Sostengo que la ciudad de Guayaquil vive las horas
más bajas de su historia. La premisa fundamental para esta idea la he
desarrollado en mi artículo ‘Dworkin, Guayaquil, y asaltar el Tía’, que es un análisis en clave
guayaca del artículo de Ronald Dworkin Why Liberals Should Care About Equality? (¿Por qué debe importar a los
liberales la igualdad?). Mi artículo sobre Dworkin y asaltar el Tía lo concluí
con la siguiente reflexión:
‘¿(D)e
qué comunidad se les puede hablar a estos excluidos? Ellos, lo que realmente
quieren, es asaltar el Tía, y cuando tienen chance, pues lo hacen. Y Guayaquil,
que se joda.
Que
es exactamente lo que piensan los tipejos de las empresas constructoras,
mientras cuentan su billete, na’ más que a otra escala. Y es por esto, por esta
generalizada desidia de los pobres y de los ricos hacia la ciudad que habitan,
así como por la ausencia de pensamiento crítico en su clase media, que estamos
tan, pero tan mal. Y es por la sostenida estupidización que ha tenido lugar
aquí, que ni siquiera nos damos cuenta.
Salvo
los del Tía. Ellos sí que se dan cuenta’.
Ocurre que ahora no únicamente los del Tía se dan
cuenta de los violentos frutos del largo y sostenido proceso de casi 30 años de
exclusión social bajo el dominio socialcristiano. Este año 2021, lleno de
violencia y muertes en la cárcel de Guayaquil y en la ciudad entera, ha puesto
en evidencia que la exclusión social (es decir, la incapacidad de responder a
la pregunta ‘¿de qué comunidad se les
puede hablar a estos excluidos?’) ha producido una violencia en las calles que
no se experimentaba, por lo menos, desde los años noventa (1).
Así, el lado perverso del modelo socialcristiano es
la exclusión social que han producido sus políticas de crecimiento urbano (2). El de Guayaquil ha sido un
crecimiento no planificado, orientado al beneficio de las grandes empresas
constructoras (sector de donde emergió el Alcalde socialcristiano que lo fue
por 19 de los 29 años del dominio del PSC en la ciudad) y con un enfoque
diferenciado para la satisfacción de las necesidades básicas en los sectores de
clase media y en los sectores populares, donde (mal)viven la inmensa mayoría de
habitantes de la ciudad. Un informe de expertos de la Corporación Andina de Fomento,
que fue pedido el 2013 por la propia Alcaldía de Guayaquil, describió con
precisión el (mal)vivir en los sectores populares:
‘lotes pequeños
para las viviendas, aceras y accesos estrechos, limitadas áreas verdes, y en
general una clara tendencia hacia la impermeabilización del suelo urbano
–inclusive en las divisorias y laterales de calles y avenidas construidas en
fechas recientes. Este tipo de ocupación aumenta notablemente la temperatura de
la ciudad, incrementa significativamente los picos y la velocidad del
escurrimiento durante las crecidas de la escorrentía superficial, produce
erosión y aumenta la contaminación de las aguas pluviales’ (3).
Esto es lo que les toca en Guayaquil a las personas
que no pueden acceder al mercado formal de vivienda, que son la inmensa mayoría.
Porque el credo del Municipio PSC es que una persona vale tanto como el dinero
que ella tenga. Si tiene dinero, puede acceder a la oferta del mercado formal
de bienes raíces. Si no lo tiene, queda excluido. Nadie lo pudo expresar con
mayor claridad y desdén como el líder de la administración del PSC que mejor
encarnó este credo, el abogado Jaime Nebot, quien en una sesión del Concejo
Municipal de octubre de 2010 en la que se debatió la ampliación de los límites
urbanos de la ciudad, postuló como única alternativa para el ‘hombre pobre’ de Guayaquil que…
‘vaya compre
una vivienda, vaya compre un terreno urbanizado del Gobierno, vaya compre un
terreno en un lote o en una casa urbanizada por el Municipio […] voy a hacer
una campaña de comunicación para decirle al hombre pobre, vaya compre una
vivienda…’. (4)
El mismo año en que el Alcalde Nebot comunicó esta
sandez, la ONU-Hábitat publicó el informe ‘Estado
de las Ciudades de América Latina y el Caribe’, en el que explicó que la no
existencia ‘de un programa habitacional
institucional público dirigido hacia la población que no cuenta con la
capacidad económica suficiente para participar en el mercado de vivienda constituye
una ruptura definitiva con la posibilidad de atender las necesidades
habitacionales de los hogares de bajos ingresos’. Esta exclusión, que es
promovida de forma activa por el Municipio socialcristiano de Guayaquil en aras
de beneficiar a sus Grandes Amigos del Negocio de la Construcción (5), produce y reproduce las ‘condiciones que contribuyen a la creación de
la pobreza y a su realimentación, algunas de las cuales hacen parte del
concepto que las define como trampas de pobreza’ (6). Vivir en una trampa de pobreza implica para los excluidos,
necesariamente, una ruptura con cualquier ideal de comunidad que incluya a las autoridades públicas.
Una ciudad así diseñada es campo fértil para que un
choque externo produzca un aumento de la violencia y que ella se tome las calles.
Este choque externo ocurrió y fue la creciente presencia, desde 2016, de los
carteles mexicanos del negocio de la droga, principalmente de la cocaína (7). Sumado a este escenario, una continua
desinstitucionalización del Estado, en especial de su sector carcelario (8), más su habitual ineficacia y su
consabida corrupción: sólo queda esperar por tiempos peores.
Guayaquil es campo fértil porque no hay una idea de
comunidad, es la tierra del sálvese quién pueda. El que puede pagar por una
vivienda, accede a una vivienda como lo dejó muy claro el Alcalde Nebot. El que
puede pagar por una vivienda en una ciudadela cerrada, pues la paga y se
resguarda. Y si puede pagar por seguridad privada, la obtiene. El mantra parece
ser que si uno se esfuerza mucho-mucho,
podría huir a los extramuros de Guayaquil y ponerse a salvo. Por ejemplo, en la
isla Mocolí, como lo hizo el mismísimo Alcalde Nebot.
Guayaquil es un campo fértil para la violencia
porque la administración del PSC en Guayaquil ha despedazado el ideal del bien
común. En Guayaquil no hay parques decentes (el negocio era las palmeritas), ni
su administración ha sido capaz de controlar el deterioro del patrimonio común
(los ríos y los esteros, las canteras). Hacia el futuro, la administración del
PSC tampoco ha sido capaz de pensar las consecuencias de su modelo de desarrollo
frente a las inminentes inundaciones por la elevación del nivel del mar (spoiler alert: va a ser un desastre). Sus grandes proyectos de transporte público han sido: la Metrovía un
fracaso, la Aerovía un fraude. Y su norte, maldita sea, ha sido la satisfacción
de los intereses económicos de unos pocos en perjuicio de las grandes mayorías
(en perjuicio de los componentes social y ambiental del desarrollo sostenible).
En crudo, el lado perverso del socialcristianismo ha sido el triunfo de un
burdo credo individualista, que ha destrozado todo posible ideal comunitario en
la ciudad (puro pinga, nunca minga). La
mayor muestra del desinterés del PSC por el bien común de Guayaquil es que
jamás, durante una administración iniciada en el ya lejano ’92, ha existido una
clara planificación de la ciudad, por la sencilla razón de que ha resultado
mejor para el grupo en el poder operar a río revuelto y en la opacidad.
Una ciudad así pensada y construida por casi 30 años
es una trituradora serial del ideal de comunidad, un cante jondo al sálvese
quién pueda. Un lugar donde la pregunta ‘¿de
qué comunidad se les puede hablar a estos excluidos?’ tiene, desde este
año, por respuesta las balas.
~*~
(1)
Tal vez no sea únicamente una coincidencia que, tanto ese surplus de violencia noventera como el actual, sean simultáneos a
la coexistencia en funciones de un gobierno nacional programáticamente de
derechas (en los noventas fue el gobierno del Presidente Durán-Ballén, ahora es
el de Lasso: son los dos únicos, después del gobierno de León Febres-Cordero) y
una autoridad socialcristiana en la Alcaldía de Guayaquil. En los noventas, esa
autoridad socialcristiana fue el mismísimo exPresidente Febres-Cordero, duro
entre los duros, capo di tutti capi,
mientras que ahora es una versión pop y femenina de esa fiereza inicial: es
como haber hecho de Kiss, una Locomía. La Alcaldesa Viteri, como
Alcaldesa de una ciudad de dos millones y medio de habitantes, es una gran
Jocelyn Mieles: da la impresión de vivir en otra realidad, ajena a una ciudad
que explota y arde.
(2) El
lado amable del socialcristianismo es una ilusión de modernidad de la ciudad,
que, como lo habrá advertido el lector perspicaz, es apenas su lado perverso
pero lavado, olorizado y talqueado por los mass
media.
(3) Corporación
Andina de Fomento, ‘La inundación de Guayaquil en Marzo 2013’, pp. 12-13.
(4) Acta
del Concejo Cantonal de Guayaquil, Sesión del 7 de octubre de 2010, pp.
11-12
(5) Lo
que ocurre en Guayaquil es un evidente caso de ‘Capitalismo de Amigos’, v. ‘Explicando el negocio de la Alcaldía socialcristiana’.
(6) ONU
Hábitat, ‘Estado de las ciudades de América latina y el Caribe’, v. pp. 115-138.
(7) BBC,
‘Cómo Ecuador pasó de ser país de tránsito a un centro de distribución de la droga en América Latina (y qué papel tienen los carteles mexicanos)’
(8) Lo
ha dicho claramente la actual
Secretaria de Derechos Humanos, Bernarda Ordóñez: ‘Por ejemplo, se eliminó el Ministerio de Justicia hace tres años; se
eliminó el centro de inteligencia; el presupuesto para el eje de justicia y para
lo que tiene que ver con la Secretaría de Derechos Humanos y el SNAI ha sido
reducido considerablemente. Todas estas acciones contribuyen a que hoy en día
tengamos un problema en el sistema de rehabilitación social. Si eso fue intencionado
o no, si es que fue planeado, eso se tiene que investigar y la Fiscalía General
del Estado está llamada aquí a investigar’, v. ‘Vera a su manera – 15 Octubre 2021’, min. 10:03.
Excelente!
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