispo Sudamericano, Vicente de
Valverde: a cena de la familia Tumbalá y otros habitantes de la isla,
hoy perteneciente a la jurisdicción del cantón Guayaquil.
Diríase una forma sui géneris (aunque efectiva) del Écrasez l’Infâme.
Y un hecho que merece
memoria: jamarse un Obispo Sudamericano no es poca cosa. Es, literal, masticar, deglutir y cagar una de las autoridades católicas con mayor jurisdicción de todos los tiempos.
*
Atahualpa, AKA “el cuzqueño más ecuatoriano de todos los tiempos”.
La isla Puná y los Tomalá o Tumbala fueron malditos por Huayna Capac, cuando se le cruceteó y le quitó a la princesa Posorja.
ResponderEliminarhttp://margaritalinop.blogspot.com/2011/08/leyenda-de-posorja.html?m=1
Esta historia del obispo no la sabia. Con razón es una isla espantosa.