23 de mayo de 2019

La cuenta larga y dos preguntas


Hay un nivel de análisis político de los acontecimientos que corresponde a la coyuntura. Por ejemplo, el análisis del Embajador Bloomfield previo a la celebración del referéndum del 15 de enero de 1.978 es un excelente ejemplo de este tipo de análisis, del trabajo de las fuerzas anti-democráticas que le impidieron a Assad Bucaram ser Presidente del Ecuador.

Un análisis de cuenta larga supone abarcar una época. Pongamos por caso, el período de la “vuelta a la democracia”, iniciado en 1.979, con la elección del joven abogado Jaime Roldós del partido Concentración de Fuerzas Populares (CFP), sobrino político del viejo Bucaram. Entre 1.979 y 2.019, esta época abarca ya 40 años. Y ha habido en ella tres grandes fuerzas políticas.

La primera, el CFP, la fuerza dominante en las elecciones de 1.979: tenía al Presidente de la República para el período 1.979-1.984 (en esa época duraban cinco años) y contaba con el bloque mayoritario en la Cámara Nacional de Representantes (tal era su nombre: luego, “Congreso Nacional”, actualmente, “Asamblea Nacional”). Su fortuna en este nuevo período duró poco: a fines de 1.981, estaban muertos el Presidente Jaime Roldós y el líder del partido, Assad Bucaram, de un supuesto accidente de aviación y de un fulminante infarto, respectivamente. Sin ellos, el CFP quedó fuera de juego. Y se creó un vacío de poder.

La segunda fuerza política dominante, el PSC, emergió en reemplazo del CFP. Tras un breve e insustancial interregno del bobo de Oswaldo Hurtado (1.981-1.984), asumió la Presidencia de la República el ingeniero León Febres-Cordero (1.984-1.988), pero su control de los negocios de Estado trascendió su estricto período de Gobierno. Quien mejor lo puede describir es uno de los amigos de la Casa de Bálsamos, el Cónsul de los Estados Unidos de América en Guayaquil, Kevin Herbert, que lo hizo en un cable a su Gobierno, del año 2005: “Él parece contento de gobernar en las sombras, usando su presión en las instituciones de gobierno (Congreso, Justicia, paraestatales) para influir en las políticas”. Febres-Cordero manejó este país de manera vertical, visceral y a las puteadas por más de dos decenios. El país llegó a un hastío: en ese período tres presidentes elegidos por voluntad popular (Bucaram, Mahuad y Gutiérrez) no concluyeron su período. La CIDH, en un informe de ese mismo año 2005 sobre la situación política del Ecuador, fue lapidaria:

“[L]a Comisión reitera que la crisis coyuntural que se vivió durante el último año en Ecuador [2005], refleja problemas estructurales de mucho mayor alcance que no logran ser resueltos por la grave inestabilidad política que afecta al país y la incapacidad de sus clases dirigentes de formar consensos amplios y perdurables que permitan identificar e implementar políticas públicas inclusivas necesarias para el respeto y goce efectivo de todos los derechos humanos…”.

La Comisión IDH no omitió su criterio sobre el efecto que tiene en la población estos “problemas estructurales” y  la “grave inestabilidad política” que impide solucionarlos:

“La Comisión no puede dejar de señalar, que la población ecuatoriana tiene un alto nivel de escepticismo con respecto a las instituciones democráticas, a la dirigencia política y a la capacidad de los órganos estatales para tutelar los derechos humanos”

Es decir, la población estaba hastiada y fue de ese hastío que surgió la tercera fuerza política dominante del período, el economista Rafael Correa (2.007-2.017) y su movimiento Alianza País. Correa pateó el tablero político (con un Febres-Cordero menguante) y tuvo la fuerza suficiente para, en un par de años, establecer una nueva Constitución y crear una nueva institucionalidad. Sin embargo, se le subió el poder a la cabeza y se quedó un período de más. Pero a pesar de sus excesos y abusos, Correa hizo bien muchas cosas que otros no habían hecho, o que habían hecho mal (en el campo de la inversión social, principalmente). Está lejos de ser un cadáver político: aún en su ausencia, la política ecuatoriana sigue girando alrededor suyo. Sus seguidores mantienen la ilusión de su regreso, sus detractores le tienen un miedo-pánico (sazonado de un odio multi-causal, que a más regionalista, más intenso).

Ahora, este período que vivimos desde la caída de Correa, al que denominaré “Período Moreno-Nebot”… ¿es el punto de partida para una nueva época de dominio socialcristiano, o son los últimos estertores de una vieja ilusión? Me explico.

La vez pasada (principios de los ochenta) cuando un serrano bobo ocupó el poder, vino el guayaco sabido, se lo quitó y se encaramó en él por más de dos decenios. Ese podría ser el caso ahora: el serrano bobo (Lenin Moreno) está en el poder, el guayaco socialcristiano y sabido (antes LFC, ahora Nebot) está a las puertas de quitarle el poder y encaramarse en él… ¿Por cuánto tiempo?

He aquí la diferencia: Febres-Cordero se trepó en el poder con 53 años, mientras que Nebot lo haría con 73 años (si lo hace este 2.019). Son los 20 años que gozó Febres-Cordero, con los que Nebot no cuenta: si llega al poder (no dudo que esa sea su personal ambición), su paso sería breve e insustancial. Breve, pues por edad no podrá gobernar mucho tiempo; e insustancial, porque sin esa perspectiva, su llegada es mucho más la coronación de una vida política bien jugada (el triunfo final de un capo), que una apuesta por el bien común. Las consecuencias del reparto de la institucionalidad en lo que he denominado el “modelo empresarial de desarrollo” de la Alcaldía socialcristiana, tendría unas consecuencias nefastas si se lo pone en práctica a nivel nacional, y sin duda, activaría de inmediato el tradicional “péndulo” en nuestra política. En este análisis de cuenta larga, el “Período Moreno-Nebot” sería apenas un episodio compuesto de Moreno (el serrano “izquierdista” bobo y traidor) y de Nebot (el guayaco derechista y sabido), en el que Moreno juega el rol de la parte desechable y Nebot es el triunfador.

Este “Período Moreno-Nebot” se podría dar por las horas bajas de la fuerza dominante del período: Rafael Correa. De llegar a darse el Gobierno de Nebot, este político guayaco habrá alcanzado su vieja ilusión, pero ya en el ocaso de su carrera y a costa de permitir un escenario político posterior en el que Correa recuperaría mucha fuerza y en el que no dudo que se adaptarían las circunstancias para su regreso. Quedan así dos preguntas, atadas una a la otra:

1) ¿Cuánto tiempo podría durarle a Nebot el dominio político del Ecuador?
2) ¿Cuándo vuelve Correa?

N.B: En cualquiera de estas tres etapas de dominación política, el juego de la política nacional es obra de guayacos: lo fueron los finados Bucaram, Roldós y Febres-Cordero; lo son Correa y Nebot.

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