Publicado en diario Expreso el viernes 23 de febrero.
El 9 de octubre de 1876, de paso por Guayaquil, el escritor ambateño Juan Montalvo publicó “El Boletín de la Paz”. Ese día se cumplía un mes y un día del inicio de la revolución originada en Guayaquil que tuvo por jefe supremo a Ignacio Veintemilla, enfrentado a las tropas del gobierno de Antonio Borrero. La pieza periodística de Montalvo empezaba así: “El derecho de gentes de las naciones modernas no permite la guerra, sino cuando la paz viene a ser imposible, habiéndose agotado los arbitrios de que Gobiernos justos y hombres filantrópicos se valen para llegar a fines honestos, por medios legales y humanos”.
A partir de esta premisa, Montalvo hizo la elaborada defensa de una propuesta “a nombre de la humanidad, la civilización, el amor que nos debemos unos a otros, un avenimiento pacífico, donde la muerte quede burlada, la barbarie sea vencida”. Su propuesta era que las partes en disputa “acepten la idea de transacción”, retiren a sus ejércitos a sus respectivos acantonamientos en Quito y Guayaquil y que licencien a sus tropas. Ambas partes entonces debían convocar a los pueblos “para que elijan tres personas que compongan un gobierno provisional, una el antiguo departamento de Pichincha, otra el del Guayas, otra el del Azuay”.
Montalvo, incluso, se animó a proponer los nombres. Por Pichincha, Manuel Angulo; por Azuay, Manuel Vega; por Guayas, Pedro Carbo, “personas en cuya probidad confían los ecuatorianos, incapaces de compeler ni engañar a los electores”.
Una vez conformado este gobierno provisional, tanto el presidente Borrero y el jefe supremo Veintemilla dimiten, “y quedan en simples personas particulares”. En seguida, el gobierno provisional convoca a elecciones para elegir a los diputados a una convención nacional, en las que Borrero y Veintemilla podrán participar “como cualquier otro ecuatoriano”.
Y Montalvo concluyó, interpelando a ambos: “Vamos, señores, llegado es el caso de mostraros dignos del solio, pues nadie lo merece más que el que lo tiene ganado con el desprendimiento y la magnanimidad. La Convención lo remedia todo, lo salva todo; seamos cuerdos y merezcamos el bien de nuestros semejantes”.
Por supuesto, esta propuesta de Montalvo tenía que pasar por los egos de los dos políticos enfrentados. Como Montalvo estaba por esos días en Guayaquil, la respuesta vino del bando de Veintemilla.
El cálculo político de Veintemilla no tenía otras miras ni otro plan que la inmediata gloria personal. Veintemilla no podía entender como positiva una idea que le restaba poder, pues de tener una gran posibilidad de triunfo inmediato por la fuerza, pasaría a tener una posición incierta frente al favor de la voluntad popular, que podría elegirlo a él o a cualquier otro.
En cuanto a llegar al poder más pronto, el tiempo le dio la razón a Veintemilla, porque para diciembre de 1876 él ya era el nuevo huésped del Palacio de Carondelet (por esos mismos días, el expresidente Borrero estaba preso por orden de Veintemilla.) Con la propuesta de Montalvo, esto no habría pasado.
En cuanto a Montalvo, el jefe supremo Veintemilla actuó con sujeción a su plan y eliminó un posible estorbo para su cumplimiento. Ordenó la inmediata prisión del ambateño y su exilio.
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