El discurso que Remigio Crespo Toral ofreció el 27 de febrero de 1929, con ocasión del centenario de la batalla de Tarqui, fue una severa crítica a la ‘ecuatorianidad’. Crespo Toral fue el representante de la Asamblea Nacional a esta ceremonia, celebrada ante el monumento al Mariscal Sucre, en el corazón de la plaza de Santo Domingo, Quito.
Como su nombre lo delata, Crespo Toral es un cuencano.
Esto juega un rol en la narrativa de los hechos de su discurso, que consta en una Antología de la Oratoria Cuencana [págs. 73-82] editada por el Banco Central del Ecuador en 1989.
Para empezar, en su narrativa, la ‘epopeya de la independencia’ degeneró a ‘un drama de afrenta y dolor’. Bolívar también cayó, pues ‘desde la noche de Septiembre, no representaba ya el poder, sino solamente la gloria: se lo había entregado al panteón de la inmortalidad, última patria de los grandes que están demás…’.
Así, Tarqui fue un epílogo de la epopeya de la independencia. Tarqui es la batalla que enfrenta a Colombia, ‘en espléndido ocaso de su gloria’ y comandada por el cumanés Antonio José de Sucre, contra el Perú presidido por el cuencano José Domingo de Lamar. Y aquí se le nota a Crespo Toral su corazoncito austral:
‘Y al sur llegó Lamar, el tercer guerrero de Ayacucho, hijo del Sur y Presidente del Perú. ¿A qué venía? ¿A incorporar el Sur al Perú o a fundar el Ecuador, como lo declaró en el histórico banquete de Loja? Nadie podrá ensayar la afirmación categórica, tratándose de algo que pudo ser, y no fue’
Crespo Toral exculpa al militar invasor, su coterráneo, por su aventura que culminó en la batalla de Tarqui. (Más adelante dirá: ‘Ni una palabra hoy de reproche al invasor de entonces’). Y es consciente que el triunfo de Sucre en Tarqui no significó mucho para Colombia, pues ‘fue como uno de los postreros de Troya, condenada ya por el hado a convertirse en cenizas’.
El poeta curunado, zaheridor. |
‘Para descuartizar a Colombia, para que nuestra patria viniese a menos, se ejecutó la muerte de Sucre. De su muerte arranca el trágico destino del Ecuador. A vivir él, nuestra patria, bajo su égida y al brillo de su nombre, no habría sido entregada a la rapacidad extranjera, ni se hubieran burlado los pactos ni los caudillos del Patía habrían logrado la mutilación del Ecuador’.
El argumento de Crespo Toral es que, con A. J. de Sucre no hubiera ocurrido la mutilación sancionada por el Tratado de Pasto en 1832 [v. ‘1832: una de cal y otra de arena’]. Pero al bueno de Sucre lo mataron en su viaje a un Ecuador que todavía se llamaba ‘Estado del Sur’ [v. ‘Principio y fin del Estado del Sur’], el 4 de junio de 1830. Y el país, según afirmó Crespo Toral, malvivió la pérdida del héroe de Tarqui: ‘El Ecuador, a manera de convaleciente, no sabe si vive de veras… Será porque llora la ausencia perpetua de su prometido, la muerte de su caudillo que pudo ser su conductor y salvador, y no lo fue, porque pésimas fieras lo devoraron’.
El discurso de Crespo Toral es en homenaje a Sucre, a quien con justa razón exonera de toda culpa por eso que después devino el Ecuador: ‘Si algo en estos instantes nos sube del corazón hacia los labios, lo apaguemos en el silencio de majestad de este homenaje a Sucre y a sus compañeros. No maldigamos la generosidad del Vencedor. Si no dio fruto su siembra, culpa será no del sembrador, sino de la mala tierra y de los hombres peores que ella’. Y es en este punto que Crespo Toral forma su ataque a la ‘ecuatorianidad’, el que concluye en estos tres párrafos, contundentes y admonitorios:
‘Cien años de silencio, hermanos del Ecuador, después de esta vertiginosa campaña de treinta días. Ese silencio nos acusa, doblega nuestras frentes sobre el pecho palpitante, y hemos de apretarnos el corazón con las manos convulsas, pero no ensangrentadas…. Parece una vergüenza nuestra la esterilidad de la victoria: una gran falta. ¿Y quién la confiesa?
Hemos vivido hasta hoy gastando todos los sentidos y las fuerzas todas en la lucha intestina, sin visión de la frontera y sin la conciencia, que deriva de la historia.
¡Compatriotas, es quizás la hora del arrepentimiento para jornadas de rehabilitación, de dignidad! ¡Aún hay justicia en el mundo, desvalido Ecuador!’
Y la plena, si algo le cambiaría a este certero discurso, preciso en la descripción de nuestras miserias, es que ‘no hay justicia en el mundo, desvalido Ecuador’. Casi 100 años después del discurso ofrecido por Remigio Crespo Toral, si algo, la situación es peor.
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