Cuando el Estado del Ecuador entró a la década
del treinta del siglo XIX, su primera Constitución tenía cumplidos 100 días de
vigencia, su Gobierno enfrentaba una revolución (v. ‘La revolución de Urdaneta’) y había decretado una anexión territorial. Había nacido un Estado
impetuoso.
En los inicios del Estado ecuatoriano, el
militar caribeño que lo gobernaba, el porteño Juan José Flores, quiso
aprovecharse de un momento de debilidad del país limítrofe al Norte para
consolidar el territorio ecuatoriano. El 20 de diciembre de 1830, el general
Flores firmó un decreto que incorporó el Departamento del Cauca al Ecuador.
Desde la perspectiva del bisoño Ecuador, el
país tenía derecho a este territorio al norte del río Carchi por haber estado
bajo la jurisdicción de la Audiencia de Quito en los tiempos de la Monarquía
Católica. Pero Colombia (que en ese entonces operaba bajo el alias de ‘Nueva
Granada’) también se sentía con derecho a ese mismo territorio por haberse decidido
así en una ley de junio de 1824, adoptada por el Congreso de la República de
Colombia (también conocida como ‘Gran Colombia’).
En 1831, el presidente-general Flores adoptó
una política agresiva y envió guarniciones militares a Pasto y Popayán. La
presencia militar indujo a que varias ciudades del Cauca se pronuncien a favor
de pertenecer al Ecuador. El Congreso ecuatoriano promulgó el 7 de octubre de
1831 una ‘Ley incorporando el departamento del Cauca al Estado del Ecuador’ y
el Gobierno nacional lo consideró parte de su territorio a efectos de las
elecciones al Congreso, pero aunque se designaron congresistas por el
Departamento del Cauca para el Congreso ecuatoriano de 1831, nunca llegaron a
ocupar sus puestos en Quito.
El caso es que Flores había sobreestimado su
poderío militar. Así lo explica Mark van Aken, uno de los biógrafos mejor documentados
del caribeño:
‘El
hecho de que la mayor parte de los oficiales y soldados fueran colombianos y
venezolanos explicaba su renuencia a luchar contra sus compatriotas. De igual
importancia fue el hecho de que algunas unidades del ejército estaban
impacientadas con un gobierno que ni les pagaba ni les proveía de raciones de
manera regular’*
La impaciencia de las unidades del ejército se
tradujo en algunas insurrecciones, en graves faltas a la disciplina, en insubordinaciones
variopintas. El ejército del Ecuador fue obligado a devolver las ciudades que
había ocupado. A esta debacle militar le siguió el basureo diplomático: el impetuoso
Ecuador fue orillado a firmar el Tratado de Pasto, el 8 de diciembre, por el
que perdió todos los territorios que reclamaba ante una inflexible Colombia,
que insistió en aplicar la ley dictada por un congreso republicano por encima
de cualquier título de origen colonial, por la obvia razón de que ese congreso
republicano era el suyo propio. Y la ley decía que el Distrito del Sur
terminaba en el límite que marca el río Carchi, y fue ese límite el que la ‘Nueva Granada’ impuso en el Tratado de Pasto (v. su artículo 2).
Como lo destacó un lapidario Mark van Aken, ‘nada podía ocultar el hecho de que el
Tratado de Paz era una humillación para el Ecuador’. Esta fue la de cal del
año 1832.
Ese mismo año 1832 del Tratado de Pasto, el
militar ecuatoriano Ignacio Hernández viajó a las Galápagos para tomar posesión
de ese archipiélago a nombre del Gobierno del Ecuador (en ese entonces se lo
llamó ‘Archipiélago de Colón’). Ocurrió el 12 de febrero y se lo hizo a
instancias del luisianés José de Villamil, que se convirtió en el primer
gobernador del nuevo territorio. En esa época, a las islas se les reputaba un casi
nulo valor, por lo que el resto de los países dejaron al Ecuador en paz con su
expansión territorial. Se anexó un archipiélago de 8.010 kilómetros cuadrados,
que luego demostró ser un paraíso. Esta fue la de arena.
Así, en el año 1832 ocurrió una de las grandes
pérdidas territoriales que ha sufrido este Estado (luego vendría el turno del escamoteo
del Perú, y Colombia repituta en 1916) pero
también ocurrió la única ocasión en que logró aumentar su territorio, por la
sencilla razón de que no tuvo que peleárselo a nadie. Fue en 1832: ocurrió una
de las tantas de cal y nuestra única de arena**.
* Van
Aken, Mark, ‘El rey de la noche’,
Banco Central del Ecuador, Quito, 2005 [segunda edición], p. 127. La otra cita es de la página 129.
** Por
la desproporción de la mezcla, lusus naturae.