El verdadero nombre de Bangkok es “ciudad de los ángeles”, por lo que se podría parafrasear al personaje de Sam Elliot
en su discurso de apertura de The
big Lebowski y decir “They call
Bangkok the City of Angels, but I didn’t find it to be that exactly”. Bangkok,
de hecho, no es tanto angelical como roldosista: la impresión que me provocó
esta ciudad es que sería lo que Guayaquil si ésta hubiera crecido de forma
desmesurada (Bangkok tiene 8.5 millones de habitantes; su área metropolitana alcanza
los 14 millones) y de una manera tan caótica y desorganizada como la Guayaquil
de los tiempos de Bucaram.
Unos registros gráficos random acompañan esta idea:
El medio de transporte por excelencia: el tuk tuk. Los hay en Bangkok como grillos en el invierno guayaquileño. Para su conductor, podría ser una variante del Mach 5.
La religión más difundida en Tailandia es la del
gordo fumanchú, representado aquí en una estatua gigante (una de las más grandes del mundo mundial, según dicen).
La bebida de rigor en el calor de Bangkok es la cerveza Singha. Tan aguachenta como la Pilsener.
Una típica vista de las calles ocupadas por tuk tuks y lugares de venta de comida dudosamente higiénica. (Y como suele suceder,
exquisita).
Colgate, según cuentan.
La Comandanta Chávez, de lejitos.
La Comandanta Chávez es la esposa del Rey Rama IX,
un fulano que parece ser la vejez del asambleísta Luis Fernando Torres (aquí
posando detrás de unos cables que son el paisaje urbano más recurrente de
Bangkok). Por cierto, si ustedes creen que Correa tiene mucha iconografía suya
en las calles, es simplemente porque no han estado en Bangkok. La comandanta y
Rama IX lo llevan a otro nivel.
Un intento de ciclovía que el olvido y la erosión conocen.
Las bicicletas, no.
El monumento a la democracia tiene tanques de
guerra. Cosa para propicia en un país gobernado por una dictadura militar.
La adaptación cultural de Ronald, el payaso
diabólico.
Un lugar de comida instalado en plena parada de bus. Orden, ante todo.
*
Las calles y las veredas tomadas por el desorden y
los comerciantes, los cables expuestos (a la manera del viejo IETEL), la suciedad
generalizada, el tráfico sin fin: tales son mis primeros recuerdos del centro
de Guayaquil. Bangkok fue un salto de 30 años en el tiempo que enlazó a una
ciudad con la otra en mi memoria: un paseo de seis días al caluroso caos que
conocí de niño. El escenario de un disfrute bizarro.
Bangkok se escribe con la B de Bucaram: una
distopía roldosista, hecha realidad.