Xavier Zavala Egas escribió el martes 20 de mayo un
editorial que publicó en Diario Expreso titulado “Bulla Perversa”.
El artículo de Zavala es tan diáfano y contundente como su propuesta: evitar la
bulla perversa que provoca el discurso maniqueo de las autoridades
locales con relación al uso del espacio público. El método de Zavala es
sencillo: el análisis directo del “polémico” artículo que aprobó la Asamblea
Constituyente, que dice:
“Se reconoce y protege el trabajo autónomo y por cuenta propia realizado en espacios públicos, permitidos por la ley y otras regulaciones. Se prohíbe toda forma de confiscación de sus productos, materiales o herramientas de trabajo”.
No resisto citarlo en extenso; mi tocayo Zavala
afirma: “Por favor, no hay que ser un genio”, empieza, para admitir que el
trabajo autónomo “es una realidad social y que debe ser reconocido
constitucionalmente para otorgarle y garantizarle derechos, tales como evitar
la recurrente extorsión y abuso de inspectores y guardias municipales”. El
artículo que aprobó la Asamblea Constituyente “dice claramente que puede ser realizado
en espacios públicos conforme a la ley y otras regulaciones, como las
ordenanzas municipales. Entonces, del documento no puede entenderse que se
pretende violentar la competencia municipal de aceras, calles, bordillos o
espacios públicos incitando a su desenfrenada ocupación por los informales,
cualquier interpretación en tal sentido es mañosa y truculenta” y que de lo que
se trata es que “la autoridad municipal regule su actividad provocando su
paulatina formalización, evitando perversos y permanentes abusos y atropellos”.
Finalmente, una verdad solo los espíritus aleves y represivos no pueden
consentir: “Por último, no entiendo cómo a un ser humano se le puede ocurrir
oponerse a la prohibición de confiscación o decomiso sobre las mercaderías
callejeras y material de trabajo, que determina el texto comentado. En cada
carreta, caramanchel o charol con productos varios a la venta, se encuentra el
capital de trabajo de una persona que ha forjado con mucho esfuerzo y que de un
plumazo, por atentar contra el orden y el ornato de la ciudad, resulta
confiscado o comisado. Las diferencias jurídicas entre estas figuras son
intrascendentes frente al resultado perverso de convertir a un hombre
productivo en indigente”.
Quiero un poco ahondar en el lúcido análisis que
desarrolló Zavala y discutir un asunto que se relaciona con su crítica: el uso
del espacio público. Quiero hacerlo, además, en la grata compañía de un poeta
al que tanto admiro: Luis García Montero. En una entrevista reciente García
Montero afirmó que el espacio público “es un lugar de entendimiento entre
individuos que tienen su propia conciencia y su propio pensamiento crítico y
que encuentran un sitio donde dialogan y ponen en común su pensamiento”. Lleva
razón García Montero: el espacio público es y debe ser un lugar de encuentro y
de diálogo. O sea, justo en las antípodas de la realidad local, donde el
espacio público es un lugar donde se practica la discriminación (véase mi
editorial “Derecho de admisión”) y donde la noción de diálogo es escasa o
inexistente. De hecho, el concepto de diálogo del Alcalde Jaime Nebot, al menos
en el tema de los informales, se reduce al tristísimo “yo digo y si quieren,
ustedes escuchan” (como lo publicó uno de esos diarios gratuitos que se
obtienen en la Metrovía). Cierro mi columna con García Montero, quien sostiene
que más que exigir respuestas, hoy, necesitamos hacernos preguntas. Él formula
dos: “¿qué estamos diciendo cuando decimos democracia?, ¿qué estamos diciendo
cuando decimos progreso y bienestar?”. Yo las suscribo. Y a juzgar por el uso
del espacio público local, el Municipio de Guayaquil (para decirlo con los
términos de esa productividad que tanto le interesa, a despecho de la
construcción de ciudadanía) cotiza a la baja.