En el Ecuador, el
Estado siempre ha estado capturado. Lo tradicional es que lo hayan capturado delincuentes
de cuello blanco. Pasa ahora que hay nuevas personas que han capturado al Estado:
es la gente del Sur, que vive y opera en las cercanías del Puerto Marítimo.
Los delincuentes de
cuello blanco, esencialmente, roban a la población. Son altos funcionarios y
grandes empresarios, que han capturado al Estado para administrarlo a su gusto,
para repartirse el dinero público a través de contratos, prebendas y
variopintas corruptelas (además de comprar u ordenar impunidad). Ello va de
Dhruvs a medicinas, en un país que tiene junto a Paraguay (sede de la Conmebol,
que ya es mucho decir) el triste título de ser los más corruptos de Sudamérica.
La captura del Estado
hecha por los del Sur es diferente. Son (como fueron los conquistadores) unos
empresarios de altísimo riesgo. Pero tienen unas enormes ventajas frente a los
delincuentes de cuello blanco. Tienen dinero a millares surgir (por
obra de inversores mexicanos y de su negocio boyante), burocracia flexible y ningún escrúpulo (si tienen
que trocear a alguien, lo hacen). Frente a ellos, tienen a un Estado que ha
sido sometido bajo la conocida consigna Pabloescobariana: plata o plomo. Con esa sencilla/sangrienta consigna han sometido a
autoridades administrativas, de la Fuerza Pública y judiciales, representantes
de un Estado torpe y esclerótico-burocrático.
Un reconocimiento
oblicuo del triunfo de los del Sur es la alerta que emitió, en septiembre del
año pasado, la Embajada de los Estados Unidos de América a sus funcionarios de que
se abstengan de circular al Sur de la avenida Portete, porque allí es un sector
inseguro [hic sunt leones]. Es una
manera de decirle a su gente que el Estado en el que se encuentra no está (ni
en su versión local ni en la nacional) en la capacidad de garantizar su seguridad
en ese sector de Guayaquil. Es una zona de otros.
El del Ecuador es un Estado siempre capturado, rumbo raudo a convertirse en un narcoestado.
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