Cuando los sucesos del 10
de agosto de 1809, la Suprema Junta de Quito buscó el apoyo de una nación
extranjera para sostener sus aspiraciones de autonomía. La elegida fue Gran
Bretaña porque era una aliada natural, por ser una nación opositora de los
franceses, y porque tenía una armada de muchos barcos que surcaban los mares
del mundo.
Primero lo primero: la
revolución del 10 de agosto de 1809 no fue hecha contra España: fue hecha por
España, o mejor dicho, por la
administración borbónica del Reino de España, a imitación de lo que había hecho
la Junta de Asturias. Es decir, se hizo contra la ocupación de las tropas del
emperador Napoleón del territorio peninsular español, en definitiva, una acción
contra los franceses, por lo menos en
sus formas. Porque fue una acción realmente
contra las administraciones
virreinales de Lima y de Santafé. Fue la oportunidad histórica de Quito para sobreponerse
a siglos de subordinación administrativa y aspirar a una mayor autonomía dentro del régimen administrativo
español y recuperar algunos de los territorios perdidos en los años recientes
(así como ampliarse a otros). Una movida ambiciosa.
Quito tomó esta
oportunidad, pero su plan fracasó miserablemente. Como se ha demostrado en el
artículo ‘Revolución y diplomacia: el
caso de la primera Junta de Quito (1809)’, las noticias del 10 de agosto en
las provincias vecinas “lejos de desencadenar un movimiento continental,
provocaron la alerta de las autoridades, que extremaron las medidas de
vigilancia. En Lima y Santafé, virreyes y oidores no sólo frustraron cualquier
ímpetu subversivo, sino que además dirigieron la máquina guerrera que puso fin
a la Junta Suprema de Quito”*.
En el camino, sin embargo,
la movida del 10 de agosto dejó para la historia un desesperado oficio del
Presidente de la Suprema Junta de Quito, el Marqués de Selva Alegre, dirigido
al “capitán de cualquier buque inglés”. Allí se puede leer lo siguiente:
“Enemigos
eternos del infame devastador de la Europa, Bonaparte, hemos resuelto resistir
hasta la muerte á su tiranía, como lo ha hecho la gloriosa e incomparable
nación inglesa. En su virtud el pueblo de este Reino ha separado del mando de
él a los españoles que lo regían, sospechados de secuaces declarados de aquel
monstruo, y ha creado una Junta Suprema Gubernativa.
Por tanto,
yo como su presidente y a nombre de la misma, pido a usted armas y municiones
de guerra que necesitamos, principalmente fusiles y sables. Sírvase usted
traernos a cualquiera de los puertos de Atacames o Tola, dos mil fusiles, con
sus bayonetas y dos mil sables de munición, pues serán satisfechos a los
precios corrientes.
Apetece
íntimamente esta Suprema Junta la más estrecha unión y alianza con su inmortal
nación y la franquicia de nuestro comercio con ella. Sírvase usted
proporcionarnos estas ventajas, poniendo nuestra intención y deseos en noticia
de los comandantes de sus islas del sur, a quienes suplicamos se dignen pasar
la misma al gabinete de San James y al augusto Monarca de los Mares”**.
Era un intento realmente desesperado
del Presidente de la Suprema Junta de Quito: de las montañas debía bajar un
enviado de la Suprema Junta para llegar a un puerto de mar a buscar un buque
de bandera inglesa, ponerse en contacto con su capitán, lograr que ese capitán
se interese por la causa expuesta y decida entonces transmitirlo a un
comandante, el que también tendría que interesarse en ella para que, recién
entonces, se la pueda hacer de interés a las autoridades en Londres, que son
las que en definitiva podrían intervenir a favor de las autoridades de Quito.
Del oficio firmado en Quito por Merry
Jungle hasta el escritorio de un funcionario londinense había un camino
demasiado azaroso, que incluía un improbable buque, e improbables voluntades.
Era un camino muy difícil de recorrer para “un gobierno frágil, inestable y
acosado por la guerra”***, como era
el de Quito por esos días.
Por supuesto, valió
intentarlo, aunque fuera únicamente para que la efímera Junta Suprema de Quito
coseche otro estrepitoso fracaso. Las tropas de Popayán impidieron que el enviado
de la Suprema Junta llegue siquiera a buscar a los buques de bandera inglesa,
pues tomaron los puertos y sus alrededores antes de su llegada (el 18 de
septiembre, cuatro días después de firmado el documento). El oficio del Marqués
de Selva Alegre nunca conoció el mar.
Esta es la historia del
primer intento de Quito de confraternizar con una nación extranjera. Y es digno
de un guion de Monty Python.
*
Gutiérrez Ardila, Daniel, ‘Revolución y diplomacia: el caso de la primera Junta de Quito (1809)’, p. 362.
** Ibíd.,
p. 363.
*** Ibíd.,
p. 363.
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