16 de agosto de 2019

La venganza breve y el atroz final del abogado Quiroga


A los 210 años de su célebre proclama panamericana

Manuel Rodríguez de Quiroga nació en La Plata, Alto Perú (actual Sucre, Bolivia) en 1771. La Corona de España nombró a su padre como Fiscal de la Audiencia de Quito; su hijo, aún pequeño, lo acompañó a este destino. Quiroga estudió derecho y empezó a ejercer con éxito la profesión, pero dado su carácter exaltado, las autoridades judiciales lo reprendieron en numerosas ocasiones y llegaron a suspenderle el ejercicio de la profesión. Y fue allí que el abogado Quiroga tomó ofensa.

Y no se cruzó de brazos. Aprovechó la crisis en Europa (la invasión española por las tropas napoleónicas) para conspirar contra las autoridades que lo habían ofendido y le impedían su derecho al trabajo. Participó en la que se llamó “Conspiración de Navidad”, celebrada el 25 de diciembre de 1808 en la Hacienda “El Obraje”, de propiedad del Marqués de Selva Alegre. Descubierta esta conspiración por una indiscreción del coronel Juan Salinas, el abogado Quiroga y otros conspiradores resultaron presos en el Convento de la Merced.

Por esas cosas de la vida (?), el juicio que se siguió contra estos conspiradores se perdió y el abogado Quiroga recuperó su libertad. Y volvió a la carga: fue uno de los principales de la que se conoció como “revolución de Quito”. En la casa de quien se dice que era su amante, Manuela Cañizares (de quien el historiador quiteño Carlos de la Torre Reyes dice que “sucumbió ante la varonil y talentosa personalidad del Dr. Rodríguez de Quiroga”) se conspiró en la noche del 9 de agosto de 1809. Al día siguiente, muy por la mañanita, el coronel Juan Salinas le fue a informar al Presidente de la Audiencia de Quito, Manuel Urriez, alias Conde Ruiz de Castilla, que estaba depuesto y que la ciudad de Quito y sus pintorescos alrededores pasaban a estar gobernados por una Junta Suprema de Gobierno, a la usanza de las juntas que se habían creado en la Península desde mayo de 1808.

En el Acta Constitutiva de la Junta Suprema de Gobierno de Quito del 10 de agosto de 1809*, cuyo declarado propósito fue “sosten[er] la pureza de la religión, los derechos del Rey, y los de la patria y ha[cer] guerra mortal a todos sus enemigos, principalmente franceses…”, al abogado Quiroga (“Manuel Quiroga”, se lee en dicha Acta) se lo nombró para el cargo de Ministro “de Gracia y Justicia” y, como tal, era un miembro nato de la nueva Junta Suprema de Gobierno, con un sueldo anual de dos mil pesos y un tratamiento de “Excelencia”.

Este fue el momento cumbre de su venganza. Quiroga había desplazado a sus enemigos: se había elevado desde los arrabales a los que lo habían orillado los abusos de las autoridades españolas, hasta encumbrarse a los más altos cargos de una naciente administración, con la que reemplazó a quienes habían abusado de él: era el Ministro de Justicia y un vocal de la Junta Suprema de Gobierno en Quito, su ciudad de acogida.

El 16 de agosto, hoy son 210 años, Manuel Quiroga escribió una “Proclama a los Pueblos de América”, con la que pretendió colocar a Quito a la vanguardia del conservadurismo americano. Allí avisaba que “[l]a sacrosanta ley de Jesucristo y el imperio de Fernando VII perseguido y desterrado de la península, han fijado su augusta mansión en Quito” y advertía que en la ciudad andina “no resuenan más que los tiernos y sagrados nombres de Dios, el rey y la patria”. También pintaba a la revolución de Quito en toda su supuesta gloria: “En una palabra, desapareció el despotismo y ha bajado de los cielos a ocupar su lugar la justicia”**, para concluir con una invocación a conspirar contra el enemigo común, “el enemigo devastador de la Europa”, el corso Napoleón Bonaparte:

“Pueblos del continente americano, favoreced nuestros santos designios, reunid vuestros esfuerzos al espíritu que nos inspira y nos inflama. Seamos unos, seamos felices y dichosos, y conspiremos unánimemente al individuo objeto de morir por Dios, por el Rey y la patria. Esta es nuestra divisa, esta será también la gloriosa herencia que dejemos a nuestra posteridad”.

En esta arenga panamericanista, el abogado Quiroga tuvo ocasión hasta de ponerlo a Quito como un gallito frente a Napoleón: “Quito insulta y desprecia su poder usurpado. Que pase los mares, si fuese capaz de tanto: aquí le espera un pueblo lleno de religión, de valor y de energía”. (Lo esperaban “llenos de religión”: ¡qué malvados!)

Este hombre pensaba enfrentar a Napoleón armado de religión. Tostado.

Lamentablemente, su bravata y buena fortuna a Quiroga le duraron muy poco. El nuevo régimen cayó pronto, a los dos meses y piquito: para el 24 de octubre de 1809, el depuesto Manuel Urriez, bajo su alias de Conde Ruiz de Castilla, volvió a ocupar el lugar de primacía que tenía antes del 10 de agosto y pasó a presidir la Junta que se había formado. Quiroga, como era lógico, pasó a perder su empleo y su rango de “Excelencia”.

Tras cuernos, palos: por un pleito que se le inició a raíz de la llegada de las tropas limeñas a Quito el 24 de noviembre de 1809, se encarceló al abogado Quiroga en una celda del Real Cuartel de Lima (a cuya entrada hoy se lee la falsedad esa de “Real Cuartel de la Audiencia de Quito” –cosa enteramente ficticia***), donde finalmente murió.

El 2 de agosto de 1810, el abogado Quiroga fue asesinado por las tropas limeñas del coronel Arredondo, las que habían sido enviadas desde el Perú a petición del Gobernador de Guayaquil, Bartolomé Cucalón. Aquel día, una fracción del pueblo quiteño luchó para rescatar a los que estaban presos en el Cuartel de Lima por los sucesos del 10 de agosto de 1809. Si bien la idea era noble, su ejecución fue chapucera: el plan les salió muy mal y sirvió de acicate para masacrar a los presos. Al abogado Manuel Rodríguez de Quiroga, por ejemplo, le atravesaron una espada, en presencia de sus dos hijitas y de una esclava embarazada, que quedó muerta a sus pies con el vientre abierto.

Pobre de Quiroga. Su venganza fue breve; su final, atroz.

* En ninguno de los documentos del 10 de agosto se usó la voz “independencia”. Y si estos hombres y Manuela pensaron en alguna, fue en independizarse del yugo que se les imponía desde el Virreinato de la Nueva Granada.
** Esto es una tremenda paja, nivel pastor evangélico.
*** El “Real de Quito” nunca fue el nombre de ese sitio: este nombre se lo ha inventado con posterioridad a los hechos, a fin de ajustarlos a una suerte de mediocre relato de tinte heroico-independentista, que jamás ocurrió.

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