En una columna que publicó
en diario El comercio con ocasión del bicentenario del 2 de agosto de 1810,
Jorge Salvador Lara (el historiador por excelencia de la derecha serrana conservadora) repitió
la sospecha frecuente sobre la masacre que esa fecha conmemora:
el que las autoridades españolas “al parecer planearon eliminarles” (1).
Esta sospecha, sin
embargo, la ha rebatido un historiador informado como Aguirre Abad (1808-1882). En su ‘Bosquejo
histórico de la República del Ecuador’, Aguirre subraya la injusticia de atribuirle este crimen atroz a
los españoles (“No por esto debe creerse, que en las matanzas del 2 de Agosto
tuvo el Gobierno directa ni indirectamente la menor parte, como lo han
pretendido algunos escritores patriotas, que dominados por el espíritu de
partido no siempre han sido justos con los españoles”) y señala un culpable
concreto de la masacre del 2 de agosto:
“Rescatado
de este modo el cuartel de los limeños, entró el oficial Galud, y el primer
objeto que se le presentó a la vista fue el cadáver de su padre muerto por los
patriotas en el momento en que trató de rechazarlos. Este espectáculo excitó,
como era natural, en el joven Galud la indignación, a tal punto, que ciego de
furia dio la orden de matar a los presos, que se ejecutó inmediatamente.
Aquello fue una carnicería horrible hecha a hombres indefensos, encadenados
todavía muchos de ellos” (2).
Aguirre Abad exaltó el
significado de esta fecha para la historia: “Salinas, Morales, Quiroga, Arenas,
el presbítero Riofrío, Dn. Juan Vinueza, Dn. Juan Larrea, Guerrero, Dn. Manuel
Cajiao, Dn. Mariano Villalobos, Dn. Anastacio Olea, Dn. Vicente Melo, un tal
Tobar y una esclava de Quiroga fueron las primeras víctimas que con su sangre
pusieron los cimientos de la Independencia de Sur América” (3). Pero se preocupó de señalar que sus muertes no fueron un designio
de las autoridades españolas que todavía dominaban esta región del extremo
Occidente, sino obra de un oficial menor, ofuscado por la muerte de su padre
(muerto en la refriega que intentó liberar a los presos luego masacrados), con
la voz de mando suficiente para poner en marcha una reacción desproporcionada y
sangrienta (4).
(1)
Jorge Salvador Lara, ‘2 de agosto de 1810’, Diario El comercio, 2 de agosto de
2010. Nótese cómo los serranos, ni cuando historiadores, se salvan del leísmo. El “eliminarles” hace referencia al supuesto plan español de darle chicharrón a los presos políticos, los mismos que ese día se buscó (sin éxito) liberar. Sobre Salvador, v. 'Jorge Salvador Lara (Naipe Centralista)', Xavier
Flores Aguirre, 24 de julio de 2016.
(2)
Aguirre Abad, Francisco Xavier 1972, Bosquejo
histórico de la República del Ecuador, Corporación de Estudios y
Publicaciones, Guayaquil, pp. 160-163.
(3)
Ibíd., p. 161.
(4) El
2 de agosto se dio una sublevación fallida para rescatar a quienes estaban presos por
razones políticas de su presidio (del “cuartel de los limeños”, que estaba
situado “en el antiguo edifico de los jesuitas que hacía esquina a la Plaza
Mayor, y daba frente por un costado al Palacio del Presidente”) cuyo fracaso se
debió “a la mala combinación de los que la prepararon, pues no se atacó el
cuartel de los santafereños como se había convenido, ni los pelotones del
pueblo llegaron a tiempo, como tampoco llegaron las partidas que de los campos
vecinos se dirigían a la ciudad y que se retiraron cuando, supieron el mal
resultado de la revolución”: Ibíd., pp. 160, 163. Una acción mal hecha, con una
reacción peor.
Un enfoque diferente a nuestra historia. Que más desconocemos.
ResponderEliminarUn enfoque diferente de nuestra historia, que más harán tergiversado
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