Publicado en diario Expreso el viernes 16 de febrero de 2024.
Un presidente cuencano y un comandante quiteño. La revolución se origina en Guayaquil. El año es 1876.
Durante la mayor parte de 1876, gobernó el presidente cuencano Antonio Borrero. Elegido por la voluntad popular en octubre de 1875 tras el magnicidio de García Moreno, él había sido la carta liberal frente a los candidatos conservadores Julio Sáenz y Antonio Flores. Se esperaba de él que convoque a una convención nacional para reemplazar la Constitución ultramontana de 1869.
Pero el presidente Borrero se negó a hacerlo, hecho que lo malquistó con los liberales. Así que el 8 de septiembre de 1876 empezó a gobernar con disputa: el Concejo Municipal de Guayaquil pronunció al comandante de la plaza de Guayaquil, el quiteño Ignacio Veintemilla, como Jefe Supremo de la República y Capitán de sus Ejércitos.
Según el acta suscrita ese día en “gran comicio público”, se lo desconoció al presidente Borrero por haber sido “inconsecuente a los principios liberales que proclamó y defendió como ciudadano”. En una proclama que puso a circular Veintemilla ese mismo día, él se declaró un ungido por Guayaquil para “la difícil y delicada tarea de salvar al país, próximo a hundirse en un abismo, a consecuencia de la política indefinible, vacilante y desleal del actual gobierno”.
Desde el 8 de septiembre, al menos en Guayaquil, no rigió más la Constitución de 1869. Se puso en vigencia la Constitución de 1861.
Cinco días después, el 13, Antonio Borrero puso a circular su proclama frente a la revolución. Empezaba así: “Una revolución inicua, sin nombre y sin principios acaba de consumarse en Guayaquil”, para atribuirle en seguida un origen impío: “Los que niegan la Divinidad de Jesucristo, los que aseguran que el pueblo es más soberano que Dios, los que piden el matrimonio civil, son los que han buscado, como instrumento torpe y ciego, a un Jefe desleal”, es decir, a Veintemilla. Al presidente Borrero la Constitución de 1869 parecía caerle muy bien.
En apoyo a la postura del presidente Borrero salió el Concejo Municipal de Quito, el que declaró a los “autores de la inicua revolución” como “enemigos de la religión, de la autoridad, de la familia, de la propiedad, del hombre y de Dios”. Las matronas quiteñas también publicaron una grave protesta “con todo el ardor de nuestros corazones contra ese rebelión amenazadora y alarmante, y para ofrecer al Supremo Gobierno los votos y fervientes oraciones que, humilladas al pie de nuestros altares, elevaremos al Dios de los Ejércitos”.
Pero ni con los superpoderes de las matronas se pudo conjurar la revolución en marcha desde el 8 de septiembre. Se sucedieron los pronunciamientos y esta revolución originada en Guayaquil se hizo fuerte en la región litoral, mientras que fue resistida en las provincias serranas. El 14 de diciembre, en Galte y en Los Molinos, ocurrieron sendas batallas, que se saldaron con el triunfo revolucionario.
Antes de concluir el año 1876, el 24 de diciembre, Ignacio Veintemilla y parte de su ejército entraron en Quito. Borrero perdió la disputa y Veintemilla ordenó que se lo reduzca a prisión.
Con el tiempo, el quiteño Veintemilla abandonó la causa liberal y se declaró dictador. Cayó en julio de 1883.
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