El título del Acta levantada el sábado 14 de
agosto de 1830 en la instalación del Congreso Constituyente que originó al Estado
independiente del Ecuador era: ‘Acta de
Instalación del Congreso Constituyente del Estado del Sur de Colombia’. Cuando
en dicho Congreso Constituyente se aprobó la primera Constitución del Estado el
11 de septiembre, su nombre ya no era ‘Sur
de Colombia’, pues se llamó ‘Constitución
del Estado del Ecuador’. Su escudo de armas, aprobado diez días después, en
la sesión nocturna del 21 de septiembre, decía ‘El Ecuador en Colombia’. Esa noche, ‘Cordero propuso que se añada por un artículo ‘que éste sea el gran
sello del Estado; formándose el menor con las dimensiones respectivas, con
arreglo á las leyes’: fué acordado, y á propuesta del Señor Marcos, se aprobó
el proyecto con estas adiciones por unanimidad y aclamación’ (1).
En el año 1830, la ‘República de Colombia’ era todavía un gigantesco Estado sudamericano
de dos millones y medio de kilómetros cuadrados, dividido en tres grandes
Distritos: el Norte, el Centro y el Sur. Al que fue Distrito del Sur correspondía
una parte del territorio que había sido, en los tiempos de la Corona Española,
de la Audiencia de Quito (pues otra parte se la integró el Distrito del Centro,
con unos resultados funestos para el Distrito del Sur, que se verán más
adelante).
Este Distrito del Sur, a su vez, lo integraron tres
Departamentos, que fueron: ‘Ecuador’,
cuyo territorio quería ser el de la antigua provincia española de Quito; ‘Azuay’, que se correspondía con la provincia
española de Cuenca; y ‘Guayaquil’,
que conservó el nombre y el territorio de cuando fue provincia de España. Así
lo diseñó el Congreso de Colombia en Ley de junio de 1824. En 1830, al Distrito
del Sur lo estaba gobernando el querido compadre de Simón Bolívar, el general
venezolano Juan José Flores, natural de Puerto Cabello y de treinta años, con
el rimbombante título de ‘Prefecto
General del Distrito del Sur de la República de Colombia’.
En mayo del tumultuoso año 1830, los Distritos
del Norte (que correspondía a la Capitanía General de Venezuela) y del Sur de
la República de Colombia se separaron para formar sendos Estados
independientes. Los tres Departamentos del Distrito del Sur encargaron la
jefatura suprema del emergente Estado al compadre de Bolívar, quien adoptó entonces
el nuevo título de ‘Jefe de la
Administración del Estado del Sur’. Se convocó enseguida a un Congreso
Constituyente que se debía realizar en Riobamba y empezar sus funciones el 10
de agosto de 1830. Debían asistir veintiún Diputados, a razón de siete
Diputados por Departamento.
La elección del día martes 10 de agosto como la
fecha de entrada en funciones del Congreso Constituyente fue deliberada. En las
sentidas palabras del historiador quiteño Jorge Salvador Lara, constantes en su
artículo ‘Los comienzos de la República
(1830-1845)’, publicado en ‘Historia
del Ecuador’, Salvat Editores, Barcelona, 1980 (vol. 6): ‘el recuerdo de esta fecha vino a ser la
única concesión al afán autonomista de Quito’ (2).
Tal vez por ser lo único que quedaba de dicho
afán autonomista, los Diputados fracasaron en su propósito de reunirse el 10 de
agosto y el Congreso Constituyente del ‘Estado
del Sur’ empezó a funcionar cuatro días más tarde, el sábado 14 de agosto,
con la presencia de 16 Diputados. Aquel sábado todo fue ‘del Sur’: a esos 16 Diputados (todos varones, todos adinerados) les
dirigió la palabra el ‘Jefe de
Administración del Estado del Sur’, el militar venezolano Juan José Flores. Y así empezó su discurso: ‘Me congratulo con el Sur y con vosotros por
la instalación del Congreso, fuente de la voluntad general y árbitro de los
destinos del Estado. Y así lo concluyó: ‘Conciudadanos: Mostraos dignos de representar al Sur. Dadnos un
gobierno querido de los pueblos y una constitución liberal.’
El emergente Estado sudamericano empezó a
discutir su primera Constitución llamándose ‘del Sur’. Y ello espolea la pregunta, ¿qué diablos era ser ‘del Sur’?
Creo que la mejor respuesta la ofreció el
Diputado por el Departamento de Guayaquil, José Joaquín de Olmedo, en la Sesión
del 31 de agosto del Congreso Constituyente, en el marco del debate sobre el
cálculo del número de los representantes al Congreso del Estado por cada
Departamento. Frente a la posición quiteña de que el cálculo del número de
representantes debía hacerse en función de la población del Departamento, Olmedo
retrucó que se debía optar por la representación igual de cada uno de los
Departamentos, destacando: ‘la diferencia
que había entre provincias que están sujetas á una autoridad, y que unidas
forman un cuerpo político, y entre otras secciones que por circunstancias
improvisas quedan en una independencia accidental; que en el primer caso, era
desde luego indispensable arreglar la Representación Nacional á la población,
bajo una ley establecida; pero no así en el segundo, pues las secciones
independientes podían reunirse muy bien con la representación igual, ó bajo los
pactos convencionales que se estipulasen para la unión’.
Sin mencionarla, el representante del
Departamento de Guayaquil aludía a la debilidad de los quiteños. El
Departamento del Ecuador podía ser el más poblado de los tres, por mucho, pero de
ninguna manera podía ‘sujeta[r] á una
autoridad’ a los demás, e imponer sus condiciones en el cálculo de la
representación. Así, en el razonamiento de Olmedo, como el poder de la capital
no era lo suficientemente fuerte como para sujetar al resto de las partes
integrantes del nuevo Estado (no podía ser su Leviatán, por así decirlo), lo que le quedaba a Quito era resignarse
a aceptar la igualdad de la representación, o en su defecto, los acuerdos
específicos a los que las partes integrantes del nuevo Estado pudieran llegar
en la materia. Y el muy esperable continuo acuerdo de Guayaquil y Azuay para
mantener la igualdad en el número de los representantes, dado que a ellos les
convenía, le garantizaba a los quiteños que su resignación sería a perpetuidad.
Para entender qué fue el ‘Estado del Sur’, la parte clave de la intervención de José Joaquín
de Olmedo es esa ‘independencia
accidental’ en la que él entiende que han quedado los tres Departamentos
del Distrito del Sur. El nuevo Estado que se estaba fabricando en Riobamba era
una contingencia, un fruto de las ‘circunstancias
improvisas’ que habían ocurrido. Realmente no existió ninguna necesidad,
pero dadas la fragmentación de la República de Colombia y la pérdida de poder
del Libertador Bolívar, se había llegado a este punto de la historia, a fines
de agosto de 1830, en que un puñado de varones discutía en Riobamba cómo
organizar un nuevo Estado cuyo mando lo tendría un compadre del Libertador
Bolívar.
El hecho cierto es que más allá de la vecindad
de los Departamentos y su común pertenencia a Colombia, los vínculos culturales
entre ellos eran débiles, sus economías no estaban integradas, e incluso,
cuando todavía eran provincias de España entre 1809 y 1812, esto es, apenas una
generación atrás, habían guerreado Guayaquil y Cuenca contra Quito, con el
saldo de los muertos del 2 de agosto de 1810 y otras cosas atroces. Guayaquil
bien pudo ser peruana, pero se interpuso Simón Bolívar (cuando llegó San Martín
a Guayaquil para la célebre entrevista, lo recibió un arco que decía ‘Bienvenidos a Colombia’ –a otra cosa,
mariposa), y Quito pudo ser colombiana, pero no la quisieron (3). Las cosas pudieron ser distintas,
pero en 1830 eso era lo que había, lo que las ‘circunstancias improvisas’ habían arrojado.
‘El Sur’,
entonces, fue el resultado de estas ‘circunstancias
improvisas’ y concluyó en una reunión de un puñado de varones, blancos y
ricachones, que aprobaron ‘por unanimidad
absoluta’ una Constitución en la sesión del sábado 11 de septiembre de 1830
y la titularon ‘Constitución del Estado
del Ecuador’. Formalmente, dicha aprobación significó el fin del ‘Estado del Sur’, que vivió entre mayo y
septiembre de 1830. Duró un verano.
Y por su extinción emergió el ‘Estado del Ecuador’, de vida breve pero
intensa.
[esta
historia continuará…]
(1) ‘Actas del Primer Congreso Constituyente del
Ecuador (año de 1830)’. Todas las citas que hago de las sesiones del
Congreso de 1830 corresponden a este libro, edición facsimilar publicada en
Quito en 1998 bajo los auspicios del Congreso Nacional (presidido entonces por
Heinz Moeller Freile) de su edición original, publicada en 1893 por Francisco
Salazar Alvarado, con una ‘introducción
histórica’ por él escrita. Por cierto, el ‘Cordero’ al que se alude en esta cita es el venezolano León de
Febres-Cordero, el héroe de Octubre.
(2) La
cita completa es: ‘el recuerdo de esta
fecha vino a ser la única concesión al afán autonomista de Quito, pero el
glorioso nombre del antiguo reino quedó definitivamente postergado’ (p. 7).
Sobre el porqué el ‘glorioso nombre’
fue postergado, satiricé en ‘De porqué fuimos el Estado del Ecuador y no el Estado de Quito, o el ‘ya qué chuchaffff’.
(3) De
acuerdo con Salvador Lara en el citado artículo ‘Los comienzos de la República (1830-1845)’, después de su derrota
en la Batalla de Miñarica del 19 de enero de 1835, en la que triunfó el
ejército del general Flores sobre las fuerzas serranas comandadas por Valdivieso,
los derrotados ‘cayeron en el absurdo de
proclamar la muerte del estado ecuatoriano, y al fin huyeron, en número de 800,
por temor a Otamendi, rumbo al norte. En Tulcán, presididos por el general
Matheu, decretaron la anexión a Nueva Granada; el odio político les llevó a
traicionar sus ideales de siempre: la autonomía de Quito. Don Roberto Ascázubi,
comisionado para ello, pasó por la vergüenza de que el gobierno de Bogotá
rechazase tal acta. La Sierra debió pagar 100.000 pesos como contribución de
guerra’.
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