El 25 de febrero de 1851, 170 años hache, el Ecuador era un ente bisoño de
apenas 20 años, pero que había tenido una vida muy difícil. En sus primeros 15
años había soportado la dominación militar grancolombiana hasta que se expulsó
al general caribeño Juan José Flores, en el que fue el primer golpe de Estado
exitoso de nuestra historia política (AKA ‘la revolución marcista’). Luego vino
un régimen completo, el del zambo guayaquileño Vicente Ramón Roca, entre 1845 y
1849, pero por no haber un acuerdo en el Congreso para designar a su sucesor,
ocurrió el primer ascenso de un Vicepresidente a la Presidencia, con la subida del
Vicepresidente de Roca, el quiteño Manuel de Ascázubi, un aniñado de aquellos. Pero
Ascázubi [v. ‘Guayaquil frente a Quito y el ‘síndrome de Ascázubi’] duró poco, porque a él le practicaron
el segundo golpe de Estado exitoso de nuestra historia. Lo capitalizó el
guayaquileño Diego Noboa, quien convocó a un Congreso para legitimar en derecho
el uso de la fuerza. Y ese 25 de febrero de 1851, 170 años de esto, el Congreso
nombró Presidente Constitucional de la República a Diego Noboa y aprobó la
quinta Constitución que iba a regir los destinos jajajajajajajajaja de
la Patria (1). Estado independiente
desde 1830, el Ecuador había tenido una vida muy difícil: es el hacherito sudamericano.
El Presidente Noboa duró poco. Él se pensó otra cosa (‘Hombre mediano, se creía grande sin tener para serlo ni malas ni buenas cualidades’, dijo de él Aguirre Abad, v. ‘El historiador se escribe’), pero era un peón de un ajedrez que otros estaban jugando. Fue un tonto útil, pues ese mismo año, el 17 de julio, se cumplió el tercer golpe de Estado exitoso de nuestra historia. Un extranjero, algo fabulador, lo cuenta así:
‘[E]l general Urbina envió un destacamento de cincuenta soldados a recibir a Noboa. Éste descendió tranquilamente a la orilla en una barca a remo, acompañado de algunos amigos. Una escolta de cuarenta hombres le seguía de cerca. Noboa se mostraba con plena confianza cuando el gobernador de Guayaquil le abordó y le dijo:
- Presidente, queda Ud. arrestado
- ¿A nombre de quién?
- A nombre del general Urbina, Jefe Supremo.
- Ah, ¡jamás lo habría pensado!
Noboa no pensó en ofrecer resistencia, inútil por lo demás. La escolta, por su parte, fraternizaba con el destacamento insurgente. La noche la pasó como prisionero, bajo los mismos arcos del triunfo que atravesó como primer magistrado de la república’ (2)
Urbina repitió entonces la fórmula que naturalizaba la inestabilidad: convocó a un Congreso, dictó una nueva Constitución (la sexta) y se eligió Presidente Constitucional (el quinto). Y así, el hacherito sudamericano siguió su camino. Le esperan aún muchas aventuras, que no quiere decir que sepa aprender de sus lecciones (3).
(1) Fun fact: el que tres de cuatro Presidentes hayan podido completar un período presidencial (V. Rocafuerte entre 1835 y 1839, J. J. Flores entre 1839 y 1843 y V. R. Roca entre 1845 y 1849) en esos 20 años es una verdadera rareza (v. ‘La ‘estabilidad política’ del Ecuador en sus 189 años’). Así es el hacherito, el hacherito es así.
(2) Holinski, Alexander, ‘Ecuador. Escenas de la vida en América del Sur’, Ediciones Abya Yala, Quito, 2016, pp. 57-58 [originalmente publicado en París, en 1861]. Para Holinski, Noboa era ‘hombre sin estatura política, uno de esos maniquíes que se coloca en el escaparate de la política para mover a gusto’ (p. 53).
(3) Parece que la droga le ha carcomido el cerebro, estupidizándolo de manera irremediable.