24 de febrero de 2015

Registros de Bangkok (una distopía roldosista)

El verdadero nombre de Bangkok es “ciudad de los ángeles”, por lo que se podría parafrasear al personaje de Sam Elliot en su discurso de apertura de The big Lebowski y decir “They call Bangkok the City of Angels, but I didn’t find it to be that exactly”. Bangkok, de hecho, no es tanto angelical como roldosista: la impresión que me provocó esta ciudad es que sería lo que Guayaquil si ésta hubiera crecido de forma desmesurada (Bangkok tiene 8.5 millones de habitantes; su área metropolitana alcanza los 14 millones) y de una manera tan caótica y desorganizada como la Guayaquil de los tiempos de Bucaram.

Unos registros gráficos random acompañan esta idea:


El medio de transporte por excelencia: el tuk tuk. Los hay en Bangkok como grillos en el invierno guayaquileño. Para su conductor, podría ser una variante del Mach 5.


La religión más difundida en Tailandia es la del gordo fumanchú, representado aquí en una estatua gigante (una de las más grandes del mundo mundial, según dicen). 


La bebida de rigor en el calor de Bangkok es la cerveza Singha. Tan aguachenta como la Pilsener.


Una típica vista de las calles ocupadas por tuk tuks y lugares de venta de comida dudosamente higiénica. (Y como suele suceder, exquisita).


Colgate, según cuentan.


La Comandanta Chávez, de lejitos.



La Comandanta Chávez es la esposa del Rey Rama IX, un fulano que parece ser la vejez del asambleísta Luis Fernando Torres (aquí posando detrás de unos cables que son el paisaje urbano más recurrente de Bangkok). Por cierto, si ustedes creen que Correa tiene mucha iconografía suya en las calles, es simplemente porque no han estado en Bangkok. La comandanta y Rama IX lo llevan a otro nivel.


Un intento de ciclovía que el olvido y la erosión conocen. Las bicicletas, no.


El monumento a la democracia tiene tanques de guerra. Cosa para propicia en un país gobernado por una dictadura militar.


La adaptación cultural de Ronald, el payaso diabólico.


Un lugar de comida instalado en plena parada de bus. Orden, ante todo.

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Las calles y las veredas tomadas por el desorden y los comerciantes, los cables expuestos (a la manera del viejo IETEL), la suciedad generalizada, el tráfico sin fin: tales son mis primeros recuerdos del centro de Guayaquil. Bangkok fue un salto de 30 años en el tiempo que enlazó a una ciudad con la otra en mi memoria: un paseo de seis días al caluroso caos que conocí de niño. El escenario de un disfrute bizarro.

Bangkok se escribe con la B de Bucaram: una distopía roldosista, hecha realidad.

14 de febrero de 2015

Notas sobre el programa de John Oliver

Como muchos en el mundo, conocí el programa de John Oliver por su memorable diatriba contra la FIFA. Ese trabajo se difundió el 8 de junio del 2014, a escasos días (cuatro, para ser preciso) del inicio del mundial de Brasil, durante la emisión del sexto episodio de la primera temporada de su programa Last week tonight with John Oliver, transmitido por HBO.

Poco tiempo después, en clases de mi maestría, estudiamos las restricciones a la venta y posesión de armas implementada en Australia durante el gobierno del primer ministro John Howard (quien gobernó Australia desde 1996 durante 11 años, por cuatro períodos consecutivos) por contraste a la imposibilidad del presidente Barack Obama para aplicar similares restricciones en los Estados Unidos de América. (La comparación entre lo sucedido en los Estados Unidos de América y en Australia motivó este artículo de mi autoría). En clases, analizamos la pieza periodística que John Oliver realizó sobre este tema (titulada ‘Australia’s gun control’s aftermath’ [Repercusiones del control de armas en Australia]) cuando se desempeñaba como reportero del programa The daily show, conducido por Jon Stewart. Es un trabajo de investigación extraordinario, incisivo y gracioso, que obtuvo incluso un premio Emmy. Se presentó en tres partes (las tres se las encuentra en el enlace anterior) y es altamente recomendable.

El año pasado, John Oliver se independizó de The daily show, e inició su propio programa Last week tonight with John Oliver en abril. La primera temporada tuvo 24 episodios; la segunda, en cuyo primer y hasta ahora único episodio ha sido figura estelar el presidente Correa, tiene planeados 35. En los 25 episodios que hasta ahora se han difundido, el programa de John Oliver se ha ocupado, por diversas razones, de la situación de muchos países del mundo mundial, entre otros, Australia (por Tony Abbott), Argentina (por el tuit de Cristina Fernández), Brasil (por las elecciones), Hungría (por el impuesto al Internet), India (por las elecciones), Nueva Zelanda (por el referéndum sobre el cambio de su bandera), Singapur (por los problemas con las apuestas), Suecia (por la caza de un submarino ruso), Tailandia (por la hipersensibilidad de su monarquía), Uganda (por las leyes represivas de la homosexualidad)… Son países de todos los continentes habitados, a los que de manera reciente se sumó Ecuador, gracias a la so-called taint-sensibility del presidente Rafael Correa. Por cierto, Correa es una más de las altas autoridades políticas que han merecido la atención del programa de Oliver. Se une a un selecto grupo conformado por el presidente indio Narendra Modi, la canciller alemana Angela Merkel, el primer ministro australiano Tony Abbott, el presidente francés François Hollande, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, la reina Beatriz de Holanda, el presidente zimbabuense Robert Mugabe, el emir Sabah Al-Sabah de Kuwait, el príncipe Enrique de Dinamarca, el presidente ruso Vladimir Putin, el sultán Hassanal Bolkiah de Brunéi… Entre otros tantos que no son políticos, desde Jérôme Valcke, secretario general de la FIFA (en el segmento Fuck that guyhasta la filósofa de los ‘selfish assholes’ Ayn Rand (en el segmento How is she still a thing?).

A manera de muestra de la calidad del trabajo de John Oliver, pongo a consideración mi top 5 de su programa:  

5) Su retrato de Tony “dumb, dumb” Abbott. Hilarante. Juzguen por ustedes mismos el personaje que Abbott es:


4) Su burla a la reina de Reino Unido, etc., cuando visitó el set de Game of Thrones. La llamó “una reina con poderes falsos, visitando un reino falso, el que probablemente tiene un mayor impacto en la vida de su país que el que ella misma tiene”. Parece, después de todo, que Oliver y Correa comparten un común desprecio por las monarquías:


3) Su ataque a la desigualdad de ingresos en los Estados Unidos de América y al optimismo que se dispara al pie:


2) Su crítica del sistema penitenciario de los Estados Unidos de América. El humor y la investigación profunda, unidos de manera inteligente para formular un contundente alegato en contra de un sistema injusto. Extraordinario (feat. a sort of Sesame Street puppets):


1) Su diatriba contra esa organización mafiosa llamada FIFA. El video que me introdujo a Last week with tonight with John Oliver y el (hasta ahora) más visto de todo su trabajo, con cerca de 10 millones de visitas en YouTube:


P.S.- Por cierto que en comparación con el trato que le ha dispensado a otros líderes, Oliver lo trató bastante bien a Correa: le da incluso un estatus de posible líder mundial. Por contraste y como se puede apreciar en el video, al primer ministro australiano Tony Abbott lo retrata como un perfecto idiota (aunque, a decir verdad, Abbott tampoco es que se ayuda).

11 de febrero de 2015

Correa en Vietnam

Este es el precio que tienes que pagar por no entender las reglas del juego en Twitter:


El comediante inglés John Oliver se ha burlado del presidente Rafael Correa en la primera emisión de la segunda temporada de su programa Last week tonight with John Oliver. La razón de su burla es porque Correa ha emprendido una batalla contra las opiniones ofensivas hacia su gobierno en las redes sociales. En mi opinión, Oliver tiene razón.

Pero antes de señalar el porqué considero que John Oliver tiene razón, creo necesario analizar dos cosas. Primero, la defensa que se ha hecho de Rafael Correa por la opinión que Oliver emitió sobre él. Segundo, el contexto de la red social Twitter en el Ecuador.

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Sobre lo primero, la defensa más desafortunada de Rafael Correa ha sido la que él mismo ha ensayado. En respuesta a John Oliver, Correa publicó el siguiente tuit:


Esta es una respuesta pésima, por la sencilla razón de que alguien debería referirle a Correa de la nacionalidad de Charles Chaplin, Peter Sellers y Ricky Gervais, o facilitarle un DVD con el Life of Bryan de Monty Python. Además que, sobra decirlo, una respuesta a partir de generalizar sobre los "comediantes ingleses" es, de por sí, inapropiada.

Una defensa más razonable que la ensayada por el presidente la ha hecho una canadiense, de nombre Shannon Rohan. En una carta abierta a John Oliver, ha expuesto con mucho respeto la razón de su disenso con Oliver. El núcleo de su argumento es que Correa es un líder que se toma “su trabajo personalmente”: por lo tanto, así como ordena resolver cosas en sus interacciones en Twitter (por ejemplo, con el muy conocido, [institución pública X]: favor atender) también se toma personalmente las ofensas que se le puedan hacer a través de ese medio. El problema con este argumento es que es un falso dilema: una cosa no implica necesariamente a la otra. Es perfectamente posible que el presidente Correa se tome en serio sus compromisos y su rol como presidente de la república, al tiempo que ignore a quienes intentan ofenderlo.

Una tercera línea de defensa se ha ensayado en la red social Twitter con el hashtag #JohnYouAreInvited, a través del cual se han difundido obras y servicios que el gobierno de Rafael Correa ha implementado en el Ecuador. A diferencia de las anteriores, ésta es una manera inteligente de enfocar el debate en lo positivo que el gobierno de Correa ha hecho por el país en materia de obras y de servicios (que es, en definitiva, para lo que se elige a un gobierno).

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Sobre lo segundo, según un estudio divulgado por el Wall Street Journal y citado en la prensa nacional, un 44% de usuarios de Twitter jamás ha tuiteado y tan solo un 13% ha enviado más de 100 tuits. De aquellos usuarios que sí son activos, muchos no se muestran interesados por cuestiones de índole política. El número de tuiteros que de manera activa se ocupa de temas políticos es, en realidad, muy menor en comparación al número total de usuarios de esta red social en el país. Y es, en mi opinión, un grupo bastante auto-referencial. El caso de los tuiteros que se convocaron a una marcha para protestar por el caso de la narcovalija fue, en este sentido, muy elocuente: del entusiasmo inicial que hubo en la red social, al final se presentaron tan solo unas cincuenta personas. ¿Los efectos prácticos de dicha marcha? Pues además de demostrar la pobreza de su convocatoria, ninguno en particular.

Hace tiempo que me salí de Twitter y considero que ha sido una decisión muy acertada. En unas pocas ocasiones me he metido para revisar opiniones sobre temas específicos (no es necesario tener una cuenta para ello) y lo que por lo general he encontrado son razones para confirmar la opinión del escritor colombiano Fernando Vallejo sobre esa red social: “una red de alcantarillas donde la chusma paridora y vándala excreta sus insultos”. Vallejo exagera, pero no está desencaminado: al menos en materia de debate político, lo que suele existir (con excepciones, por supuesto) es un maniqueísmo ramplón de buenos y malos, sin espacio para matices, donde quien no está alineado en el bando de uno se merece por ello agravios y descalificaciones. Y la inteligencia, como supo bien advertirlo Nietzsche, está en los matices. Es muy difícil encontrarlos expresados en 140 caracteres.

Hace mucho tiempo la experiencia me enseñó, a través de este blog principalmente, que hay gente que es simplemente inmune a todo razonamiento. Cuando lo abrí, pensé ingenuamente en publicar y en responder todos los comentarios que me hicieran, por ofensivos que estos fueran. Y actúe en consecuencia, solo para darme cuenta con el paso del tiempo que estaba en un error. En muchos casos, yo me esforzaba en razonar pero el otro, aquel “inmune a todo razonamiento”, solo quería ofender. A esos, se los conoce como “trolls”. Los hay por montones en Twitter (hace escasos días, el CEO de Twitter admitió “vergüenza” por su fracaso para erradicarlos de dicha plataforma) y su único propósito es hacer daño (sea amparados en un supuesto sentido del humor, o totalmente carentes de él). Es esa su personal victoria. Si son psicópatas o son pagados por intereses políticos, eso no es lo relevante. Lo relevante es que hacerles frente es, en cualquier caso, empezar a perder.

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En esencia, creo que John Oliver tiene razón, porque iniciar una “batalla” contra los tuiteros es inútil y desgastante. Como él lo dice, ganar en Twitter “es imposible”. Las reglas del juego son claras: puedes abrir una cuenta de manera que tu identidad no sea descubierta y tienes una amplia libertad para decir casi cualquier cosa en la medida en que cumplas con el requisito de utilizar 140 caracteres. Cuando digo “casi” es porque ciertas cosas no deben ser toleradas. Una amenaza de muerte es uno de esos casos. Hace poco un fulano amenazó de muerte al presidente Obama a través del Twitter: ahora cumple seis meses de prisión. Otro ejemplo es la apología del terrorismo. Por estos días, en España se detuvo a 19 personas por dicha causa en razón de sus opiniones vertidas en Twitter y en Facebook. Pero de estas personas no se debe ocupar la máxima autoridad de un Estado: se deben encargar sus organismos de seguridad y de justicia, como sucedió en los Estados Unidos de América y en España.

Considero, además, que se puede utilizar de una mejor manera las redes sociales. Como lo ha sugerido un experto en este tema como Christian Espinoza, la iniciativa de la página Somos Más se podría transformar “en una página de desmentidos de rumores, alertar de falsificación de cuentas, bulos, oaxes que circulan como ciertos, cómo defenderte de amenazas que te hagan en redes, destinadas a educar a la población, a verificar información, tips para no caer en trampas de este tipo”. O también, se podría continuar con iniciativas análogas a la impulsada con #JohnYouAreInvited, propuestas con tono positivo.

Pero el que un gobierno se ponga a desenmascarar a particulares que lo “ofenden” no es solo inútil sino contraproducente (valga aquí como ejemplo el que a CrudoEcuador le crecieron por miles los seguidores inmediatamente después de que el presidente Correa lo hizo famoso en una sabatina: esto se conoce como el “efecto Streisand”). Por mucho poder que tenga un Estado, tal vez logre “acabar” con algunos tuiteros pero siempre habrán muchos más. Escondidos en su anonimato (alcantarillas, las llamó Vallejo) y con el propósito de desgastar la imagen del presidente y de su gobierno, cada respuesta que Correa les formule, solo los alimenta a ellos al tiempo que lo perjudica a él. Porque no necesitan siquiera tener la razón: les basta, en el mejor de los casos, con hacer notar que el otro no la tiene; en el peor de ellos, en procurar que la pierda, a través del sencillo expediente del agravio y la descalificación. Y podrán pasar muchos años, y un grupo con poder (el poder de un Estado) encabezado por el presidente Correa y su equipo de comunicación, seguirá perdiendo y desgastándose, en una batalla sin sentido porque nunca lo tuvo desde su mismo principio.

¿Vietnam, anyone?