6 de septiembre de 2020

Belisario es lapidario


Cuando murió el latacungueño Belisario Quevedo el 11 de noviembre de 1921, se fue ‘un escritor que no alucinó con falsas grandezas y que gustó de decir a sus compatriotas lo que él creía conveniente para la generalidad’. Esas fueron las palabras de su ‘fiel amigo, heredero y editor de sus escritos póstumos’, Roberto Páez, en el epílogo en el que recogió los escritos de Quevedo*.

Entre las cosas que él creyó ‘conveniente para la generalidad’, Quevedo escribió unas ‘Notas sobre el carácter del pueblo ecuatoriano’, políticamente incorrectas, pero de una asombrosa actualidad. Estas ‘notas’ empiezan así, sin anestesia:

Junto con el autoritarismo político y el fanatismo religioso, hemos recibido con la sangre española el dogmatismo pedagógico’, para agregar enseguida que ‘[l]os defectos tradicionales de la voluntad española, agravados por el trastorno del descubrimiento de América, que encendió las imaginaciones y debilitó las voluntades, no han hecho más que aumentar al contacto con la sangre india, acostumbrada a la esclavitud incásica, confirmada durante el coloniaje’.

Y de esta infeliz conjunción, se suceden, en opinión de Belisario Quevedo:

Ligereza, movilidad, horror a los grandes esfuerzos, sobre todo a los esfuerzos continuados y monótonos; propensión a una pereza agitada que hace más ruido que trabajo; preferencia de un trabajo violento de poca duración a un trabajo reposado y duradero, tomado en dosis proporcionadas; abandono de los negocios para última hora, contando siempre con el azar y la suerte por no querer o no poder prever las contingencias más inevitables, tales son los rasgos más salientes de nuestro carácter’.

Así ya no hay sociedad ecuatoriana posible, pero es que Belisario recién empieza.

En materia política, Belisario Quevedo nos sitúa en una etapa muy primitiva: ‘Los ecuatorianos sentimos una innata necesidad de tutela gubernativa, generada por nuestra incapacidad para gobernarnos. A este respecto estamos todavía en los tiempos heroicos de Grecia y Roma; estamos en los tiempos primitivos en los que, como dice Montesquieu, son los individuos los que forman al Estado y no el Estado el que forma a los individuos. Sentimos la necesidad de un caudillo, de un salvador, de un héroe…’. Y concluye: ‘En el Ecuador estamos todavía en la época en que un nombre resume toda la labor social; la historia ecuatoriana es la historia de Flores, de García Moreno y de Alfaro. Estos nombres significan épocas históricas, tanto como Hércules, Teseo o Rómulo; épocas históricas, en las cuales la masa social es o pesa como si fuera nada’. A esos nombres debe sumársele, mírese la actualidad, el nombre de Correa.

En la política ecuatoriana, describió Belisario Quevedo un panorama desolador: ‘abogados sin pleitos, médicos sin clientes, estudiantes fracasados, comerciantes quebrados, militares separados, periodistas sin subvención, políticos sin función, no sueñan sino en derrocar al gobierno para formar otro, cuyo presupuesto invadirían, cuyas tropelías aplaudirían, cuyos crímenes justificarían, después de haber transformado el gobierno a nombre de la honradez y de la libertad’. Y es este panorama, también, de asombrosa actualidad, pues retrata muy bien al des-Gobierno actual, sus operarios y sus problemas.

Y el problema de fondo, dice Belisario ya en plan lapidario, es la pésima concepción que el ecuatoriano tiene de la libertad:

En ciertos respectos podemos nosotros los ecuatorianos aparecer dotados de poderosa individualidad al presentarnos indisciplinados y rebeldes; pero una voluntad verdaderamente enérgica no excluye la obediencia a la regla, que, al contrario exige el dominio de sí mismo; por otra parte, indisciplina, movilidad, facilidad en el olvido de las reglas, dificultad para ofrecer una obediencia sostenida y paciente, hábito de contar con el apoyo ajeno, de confiar siempre en otro, de descargar sobre otro la propia responsabilidad, todo esto no constituye un valor positivo, fundado en la fuerza y en el valor personales; esta es más bien una personalidad negativa por falta de voluntad e imperio sobre sí mismo, como también por falta de unión con los demás’.

Y sobre esta base de deleznable arena, es imposible construir nada que dure. Llevamos 190 años comprobándolo.

Muerto en su ciudad natal, el buen Quevedo la quedó joven, de apenas 38 años. Pensó a su país con honestidad brutal, pues como lo advirtió Roberto Páez en el epílogo ya citado, ‘[l]a característica esencial de su pensamiento fue la franqueza. Ninguno de los que tuvieron el gusto de tratar con él podrá olvidar que nunca se negó a decir con claridad lo que juzgaba acerca de los hombres y de los negocios públicos’. Las citas de su artículo sobre el carácter de los ecuatorianos, tan lapidarias contra la ecuatorianidad, dan de ello sobrado testimonio.

* ‘Notas sobre el carácter del pueblo ecuatoriano’, en: ‘Juristas y sociólogos’, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Editorial J. M. Cajica Jr., Puebla, 1960, pp. 605-615. Las referencias al epílogo de Páez aparecen en el prólogo a las obras de Quevedo constante en este volumen de la BEM, firmado por ‘la Secretaría General’.

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