A los 210 años de su célebre proclama panamericana
Manuel Rodríguez de
Quiroga nació en La Plata, Alto Perú (actual Sucre, Bolivia) en 1771. La Corona
de España nombró a su padre como Fiscal de la Audiencia de Quito; su hijo, aún
pequeño, lo acompañó a este destino. Quiroga estudió derecho y empezó a ejercer
con éxito la profesión, pero dado su carácter exaltado, las autoridades
judiciales lo reprendieron en numerosas ocasiones y llegaron a suspenderle el
ejercicio de la profesión. Y fue allí que el abogado Quiroga tomó ofensa.
Y no se cruzó de brazos. Aprovechó
la crisis en Europa (la invasión española por las tropas napoleónicas) para
conspirar contra las autoridades que lo habían ofendido y le impedían su
derecho al trabajo. Participó en la que se llamó “Conspiración de Navidad”,
celebrada el 25 de diciembre de 1808 en la Hacienda “El Obraje”, de propiedad
del Marqués de Selva Alegre. Descubierta esta conspiración por una indiscreción
del coronel Juan Salinas, el abogado Quiroga y otros conspiradores resultaron
presos en el Convento de la Merced.
Por esas cosas de la vida (?), el juicio que se siguió contra estos
conspiradores se perdió y el abogado Quiroga recuperó su libertad. Y volvió a
la carga: fue uno de los principales de la que se conoció como “revolución de
Quito”. En la casa de quien se dice que era su amante, Manuela Cañizares (de
quien el historiador quiteño Carlos de la Torre Reyes dice que “sucumbió ante
la varonil y talentosa personalidad del Dr. Rodríguez de Quiroga”) se conspiró en
la noche del 9 de agosto de 1809. Al día siguiente, muy por la mañanita, el
coronel Juan Salinas le fue a informar al Presidente de la Audiencia de Quito, Manuel
Urriez, alias Conde Ruiz de Castilla, que estaba depuesto y que la ciudad de
Quito y sus pintorescos alrededores pasaban a estar gobernados por una Junta
Suprema de Gobierno, a la usanza de las juntas que se habían creado en la
Península desde mayo de 1808.
En el Acta Constitutiva de
la Junta Suprema de Gobierno de Quito del 10 de agosto de 1809*, cuyo declarado propósito fue
“sosten[er] la pureza de la religión, los derechos del Rey, y los de la patria
y ha[cer] guerra mortal a todos sus enemigos, principalmente franceses…”, al
abogado Quiroga (“Manuel Quiroga”, se lee en dicha Acta) se lo nombró para el cargo
de Ministro “de Gracia y Justicia” y, como tal, era un miembro nato de la nueva
Junta Suprema de Gobierno, con un sueldo anual de dos mil pesos y un tratamiento
de “Excelencia”.
Este fue el momento cumbre
de su venganza. Quiroga había desplazado a sus enemigos: se había elevado desde
los arrabales a los que lo habían orillado los abusos de las autoridades españolas,
hasta encumbrarse a los más altos cargos de una naciente administración, con la
que reemplazó a quienes habían abusado de él: era el Ministro de Justicia y un
vocal de la Junta Suprema de Gobierno en Quito, su ciudad de acogida.
El 16 de agosto, hoy son
210 años, Manuel Quiroga escribió una “Proclama a los Pueblos de América”, con
la que pretendió colocar a Quito a la vanguardia del conservadurismo americano.
Allí avisaba que “[l]a sacrosanta ley de Jesucristo y el imperio de Fernando
VII perseguido y desterrado de la península, han fijado su augusta mansión en
Quito” y advertía que en la ciudad andina “no resuenan más que los tiernos y
sagrados nombres de Dios, el rey y la patria”. También pintaba a la revolución
de Quito en toda su supuesta gloria: “En una palabra, desapareció el despotismo
y ha bajado de los cielos a ocupar su lugar la justicia”**, para concluir con una invocación a conspirar contra el enemigo
común, “el enemigo devastador de la Europa”, el corso Napoleón Bonaparte:
“Pueblos
del continente americano, favoreced nuestros santos designios, reunid vuestros
esfuerzos al espíritu que nos inspira y nos inflama. Seamos unos, seamos
felices y dichosos, y conspiremos unánimemente al individuo objeto de morir por
Dios, por el Rey y la patria. Esta es nuestra divisa, esta será también la
gloriosa herencia que dejemos a nuestra posteridad”.
En esta arenga
panamericanista, el abogado Quiroga tuvo ocasión hasta de ponerlo a Quito como
un gallito frente a Napoleón: “Quito
insulta y desprecia su poder usurpado. Que pase los mares, si fuese capaz de
tanto: aquí le espera un pueblo lleno de religión, de valor y de energía”. (Lo
esperaban “llenos de religión”: ¡qué malvados!)
Este hombre pensaba enfrentar a Napoleón armado de religión. Tostado. |
Lamentablemente, su
bravata y buena fortuna a Quiroga le duraron muy poco. El nuevo régimen cayó
pronto, a los dos meses y piquito: para el 24 de octubre de 1809, el depuesto Manuel
Urriez, bajo su alias de Conde Ruiz de Castilla, volvió a ocupar el lugar de primacía
que tenía antes del 10 de agosto y pasó a presidir la Junta que se había
formado. Quiroga, como era lógico, pasó a perder su empleo y su rango de
“Excelencia”.
Tras cuernos, palos: por un
pleito que se le inició a raíz de la llegada de las tropas limeñas a Quito el
24 de noviembre de 1809, se encarceló al abogado Quiroga en una celda del Real
Cuartel de Lima (a cuya entrada hoy se lee la falsedad esa de “Real Cuartel de
la Audiencia de Quito” –cosa enteramente ficticia***), donde finalmente murió.
El 2 de agosto de 1810, el
abogado Quiroga fue asesinado por las tropas limeñas
del coronel Arredondo, las que habían sido enviadas desde el Perú a petición del
Gobernador de Guayaquil, Bartolomé Cucalón. Aquel día, una fracción del pueblo quiteño
luchó para rescatar a los que estaban presos en el Cuartel de Lima por los
sucesos del 10 de agosto de 1809. Si bien la idea era noble, su ejecución fue
chapucera: el plan les salió muy mal y sirvió de acicate para masacrar a los
presos. Al abogado Manuel Rodríguez de Quiroga, por ejemplo, le atravesaron una
espada, en presencia de sus dos hijitas y de una esclava embarazada, que quedó muerta
a sus pies con el vientre abierto.
Pobre de Quiroga. Su
venganza fue breve; su final, atroz.
* En
ninguno de los documentos del 10 de agosto se usó la voz “independencia”.
Y si estos hombres y Manuela pensaron en alguna, fue en independizarse del yugo
que se les imponía desde el Virreinato de la Nueva Granada.
**
Esto es una tremenda paja, nivel pastor evangélico.
*** El
“Real de Quito” nunca fue el nombre de ese sitio: este nombre se lo ha inventado
con posterioridad a los hechos, a fin de ajustarlos a una suerte de mediocre
relato de tinte heroico-independentista, que jamás ocurrió.
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