Ecuador comparte con los
otros países de América latina el conformar una región muy desigual. En parte,
porque en América latina sus élites económicas pagan unos impuestos bajísimos.
¿Cómo llegamos a esta
situación? Respuesta corta: Así empezamos, así nació el Estado impuesto por la
conquista. Por esa conquista fue que unos inmigrantes de allende el Océano
sometieron a los aborígenes americanos. (Es decir, los nuevos europeos contra
los viejos asiáticos que llevaban miles de años por acá.) Por su superioridad
tecnológica, los europeos vencieron. Arrasaron con las instituciones y las ciudades
de sus conquistados, les impusieron su religión de Cristoloco y sus leyes,
los explotaron. En esta porción lejana de los dominios americanos de un reino
europeo, a inicios del siglo XVI se creó una administración racial, con unas
pocas familias en la cúspide (los nacidos en España, o sus descendientes
directos) y con miles de ellas que, por cuestión de su raza, estaban sometidas
a tratamientos injustos y humillantes. Los perdedores de la conquista, los
explotados.
Así, la administración
española en América se dividió en dos repúblicas: la “República de los
Blancos” y la “República de los Indios”.
Cuando se hizo la
independencia, no se la hizo por una idea de Patria, se la hizo por una idea de
grupo: en beneficio de la porción de blancos americanos con derecho a la
participación política (los de la “República de los Blancos”). Si ellos habían
gobernado siempre, ¿a cuenta de qué iban a dejar de hacerlo? La independencia,
en todo caso, representó una oportunidad para acumular poder, por la exclusión
de los españoles del gobierno, pero dentro de una estructura política racial
heredada del gobierno español. Cero innovación.
En rigor, la “revolución”
de la independencia fue un triunfo conservador. Los que siempre habían
participado en el poder, lucharon para tenerlo todo para sí. Y lo obtuvieron, pero
su lucha no benefició a casi nadie como no sea a ellos mismos. Y el resto que
se joda, que los folle un pez.
La República del Ecuador
fue un ejemplo de ese conservadurismo. Cuando la dejaron a la élite
política ecuatoriana organizarse de una manera independiente tras la
desmembración de la República de Colombia, el Ecuador adoptó una Constitución
que entró en vigor un día como hoy hace 188 años, el 23 de septiembre de 1830. En
esta primera Constitución, la élite política ecuatoriana impuso un sistema electoral
censitario, por el que una minoría tenía derecho a participar de las elecciones
y un grupúsculo podía legítimamente aspirar a las altas esferas del poder. En
todo caso, los nombres de los actores principales de la política fueron casi
los mismos cuando fuimos parte de una Monarquía y cuando pasamos a ser una
República (o parte de otra, como cuando colombianos), con la salvedad de los
funcionarios españoles que se volvieron a la Península. En ese sentido, la
República independiente sancionada con la Constitución del 23 de septiembre de
1830, en cuanto a sistema electoral y composición de la administración pública
se refiere, fue un triunfo racial.
Más torta para los blancos americanos.
Así, la independencia del
Reino de España no fue un movimiento de liberación colectiva, fue un movimiento
para asegurar los privilegios de las élites locales. Y esa ha sido su política
desde entonces, en un Estado casi siempre capturado por ellas: como son los herederos
de una situación de desigualdad y explotación, la han perpetuado con el diseño de
una carga impositiva que demuestra que la situación ha cambiado de forma, pero
no de sustancia. Ya la Constitución de 1830 sancionó la condición de República desigual
con unas elecciones censitarias, donde era la posesión de riqueza la que
permitía la participación política: el saldo fue que en elecciones participaba
entre el 3% y 4% de la población.
En todo esto hay una
constante: desde que se organizó la administración pública en los tiempos de la
conquista, los que menos tienen son los que más pagan, usualmente por padecer un
Estado ineficiente y obeso, que más los maltrata que los favorece. La misma
queja puede escucharse hoy, que se la escuchaba ya cuando éramos parte de la
Monarquía Católica.
El origen de nuestra
desigualdad está en ese país racial heredado de una lejana conquista de un
reino europeo, que apenas ha moderado sus formas. Y cuya independencia de ese
reino europeo, lejos de desafiarla, la confirmó con creces.
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